miércoles, 25 de diciembre de 2024

Carnicero

Joyce Carol Oates
Carnicero
Traducción de Núria Molines Galarza
Alfaguara, 2024
 
"Juel era la paciente más desgraciada que teníamos; había sobrevivido a varias cirugías y se aferraba con terquedad a su miserable vida, como si quisiera fastidiarme; estaba tan hecha polvo, tan malnutrida, tan marchita que se parecía más a un murciélago de gran tamaño que a un ser humano, por lo que ya no sabía qué uso razonable darle como sujeto experimental; siempre me desafiaba, pues daba igual el órgano infectado que se le extirpara, nada parecía curarle la locura. No obstante, como médico cristiano que era, no podía dejar traslucir mi indiferencia. Además, la ley del laboratorio era que no llamaran a ningún facultativo salvo a mí, incluso en situaciones de emergencia, pues no quería que ningún miembro del personal médico entrara en mi coto privado y metiera las narices en mis investigaciones personales".


Joyce Carol Oates es una autora conocida por su extraordinaria habilidad para explorar las complejidades psicológicas y sociales de sus personajes. En Carnicero esta tradición se mantiene con una narrativa que mezcla la ficción con referencias a problemáticas reales en torno a la salud mental y su vínculo con los sesgos de género.

En la época en la que se desarrolla la novela, los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XIX, la medicina estaba (aún más) impregnada de nociones patriarcales. Las mujeres que experimentaban problemas de salud mental eran frecuentemente diagnosticadas de "histeria", una condición supuestamente relacionada con un desequilibrio en el útero u otros órganos sexuales femeninos. Inspirada en teorías de médicos como Jean-Martin Charcot y Sigmund Freud, la idea de que la salud mental de las mujeres estaba intrínsecamente ligada a su fisiología era utilizada para justificar tratamientos que iban desde la restricción física hasta cirugías invasivas, como la extirpación de ovarios (ooforectomías) para "curar" la histeria:
 
"En la escuela de medicina nos enseñaban, y la experiencia lo ha demostrado en gran medida, que las mujeres son más proclives a la locura que los varones, pues la fuente de la histeria está en el útero. Las lágrimas sobrevienen a las féminas con más facilidad, tengan la edad que tengan; como apuntó Aristóteles, las lágrimas de la mujer presentan una «textura más liviana y menos sustancial» que las de los varones. En ellas, las emociones surgen de los órganos específicamente femeninos, mientras que en el hombre surgen de la parte cerebral. Existía entonces la firme convicción de que el comportamiento inmoral y delictivo era consecuencia de la degeneración de ciertas razas y linajes familiares, por lo que la esterilización de mujeres que presentaban casos graves era una parte inevitable de la carrera de algunos médicos a los que se les confiaban responsabilidades de salud pública, según indicaba el mandato estatal.
Ya cuando era un joven aprendiz lleno de entusiasmo me parecía que un procedimiento plausible para tratar la histeria podría ser extirpar el órgano causante del mal por medio de una cirugía, por lo que esperaba proseguir esa vía de investigación una vez me estableciera en el manicomio de Trenton [...]."
 
Joyce Carol Oates profundiza en este marco histórico y lo introduce en la narrativa de la novela, reflejando con realismo el trato que recibían las mujeres (todas, pero muy especialmente las mujeres pobres y racializadas) en instituciones psiquiátricas, en las que sus problemas mentales (reales o supuestos) eran diagnosticados como desviaciones morales o sexuales, más que como condiciones psicológicas legítimas. Los tratamientos a los que estas mujeres eran sometidas están descritos de tal forma que, en ocasiones, resulta difícil continuar leyendo determinados párrafos.

Las y los protagonistas de la historia son el doctor Silas Aloysius Weir, director durante treinta y cinco años del “Manicomio Estatal de Lunáticas de Trenton”, en Nueva Jersey; una de sus pacientes predilectas, Brigit Agnes Kinealy, una inteligente joven albina y sordomuda, inmigrante irlandesa, “contratada” como sierva del manicomio a la edad de cinco años por su desgraciada madre, que llegó a convertirse en ayudante de Weir; y otra mujer inmigrante, en este caso alemana, Gretel, experta comadrona y enfermera gracias a su práctica en Trenton, donde llevaba ya años atada igualmente por un leonino “contrato de servidumbre”

El doctor Weir, personaje ficticio, guarda evidentes parecidos con Silas Weir Mitchell y J. Marion Sims, figuras destacadas en la medicina estadounidense del siglo XIX, cuyo legado está marcado tanto por sus contribuciones como por las controversias éticas por sus prácticas médicas.
 
