miércoles, 2 de agosto de 2017

Realidades y ficciones

Algunas lecturas mezcladas, imprevistas, desordenadas, incluso descabelladas, y que por eso mismo nos deparan agradables sorpresas. Ensayo y ficción se enredan y generan curiosas conversaciones.Para (casi) todos los gustos.

[1] Hillbillies, rednecks, honkies, white trash... En su expresión más risible es el Cletus de Los Simpson, pero sobre todo es la salvaje comunidad de Deliverance y el protagonista de ese subgénero del cine de terror norteamericano conocido como “Hillbilly Horror” o “Redneck Nightmares”, en el que psicópatas rurales acosan, mutilan y asesinan a jóvenes urbanos que han cometido la equivocación de adentrarse en sus dominios.
El triunfo de Trump ha colocado en el centro del debate político a todas esas personas, englobadas ahora bajo denominaciones menos hirientes como white working class o angry white men, que constituyen el soporte electoral del populismo de derechas. Son los grandes villanos (xenófobos, resentidos, conservadores...) de la política.
Personalmente discrepo de este diagnóstico, que me parece excesivamente simplista, además de autocomplaciente. Hace un par de años publiqué un artículo al respecto, titulado "Desamparo, populismo y xenofobia".
Dos libros recientes en castellano intentan ofrecer una imagen más equilibrada de estas personas y de sus comunidades. Sus autores no son analistas externos, sino que tienen sus orígenes en esas mismas comunidades. Sus perspectivas son, sin embargo, muy diferentes.

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El primero es Hillbilly, una elegía rural (Ediciones Deusto, 2017). Su autor, J.D. Vance, nació y vivió su juventud entre el cinturón industrial de Ohio y los Apalaches de Kentucky. Sus credenciales "paletas" son inapelables. Tras terminar la escuela secundaria se alistó en los marines y sirvió en Irak. A su regreso se graduó en Derecho por la Universidad de Yale y dirige una empresa de inversión en Silicon Valley. De Paletolandia al cielo: la encarnación del sueño americano. En coherencia con su itinerario vital, aunque reivindica sus orígenes familiares y dignifica la cultura y los valores más profundos de las comunidades en las que creció, acaba explicando su actual realidad de frustración, desaliento y pobreza desde claves prosaicamente neoliberales.

La identificación: "Quizá sea blanco, pero no me identifico con los WASP (blancos anglosajones protestantes) del Nordeste. En cambio, me identifico con los millones de americanos blancos de clase trabajadora y de ascendencia escocesa e irlandesa que no tienen un título universitario. Para esa gente, la pobreza es una tradición familiar: sus antepasados fueron jornaleros en la economía esclavista del Sur, después de eso aparceros, posteriormente fueron mineros del carbón, y en tiempos más recientes maquinistas y empleados de acerías. Los estadounidenses los llaman hillbillies, rednecks (cuello rojo) o basura blanca. Yo los llamo vecinos, amigos y familia".

La dignificación: "A pesar de los reveses, mis abuelos tenían una fe casi religiosa en el trabajo duro y el sueño americano. Ninguno de los dos se engañaban pensando que la riqueza o el privilegio no importaban en Estados Unidos. Por lo que respecta a la política, mamaw tenía una sola opinión -'Son todos un puñado de ladrones'- pero papaw se convirtió en un demócrata convencido. No tuvo problemas con Armco, pero él y todos los que eran como él odiaban a las empresas de carbón de Kentucky a causa de un largo historial de conflictos laborales. Así que, para papaw y mamaw no toda la gente rica era mala, pero toda la gente mala era rica. Papaw era demócrata porque el partido protegía a la gente trabajadora. Esta actitud era compartida por mamaw: puede que todos los políticos fueran ladrones, pero si había excepciones, sin duda, eran miembros de la coalición del New Deal de Franklin Delano Roosvelt".

La explicación: "Demasiados jóvenes inmunes al trabajo duro. Buenos trabajos imposibles de cubrir durante un cierto lapso de tiempo. [...] Hay aquí una falta de voluntad: la sensación de que tienes poco control sobre tu vida y una disposición a culpar a todos los demás excepto a ti mismo. [...] Puedes pasear por una ciudad en la que el 30 por ciento de los jóvenes trabaja menos de veinte horas a la semana y no encontrar a una sola persona consciente de su propia pereza".

