jueves, 20 de octubre de 2011

El final de ETA... tan al final

¿Cómo no va a ser buena la noticia? Por favor... Lo es, es una buena noticia. Es la noticia que esperábamos. Pero, sobre todo, es la noticia por la que tanto hemos luchado. ETA ha reconocido su derrota. Mañana puede ser el primer día de nuestra vida sin ETA, después de tantos días; después de toda la vida. ¿Que por qué entonces no salto de alegría? ¿Te parezco escéptico?
Creo que si Brassens hubiese incluido en su Mala reputación una estrofa referida al terrorismo, diría algo así: "En el día del final definitivo del terrorismo, yo recuerdo a todas sus víctimas".
Es una noticia maravillosa, que solo tiene un "pero": que se haya producido ahora. Claro que sólo "ahora" podía producirse. Lo que quiero decir es que debía haberse producido ahora-hace-mucho-tiempo.




En el año 2000 tuve la ocurrencia (y Luis Haranburu la locura) de publicar un librito titulado Columnas vertebradas. Reproduzco un fragmento de su introducción, pues tal vez así me pueda hacer entender mejor:




Suele decirse que no hay nada más viejo que un periódico del día anterior. También suele recomendarse no pensar o, en caso de no poder aguantarse las ganas, nunca poner por escrito lo pensado. La primera es una advertencia a los lectores; la segunda, a los autores. Este libro desafía ambas advertencias.
Tengo que decirte, lectora o lector que ojeas esta introducción antes de tomar la decisión de llevarte contigo el libro, que todo lo que en él vas a encontrar ha aparecido ya en los periódicos de días anteriores. Se trata de una selección de columnas de opinión escritas desde principios de 1997 y publicadas por el diario El País en su edición para el País Vasco. He escogido sólo colaboraciones relacionadas con lo que en alguna ocasión en que el hartazgo hacía mella en mi ánimo he llamado la cosa nostra: todo eso que, por recurrir a denominaciones que más adelante serán convenientemente matizadas pero que de entrada nos permiten entendernos, se ha conocido como la cuestión vasca o el conflicto vasco. He dejado fuera aquellas otras columnas en las que abordaba cuestiones sobre economía, empleo, exclusión, cultura, ecología, etc.; cuestiones, por cierto, no menos nuestras.
En cuanto a la segunda advertencia –no pensar o, por lo menos, no escribir-, llevo veinte años largos haciendo lo contrario. Victor Urrutia, amigo y compañero de fatigas universitarias, suele decir que, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los lugares, el hecho de vivir en este querido país nos ha obligado a muchos a pagar un peculiar impuesto reflexivo vasco, nos ha forzado a intervenir en unos debates y a utilizar unas herramientas (el artículo periodístico) a los que, seguro, en unas circunstancias distintas no nos hubiésemos acercado.
En mi caso hace ya veinte años que recurrí al periódico para expresar mi opinión sobre algunas de las cosas que ocurrían en nuestro país. Concretamente, fue un 23 de octubre de 1979 cuando el diario Deia tuvo a bien publicarme una carta al director en la que criticaba algunos aspectos de la campaña de prensa organizada por HB pidiendo la abstención ante el referéndum estatutario que se celebraría dos días más tarde. Por lo que parece, lo que motivó aquella carta fue la indignación que sentí ante el eslógan que acompañaba la referida propaganda: “Recuerda, la luz sólo sale de la confrontación civilizada”. En un año tan terrible como aquel, cuando ETA asesinó casi a 80 personas, la apelación a la confrontación civilizada fue la gota que colmó mi particular vaso. A esa carta siguieron otras.
Años después (no sé exactamente cuando, aunque aparecen en un cuaderno fechado en diciembre de 1986), escribía unos torpes versos en los que volvía a insistir en algo que me ha atormentado siempre: ¿cómo se puede convivir con la violencia, cuando esa violencia es ejercida en nuestro nombre? El poema, sin título, decía:

y así mi tierra se volvió de sangre
sirimiri rojo
nuevo condimento
plazas encharcadas
katiuskas
paraguas
paladar que cambia
sangre tinta al vaso
de los txikiteros
sangre roja al verde
de nuestras praderas
sangrería enorme
sangruna tremenda
sangrena caníbal
santa sangre madre
de los niños muertos
sangría profunda
regando la calle
sangre se hizo sangre
mi gente
por quedarse en casa
bajo los tejados
cuando las primeras gotas
comenzaban

