sábado, 18 de septiembre de 2010

No me llames extranjero

Desgraciadamente, hoy en Europa la realpolitik no nos permite distinguir entre liderazgos de izquierda y de derecha.
Convertido en realpopulismo, este realismo pervertido alimenta la peor política-basura y amenaza con llevarse por delante cualquier atisbo de ese humanismo constitutivo de la mejor tradición europea, "a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona, así como la libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de Derecho".


Por eso hay reivindicaciones que, por su fondo y por su forma, son hoy más imprescindibles que nunca.
Buenismo, lo considerarán algunos. Nada de eso.
Aplicación estricta de la inapelable advertencia realizada por José María Ridao:


"El discurso político e intelectual debería estar atento a detectar cuándo se inicia esa sucesión de errores fatales que afectan a los fundamentos de la convivencia, y que nos van privando poco a poco de las opciones en las que todavía es posible el humanismo y la piedad, en las que todavía la vida de un solo individuo sigue siendo más valiosa que todas las doctrinas, para dejarnos al final del recorrido ante dilemas para los que el sufrimiento y la devastación no cuentan ya".



martes, 14 de septiembre de 2010

Si los peces pudieran gritar

Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton. Entre sus libros figuran Animal Liberation (Liberación animal), Practical Ethics (Ética práctica), In Defense of Animals (En defensa de los animales) y The Life You Can Save (La vida que podemos salvar). He leído su artículo "If Fish Could Scream" (Si los peces pudieran gritar) en la página de Project Syndicate y me ha hecho reflexionar.
Planteamientos similares referido a la carne animal me han llevado a reducir al mínimo el consumo de este alimento, pero nunca me había planteado de la misma manera la cuestión del pescado.


SI LOS PECES PUDIERAN GRITAR

Cuando era niño, mi padre solía llevarme a caminar a lo largo de un río o a la playa. Pasábamos junto a gente que pescaba, tal vez enrollando carretes de hilos con peces luchando en sus extremos. Una vez vi a un hombre sacar un pez pequeño de un cubo y atravesarlo, mientras todavía se meneaba de un lado para el otro, con un anzuelo vacío para usarlo como cebo.
En otra ocasión, cuando el camino nos llevó a un tranquilo curso de agua, vi a un hombre sentado que observaba su línea, al parecer en paz con el mundo, mientras los peces que había pescado se agitaban en vano a su lado, dando bocanadas en el aire. Mi padre me dijo que no entendía cómo alguien podía disfrutar de un tarde sacando peces del agua y haciéndoles sufrir una muerte lenta.
Estos recuerdos de niñez volvieron de pronto cuando leí Worse things happen at sea: the welfare of wild-caught fish ("Peores cosas ocurren en el mar: la situación de los peces capturados en mar abierto") un revelador informe aparecido el mes pasado en fishcount.org.uk. En la mayor parte del mundo se acepta que, si se ha de matar animales para fines de alimentación, debería ser sin sufrimiento. Por lo general, las normativas de los mataderos exigen que se haga que los animales queden inconscientes de manera instantánea antes de matarlos o, en el caso de las matanzas rituales, tan cerca de lo instantáneo como lo permitan los preceptos religiosos.
No ocurre así en el caso de los peces. No existen normativas sobre la forma de matar los peces capturados en el mar ni, en la mayoría de los lugares, para los de las piscifactorías. Los peces capturados por las redes de los barcos de arrastre se lanzan sobre la cubierta del barco hasta que mueren por sofocación. Atravesar peces vivos con anzuelos para usarlos como cebos es una práctica comercial normal: la pesca de línea larga, por ejemplo, usa cientos o hasta miles de anzuelos en una sola línea que puede tener entre 50 y 100 kilómetros de largo. Cuando los peces muerden el anzuelo, lo más probable es que queden atrapados por horas antes de que se retire la línea.
De manera similar, la pesca comercial depende a menudo de las redes de enmalle, murallas de finos entramados en los que los peces quedan atrapados, con frecuencia por las agallas. Pueden morir por asfixia en la red porque, con las agallas oprimidas, no pueden respirar. Si no ocurre así, pueden quedar atrapados durante muchas horas antes de que se retiren las redes.
Sin embargo, la revelación más estremecedora del informe es la enorme cantidad de peces sobre los que los seres humanos infligen estas muertes. Alison Mood, autora del informe, calculó la que bien puede ser la primera estimación sistemática del tamaño de las capturas globales de peces de mar abierto, al usar los informes de tonelajes de las distintas especies de peces capturados y dividir por el peso promedio estimado de cada especie. Calcula que está en el orden de un billón, aunque podría llegar a ser 2,7 billones de peces.
Para poner esto en perspectiva, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima que cada año se mata 60 mil millones de animales para consumo humano, lo que equivale a cerca de nueve animales por cada ser humano que habita el planeta. Si tomamos la estimación más baja de Mood, de un billón, la cifra comparable para los peces es 150. Esto no incluye los miles de millones de peces que se capturan de manera ilegal ni los que se capturan por accidente y terminan siendo desechados, ni los peces que se atraviesan con anzuelos para ser usados como cebo.
Muchos de estos peces se consumen indirectamente: se los convierte en harina de pescado que sirve de alimento a granjas industriales de pollos o piscifactorías. Una salmonera típica consume de 3 a 4 kilos de peces de mar abierto por cada kilo de salmón que produce.
Supongamos que toda esta pesca es sostenible, aunque por supuesto no lo es. Sería reconfortante creer que matar a una escala así de grande no tiene importancia porque los peces no sienten dolor. Sin embargo, sus sistemas nerviosos son lo suficientemente similares a los de los pájaros y los mamíferos como para sugerir que sí lo sienten. Cuando los peces experimentan algo que podría causar dolor físico a otros animales, se comportan de maneras que sugieren dolor, y el cambio de comportamiento puede durar varias horas. (Es un mito el que los peces tienen sólo memoria de corto plazo). Los peces aprenden a evitar experiencias desagradables, como los choques eléctricos. Y los analgésicos reducen los síntomas del dolor que de lo contrario mostrarían.
Victoria Braithwaite, profesora de actividades pesqueras y biología de la Universidad Estatal de Pensilvania, probablemente ha dedicado más tiempo a estudiar este tema que ningún otro científico. Su reciente libro Do Fish Feel Pain? (¿Sienten dolor los peces?) muestra que los peces no sólo son capaces de sentir dolor, sino que son mucho más inteligentes que lo que la mayor parte de la gente cree. El año pasado, un panel científico de la Unión Europea llegó a la conclusión de que la mayor parte de la evidencia indica que los peces sí sienten dolor.
¿Por qué son los peces las víctimas olvidadas de nuestra mesa? ¿Porque tienen sangre fría y están cubiertos de escamas? ¿Porque no pueden dar voz a su dolor? Sea cual sea la explicación, se están acumulando evidencias de que la pesca comercial causa un nivel inimaginable de dolor y sufrimiento. Necesitamos aprender a capturar y matar los peces de mar abierto de una manera humana o, si eso no es posible, encontrar alternativas menos crueles y más sostenibles que los reemplacen en nuestra dieta.