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No puede ser más diferente la perspectiva de Jim Goad y su Manifiesto Redneck (Dirty Works, 2017). Hay que advertir que se trata de un libro publicado originalmente en 1997.
Miembro orgulloso de la "Nación de la Basura Blanca", Goad escribe como si fuera una mezcla de Charles Bukowsky y Elmore Leonard, sin el menor respeto por la tantas veces cansina corrección política:
"El multiculturalismo es un club de campo en el que no admite la entrada a la basura blanca. Su negativa a considerar «basura blanca» y «redneck» como términos específicos de raza y clase les obliga a tener que lidiar con un montón de contradicciones que, de no ser tan potencialmente peligrosas, resultarían hasta cómicas. En su pronunciamiento por reparar viejos agravios, quienes se ceban en la basura se explayan sin descanso acerca del primitivismo de la basura blanca al tiempo que ignoran ciertas realidades desagradables del África moderna. Las manifestaciones de la estupidez de la negritud estadounidense se despachan como algo «cultural», mientras que los pecadillos de la basura blanca se condenan como simple y llana imbecilidad. Si un médico negro da la impresión de avergonzarse de los raperos gangsta que se frotan el escroto y de los sudorosos predicadores negros, enseguida se le etiquetará de vendido y de traidor a la raza. Pero cuando es un abogado blanco el que se abochorna de los hillbillies que se rascan las pelotas y de los sudorosos predicadores blancos, su repulsión se considerará absolutamente comprensible. Si un blanco manipula serpientes venenosas para probar su fe en Jesús, es un imbécil. Pero si el tipo es negro y sacrifica pollos vivos para apaciguar a las deidades vudú, lo suyo se respeta como expresión cultural válida".

Lo más interesante del libro es su énfasis en superar los análisis culturalistas que rompen irreversiblemente a las clases populares en función de la variable raza -"Se describe a los rednecks como la personificación del poder blanco, cuando el único momento en que puede que se topen con un blanco poderoso es cuando el jefe les ladra en la fábrica"-, proponiendo por el contrario recuperar la perspectiva estructural, el análisis de clases, para explicar tanto la realidad de las comunidades redneck como las vías para afrontar su posición de desventaja:
"Una fábula de guardería llamada el Sueño Americano (esa promesa de Ratoncito Pérez de un rebosante tarro de galletas gratis para cualquier niño que simplemente logre estirarse lo suficiente para alcanzarlo) ha mantenido a la mayoría de los norteamericanos en la negación amnésica de nuestras rígidas barreras de clase. Unos pocos elegidos jamás han necesitado soñar, mientras la mayor parte ha sido recompensada únicamente con sueños. La idea de que Estados Unidos se autoengaña con lo de ser una sociedad sin clases se ha expresado tantas veces que se ha convertido en un cliché. Pero es un cliché que se nos sigue olvidando.
Mientras la juventud de ahora se ve obligada a saber mucho sobre racismo, lo más seguro es que no puedan decirte una sola cosa sobre la historia del trabajo en Estados Unidos. Y es una lástima, porque les están cebando para el matadero, exactamente igual que a sus antepasados. ¿Nunca os habéis percatado de que la clase obrera blanca ya no es realmente un tema cinematográfico? Solo importa la raza, no la clase. Veréis un montón de Matar a un ruiseñor, pero cada vez menos La ley del silencio. Continuamos flagelándonos con lo de los vaqueros y los indios, pero no sentimos ninguna culpa ante lo que las compañías ferroviarias hicieron a los trabajadores del ferrocarril. No pasará ni un segundo sin que alguien ponga en bucle rollos y más rollos de policías blancos aporreando a tipos negros, pero nunca veréis metraje de los guardias de Pinkerton ametrallando a los mineros del carbón.
La mayor historia de Estados Unidos no es la del racismo, sino la de los recortes. Pero los pintamonas de los grandes medios apenas emiten un mínimo gorjeo acerca de nuestro cada vez más amplio apartheid económico. El privilegio cutáneo es, en buena medida, un mito vendido por quienes se sienten incómodos ante la idea del privilegio de clase. No se trata de la piel, se trata de la clase. No es epidérmico, es jerárquico"
.

