Si se negase toda consideración social a los bellacos habría muchos menos. Algunos ocultarían con gran diligencia su rastro en las sendas desviadas de la iniquidad, pero otros violentarían sus conciencias lo bastante para renunciar a las desventajas de la bellaquería en favor de las de una vida honrada. Una persona indigna no teme nada tanto como la negativa de una mano honrada, el golpe lento pero inevitable de una mirada despectiva.
Tenemos granujas ricos porque tenemos personas "respetables" que no se avergüenzan de darles la mano, de que les vean con ellos, de decir que los conocen. En los tales es deslealtad censurarlos; gritar cuando los roban sería confesar su delito y declarar contra sus cómplices.
Uno puede sonreír a un granuja (la mayor parte de nosotros lo hacemos muchas veces al día) si no sabe que es un granuja; pero sabiendo que lo es, o habiendo dicho que lo es, sonreírle es ser un hipócrita, un simple hipócrita o un sicofante de la hipocresía, según la situación en la vida del granuja a quien se sonríe. Hay más hipócritas simples que sicofánticos, porque hay más granujas sin importancia que granujas ricos y distinguidos, aunque cada uno de ellos recibe menos sonrisas. El pueblo norteamericano será saqueado mientras el carácter norteamericano sea como es: mientras sea tolerante con los bellacos afortunados; mientras el ingenio norteamericano haga una distinción imaginaria entre el carácter público de un individuo y su carácter privado, entre su carácter comercial y su carácter personal. En suma, el pueblo norteamericano será saqueado mientras merezca serlo. Ninguna ley humana puede impedirlo, porque eso derogaría una ley más elevada y más saludable: "Recogerás lo que siembras."
Ambrose Bierce, The Collected Works of Ambrose Bierce, Neale Publishing Company, New York/Washington, 1912, vol. XI.
Citado por Robert K. Merton, Teoría y estructura sociales, Fondo de Cultura Económica, México 1992 (3ª edición)