Me preocupa que la ciberdemocracia sea de peor calidad que la democracia realmente existente. Leo los comentarios que se hacen a diario a las noticias publicadas en las ediciones digitales de los diarios y me agobio. Apenas hay opinión argumentada y cuando la hay enseguida se ve pisoteada por el insulto, por el exabrupto, por la afirmación dogmática. Opiniones escritas lanzadas como piedras.
¿Es el anonimato? ¿Es la distancia? Recuerdo aquello que decía el etólogo Konrad Lorenz en su estudio sobre la agresión: la agresividad humana es infinitamente mayor que la de cualquier otro animal porque los humanos hemos perfeccionado la técnica de agredir a distancia.
El desencanto, el cabreo incluso, con el funcionamiento de la democracia real alimenta demasiado el crecimiento de la blogosfera ciudadana. Cuando esta se nutre del compromiso cívico, del dolor por lo que se está perdiendo en nuestra política y nuestra sociedad civil, fortalece nuestras debilitadas democráticas. Pero cuando la blogosfera se convierte en el espacio de la desafección un alarmante aristrocratismo -cuando no un peligroso autoritarismo- emerge por doquier.
¿Exagero? No lo sé, ójala; pero la preocupación no me la quita nadie.
Me ha encantado leer este texto:
"El ciudadano ilustrado es hoy el verdadero bárbaro, se ha quedado fuera de la ciudad por mantener un deseo extemporáneo de urbanidad. Si se mira en el espejo, descubre en el fondo de sus ojos un mar revuelto por inquietudes bárbaras. Defender la razón ilustrada en medio de la cultura occidental es hoy una manía lunática.Pero también es una necesidad. Hay animales herbívoros que se empeñan en seguir comiendo hierba. Hay ciudadanos que conservan un apego impertinente a la ilusión ilustrada. Están condenados a convivir con sus inquietudes bárbaras y lo mejor que pueden hacer es asumirlas con una melancolía optimista, o con un pesimismo ilusionado. Deben evitar por todos los medios convertirse en unos cascarrabias. Llegan a casa, encienden la televisión, escuchan la radio, leen el periódico, siguen el curso de las polémicas intelectuales y de los debates sociales, y se sienten conmovidos, con un ánimo que pasa de la indignación al naufragio y de la perplejidad al sentimiento de extranjería. Cada cual tiene sus mecanismos de defensa.Yo, por ejemplo, suelo escribir mis preocupaciones para defenderme de mí mismo. Resulta demasiado fácil ser injusto en los estados silenciosos de indignación, llegar a las manos con las sombras, insultar a los fantasmas, ir más lejos de lo razonable persiguiendo estantiguas. Escribir sirve para controlarse, para darle un orden a las emociones, una disciplina a los malos pensamientos, un lugar a los otros. Escribir es una forma de mantenerle el respeto al mundo. Escribo mis inquietudes de bárbaro sin mayores pretensiones, sólo para andar por casa. Ni más ni menos.La escritura resulta útil para opinar, criticar, defender posiciones. A los bárbaros de hoy nos ayuda, sobre todo, a saber hasta dónde podemos llegar, sin convertirnos en unos cascarrabias, sin ser irracionales por culpa de la razón, injustos por necesidad de justicia, huraños por pura voluntad de convivencia. La escritura pone las cosas en su sitio, enseña a callar, a borrar, a no decir todo lo que se piensa, a intuir lo que está bien que los demás alcancen a leer, a buscar la comprebsión propia y ajena. Los defectos nacen con frecuencia en el seno de la virtud. Se puede ser injusto o errático en nombre de la verdad. La disciplina de la escritura ayuda a controlar los excesos de la propia escritura, el impulso de llevar al extremo el rigor de las opiniones, un impulso que se acentúa en épocas de crisis, hasta el punto de implantarse como una condición de la voz crítica. Difícil tarea la de disentir sin acomodarse a los márgenes".Intentaré aplicármelo. No pudo prometer más que esto.