Su final no puede ser más épico: "El chorreo de grasa cultural de los años sesenta ya no es aplicable en el siglo XXI. Pero la política de clases sí. El anti-industrialismo también. El individualismo rural redneck, que, en cierto momento se consideró un signo inequívoco de retraso mental, parecerá sensato de cara a la desbordante superpoblación. Hay un montón de filósofos de primera clase ocultos en las colinas, demasiado inteligentes para volver a acercarse siquiera a la ciudad. Hace mutis el progre blanco. Entra en escena el redneck. La vanguardia es la vieja guardia. El East Village es zona muerta. San Francisco es el cráter de un bombardeo. La Orilla Izquierda se ha hundido en el río. La bohemia es tierra quemada. Pero las colinas siguen en pie. MONTANI SEMPER LIBERI". 
¡Ostras, es pura lírica desglobalizadora y recomunizadora!.

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Pero, ¡ay!, el imaginario literario y cinematográfico es tan potente... Tenía pendiente de leer una de las primeras novelas de Cormac McCarthy, publicada originalmente en 1973: Hijo de Dios (Debolsillo-Random House Mondadori, 2009). Terrible visión de las comunidades rurales norteamericanas: pobreza, sexo, violencia, necrofilia...

"El dueño del vertedero había criado a nueve hijas y les había puesto los nombres a partir de un antiguo diccionario médico extraído de los escombros que recogía. Toda esta camada desgarbada, cuyo pelo negro les colgaba por las axilas, estaba ahí sentada en sillas y en cajones, holgazaneando inocentemente día tras día por el pequeño jardín vacío de restos de basura, mientras su agobiada madre las llamaba una por una para que le ayudasen en las tareas de la casa y una por una se encogían de hombros o parpadeaban de forma cansina. Uretra, Cerebelos, Hernia Sue. Se movían como gatos y como gatos en celo atraían a mozos de los alrededores hacia el estercolero, hasta que el viejo empezó a salir por la noche y a disparar con una escopeta al azar, simplemente para aclarar el aire. No era capaz de diferenciar quién era la mayor o qué edad tenían o si deberían salir con chicos o no. [...] Una por una se fueron quedando embarazadas. El padre solía pegarles. La madre no hacía más que llorar. Hubo tres nacimientos aquel verano. La casa se iba llenando poco a poco, las dos habitaciones, la caravana. Dormían desparramados por todos sitios. Una trajo a casa al que se supone que era su marido, pero sólo se quedó un día o dos y después ya no volvieron a verle nunca más. La de doce años comenzó a hincharse".

"Te juro que me cogieron, Lester, aseguró Kirby.
¿Te cogieron?, le preguntó Ballard.
Este es mi tercer año de libertad condicional.
Ballard se quedó mirando la pequeña habitación, el suelo de linóleo y los muebles baratos.
¡Que les den por el culo!, gritó.
¿No es una putada? Nunca pensé que enviarían negros".

"Durante mucho tiempo había llevado consigo la ropa interior de sus víctimas femeninas, pero ahora también le había cogido gusto a eso de ponerse su vestimenta. Una muñeca gótica con ropa mal puesta, la boca de carmín vagando indiferente y brillante en el paisaje blanco".

[2] La segunda conversación entre realidad y ficción es la que se inicia con la lectura de los ensayos sobre vegetarianismo de Tolstói recogidos con el título de El primer peldaño (Kairós, 2017). Ensayos que nos impulsar a repensar todos esos automatismos que sostienen nuestra vida moderna sobre la base de la incontinencia y la desmesura -"No tenemos sueños baratos"-, para recosntruir nuestra existencia desde la moderación y la austeridad:

