El cielo de medianoche
Traducción de Carles Andreu
Blackie Books, 2020
"De repente ardía con la determinación de encontrar otra voz. En el fondo de su mente siempre había contemplado la posibilidad de que hubiera supervivientes pero, aunque le hubieran importado lo suficiente como para buscarlos, el aislamiento del observatorio hacía que cualquier contacto de esa índole resultara logísticamente imposible. Aun en el caso de que lograra encontrar un reducto de humanidad, no tendría forma de llegar hasta allí. Y, sin embargo, de pronto lo que parecía importante era justamente la conexión. Era consciente de que tenía muy pocos números: lo más probable era que no encontrara nada, o casi nada. Sabía que nadie acudiría a rescatarlos ni a descubrirlos. Y, no obstante, notaba el impulso de aquella nueva sensación, aquel inaudito sentido del deber, la determinación de encontrar otra voz".
Augustine es un astrónomo anciano y enfermo que ha decidido quedarse en el observatorio del Ártico canadiense en el que se encuentra destinado para su última misión científica. Todo el personal de la base había sido evacuado un año antes, pero él no ha querido hacer lo mismo, asumiendo que su decisión de quedarse era definitiva, que nadie volvería a buscarle: "La verdad era que Augustine no tenía a nadie junto a quien regresar. Y allí, por lo menos, no había nada que se lo recordara". Por cierto, la evacuación tiene que ver con "algo catastrófico [que] estaba sucediendo en el mundo exterior", pero la autora no nos dará más detalles. Lo que sí sabemos es que no hay forma de comunicar por radio con el exterior: "Era como si, de pronto, no hubiera transmisores de radio en el mundo, o tal vez no quedara nadie capaz de usarlos".
Iris es una niña de unos ocho años, silenciosa y observadora, que aparece en el observatorio uno o dos días después de la evacuación. ¿Será que alguien se la olvidó allí en el ajetreo del desalojo de la base, como si de una suerte de Solo en casa ártico se tratara? El caso es que nadie regresará a recogerla, de manera que Augustine tendrá que cuidar de ella "como si fuera un animal doméstico (no sabía hacerlo de otra manera), con una bondad torpe, pero si fuera de otra especie".
Sully es una de las seis tripulantes de la nave espacial Aether, la primera que ha consegido llegar hasta Júpiter y sus lunas. Un exigente viaje de dos años de duración, separados de sus familias. En el vuelo de regreso a la Tierra se han encontrado, repentinamente, con que han perdido la comunicación con el centro de control de la misión: "Los receptores seguían recibendo los murmullos espaciales de costumbre, procedentes de los cuerpos celestes situados a millones de años luz. La única que no decía nada era la Tierra".
Son los tres personajes principales de una historia emocionante que reflexiona sobre la incomunicación y las relaciones afectivas, sobre la necesidad del contacto y sus costes personales. Dos peripecias vitales (la de Augustine y la de Sully) que discurren en paralelo durante la mayor parte del relato para adoptar al final una forma asintótica en la Iris resulta sorprendentemente esencial.
Un final abierto para una obra que me enganchó desde la primera página. Cosa que no ha ocurrido con su versión cinematográfica, de la que desconecté en los primeros minutos. Tendré que concederme una segunda oportunidad.