sábado, 21 de noviembre de 2020

Reflexiones sobre el riesgo y la condición humana

Jon Krakauer
Krakauer esencial. Reflexiones sobre el riesgo y la condición humana
Traducción de Ton Gras y Alberto Delgado
Ilustraciones de Laura Borrás
Planeta, 2020

Jon Krakauer es uno de los más conocidos y reconocidos autores de literatura de montaña o de naturaleza. Periodista y escalador notable, ha firmado libros tan referenciales como Sueños del Eiger (traducción de Juan Pedro Campos, Península, 2001), un conjunto de reportajes sobre escaladas en distintos lugares del mundo; Mal de altura (traducción de Luis Murillo Fort, Suma de Letras, 2001 / Desnivel, 2008), reconstrucción de la mayor tragedia sufrida en la historia de las ascensiones al Everest y en la que se basó la espectacular película de 2015 Everest, dirigida por Baltasar Kormákur; y, tal vez su obra más conocida, Hacia rutas salvajes (traducción de Albert Freixa i Vidal, Ediciones B, 1996), donde narra la historia del joven Chris McCandless, que decidió cortar todos los lazos con su familia y con la sociedad para internarse en una región inhóspita de Alaska, y que dio lugar a una estimable pelicula dirigida por Sean Penn.

Krakauer es también autor de reportajes periodísticos y de libros de temática ajena a la montaña y la naturaleza, como Obedeceré a dios (traducción de José Manuel Álvarez Flórez, Península, 2004), la historia del brutal asesinato de una mujer por dos hermanos, mormones fundamentalistas, que creían actuar por mandato divino, o como Donde los hombres alcanzan toda gloria (traducción de Enrique Maldonado, Capitán Swing, 2015) sobre el caso de Pat Tillman, una joven promesa del fútbol americano que renunció a un contrato millonario para alistarse tras los atentados del 11-S, a pesar de su escepticismo ante la guerra promovida por la administración Bush ("Espero que esta guerra sea más que petróleo, dinero y poder. Pero dudo que sea así"), y que falleció víctima del llamado "fuego amigo".

En los diez artículos que componen el libro que ahora recomiendo nos encontramos con el primer y más conocido Krakauer, con el escritor y deportista capaz de hacernos vibrar con un artículo sobre la práctica del surf de grandes olas ("acelera para cruzar el seno de la ola, se inclina bruscamente para insertar los cantos de la tabla y surca un arco elegante y estrecho mientras la ola se enrosca e intenta engullirlo: un tornado atronador que gira, escupe espuma y aplasta todo lo que hay tras él") o acompañándolo por la salvaje cordillera Brooks, en Alaska, denominada las "Puertas del Ártico".

Pero también podemos leer textos en los que analiza criticamente distintas expresiones de la banalización y mercantilización de las actividades de naturaleza, como la inseguridad con la que desarrollan su trabajo en las expediciones comerciales los sherpas del Everest (hasta el punto de que se plantearon una huelga si el Gobierno nepalí no atendía a sus exigencias) o la proliferación de demandas contra los servicios de guías de montaña y contra las empresas de material de escalada cuando una persona, generalmente sin experiencia, sufre un accidente: 

"En cierto sentido -lamenta un experimentado guía a quien da voz Krakauer- los servicios de guías y los fabricantes de equipo han contribuido a provocar la crisis de la responsabilidad civil minimizando en sus estrategias comerciales los peligros del deporte; saben que les va a costar vender la escalada si lo primero que dicen a la gente es: 'Tiene usted no pocas probabilidades de matarse'. En consecuencia, la gente se dedica a la escalada pensando que es una actividad recreativa más, sin conectar con sus tradiciones, su lado espiritual. Después, sorprendidos cuando sufren un percance, como buenos estadounidenses que son demandan a alguien".

