sábado, 9 de agosto de 2025

Lo que el día debe a la noche

Yasmina Khadra
Lo que el día debe a la noche
Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano
Destino, 2013 (8ª ed.)
 
"Si sólo nos pudiésemos quedar con un instante de nuestra vida para llevárnoslo en el viaje más largo, ¿cuál elegir? ¿A costa de qué y de quién? Y sobre todo, ¿cómo aclararse entre tantas sombras, tantos espectros, tantos titanes?... ¿Quiénes somos en realidad? ¿Lo que fuimos y lo que nos hubiera gustado ser? ¿El daño que causamos o el que padecimos? ¿Las citas a las que no acudimos o los encuentros fortuitos que desviaron el curso de nuestro destino? ¿Los bastidores que nos preservaron de la vanidad o las candilejas que usamos como hogueras? Somos todo eso a la vez, todo lo que  ha sido nuestra vida, con sus altibajos, sus proezas y sus vicisitudes; también somos el conjunto de los fantasmas que nos habitan... somos varios personajes en uno, tan convincentes en los distintos papeles que hemos asumido que nos resulta imposible saber cuál hemos sido de verdad, en cuál nos hemos convertido, cuál nos sobrevivirá"
 
 
Este libro es un relato de iniciación y una elegía por una tierra perdida, por una juventud abrasada en el crisol de la historia. Yasmina Khadra, el seudónimo de Mohammed Moulessehoul, escribe con la voz de alguien que ha amado profundamente el mundo que describe, incluso en su violencia y su desgarro.

La historia es la de Younes, un joven argelino separado de su familia campesina tras la ruina económica de su padre y criado por unos tíos en Orán, primero, y luego en la ciudad de Río Salado, una colonia agrícola francesa en el oeste argelino. Younes vive entre dos mundos: el del colonizado y el del colono, sin pertenecer del todo a ninguno. Rebautizado como Jonas, se educa en el idioma francés, se integra con un grupo de amigos europeos, pero nunca deja de ser un “otro” silencioso. Su identidad es, desde el principio, una grieta por donde se filtran todas las contradicciones de una Argelia colonial al borde del abismo. Estas contradicciones, que son políticas, son también íntimas, y se reflejan en el amor imposible entre Jonas y Émilie, la hija de un colono francés, una relación marcada por la renuncia, por los malentendidos y por la pesada carga de un tiempo histórico que no permite la inocencia, reflejo de una generación desgarrada entre la memoria, la traición y la necesidad de sobrevivir. Su encuentro en una librería buscando La Peste, de Albert Camus, condensa en una breve escena la intensidad trágica de aquella época.
 
"Las ciudades y los pueblos se sumían en la mayor de las pesadillas. Los atentados se devolvían con atentados, las represalias con asesinatos, los secuestros con incursiones de comandos. Pobre del europeo al que pillaran con un musulmán, pobre del musulmán que se conchabara con un europeo. Las comunidades se aislaban mediante líneas de demarcación y, por instinto gregario, se recogían en sí mismas, vigilando sus fronteras día y noche, y no dudando en linchar al imprudente que se extraviase".

Khadra no escribe desde el resentimiento ni desde el panfleto y describe con sensibilidad las luces y las sombras de la amistad, la melancolía del amor no consumado y la belleza de una tierra que se convierte en campo de batalla físico y moral. La novela dibuja así un fresco histórico -la Argelia colonial, la lucha por la independencia, la fractura sangrienta entre comunidades- sin renunciar al lirismo ni a la complejidad de sus personajes. No hay maniqueísmo en su narración: los colonos no son simplemente opresores, los argelinos no son simplemente víctimas. Hay amor, odio, dignidad y miseria en ambos lados y esa complejidad moral, tan presente desde su Trilogía de Argel, las primeras e imprescindibles novelas de Khadra, es, quizás, la mayor virtud de este libro.
 
No hay una página sin belleza, sin una metáfora fulgurante o una observación que nos sacude. El título mismo funciona como tesis, sugiriendo que la claridad no puede existir sin oscuridad, que la luz es deudora del sufrimiento. 

Boikot Israel, Palestina askatu!!!