¡Mira por dónde! Rebuscando entre mis papeles han ido apareciendo viejos escritos. Bueno, rectifico: los escritos no son viejos, nada de eso, son muy jóvenes; hay escritos casi adolescentes. El que empieza a estar viejo soy yo. De hecho, creo que no he conseguido finalizar un poema desde hace diez años, aunque también es verdad que en todo este tiempo son pocos los que he comenzado. Pero por aquellos años escribía cosas como esta:

Nunca es pronto para decir basta / pues decirlo / tenerlo que decir / implica / que ha ocurrido ya lo que no debió ocurrir / lo que debió evitarse. / Nunca es pronto para decir basta. / Si hay que decirlo / ya es tarde.

O como esta otra, un largo poema titulado "A pesar de tu muerte (o tal vez por ella)", dedicado a Yoyes, del que entresaco algunas estrofas:

Ya está llegando el día de los días / el día del cuchillo enmohecido / el día de las deudas perdonadas / el día del disparo detenido.
Venceremos el miedo / te aseguro / que ese día venceremos el espanto / y a un día despejado dará paso / esta noche asesina del futuro.
Y no habrá ya disculpas para nadie / para el cobarde ni para el tirano / para el que ordena ni para el que calla / para el que elige ni para el que ejecuta.
Volveremos a vernos sin caretas / nos reconoceremos en las plazas / y mantendremos lo que nos distingue / sin convertirlo en lo que nos separa.

Te pido disculpas, amiga o amigo lector. Te has acercado con cautela a mis columnas periodísticas y si te descuidas te endoso un centón de mediocres poemillas. Pero descuida, este será el último; titulado "Ronda de la bala", tómalo como una concesión a la nostalgia:

A la rueda rueda / de la bala fría / rueda que te rueda / la bala asesina.
La bala no queda / parada en un sitio / no queda, que vuela /
buscando lo mismo.
Bala voladora / verdugo de niños / cruel balita ciega / esclava de instintos.
Bala de la tregua / nunca respetada / bala siempre presa / de la misma rabia.
Bala compañera / del café con leche / bala mañanera / noticia de muerte.
Feroz bala vieja / ¿no habrá quién te enfrente / a la historia negra /
que hasta hoy te mantiene?

En fin: no sé si este país habrá ganado un mediano columnista, pero de lo que estoy seguro es de que no ha perdido un buen poeta. He traído a colación todas estas historias sólo para indicar que siempre he procurado tener opinión y, cuando he podido y como he podido, la he hecho pública. Lo he considerado un precioso deber ciudadano. Y así han pasado veinte años.


Veinte años que ahora son 31. Aquel libro contenía también esta dedicatoria:



El 10 de abril de 1999 nació nuestra hija Naia. Naia (nahia) significa voluntad, deseo, intención. En dialecto suletino, el hablado en Zuberoa, significa (esta vez sin “h”) ola y, la verdad, mirar a un bebé es como mirar el mar: siempre parece igual pero en cada momento es diferente. Aunque dejar atrás la violencia no es lo mismo que superarla, quiero creer que Naia ha nacido en un País Vasco que mira definitivamente hacia la paz. A ella va dedicado este libro.
Y de una existencia que nace a la vida a otra que se consagró a la defensa incondicionada del derecho a la vida durante los peores tiempos de la violencia. También se lo dedico a todas esa buenas gentes que han creado y sostenido, desde aquel lejano 1986, la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria. Si las sociedades tienen algo así como una ética colectiva, Gesto por la Paz ha sido la más clara emanación ética de la sociedad vasca.


Hace ya 31 años. Tal vez ahora me comprendas cuando te digo que es una noticia maravillosa, pero que...