Silas Weir Mitchell (1829-1914) fue un médico y neurólogo estadounidense conocido principalmente por la creación de la llamada "cura de reposo" (rest cure). Esta terapia se dirigía especialmente a mujeres diagnosticadas con condiciones como "histeria" o "agotamiento nervioso" y consistía en aislamiento social, reposo absoluto en cama y una dieta rica en lácteos. Las mujeres bajo este tratamiento tenían prohibido leer, escribir o realizar cualquier actividad mental o física que pudiera "estresarlas". Aunque Mitchell afirmaba que esta terapia era efectiva, muchas mujeres, como la ensayista y socióloga Charlotte Perkins Gilman en El papel pintado amarillo (1892), criticaron la experiencia como profundamente deshumanizante y opresiva:

"Si un médico de prestigio, que además es tu marido, asegura a los amigos y a los parientes que lo que le pasa a su mujer no es nada grave, sólo una depresión nerviosa transitoria (una ligera propensión a la histeria), ¿qué se le va a hacer?
Mi hermano, que también es un médico de prestigio, dice lo mismo.
O sea, que tomo no sé si fosfatos o fosfitos, y tónicos, y viajo, y respiro aire fresco, y hago ejercicio, y tengo terminantemente prohibido «trabajar» hasta que vuelva a encontrarme bien.
Personalmente disiento de sus ideas.
Personalmente creo que un trabajo agradable, interesante y variado, me sentaría bien. Pero ¿qué se le va a hacer?
Durante una temporada sí que escribí, a pesar de lo que dijeran; pero es verdad que me agota bastante. Tener que llevarlo con tanto disimulo, a riesgo de topar con una oposición firme...
A veces me parece que en mi estado, con algo menos de oposición y más trato con la gente, más estímulos... Pero John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi estado, y confieso que hacerlo me produce siempre malestar. 
[...] Es muy atento, muy cariñoso, y casi no me deja dar un paso sin intervenir.
Me ha preparado un horario con indicaciones para cada hora del día. John se ocupa de todo, y claro, yo me siento una mezquina y una desagradecida por no valorarlo más.
Dijo que si habíamos venido a esta casa era exclusivamente por mí, que aquí tendría reposo absoluto y todo el aire que se puede respirar"
- El empapelado amarillo, traducción de Jofre Homedes Beutnagel, Lumen, 2001.
 
Como puede verse, nos encontramos ante una patologización de los comportamientos emocionales o creativos de las mujeres como una forma de control social, a los que se respondía con procedimientos y terapias presentados como "soluciones médicas", pero diseñados para reprimir la autonomía femenina. La cura de reposo patologizaba la creatividad y la independencia femeninas, interpretando cualquier desviación de los roles tradicionales de género como una enfermedad mental. Y esto, que ya es grave, en el caso de mujeres de clase alta, blancas y de buena familia. El destino de las otras mujeres, de las empobrecidas, de las racializadas, de las condenadas a esclavitud y a servidumbre, era infinitamente más atroz.
 
Aquí es cuando entra en juego el otro médico en el que se ha inspirado Oates para construir el personaje de Weir: James Marion Sims (1813-1883), conocido como el "padre de la ginecología moderna" por haber desarrollado, entre otras, técnicas quirúrgicas como la intervención de las hasta entonces incurables y gravemente incapacitantes fístulas vesicovaginales. Pero su trabajo está profundamente ligado a la explotación de mujeres esclavizadas, a quienes utilizó como sujetos experimentales sin su consentimiento. Sims realizó múltiples cirugías ginecológicas experimentales en mujeres esclavizadas, a menudo sin anestesia, justificando que las mujeres negras eran menos sensibles al dolor:
 
"La histerectomía se iba a llevar a cabo sin anestesia, ni siquiera con gotas de morfina, pues no se consideraba que una intervención tan insignificante fuese a ser dolorosa, no para alguien tan insensible, una bruta de lengua pérfida; de hecho, si las circunstancias lo permitían, tal vez el cirujano le extirpara la (infectada) lengua".
 
Aunque Joyce Carol Oates no cita a Mitchell o Sims, sus prácticas están claramente referenciadas de manera conceptual y narrativa. Los temas centrales de la novela -la patologización de las mujeres, la cosificación del cuerpo femenino, la violencia institucional y la desconexión entre médicos varones y pacientes mujeres, la falta de consentimiento de las pacientes, tratadas como sujetos de experimentación en lugar de individuos y, sobre todo, la crueldad disfrazada de avance médico- evocan los métodos históricos de ambos médicos.
 