 

viernes, 8 de agosto de 2025

Pico de la Brena, Alto de las Corvas y Pico de la Miel

Repito paseo, desde la estación de Lunada, por el Pico de la Brena, el Alto de las Corvas y el Pico de la Miel, volviendo por el empinado y precioso Portillo de la Hoz. De nuevo, una mañana prácticamente  solo, ¡en agosto!. Corría un airecillo que ha hecho muy agradable la caminata.
 

Zoom al militarizado Picón Blanco.
 




Pico de la Brena (1,392 m).



Alto de las Corvas (1,562 m).






Pico de la Miel (1.563 m).
Castro Valnera.



Valle del Bernacho.


jueves, 7 de agosto de 2025

La revolución es el freno de emergencia

Michael Löwy
La revolución es el freno de emergencia: Ensayos sobre Walter Benjamin
Traducción de Mariel Manrique
Shangrila, 2022
 
"Walter Benjamin fue un profeta, es decir, no alguien que pretende predecir el futuro, como el oráculo griego, sino un profeta en el sentido del Antiguo Testamento: aquel que llama la atención del pueblo sobre las amenazas futuras. Sus previsiones son condicionales: esto es lo que sucederá, a menos que... salvo que... Ninguna fatalidad: el futuro sigue estando abierto. Como afirma la tesis XVIII, cada segundo es la puerta estrecha por la que puede llegar la salvación".
 
 
En el cruce de dos caminos, el de la crítica marxista heterodoxa y el del misticismo secularizado, se encuentra la figura fascinante de Walter Benjamin. A ese viajero de los pasajes, cazador de imágenes y coleccionista de fragmentos, dedica Michael Löwy (él mismo pensador desde ese cruce de caminos, como demuestra en su libro imprescindible Redención y utopía) una constelación de reflexiones que orbitan en torno a un mismo núcleo: la posibilidad revolucionaria como interrupción, como acto mesiánico y profano que detiene el tren de la catástrofe.
 
Sociólogo y filósofo marxista de larga trayectoria, Löwy no se aproxima a Benjamin con la frialdad del exégeta académico sino como un lector implicado. Su Benjamin no es solo un autor, sino una brújula ética y política y el libro se convierte, desde esta perspectiva, en una conversación entre generaciones de críticos del capitalismo, entre el marxismo mesiánico de Benjamin -"un marxismo nuevo, intrínsecamente herético y radicalmente distinto de todas las variantes (ortodoxas o disidentes) que existían en su época"- y la pulsión político-teológica que atraviesa la obra de Löwy desde hace décadas.

La metáfora que da título al libro -"la revolución es el freno de emergencia"- proviene de las Tesis sobre el concepto de historia, el texto testamentario de Benjamin, escrito bajo el peso de la derrota y la inminencia de la muerte. Löwy parte de esta imagen para construir su lectura más provocadora: la revolución no es un simple avance progresista hacia un futuro mejor, sino una interrupción radical de la marcha del mundo hacia el abismo. En tiempos en que el "progreso" es sinónimo de devastación ecológica, alienación social, fascismo político  y barbarie tecnocrática, esta tesis adquiere una urgencia dolorosa:
 
"Una concepción evolucionista de la historia, que cree en el progreso en las formas de la dominación, difícilmente puede dar cuenta del fascismo, salvo como un paréntesis inexplicable, una incomprensible regresión «en pleno S. XX». Sin embargo, como escribe Benjamin en sus tesis «Sobre el concepto de la historia», nada se entiende del fascismo si se lo considera una excepción a la norma que sería el progreso".
 
El libro se articula en capítulos breves, a veces aforísticos, que abordan los grandes temas del pensamiento benjaminiano: la crítica de la modernidad, el papel del arte, la memoria de los vencidos, el tiempo mesiánico, la alegoría, la melancolía revolucionaria;: no hay aquí una perspectiva sistemática, su mirada es más benjaminiana que benjaminóloga y las ideas se entrelazan por analogía, por resonancia, como en un collage dialéctico.

