Hablo de
posibilidad/imposibilidad porque así lo creo. Desde que se hizo pública la convocatoria
del acto he tenido la oportunidad de conversar con personas con
responsabilidades en ambas partes de la divisoria. Todas ellas veían deseable y
posible un acuerdo que, desde narrativas encontradas, consideran ha desembocado
en un imposible y en una situación indeseada.
El día de la
convocatoria, el 14 de febrero, coincidió este año con dos celebraciones bien
distintas: el festejo laico-consumista del día de San Valentín y la celebración
religiosa católica del Miércoles de Ceniza. Apoteosis del amor romántico
comercial, por un lado, llamamiento a iniciar un periodo de reflexión y
arrepentimiento, por otro; que acaba en muerte, eso seguro, y en resurrección,
si se tiene fe. Seguro que las convocantes del acto no tuvieron en cuenta el
santoral, pero no cabe duda de que la coincidencia del mismo con ambas
celebraciones da para más de una consideración (y, seguro, para alguna
sonrisa). Otra vez el travieso Schrödinger haciendo de las suyas.
La asamblea del 14
fue convocada por “Gente preocupada por esta división”, etiqueta poco precisa
en términos de identificación externa pero sumamente exacta como declaración de
intenciones. Hasta el miércoles solo conocía a dos de las personas convocantes y
ambas son eso, “gente”, en ese sentido luminoso que irrumpió con Podemos en la
conversación política española y que tanto molestó a… otra gente. No es nuevo, ya
ocurrió con el concepto “pueblo”. Pero, a lo que iba: que la convocatoria del
14 ha sido iniciativa y, por lo que vamos viendo, está siendo recogida por
gente que, como hace una década, reclama otra forma de hacer política, más
atenta al afuera que a los adentros de los partidos y coaliciones.
Porque de eso se
trata de hacer otras políticas y de hacerlo de otra manera, con otras formas. Se ha dicho estos
días
que en Euskadi no hace falta un nuevo partido porque el espacio que ocupó
Podemos ya está repartido entre un PSOE que "ha podido desplegar todo el
arsenal político, económico y social para cubrir con el Estado a los más
vulnerables" y una EH Bildu que "se ha institucionalizado, se ha
convertido en un partido útil y sin mochilas y ha suspendido el énfasis
maximalista en el debate territorial priorizando las preocupaciones sociales de
la ciudadanía". No estoy de acuerdo.
Porque no es cierto, en
absoluto, que las personas más vulnerables tengan cubiertas sus necesidades (que son, no lo
olvidemos, las mismas que las nuestras). En cuanto a EH Bildu, si bien ha
“podemizado” su discurso y su práctica, sigue siendo una fuerza profundamente
nativista, como se deduce de esta reflexión de
Arnaldo Otegi
en 2017: “tengo la impresión de que últimamente ha habido un cierto despiste:
el motor del proceso de liberación de este país es la cuestión nacional. Otra
cosa diferente es que, desde el punto de vista social, queramos construir un
estado y que este sea un estado socialista, pero no podemos perder el punto de
vista esencial que es el motor de lo que ha sido la lucha de este país, que es
la cuestión nacional. Si perdemos el pulso ahí, nos vamos a perder en el camino”.
Por cierto, también decía esto: “Si conquistáramos un estado independiente, a
nosotros nos daría igual que el hegemónico fuera el PNV durante los siguientes
veinte años”.
No creo que aquel
espacio que abrió Podemos en 2015 y 2016, superando los límites que antes
habían habitado Ezker Batua y Euskadiko Ezkerra, esté ocupado. Tal vez
coyunturalmente, pero cambiarán las tornas: EH Bildu tirará de aritmética y
volverá a fijar su futuro en Lizarra y el PSOE, que
nunca se ha librado de su pulsión
socioliberal,
aplicará la “doctrina Ábalos” y el mercado se impondrá a los derechos sociales.