lunes, 13 de septiembre de 2010

Parecidos razonables

EL CORREO, en su sección "100 noticias del siglo", recogía una semblanza de Margaret Thatcher ilustrada con la siguiente foto:



No soy fiestero y ni siquiera soy de Bilbao, pero al verla me acordé de inmediato de MARIJAIA.



domingo, 12 de septiembre de 2010

¿Gratis total?

EL CORREO abre hoy con un amplio reportaje sobre las reivindicaciones de las principales asociaciones vecinales de Bilbao. Me sorprende leer una afirmación de la portavoz del PNV en el Consistorio bilbaíno, Ibone Bengoetxea, quien no cree que las demandas ciudadanas influyan demasiado en las urnas: «Las reivindicaciones vecinales ni dan ni quitan [votos]», dice.



Al leerlo he recordado dos informaciones relacionadas que publicó EL MUNDO el pasado 24 de julio.
Según la primera de ellas, una encuesta elaborada para la Diputación alavesa otorgaba al PNV la victoria en las elecciones forales de 2011, que se convertiría en la primera fuerza del territorio, a pesar del "caso de Miguel". ¿Tal vez porque el 45% de los ciudadanos alaveses cree que los casos de corrupción que afectan al territorio es un fenómeno generalizado? ¿Acaso porque el 60% de los alaveses ni siquiera ha tenido conocimiento de "algún problema interno en la Diputación"?


La segunda información se hacía eco de la opinión vertida por un experto del Banco Central Europeo sobre la no existencia de asociación o vínculo ninguno entre la ejecución de una reforma laboral o un ajuste presupuestario y los resultados electorales:

"Es muy importante contarles a los políticos: 'No temas que esto te va a costar las elecciones, porque no existe asociación de ajustes presupuestarios fuertes y castigo político en popularidad o pérdida de votos' [...] Si uno sigue viviendo del prejuicio de que existe esa relación, realmente puede no estar beneficiando a un país ni beneficiando a sus propias posibilidades como grupo político".


Las razones (y las pasiones) del voto no son inexcrutables, pero sí muy complejas.
Pero en política no existe el "gratis total": todas las decisiones políticas van acompañadas de su correspondiente factura.
Otra cosa es quién la pague, que no siempre es quien la hace.