"Existe una escalera de la virtud, y se debe empezar por el primer peldaño para subir al siguiente; y la primera virtud que debe adquirir una persona si quiere llegar a la siguiente es lo que en la antigüedad llamaban autocontrol o moderación. [...] La abstinencia es el primer peldaño de cualquier vida moral. Pero la abstinencia no es algo que se logre de golpe, sino paso a paso. [...]
¿Qué quiero decir con esto? ¿Que para que una persona sea moral debe dejar de comer carne? En absoluto. Lo único que quiero decir es que para llevar una vida moral es imprescindible un orden determinado de acciones morales [...] y que en este orden la primera virtud sobre la que trabajará será la abstinencia, el autocontrol. Y para lograr este autocontrol, también seguirá inevitablemente un orden determinado, que empezará por la abstinencia en la comida: el ayuno. Y si la persona desea sinceramente llevar una vida moral, de lo primero que se abstendrá es de comer animales, porque -ya sin entrar en cómo esta alimentación excita las pasiones- su uso es directamente inmoral: exige el asesinato y es un acto contrario a nuestra moralidad que nace sólo de la avidez y del deseo de glotonería".

Y del ensayo a la novela: La vegetariana, de la surcoreana Han Kang (:Rata_, 2017). Es uno de los libros que más me han gustado en los últimos tiempos. Lo he leído con absoluta emoción.
Cuenta la historia de Yeonghye, una mujer sin ningún atractivo en particular, que un día decide hacerse vegetariana. Estructurada en tres capítulos, es su marido quien narra esta primera parte de la historia. No sabemos cuál es la razón de este cambio. La protagonista sólo se expresa en contadas ocasiones y hay sueños de sangre y carne consumida. Pero el caso es que su decisión encadena una sucesión de conflictos. No es sólo el hecho de no poder comer carne. Todo su mundo (un mundo construido sobre la carne) se desmorona:
"-¿Qué te pasa?
-Estoy cansada.
-Por eso tienes que comer carne. No tienes fuerzas porque no comes. Antes no eras así.
-Es que...
-¿Qué?
-Hueles.
-¿Huelo? ¿A qué?
-A carne. Tu cuerpo huele a carne.
Me reí con una sonora carcajada.
-¿No me has visto? Acabo de ducharme. ¿Dónde huelo mal?
-Cada uno de tus poros... -respondió ella muy seriamente".

El segundo capítulo, narrado por el marido de su hermana Inhye, parece cambiar de tema. Pero no es así. Obsesionado con su cuñada, ya divorciada, cuerpos pintados de flores se encuentran con una sensualidad extrema, que acabará en una nueva tragedia familiar:
"Esta vez pintó con amarillo y blanco enormes flores desde las clavículas hasta el pecho. Si en la espalda había pintado flores nocturnas, en el pecho iba a pintar radiantes flores diurnas. Un lirio de mañana de color naranja floreció en la concavidad de su vientre y sobre sus muslos cayeron profusamente hojas grandes y pequeñas de color dorado. [...] Viéndola aceptar tranquilamente todo este proceso, le pareció que era un ser sagrado, un ser del que no se podría decir ni que fuera humano ni animal, o quizá un ser que estaba entre la vegetalidad, la humanidad y la animalidad".

El tercer y último capítulo nos encontramos a la protagonista ingresada en un sanatorio psiquiátrico. La descripción del acceso de la hermana de Yeonghye al sanatorio me ha recordado una de las escenas más mágicas de la fascinante película de animación El viaje de Chihiro:
"Después de tomar en la encrucijada el camino estrecho que cruza la pendiente y atravesar un túnel de unos cincuenta metros  de largo, aparece en medio de las montañas el pequeño sanatorio. Aunque la lluvia ha amainado un poco, todavía caen gotas bastante fuertes y continuas. Se inclina para arremangarse los pantalones y ve la hierba carnicera abatida sobre el asfalto. Se acomoda al hombro la tira del voluminoso bolso y, tapándose bien con el paraguas, se encamina hacia el sanatorio".
Por cierto, unas páginas más adelante se hace referencia al autor de esa y de otras inolvidables películas, Hayao Miyazaki. Inspiración...
En este último capítulo, hermosísimo, culmina la historia,:
"-Inhye... Todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos. [...]
-Ya no son un animal -dijo Yeonghye muy bajito, escrutando la habitación vacía, como si estuviera revelando un importante secreto-. Ya no necesito comer. Puedo vivir sin alimentarme. Me basta con el sol".
Precioso relato.