El libro se cierra con el texto de una conferencia pronunciada en 2010, en la que reflexiona sobre la extensión de la desconfianza y el miedo en el mundo actual, frente a la que reivindica una cierta esperanza humilde y prudente o, en sus palabras, una "firme determinación estoica" (por cierto, una disposición muy montañera) que nos permita seguir adelante:

"Predecir el futuro es tarea inútil, por supuesto. Pero con independencia de lo que depare el porvenir, se puede encontrar cierto consuelo en la capacidad de recuperación de nuestra especie. Si el mundo se halla en efecto al borde de una nueva Edad Oscura, al Homo sapiens no le faltarán estrategias para sobrellevarlo. Muchas peronas, por ejemplo, recurren a la religión en momentos difíciles aunque, personalmente, creo que la literatura resulta más eficaz que las sagradas escrituras. Cuando las perspectivas se presentan negras, se puede hacer acopio de valor y confianza leyendo a escritores tan dispares como Tucídides, Walter Bonatti, Annie Proulx y Cormac McCarthy. En caso de extrema necesidad, se consulta a Albert Camus".

Pues qué bien: yo no tengo que elegir entre ambos recursos, me animan los dos, religión y literatura. Y Camus, por supuesto.

Un libro tan entretenido como sabio.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Dos memorias de la guerra de Argelia

Rachid Boudjedra
Los campos de chumberas
Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano
Alianza Editorial, 2014

"Esas chumberas jalonaban nuestras vacaciones estivales con sus tintes cambiantes del verde al pardo rojizo, y su tiesura les confería mayor violencia y autenticidad. Naturaleza en estado puro. Había en ellas algo de los cuadros de Marcel Gromaire y de Fernand Léger... Para nosotros, las chumberas simbolizaban a los eternos custodios del país. A despecho de todo, de los desastres, de las desgracias: ¡hasta del genocidio!".


Dos viejos amigos, que además son primos, coinciden en un avión que comunica las ciudades de Argel y Constantina. Hoy son dos profesionales de éxito, cirujano el uno, arquitecto de prestigio internacional el otro, que en su juventud participaron en la terrible guerra que llevó a su país a la independencia. Durante la hora de duración del vuelo su pasado compartido, en realidad el pasado dramático de todo un país, se hará presente.

Ambos tienen biografías condicionadas por realidades familiares dramáticamente contradictorias: uno, viviendo solo para renegar de un padre y un hermano colaboradores con la metrópoli colonial  ("Omar tenía una única meta en la vida: intentar huir de la confusión inherente a esa realidad falseada, a ese padre colaboracionista y a ese hermano miembro de la OAS"); otro, castigado por la memoria de un padre luchador, heroico, pero egoísta y cruel como un señor feudal ("Cierto es que siempre había sido nacionalista. Cierto que había pasado doce años en los calabozos coloniales. Y, ciertamente, era un erudito, pero también un cabrón de mucho cuidado. No colaboró con el enemigo, como puede que hiciera el padre de Omar, pero fue un hombre cruel y perverso que destrozó a todas sus esposas, a todas sus amantes y a todos sus hijos. Entre ellos yo").

El recuerdo de atentados y matanzas, de guerrillas y torturas, se entrecruza con la vida de dos adolescentes ebrios de vida en una ciudad fascinante, que el autor describe con rasgos totalmente orgánicos: "Debido al mar y a la humedad, Argel se ve a menudo envuelta en una ambigüedad vegetal que aviva las turbulencias de la infancia y los condena al insomnio, en la esquina de una calleja verde o en un porche oscuramente azul en cuyo fondo tintinean los cobaltos de luz y de lascivia que inspira toda casa árabe o judía abierta al día y cerrada a la sombra de los remaches negros que decoran las puertas, y al trazado de los arabescos que adornan las ventanas".

Un libro poderoso, que combina imágenes de puro horror con episodios de intensa sensualidad. Un canto de amor a una ciudad, a un país y a su lucha de liberación, tan exitosa en su resultado, la independencia nacional, como fracasada en el fondo: "Solíamos hablar del fracaso de la Independencia, de la corrupción generalizada y de la lucha de clanes. Entonces nos hacíamos la inevitable pregunta: ¿Cómo la Organización, que durante los siete años de guerra había sido casi perfecta, pudo convertirse en un poder viciado, enriquecido, arrogante y, a la postre, idiota".

