Irene Solà
Canto yo y la montaña baila
Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera
Anagrama, 2019
"Canto a la ladera, a la cumbre, al prado,
a las ortigas, al rosal silvestre, a la zarza.
Canto como si plantara.
como si hiciera una mesa,
como si alzara una casa,
como si trepara a una loma,
como si comiera una nuez,
como si encendiera una brasa.
Como Dios creando animales y plantas.
Canto yo y la montaña baila".
Una novela delicada, hermosísima, fascinante, cuya lectura me ha recordado -a pesar de la abismal distancia generacional que separa a Irene Solà (Malla, 1990) de Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 1885)- la maravillosa El bosque animado. Si aquí el protagonismo era de la fraga de Cecebre, Geraldo y Hermelinda, la bruja Moucha, Fiz de Cotovelo y la Santa Compaña, Furacroyos el topo o Abrenoite el murciélago, en la novela de Irene Solà son protagonistas el Pirineo catalán, Domènec y Sió, el corzo, el oso o la perra Lluna, Jaume, el hijo de los gigantes, y las mujeres de agua, las goges, nuestras ninfas y lamiak, que hacen llover y provocan el rayo que fulmina al desdichado Doménec.
Dotada de una asombrosa capacidad narrativa, la autora nos sumerge en un mundo a la vez plenamente terrenal (hay barro y sangre, miedo, caca, abejorros, sudor...) y profundamente mágico y nos zarandea de una vida a otra, de una muerte a otra, de una familia a otra, de una época a otra, en una sucesión de historias aparentemente inconexas que funcionan como líneas de fuga que acaban por converger, como la microrriza que vincula esas setas (trompetas de los muertos, Craterellus cornucopioides) que en la primera parte del libro parecen convertirse en el coro que enuncia las intenciones de la autora:
"Y recordamos el bosque. Nuestro bosque. Y recordamos la luz. Nuestra luz. Y recordamos los árboles. Nuestros, cada uno. Y recordamos el aire, y las hojas y las hormigas. Porque siempre hemos estado aquí y siempre estaremos aquí. Porque no hay principio ni fin. Porque el pie de una es el pie de todas. El sombrero de una es el sombrero de todas. Las esporas de una son las esporas de todas. La historia de una es la historia de todas. Porque el bosque es de las que no se pueden morir. Que no se quieren morir. Que no morirán porque lo saben todo. Porque lo transmiten todo. Todo cuanto hay que saber. Todo cuanto hay que transmitir. Todo cuanto es. Semilla compartida. La eternidad, cosa ligera. Cosa diaria, cosa pequeña".
Una lectura sumamente placentera.