Del ensayo a la ficción, y otra vez al ensayo. La conversación continua con el libro de Frank Dikötter La gran hambruna en la China de Mao (Acantilado, 2017).
Documentadísima investigación sobre la hambruna provocada por la descabellada iniciativa de Mao conocida como "Gran Salto Adelante". Obsesionado por alcanzar el nivel de desarrollo de Gran Bretaña en quince años, la sucesión de errores, ignorancias, violencia, incapacidades, puestas en marcha por las estructuras tiránicas de un sistema tan inepto como corrupto tuvo como consecuencia la muerte de 45 millones de personas entre 1968 y 1962, a causa de la violencia, las enfermedades, los trabajos forzados y el hambre.
Un libro que debería ser de lectura obligada para cualquiera que, con la mejor intención, desee transformar la realidad.

[3] Y termino por ahora con un libro que, él solo, reúne ficción y realidad en una misma historia. Se trata de El valle asesino, de Frank Westerman (Siruela, 2017).
La noche del 21 de agosto de 1986 algo terrible ocurrió en la zona del lago Nyos, en el noroeste de Camerún. Cuando amaneció el día, 1.741 personas, mujeres, hombres y niños, aparecieron muertos, sin que sus cadáveres presentaran signos de violencia. También habían muerto los animales domésticos, así como muchos animales: babuinos, cebúes y pájaros. ¿Cuál pudo ser el motivo? ¿Alguna forma de actividad volcánica? ¿Una bomba destinada a diezmar a la población anglófona? ¿Algún tipo de venganza de los dioses ancestrales?
Vulcanólogos que compiten entre sí, misioneros occidentales, políticos locales, antropólogos, intentan buscar una explicación:

"Ahí, en el mercado de Lower-Nyos, el padre Jaap dice en voz alta, con las manos sobre las mejillas: «Is this no Satan's work?». Suena muy distinto a las palabras de Tazieff: «Le gaz toxique est du gaz carbonique». Los sonidos que ambos emiten son fundamentales, pero los sonidos pertenecen a dos registros incomparables entre sí. Los predicadores del reino de los cielos no se conforman con causas carentes de sentido. Fred, Jaap y Dean se plantean la pregunta más difícil de todas: ¿por qué? Pero ¿también tienen la respuesta?".

"Comprendí que, en el caso de Nyos, el padre Jaap había puesto en marcha esa personificación al preguntarse en voz alta: «Is this no Satan 's work ?». En medio de todos esos muertos en el mercado de Lower-Nyos, Jaap siente la presencia de una fuerza oscura a la que atribuye de inmediato la apariencia del demonio. Por el mero hecho de articular la pregunta, Jaap la está creando. La entrada en escena de Satán cambia radicalmente la representación de los hechos: de pronto, ya no se trata de una extraña pero en esencia simple catástrofe natural". 

"No tenían ninguna fe en los científicos.
-Hablé con unos franceses que lo achacaban todo a un gas. «Ve a contarlo a tus parroquianos», me dijeron. -Si ni siquiera tenemos una palabra para eso -observó Bonaventure-. Tenemos una palabra para el viento, y para el aire, pero no para «gas»". 


"Hubo alguien que había visto venir la venganza del lago, pero ya no podía contarlo: shey Nyasema, el vidente de Upper-Nyos. El viejo Nyasema -solía acudir a diario a la gruta de los murciélagos para meditar- poseía dos pares de ojos: unos normales y visibles, ahí donde los tiene todo el mundo, y otros invisibles, con los que acertaba a ver cosas que permanecían ocultas para los demás. […] El vidente le juró y le perjuró que en el lago se estaba acumulando demasiado rencor. Junto a la gruta de los murciélagos, las hojas del arbusto de los dioses, el nkeng, se habían secado de repente, adquiriendo un color marrón rojizo, y, curiosamente, todas apuntaban en la dirección del lago Lwi, el lago bueno, también conocido como lago Nyos".