En épocas
distintas, con estrategias diferentes y hasta encontradas, en Euskadi hay una
larga experiencia de identificación, definición, construcción, defensa y,
también, derribo, de un “quinto espacio” con resonancias
de política cuántica o, dirán algunos, de política-ficción. Un espacio que
tiene historia pero, sobre todo, futuro. Por todo el mundo surgen nuevas
divisiones sociales y políticas en las que identidad(es) y clase se
interseccionan de manera conflictiva, muchas veces explosiva. Se acumulan las
evidencias que permiten hablar del surgimiento de un nuevo sistema de élites
múltiples (multi-elite party
systems) en el que las personas con más formación tienen a votar a la izquierda,
la élite económica vota a la derecha y las clases populares, con menos
educación y menos renta, no se sienten representadas por la agenda de la
izquierda ilustrada, derivando cada vez más hacia la abstención o hacia el
populismo nativista xenófobo. En un escenario articulado por los ejes
igualdad-desigualdad y nativismo-internacionalismo necesitamos construir un
bloque internacionalista-igualitario, una identidad y una
propuesta política capaz de defender, también en los espacios locales, un
programa feminista, decolonial, decrecentista y gaiano, capaz de
conciliar los intereses de clase junto con los de la humanidad pluriversa y los
del planeta.
En Euskadi ese
espacio tiene dos elementos de organicidad fundamentales: Ezker Anitza-IU y
Equo-Berdeak. Ambas organizaciones deben ser el basamento para la
(re)construcción de una propuesta política comunalista, de la gente y para la
gente. Una propuesta que empiece por romper, como ya han hecho acertadamente
Podemos y Sumar con sus candidatas Miren Gorrotxategi y Alba García, con esta
tendencia a la machosfera política que ni el rejuvenecimiento de caras ha
podido o querido evitar: Pradales y Esteban, Otxandiano y Matute, Andueza y
López. Como el “Soberano”, aquí la política sigue siendo cosa de hombres.
Una de las escenas
más divertidas de la película El buen
patrón (León de Aranoa, 2021) es esa en la que el protagonista,
excepcionalmente interpretado por Javier Bardem, alardea en una cena de ser un
hombre hecho a sí mismo, a lo que su mujer le recuerda que, en realidad, la
empresa la montó su padre y él la heredó. “A ver, hay que estar ahí”, replica este
para no apearse del meritocratismo.
Las actuales
direcciones de Sumar y Podemos en Euskadi han heredado las respectivas empresas
políticas que ahora gestionan. Han estado “ahí”, ciertamente. Pero si en otros
tiempos, cuando actuaba el “ciclo político”, había estares
que por sí mismos ya eran muy meritorios, hoy no ocurre lo mismo. La clave que
distingue la nueva de la vieja política es el cómo y el para qué se ocupa un
cargo, y, particularmente, la aceptación tranquila de que los cargos de
responsabilidad política se ocupan no como premio sino como compromiso en
respuesta a la herencia generosa de luchas colectivas, y que lo que toca es
hacer avanzar la empresa común o apartarse y buscar otro lugar desde el que
seguir colaborando. A poder ser un lugar que no esté fuera ni, mucho menos, en
contra del proyecto común. Que el problema de la izquierda nunca ha sido, no
nos engañemos, la diversidad, sino la uniformidad. La diversidad es nuestra
riqueza, pero hay que saber vivirla y degustarla. El problema no es la
proliferación de siglas (Frente Judaico Popular, Frente Popular de Judea,
Frente del Pueblo Judaico, Frente Popular del Pueblo Judaico, Frente Popular de
Judea, Unión Popular) sino la incapacidad de apreciarla: “¡Disidentes!”
Desde el optimismo
de la buena voluntad, pero sin ingenuidades, personalmente recibí la
convocatoria para el acto del 14 de febrero como una oportunidad (otra vez) no
para revivir un amor que, seguramente, nunca existió, pero sí para iniciar
(otra vez) un proceso de reflexión crítica que no acabe en la muerte (otra vez)
de un proyecto sociopolítico esencial para nuestro(s) país(es).
Y ya nos dirán,
quienes tengan la posibilidad de abrir la caja, qué ha sido del gato. Ojalá le
quedé alguna de sus siete vidas.