En la novela Weir se prodiga en el uso de procedimientos médicos brutalmente invasivos, desde una mirada absolutamente deshumanizante de las mujeres sobre las que interviene, reducidas a la condición de “espécimen”, “ejemplar” o "sujeto", mujeres sin nombre ("la idea de que esas desgraciadas tuvieran nombre era tan penosa"), pacientes categorizadas como "nulas", de manera que en caso de fallecer "podía dejar de existir en los registros del manicomio; se la enterraba en el mismo cementerio que antes, pero sin nombre". De manera que si Weir se veía a sí mismo como un cirujano benefactor y "padre de la ginopsiquiatría moderna", sus pacientes lo veían de otra manera: como el "Carnicero Manos Rojas".
 
La maestría de Joyce Carol Oates radica en su capacidad para entrelazar historias personales con comentarios sociales. La novela se convierte en un espejo de las prácticas de una época que, si bien parece lejana, resuena con problemáticas actuales en torno a la autonomía femenina y la salud mental, y, más en profundidad, en la crítica a un sistema médico patriarcal cuyas prácticas son extensión de un deseo más amplio de controlar la sexualidad y el comportamiento de las mujeres.
 
El legado de Silas Weir Mitchell y James Marion Sims ha sido objeto de un escrutinio intenso en las últimas décadas, en el contexto de los debates sobre ética médica, feminismo y racismo sistémico. En particular, Sims utilizó a mujeres esclavizadas, como Anarcha, Lucy y Betsey, para desarrollar técnicas quirúrgicas sin anestesia. Estas mujeres no dieron su consentimiento y fueron sometidas repetidamente a procedimientos extremadamente dolorosos, mientras Sims perfeccionaba sus técnicas. Su trabajo refleja cómo la ginecología moderna fue construida sobre prácticas de explotación, un hecho que ha llevado a una reevaluación crítica de su estatus como el "padre de la ginecología moderna".

Fuente: BBC

Durante años, Sims fue honrado con estatuas y memoriales, como la que estuvo en Central Park en Nueva York. Sin embargo, en 2018, esta estatua fue retirada debido a las protestas de militantes feministas negras que denunciaron la glorificación de un hombre que infligió tanto sufrimiento. En su lugar, se ha reivindicado a tres de sus víctimas, las únicas cuyos nombres conocemos, Anarcha, Lucy, y Betsey, como las verdaderas "Madres de la Ginecología".


En Carnicero Joyce Carol Oates no solo documenta una época oscura de la medicina, sino que también nos invita a reflexionar sobre cómo estas actitudes persisten en formas más sutiles. La novela puede ser leída como una crítica al legado de médicos como Mitchell y Sims, quienes, en nombre del avance científico, perpetuaron sistemas de opresión patriarcal, colonial y de clase. En el contexto contemporáneo este debate sigue siendo crucial, ya que las disparidades en el tratamiento médico de mujeres y minorías siguen siendo un problema. La novela opera, de este modo, como un recordatorio literario de la importancia de luchar por un sistema médico ético, igualitario y respetuoso con el valor de cada persona.
 
Por cierto, la época en la que transcurre la narración fue también un tiempo en el que "Estados Unidos era un hervidero de conspiraciones y sueños de revuelta, de motines", una época en la que brotaba por doquier "la afilada emoción de la revuelta"... Y hasta aquí puedo contar.

domingo, 22 de diciembre de 2024

En la cabaña

Gabrielle Filteau-Chiba
En la cabaña
Traducción de Luisa Lucuix Venegas
Minúscula, 2024
 
"Cuando hollé esta tierra por primera vez, caí rendida ante su encanto, tanto que liquidé sin dudarlo mis haberes en la ciudad para precipitarme hacia lo desconocido del regreso a las fuentes. El sueño de vivir en el territorio, de revisitar nuestras raíces quebequesas y la frugalidad, sobre todo. A orillas del río, unos manzanos y una cabaña exenta de comodidades habían sobrevivido a los rigores del tiempo y al abandono. El agua del pozo, límpida y fresca, sabía a madera de coníferas. Estaba también ese silencio que abría paso por la noche a la coral de animales salvajes y al crujir de las hojas de los álamos temblones. Millares de estrellas y un pedazo de vela como única iluminación. Las estrellas más hermosas de mi vida comenzaron aquí, creando en este lugar un islote acorde con mis valores. Simplicidad, autonomía, respeto por la naturaleza. Tiempo para meditar sobre lo que de verdad importa".
 