Para Benjamin, recuerda Löwy, la historia no es una flecha recta, sino un campo de ruinas. De ahí que su crítica al historicismo -esa fe ciega en la continuidad y la linealidad del progreso- resuene como una advertencia: quien crea que el capitalismo se superará "naturalmente", como una fase que se agota, está condenado a repetir la catástrofe. La revolución no vendrá como fruto maduro, sino como irrupción intempestiva. Y esta categoría ético-política, la de la irrupción o interrupción, que cada vez me parece más relevante, explica el rescate por Löwy de la religiosidad de Benjamin -tan incómoda para el marxismo más clasicista- no como un desvío, sino como la clave de su radicalismo. El mesianismo judío se convierte en una figura del deseo revolucionario, no un más allá teológico, sino la posibilidad de un salto fuera del tiempo homogéneo y vacío. En este sentido, Benjamin es un pensador del instante,  del momento (kairós) en que todo puede ser trastocado.

Pero no se trata de una lectura religiosa: es, más bien, una lectura profana del misticismo. En diálogo implícito con la teología política de Metz y su memoria passionis, Löwy insiste en que la tarea revolucionaria es inseparable de la memoria de las oprimidas y los oprimidos. No hay porvenir sin redención del pasado y este vínculo entre política y memoria se convierte en un imperativo ético: hacer justicia a quienes no tuvieron voz, a todas las personas derrotadas, a las desaparecidas de la historia.

No es un libro fácil. Löwy escribe con la seriedad de quien sabe que está tratando con materiales inflamables. No banaliza a Benjamin ni lo reduce a eslóganes, tampoco lo convierte en ídolo o maestro: lo presenta como un pensador contradictorio, inquietante, radical hasta el final. Walter Benjamin decía que ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. Michael Löwy, en este libro valiente y necesario, nos recuerda que ese enemigo sigue avanzando, pero que aún hay tiempo  -aunque no mucho- para tirar del freno, interrumpir la marcha, escuchar el eco de las vencidas y los vencidos, para encender el relámpago de la historia.

No es indiferencia

Eva Meijer
No es indiferencia: Sobre los silencios políticos
Traducción de Micaela van Muylem 
Katz, 2025
 
"Incorporar silencios también es incorporar tiempo para pensar y para volver sobre la conformación de un criterio, para darle espacio al otro. En la toma de decisiones políticas, por ejemplo, se puede pensar en correr la atención desde el momento hacia los procesos. Es decir: en lugar de llevar adelante un debate con un determinado resultado final, también puede llevarse a cabo una serie de debates y postergar la votación. El tiempo que se genera así brinda la oportunidad de guardar silencio. Durante los debates pueden incluirse tiempos de escucha o tiempos de silencio.
Asimismo, es importante pensar en nuevas prácticas de silencio. A veces compartimos momentos de silencio, por ejemplo, durante conmemoraciones. [...] Guardar silencio juntos puede ser la base para nuevos rituales".

 
En un mundo donde el ruido -mediático, ideológico, de opinión, ¡físico!- es constante, el silencio parece sospechoso o, literalmente, mudo, carente de cualquier significado positivo. Eva Meijer, filósofa, artista y escritora neerlandesa, propone en este ensayo una relectura radical del silencio político, concebido como un lenguaje que no se pronuncia, pero que sin embargo actúa.

Lejos de tratar el silencio como mera pasividad, la autora lo presenta como una práctica cargada de sentido, una forma de presencia densa, compleja y, en ciertos contextos, profundamente disruptiva. ¿Cuándo y cómo puede el silencio ser una estrategia de resistencia? ¿Cuándo una forma de duelo colectivo? ¿Y cuándo se convierte en cómplice de la opresión? Estas son algunas de las preguntas que atraviesan el ensayo, escrito con la precisión filosófica de quien sabe que cada palabra y cada omisión importan.

Una de las aportaciones más estimulantes del texto es su crítica al imperativo de la visibilidad y audibilidad constantes: hablar, opinar, emitir. En una cultura saturada de apariciones y declaraciones, Eva Meijer sugiere que callar también puede ser una forma de hacer, quizás incluso de hacer más. Un callar libremente escogido, por supuesto, no un acallamiento o silenciamiento impuesto, que ella denomina "silencing". En esta línea, el ensayo dialoga con pensadoras como Audre Lorde o Gayati Chaktavorty Spivak, pero sin caer en un aparato teórico excesivo; el ensayo, breve, es accesible y a la vez filosóficamente afilado. En lugar de respuestas definitivas (y silenciadoras) ofrece marcos para pensar, desestabiliza certezas y nos recuerda que la política no solo se juega en el discurso explícito, sino también en los intersticios, en los silencios que el poder ignora, teme o censura.

