sábado, 16 de abril de 2016

Compartir el conocimiento tradicional

A finales de febrero me llamó la atención una brevísima noticia en un periódico titulada “La sabiduría indígena mejoraría Europa”. Como he podido averiguar tras buscar más información, en ella se hacía referencia a un estudio desarrollado por un grupo de investigación de la Universidad Autónoma de Barcelona que durante año y medio ha estudiado sobre el terreno la naturaleza adaptativa de la cultura y los beneficios del conocimiento ambiental local de las comunidades de los Punani Tubu (cazadores recolectores de Borneo), los Baka (seminómadas de la cuenca del río Congo) y los Tsimane (recolectores-horticultores de la Amazonía boliviana). Aunque las sociedades estudiadas parezcan muy alejadas de nuestra realidad, los resultados de la investigación apuntan a formas alternativas de producir y usar el conocimiento que podrían tener una profunda relevancia en nuestras sociedades. 

Estos resultados se pueden resumir en dos grandes ideas. La primera, bastante evidente, es que en las sociedades indígenas aún existentes los individuos que gozan de un mayor conocimiento de los recursos naturales, de sus tradiciones y sus creencias milenarias, tienen una mayor capacidad para obtener alimentos y para proteger su salud. En efecto, como cabe esperar, cuanto mejor se conoce el entorno en el que se vive, mejor se aprovechan las oportunidades que este entorno ofrece. Pero el segundo resultado de la investigación sí me parece más destacable: a pesar de su privilegiada situación, estos individuos con mayores conocimientos no gozan de un mejor estado nutricional o de mayor bienestar general que el resto de miembros del grupo, debido a que en esas sociedades predomina el intercambio de información y el reparto general e igualitario de los recursos. Se trata de conocimientos que, a diferencia de lo que ocurre en nuestras sociedades mercantilizadas, no son concebidos como patrimonio eminentemente personal, como un recurso privado que sirve para mejorar mis opciones individuales, sino como un recurso colectivo, patrimonio de la comunidad, que por lo tanto debe ser compartido para que todas las personas se beneficien del mismo.
Cuando leí esta noticia, lo primero que se me ocurrió fue preguntarme si hacía falta ir tan lejos para poder llegar a conclusiones parecidas. Y me parece que no, que también aquí, en España, en Europa, tenemos un importante caudal de “sabiduría indígena”, de conocimiento tradicional, que merece la pena conocer, recuperar y extender. 
Un buen ejemplo lo encontramos en el libro Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la biodiversidad, publicado en 2014 por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. 
El libro define el conocimiento tradicional como el “conjunto de saberes, valores, creencias y prácticas concebidos a partir de la experiencia de adaptación al entorno local a lo largo del tiempo, compartidos y valorados por una comunidad y transmitidos de generación en generación”. Consecuencia de siglos de adaptación al entorno, estos conocimientos tienen un enorme potencial para afrontar un futuro lleno de incertidumbres, donde la sostenibilidad es el factor clave, por lo que las prácticas tradicionales deberían constituir una referencia clave en la gestión de los territorios donde se han generado y desarrollado. Los autores consideran necesario “documentar estos saberes antes de que desaparezcan para siempre”. Además de esto, yo creo que es necesario también practicar todos estos saberes, valores y creencias. Para que sean futuro, y no sólo pasado.