martes, 13 de mayo de 2014

Crisis y castigo

Las situaciones de crisis económica son momentos idóneos para impulsar dinámicas dirigidas a recomponer las relaciones sociales, particularmente las relaciones de fuerza entre los distintos grupos sociales. Siempre ha sido así. Nada mejor que una buena crisis, ya sea “real o percibida”, para imponer una agenda de reformas a una población en estado de 'shock'. También la actual crisis se ha revelado como un colosal dispositivo disciplinario construido en torno a la idea de austeridad presentada como un relato moral. En su libro Austeridad: Historia de una idea peligrosa (Crítica, 2014), Mark Blyth, profesor de economía política de la Universidad de Brown, caracteriza así este relato disciplinador y moralizante:

“«Hemos gastado demasiado», dicen los que se hallan en la cima económica, desdeñando con notable despreocupación el hecho de que ese «dispendio» no ha sido sino el coste de tener que salvar sus activos con las arcas públicas. Y al mismo tiempo, lo que esas personas que viven de forma muchísimo más holgada que el común de los mortales y que muestran muy poco interés en contribuir al pago de los platos rotos le están diciendo a los ciudadanos que ocupan las posiciones inferiores de la escala de la renta es que tienen que «apretarse el cinturón»”.

Anglófono de formación pero francófilo de corazón por muchas cosas, yo confiaba en poder seguir diciendo eso de que “siempre nos quedará París”. Pero empujada por su nuevo primer ministro Manuel Valls, Francia ha sido la última en sucumbir ante este discurso moral-disciplinador: “No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades”, ha sentenciado el franco-catalán, haciendo pasar por ejercicio de responsabilidad lo que no es otra cosa que una rendición definitiva, con armas y bagajes, del socialismo galo. Por cierto: parece que Valls acompañará a Elena Valenciano en un acto electoral en Barcelona el próximo día 21, en el que pedirán “un giro en la política económica en Europa”. ¿Giro hacia dónde? No creo que Valls sea el mejor compañero de viaje si el socialismo español aspira a reencantar a su electorado más crítico.