martes, 5 de agosto de 2025

En busca del Árbol Madre

Suzanne Simard
En busca del Árbol Madre 
Traducción de Montserrat Asensio Fernández
Paidós, 2024 (4ª)
 
"Las plantas están sincronizadas con los puntos fuertes y débiles de sus compañeras y dan y reciben con elegancia para alcanzar un equilibrio exquisito. Un equilibrio que también se puede lograr en la belleza sencilla de un huerto o en la compleja sociedad de las hormigas. La complejidad, la cohesión de las acciones, la suma total, son elegantes. Podemos encontrarlo en nosotros, en lo que hacemos solos, pero también en lo que hacemos juntos. Nuestras raíces y nuestros sistemas se entrelazan y se enredan, crecen hacia y desde nosotros una y otra vez, en un millón de momentos sutiles".
 
 
En este libro se entrelazan las raíces del conocimiento científico con las emociones profundas de una vida vivida al ritmo de los bosques. Lo que parece, en un inicio, una exploración técnica sobre ecología y gestión forestal (la autora es catedrática de Ecología Forestal en la Universidad de la Columbia Británica y procede de una familia que, como dice en la primera línea del libro, desde hace generaciones "se gana la vida talando el bosque"), pronto se revela como un testimonio de amor, pérdida, persistencia y descubrimiento. Este no es solo un libro sobre árboles, es un libro sobre relaciones:
 
"Las sociedades modernas habían asumido que los árboles no cuentan con las mismas capacidades que los seres humanos, que no tienen instinto de crianza, que no se curan los unos a los otros, que no se cuidan mutuamente. Sin embargo, ahora sabíamos que los Árboles Madre atienden a sus descendientes. Los abetos de Douglas reconocen a sus parientes y son capaces de distinguirlos entre miembros de otras familias o árboles de otras especies. Se comunican y envían carbono, el componente básico para la vida, no solo a las micorrizas de sus familiares, sino a toda la comunidad, para ayudar a que se mantenga. Los abetos de Douglas se relacionan con sus descendientes como madres que transmiten sus mejores recetas a sus hijas; transmiten su energía vital y su sabiduría, para que la vida siga adelante. Los tejos también formaban parte de esa red, se relacionaban con sus compañeros de vida y con personas como yo, que se recuperaban de enfermedades o, sencillamente, paseaban por las arboledas"

Suzanne Simard nos guía por los densos bosques de Columbia Británica, donde creció entre montañas, abetos y cicatrices de tala. Es en esos bosques donde comienza a gestarse la pregunta que marcaría toda su carrera: ¿los árboles se comunican entre sí? En una comunidad científica dominada por modelos reduccionistas y economías extractivas su curiosidad fue primero recibida con escepticismo, incluso burla. Pero la autora, con la terquedad de quien sabe que la verdad late en la intuición tanto como en los datos, siguió cavando, literalmente, entre raíces y micelios confrontando (en un mundo, tanto el de la gestión forestal como el de la universidad, absolutamente generizado), con el paradigma dominante de que "los árboles compiten entre ellos para sobrevivir" y defendiendo lo que se de entre los árboles son formas de "mutualismo". Y aquí es fundamental aclarar algo, porque si bien algunas de sus afirmaciones podrían sonar casi mitológicas -árboles que se comunican, que cuidan de sus crías, que advierten sobre amenazas- Suzanne Simard misma lo aclara sin rodeos:
 
“A pesar de la controversia que generaron las primeras evidencias en ese sentido, la ciencia que las sustenta es rigurosa, está revisada por pares y se ha publicado de forma generalizada. No es un cuento de hadas, no es fruto de la imaginación, no es un unicornio mágico y tampoco es una ficción sacada de una película de Hollywood”.
 