El libro, construido sobre un telón de fondo rigurosamente histórico, hace referencia a diversos casos de asesinato, tortura y desaparición de luchadores anticolonialistas, entre ellos muchos de origen francés y pieds-noirs de pura cepa, cuya ideología (generalmente comunista) les llevó a comprometerse con la causa de la independencia. Como Fernand Yveton (en realidad, Iveton), guillotinado el 11 de febrero de 1957, o como Maurice Audin, "un joven y brillante profesor de matemáticas de la Universidad de Argel, militante comunista, [...] detenido el 21 de junio de 1957, torturado, asesinado y enterrado por los paracas de Bigueard en una fosa todavía sin localizar"

Gillo Pontecorvo nos dejó un impresionante testimonio de aquella cruenta historia en su excepcional película La batalla de Argel (1965). 


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Michèle Audin
Una vida breve
Traducción de Pablo Moíño Sánchez
Periférica, 2020

"Las últimas palabras que dijo a mi madre, cuando se lo llevaron los paracaidistas, fueron: 'Ocúpate de los niños'. Fue el martes 11 de junio.
Las últimas palabras que dijo a Henri Alleg cuando sus torturadores los pusieron cara a cara fueron: 'Es duro, Henri'. Fue el miércoles 12 de junio.
Sabemos que después habló con Georges Hadjadj y otros prisioneros, pero las palabras exactas que dijo no las conocemos, la fecha exacta tampoco"
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Por casualidad, había terminado de leer el conmovedor libro que Michéle Audin dedica a seguir las huellas de una vida, la de su padre, truncada a los veinticinco años, cuando al poco empecé la lectura del libro de Boudjedra, en el que también se hace referencia al caso de Maurice Audin. Son esas conexiones imprevistas que nos ofrece la lectura de libros en papel, sin necesidad de links ni hipervínculos.
 
La autora, su hija, nacida en 1954, va a reconstruir la breve pero intensa vida de su padre, remontándose hasta sus bisabuelos paternos ("el encuentro fortuito, improbable, con o sin intervención del demonio de maxwell, de un obrero lionés y de una campesina argelina, de un militar y una criada"), pasando por los lugares en los que el pequeño Maurice vivió su infancia; recupera viejas fotografías, revisa los cuadernos de notas de su padre, recurre a los archivos del registro civil y bucea en los recuerdos de sus familiares, sobre todo en los de su madre. 

Así y todo, son muchas las lagunas a las que se enfrenta y que no puede completar: sus lecturas infantiles, sus juegos, su estatura exacta, si sabía o no nadar, sus gustos musicales, cuándo y cómo dejó de considerarse cristiano, si se tomaba el café solo o le gustaban las espinacas... "Lo que le gustaba, lo que lo hacía reír o temblar tampoco lo sabremos nunca. [...] ¿Le gustaba el olor a madera de los sarmientos que su madre quemaba por la mañana para calentar la leche, en Koléa? ¿O el de las sardinas que la familia freía al fuego, también de sarmientos? ¿Y el del mosto en fermentación en los lagares?". La vida tan tempranamente arrebatada a Maurice Audin se transforma también en un robo definitivo a su hija.

Militante comunista, comprometido con el sueño de "una Argelia independiente y fraterna en la que todos, pieds-noirs y 'musulmanes', vivirían juntos, libres e iguales"; prometedor matemático (también la autora, su hija, lo es) y futuro profesor universitario, a principios de 1957 "estaba acabando de escribir su tesis, que versaba, por utilizar las palabras exactas, sobre 'los operadores lineales entre espacios vectoriales de dimensión infinita, sus núcleos, sus imágenes'". La atroz represión contra el movimiento independentista (vuelvo a recordar la película de Pontecorvo) anuló todo su futuro.

El 2 de diciembre de 1957 se celebró en la Sorbona un acto honorífico en la que se defendió y aprobó, en forzada ausencia de su maladado autor, la tesis doctoral de Maurice Audin.

Los autores de su asesinato jamás fueron investigados ni juzgados. Peor aún, el presunto autor material de su muerte se jubiló en 1981 y fue condecorado con la Legión de Honor.

En 2008, Michèle Audin rechazó este mismo reconocimiento tras la negativa del entonces presidente Nicolas Sarkozy a aclarar la muerte de su padre.

En 2018 el presidente Emmanuel Macron pidió perdón en nombre del Estado francés por este crimen, símbolo de la brutalidad de la guerra de Independencia de Argelia.