En lo profundo de los bosques de Kamouraska, en el Canadá québécois, esta breve pero intensa novela nos sumerge en una experiencia literaria profundamente introspectiva en la que la naturaleza no es solo un telón de fondo, sino un personaje en sí mismo, con su propia voz y temperamento, que pone a prueba la voluntad, la vulnerabilidad y la resistencia de la protagonista.
 
Anouk es una mujer joven que abandona la vida urbana para refugiarse en una cabaña aislada, en busca de autenticidad y reconexión con lo esencial. Desde el principio, el relato construye una atmósfera de soledad que no solo es física, sino también emocional. Con su prosa lírica, Gabrielle Filteau-Chiba nos invita a sentir el crujir de la nieve bajo los pies de Anouk, el eco del viento entre los árboles y el latido del fuego en la chimenea. Su estilo, lleno de detalles sensoriales, no solo nos transporta al paisaje gélido del bosque ártico, sino que también nos permite adentrarnos en el mundo interno de la protagonista, para la que la cabaña se convierte en un espacio ambiguo: a ratos, un santuario de libertad y autodescubrimiento; en otros momentos, un lugar asfixiante, que refleja sus dudas y miedos. Gabrielle Filteau-Chiba maneja este dualismo con maestría, explorando temas universales como el feminismo (¡feminismo "rural"!), la relación con la naturaleza y la lucha por la autonomía.

El deseo de Anouk por tener compañía masculina en está presentado con naturalidad y humor ("Mis tres deseos para el genio de la lámpara: Troncos que ardan hasta el alba. Un camisón de piel de oso polar. Que Robin de los Bosques llame a mi puerta"), como una necesidad afectiva y física que a veces la desestabiliza. La relación entre este deseo y su voluntad de autonomía es un aspecto esencial de la novela. Lejos de contradecirse, ambos aspectos coexisten, mostrando que la independencia no está reñida con el anhelo de compañía. Más bien, Anouk se enfrenta al desafío de encontrar un equilibrio entre su necesidad de afecto y su determinación de no depender de nadie más que de sí misma. Este conflicto interno la lleva a reflexionar sobre lo que significa ser libre como mujer en un mundo que, a menudo, espera que las mujeres busquen su identidad a través de los demás, especialmente de los hombres.
 
Una novela que invita a la reflexión, una narración tan envolvente como el bosque en el que se desarrolla. Un canto a la simplicidad, la soledad elegida, la conexión con la tierra y el anhelo de libertad, todo ello en un relato que es a la vez crudo y hermoso. Una Thoreau ecofeminista.

"¿Qué perdemos exactamente cuando abandonamos, papá? Dejé Montreal porque ya no aguantaba esos despertadores que nos levantan al alba ni el paso militar de los impermeables que desfilan por las aceras, cohortes de cornejas macabras con cara de funeral hacia un trabajo en la calle de mañana. Por la tarde, los trabajadores agotados engullen pastillas y malas noticias delante del televisor. Abandona, ¿no sería cerrar os ojos ante la banalidad de nuestra existencia?".

Kamaraka, Mugarriluze y Goikogane

Nunca había subido a estas cumbres desde Llodio, siempre desde Arrankudiaga. Me ha encantado. He salido a las 8:30 desde el barrio del Manzanal (154 m). Tras unos pocos metros por la carretera que lleva hasta el Yermo de Santa Lucía he cogido la senda Errekabieta, que transcurre por el angosto barranco Iñarrondo, con sus resultonas escaleras y pasarelas de madera, hasta la zona de Mintegieta, con su calero, y la ermita de San Antonio. Desde ahí, por terreno bastante bien marcado, he subido al Kamaraka (797 m), Mugarriluze (735 m) y Goikogane (702 m). La bajada se me ha complicado un poco y he tenido que cambiar de ruta sobre la marcha y volver a Mintegiueta, terreno ya conocido, aunque me ha supuesto alargar un buen rato el camino. Desde ahí he regresado al Manzanal por la carretera, llegando al coche a las 12:25 h.
 






 




























Este gallo me ha atacado por la espalda. Sí, este. Lo que no sabía es que tenía enfrente a un gallo rojo 😉







Gallarraga, collado Pagero y Ganekogorta.


Kamaraka.

Mugarriluze y Goikogana desde Kamaraka.
Mugarriluze.
Goikogane.