En efecto, sus estudios están respaldados por más de tres décadas de investigación, múltiples experimentos de campo y publicaciones en revistas científicas de renombre como Nature y Science. Lo que plantea no es una metáfora o un cuento, sino un modelo alternativo y profundamente real de cómo funciona la vida en los bosques. Este enfoque ha sido popularizado por otros autores, como Peter Wohlleben en La vida secreta de los árboles, desde una mirada más divulgativa y filosófica, pero mientras Wohlleben se apoya en una mezcla de observación y estudios ajenos, Simard aporta los datos duros, los gráficos, los ensayos de campo. Su voz es la de alguien que ha estado con las manos en la tierra y la mente en el microscopio. 

La revelación central de sus investigaciones, que los ecosistemas forestales no son simplemente conjuntos de individuos compitiendo por luz y nutrientes sino redes colaborativas de intercambio y aprendizaje, desmonta la visión darwinista malinterpretada del “más fuerte” y ofrece, en su lugar, una perspectiva donde la supervivencia está ligada a la cooperación, la reciprocidad y la conexión. Y este modelo no se queda en lo ecológico: tiene implicaciones sociales, filosóficas y políticas. Si has leído a Stefano Mancuso, con varios libros publicados en España, sabrás a lo que me refiero.

A lo largo del libro Suzanne Simard va entrelazando su vida personal con sus hallazgos científicos. Su maternidad -compaginando noches de desvelo con viajes a terrenos remotos y agotador trabajo de laboratorio- se convierte en un espejo del concepto que defiende científicamente: que cuidar y sostener es una forma de inteligencia natural, no un privilegio exclusivamente humano. Su experiencia como paciente de cáncer es otro gran pilar del libro y un ejemplo de interdependencia: como en el bosque, nadie sobrevive en soledad y nuestras células enfermas necesitaron la ayuda del entorno para resistir. Su ruptura matrimonial con Don y tras años de reconstrucción tanto física como emocional, su posterior vida en común con Mary, es delicadamente presentada como una consecuencia natural de alguien que ha aprendido, en los silencios del bosque, a leer los lenguajes sutiles del cuidado y la conexión.

Aunque hay, porque debe haberlas, explicaciones técnicas, hay una cadencia en su forma de narrar que atrapa desde el principio y, al cerrar el libro, sentimos que hemos tenido el privilegio de caminar entre árboles antiguos mirando el mundo con otros ojos, fortalecidas en la convicción de que en la naturaleza, como en la vida, no sobrevivimos si no nos sostenemos mutuamente.

lunes, 4 de agosto de 2025

Los Inklings

Humphrey Carpenter
Los Inklings: C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Charles Williams y sus amigos
Traducción de Martin Simonson
Minotauro, 2024 
 
"Después de una clase magistral de una hora tocaba (según las normas del Instituto de la Tarde) debatir durante una hora, y no se trataba de las rígidas sesiones de preguntas y respuestas que habitualmente tienen lugar  en esas circunstancias, sino de una conversación vital y profunda, ya que así era el nivel de entusiasmo con el que Williams daría continuidad a una observación vacilante de algunos de los alumnos. Y cuando el debate formal terminaba, siempre había alguien que se quedaba para hablar con él después, tal vez acerca de un tema de poesía, pero más probablemente sobre algún problema privado del alumno en cuestión; porque hacía tiempo que los alumnos habituales habían descubierto el tipo de ayuda tan especial que Williams podía ofrecer. Trataría la preocupación personal de cualquiera con la misma vitalidad con la que actuaba en el aula, la misma cortesía grave y visión encendida; de modo que era fácil sentir, cuando uno caminaba rumbo a casa después, que así tenía que haber sido un encuentro con el propio Dante, o Blake, o incluso Shakespeare".
 
 
Hay libros que abren mundos imaginarios; otros nos permiten habitar los espacios reales donde esos mundos nacieron. Este libro pertenece a esta última familia. Más que una simple crónica literaria, es una invitación a caminar por los senderos húmedos del Oxford de los años 30 a 50, cruzar la puerta del pub The Eagle and Child, sede oficiosa del grupo, o sentarse en el crepitar silencioso de la chimenea en los salones victorianos, donde se debatía con igual pasión sobre mitología nórdica, la existencia de Dios, la guerra (interesantísimas las páginas 246 a 252, en las que conversan sobre posibilidad de "perdonar a los alemanes" tras la guerra) o la conveniencia de introducir a una elfa en el capítulo siguiente del libro que estaba escribiendo Tolkien.
 
"Hablar, más que leer en alto, era la costumbre en estas sesiones matutinas en pubs. «La diversión es a menudo tan inmediata e impactante», dijo Lewis a Arthur Greeves, «que la gente de alrededor probablemente piense que estamos contando chistes verdes, cuando en realidad estamos hablando de teología»".

El libro se construye como una biografía colectiva del grupo de intelectuales que, entre los años 30 y 50 del siglo XX, se reunía semanalmente a compartir escritos, ideas y cervezas. A través de sus páginas, Carpenter nos introduce en la vida y obra de sus miembros más destacados -J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos; C.S. Lewis, apologista cristiano y creador de Las Crónicas de Narnia; y Charles Williams, el más excéntrico del trío, para mí un desconocido hasta leer este libro- y también de aquellos menos famosos, como Owen Barfield o Hugo Dyson. Uno de los grandes méritos del libro es la manera en que logra capturar la atmósfera oxoniense de la época, esa mezcla densa de erudición, humor, tradición y camaradería. Carpenter no se limita a narrar anécdotas; reconstruye con detalle la geografía emocional de un grupo que vivía entre aulas góticas, pasillos oscuros de bibliotecas y tabernas de madera, donde las ideas circulaban con tanta fluidez como la cerveza. En este entorno casi monástico pero intensamente vital, la transición entre el estudio, la discusión filosófica y el relato fantástico se daba de forma orgánica, como parte de un mismo y antiguo ritual académico.

Los Inklings no es una hagiografía. Carpenter no idealiza a sus protagonistas y expone las tensiones ideológicas y personales que habitaban en el grupo. Sin embargo, leer hoy este libro publicado originalmente en 1978 nos permite captar críticamente (algo que no hace Carpenter) la exclusión de mujeres en las reuniones del grupo y, sobre todo, el tono con el que algunos miembros hablaban sobre ellas, lo que revela un sesgo profundamente machista, incluso misógino (aunque Carpenter lo niegue o lo explique por el contexto oxoniano de la época), en la forma en que se concebía la autoridad intelectual y creativa dentro del grupo.
 
"[Lewis] estaba firmemente convencido de que la psicología femenina era totalmente diferente de -y en términos generales, también hostil a- la masculina, [...] No sería justo decir que despreciaba a las mujeres. No era misógino. Pero sí consideraba que la mente femenina era inferior a la masculina, o al menos no era capaz de las actividades mentales que él apreciaba. [...]
Hasta un punto, estas actitudes eran típicas de su clase social, y de Oxford en particular. Hasta las reformas de 1870, por lo general, los profesores titulares no tenían permiso para casarse, y aunque en los tiempos de Lewis el matrimonio era común entre los titulares, no estaba plenamente integrado en la vida de la universidad. Los profesores trabajaban en sus colleges y tomaban gran parte de sus comidas allí. Su college era casi inevitablemente el centro de su vida social. Mientras tanto, sus esposas debían permanecer en casa en los suburbios, supervisando a los sirvientes y educando a los hijos. A esto habría que añadir que algunas de las esposas tenían mucho menos educación formal que sus maridos, por lo que, incluso cuando tenían la posibilidad de hablar con los amigos que el esposo llevaba a casa, tenían muy poco que decir, o al menos, muy poco que los hombres consideraban interesante".

En este contexto de auténtico boys club, resulta especialmente reveladora la breve mención que hace Carpenter a un episodio incómodo para C.S. Lewis: su debate con la filósofa católica Elizabeth Anscombe, una de las cuatro destacadas filósofas de Oxford que estudia el muy recomendable libro Animales metafísicos, que ya he comentado aquí. En 1948, Elizabeth Anscombe presentó una crítica devastadora a uno de los capítulos centrales del libro Milagros, en el que Lewis defendía la imposibilidad del naturalismo. El debate fue público y, según algunas versiones, dejó a Lewis tan impactado que abandonó para siempre la apologética filosófica: "Lewis no estaba preparado para el análisis severamente crítico al que sometió sus argumentos". Carpenter no profundiza en el evento, pero lo incorpora como una grieta significativa en la figura del Lewis intelectual: una mujer joven y brillante desafiando con argumentos sólidos al maestro de la lógica cristiana. En cierto modo, es una escena que resume simbólicamente los límites del mundo cerrado de los Inklings.
 
Porque la dimensión religiosa atraviesa todo el relato; el cristianismo no era solo un tema de discusión para el grupo, sino una parte integral de su visión del mundo. Católicos tradicionalistas, tanto Lewis como Tolkien veían en la literatura fantástica una forma de vehicular verdades espirituales que constituían el basamento de sus vidas. Carpenter trata esta dimensión con respeto, pero también con cierta distancia crítica, consciente de que el fervor teológico que los unía también contribuyó a su aislamiento del pensamiento contemporáneo más secular y plural.

En conjunto, este libro es una lectura rica, evocadora, a veces entrañable y otras incómoda, como lo son las verdaderas exploraciones humanas. Humphrey Carpenter no solo narra la historia de un grupo de amigos, nos permite asomarnos al proceso de cómo se gestan las ideas en comunidad, cómo se construyen las ficciones que cambian culturas, y también cómo los espacios de genialidad pueden estar teñidos de ceguera. Un libro necesario para quienes aman la literatura, Oxford, o simplemente el arte de conversar.
 
[Nota: el libro contiene una decena de erratas ortográficas y de puntuación].

domingo, 3 de agosto de 2025

Todos necesitamos la belleza

Samantha Walton
Todos necesitamos la belleza
Traducción de Lorenzo Luengo
Siruela, 2022
 
"Es todo tan bello y tan hermoso que casi tropiezo al levantar la cabeza y sentir la sangre corriendo por mis venas. Esto es mucho más que un mero curativo paisaje iluminado: es una red de intercambio mineral, de violencia, de creación y destrucción, de deseo y encuentro, donde la vida microbiana, micótica, vegetal, animal y bacteriana forma extrañas y novedosas relaciones. En el mantillo del bosque, entre su maraña y su extrañeza, he entrevisto la forma en que toda esta vida pulsante se conecta entre sí, y cómo nace el oxígeno, la materia prima de la existencia. Estar allí, mientras todos estos procesos invisibles tienen lugar a mi alrededor, es un recordatorio -al mismo tiempo bello y angustiado- de que dependemos por completo de la naturaleza. Nuestra unidad con la otredad del bosque puede ser tan emocionante como aterradora".
 
 
Entre aguas, montañas, bosques, jardines, parques, granjas y hasta "naturalezas virtuales", Samantha Walton nos invita a un viaje por las relaciones entre ecología y salud mental, entre el pensamiento romántico y la realidad concreta de las políticas verdes en el siglo XXI. El título, tomado de John Muir, promete belleza, pero la autora, con lucidez y sin complacencia, nos advierte que esa belleza "natural" no es neutral ni igualmente accesible. Uno de los hilos más potentes del ensayo es su crítica a cómo se ha individualizado la experiencia ecológica y, con ella, se ha mercantilizado una idea de bienestar natural al servicio del rendimiento personal, de manera que caminar por el bosque se convierte en una prescripción, el paisaje en terapia, y el contacto con la tierra en un producto más dentro del mercado del “self-care”. Walton se pregunta, con razón, qué sucede cuando la naturaleza se convierte en recurso -no solo material, sino emocional- y cómo este giro terapéutico, que en apariencia reconcilia a las personas con el mundo natural, muchas veces reproduce las mismas desigualdades que dice sanar. Porque no todas pueden retirarse a una cabaña, cultivar un huerto comunitario o perderse por la costa. El acceso a la belleza natural, como todo en nuestras sociedades, está atravesado por cuestiones de clase, raza, salud física y mental.
 
"Es posible que la naturaleza entendida como autoayuda sea de utilidad para aquellos que sufren algún tipo de  padecimiento, pero si no cambia la manera de enfocar el negocio, su funcionalidad será la misma que la de una tirita: un modo de individualizar el problema, que no puede reemplazar a la transformación de los espacios de trabajo para que nadie se vea en la obligación de buscar el bienestar en el bosque como último recurso. Por otro lado, utilizar la naturaleza de esta forma distorsiona el significado que tiene el mero hecho de dar un paseo por el bosque. Si el tiempo libre del que disponemos lo empleamos como una suerte de reconstituyente para así poder trabajar más, ¿estaremos realmente en paz, seremos realmente libres?".

Lo admirable es cómo Walton entreteje estas cuestiones estructurales sin abandonar la dimensión íntima. No niega que la naturaleza pueda aliviar, acompañar, incluso transformar, pero insiste en que ese alivio no puede reemplazar una transformación social más profunda. El bienestar no puede depender de que cada quien “salga a caminar” para curarse a sí misma, como si el malestar fuera exclusivamente interior, y no producto de un sistema que enferma.

En ese sentido, su ensayo dialoga con una constelación de autoras contemporáneas que problematizan nuestra relación con lo natural desde lo colectivo, lo político, lo situado: Rebecca Solnit, Anna Tsing, Nan Shepherd, Robin Wall Kimmerer. Como ellas, Walton se mueve entre géneros -mezcla la crónica, la crítica cultural y la autobiografía- para desmontar discursos hegemónicos y abrir espacios más porosos, más complejos. Aunque también recurre a la obra de autores varones -como el citado Muir, Thoureau, Macfarlane, Wilson o Rebanks- esa mirada femenina y feminista ofrece algunos de los más sensibles y profundos momentos del libro:
 
"Ciertamente, no es lo sobrenatural a lo que doy vueltas cuando paseo por el bosque, o lo que hace que me suden las palmas de las manos. Me encantaría decir que solo me dan miedo los hechizos, los fantasmas o los deméntores, pero eso no es cierto. Me sentiría afortunada de encontrarme con una bruja, o de darme de bruces con una ceremonia mágica en algún calvero. Ni los lobos ni los osos me asustan. [...] Lo que me asusta son los hombres: son ellos lo que más temo que me siga por el camino. [...]
A mí encanta pasear sola, y me niego a sentirme intimidada. Pero sigo teniendo miedo cuando un hombre se me acerca demasiado en un tranquilo sendero, igual que siento mucho dolor y una rabia enorme cuando me entero de que ha habido algún ataque.  Resulta agotador vivir presa de estas emociones y bajo la amenaza real de la violencia.  En una sociedad que se niega a enfrentar la misoginia y a hacer justicia a las víctimas de la violencia masculina, hasta esa sensación tan sencilla de liberación que proporciona la naturaleza queda vedada a muchas mujeres y niñas. Solo si encaramos esta clase de violencia de manera estructural -ya sea mediante la educación en las escuelas o reconsiderando de arriba abajo el sistema jurídico- podemos tener la esperanza de que las cosas cambien. Y esto es algo en lo que los hombres tienen que ayudar, y de lo que tienen que hacerse responsables. Evitar acercarte demasiado en un camino forestal no es poca cosa, y es de buena educación, pero va a llevar mucho más que eso".

Leer este libro no es encontrar una receta de bienestar mercantilizado sino aceptar una invitación a mirar de frente nuestras contradicciones, a preguntarnos qué tipo de belleza buscamos, y a costa de qué -o de quiénes- la encontramos. Al cerrar el libro, la frase de Muir resuena con una textura distinta: sí, todas y todos necesitamos la belleza, pero esa belleza no puede ser un privilegio. Debe ser común, diversa, compartida; no una huida, sino una forma de regreso. 

Ganeran, Gasterantz, Pico de la Cruz y Layera

Preciosa mañana por los montes de Triano. A las 8:50 he salido de la Ekoetxea, a las 9:50 llegaba a Ganeran (823 m), a las 10:08 pasaba por Gasterantz (801 m), y a las 10:23 tocaba el buzón del Pico de la Cruz (803 m). Para volver me he acercado hasta el Layera (703 m), siendo esta la primera vez que lo hago, a donde he llegado a las 11:07. De vuelta a la Ekoetxea a las 11:42. Es maravilloso que un espacio tan humanizado conserve tanta belleza.
 



 

 

Ganeran.


Pico de la Cruz desde Ganeran.
 




Gasterantz.

Pagasarri, Ganekogorta, Gallarraga y Eretza desde Gasterantz.
Último tramo hasta el Pico de la Cruz.
Pico de la Cruz.

Ganeran desde el Pico de la Cruz.






Vistazo al Pico de la Cruz.



Pico de la Cruz.
Layera.
Pico de la Cruz desde Layera.
Apetitoso aperitivo.