Lo siento, de verdad que no tengo especial fijación por Ibarretxe, pero es que ayer se ha lucido y los diarios de hoy se hacen eco de sus declaraciones, unas más o menos chirenes, como la que recojo en el comentario anterior, otras directamente nauseabundas, como esta a la que me refiero ahora. Puede leerse en EL PAÍS de hoy, en las páginas dedicadas al País Vasco. Son extractos de una intervención de Ibarretxe. en la localidad de Basauri:
"Cuidado, ya veis cómo se acercan", advirtió el propio Ibarretxe, citando la encuesta hecha pública ayer por su Gobierno, en un mitin en Basauri. Y el objetivo de los que vienen es "disolver la identidad vasca en la española como un azucarillo en el agua", añadió.
Entre 1897 y 1898 Sabino Arana escribió una comedia en tres actos titulada "De fuera vendrá...", en la que arremete contra los "maketos" que, como extranjeros invasores, arrebatan a los vascos lo que es suyo. "De fuera vendrá... quien de tu casa te echará".
Jose Luis de la Granja, historiador de la UPV, fue quien descubrió investigando en el Archivo de Salamanca la existencia de esta obra de Arana, obra que según ha dicho este investigador, no figura en la edición de las obras completas de Sabio Arana impulsada por el nacionalismo vasco. Un nacionalismo vasco que se empeña en contextualizar la doctrina aranista, en particular su aberrante etnicismo xenófobo, en un tiempo histórico muy distinto del actual.
Y uno puede hasta entender este esfuerzo de contextualización justificadora del pensamiento de Arana. Pero, ¿qué decir del aranismo de Ibarretxe?
"Cuidado, ya veis cómo se acercan". Quien debería ser lehendakari de todos llega al final de su tiempo político ejerciendo de lo único que sabe: de pastor del rebaño nacionalista que alerta contra la llegada del lobo maketo.
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
sábado, 21 de febrero de 2009
Ibarretxe perdido en un bucle espacio-temporal
Leído hoy en PÚBLICO: "Madrid está hoy igual que en el siglo XIV, a 500 kilómetros de Euskadi". Lo ha dicho Ibarretxe. En cambio, gracias a su gestión al frente del Gobierno Vasco, hoy Gasteiz está a sólo 2 kilómetros de Bilbao, Bilbao a 37,5 milímetros de Donostia, y esta a no más de 9 metros de Gasteiz. Eso sí: después de dos legislaturas nefastas en manos del peor lehendakari de nuestra historia, y de seguir gobernados por él, las vascas y los vascos nos encontraríamos a 500 millones de kilómetros de distancia los unos de los otros, incapacitados para alcanzar acuerdos de convivencia básicos.
martes, 17 de febrero de 2009
Entrevista
Adjunto el enlace a una entrevista publicada en la revista de pensamiento cristiano 21RS. Lo de la edad es un error, no coquetería.
http://www.zinio.com/pages/21RS/Nov-08/312898524/pg-24
http://www.zinio.com/pages/21RS/Nov-08/312898524/pg-24
lunes, 16 de febrero de 2009
Berrikuntza Sarea, Red para el Cambio. Sociedad civil en acción. Red de creedores, no de creyentes o de crédulos. vascas y vascos de todo pelaje: vascos sólo vascos, vascos no nacionalistas, vascos vasquistas, vascos más que españoles, vascos tanto como españoles, vascos menos que españoles, vascos que ni fu ni fa, vascos y vascas que sobre todo son (somos) internacionalistas o lesbianas o de izquierdas o amantes del jazz. Vascos comprometidos con este país, tanto que muchos de ellos han dado su vida por él. Enredadoras, enredadores. Red para el Cambio.
http://www.red.paraelcambio.org/
http://www.red.paraelcambio.org/
TUVIMOS UN SUEÑO, TENEMOS UN PROYECTO
Tuvimos un sueño, el de construir una patria vasca amable y cívica. Hemos hecho mucho por hacerlo realidad. Hoy vemos que ese sueño corre peligro. Seguramente es por eso por lo que ahora estamos aquí, formando parte de esta Red para el Cambio.
“Una nueva misión sustituía a la vieja: construir la comunidad que soñábamos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas”. Este era el espíritu con el que Stefan Zweig viajó a América del Sur en el verano de 1936, cuando la Europa humanista y democrática comenzaba a desgarrarse por las costuras de España. Por aquellos días Zweig aún confiaba en la posibilidad de salvar el sueño europeo, universalista y cosmopolita, de las garras de quienes empezaban a ahogarlo en la barbarie del guerracivilismo. Al fin y al cabo, las semillas de ese sueño se habían salvado a pesar de todas las ocasiones en las que el árbol de la libertad, la tolerancia y el humanismo, había sido atacado por el hacha del fanatismo. “Siempre habrá alguien que recordará la obligación espiritual de retomar la vieja lucha por los inalienables derechos del humanismo y de la tolerancia”, escribía Zweig al final de su imprescindible Castellio contra Calvino.
También en Euskadi hemos soñado una comunidad construida desde sus raíces bajo la advocación del humanismo y la tolerancia. La hemos soñado y hemos trabajado duramente por hacer realidad ese sueño. En esta tarea nos hemos enfrentado al que, según señala José Ramón Recalde, es el principal problema que tenemos los vascos: el hecho de ser una sociedad con un alto grado de identidad pero con un mínimo grado de vertebración. Con la Constitución y el Estatuto pactamos un imprescindible acuerdo de integración como solución estable para conseguir esa vertebración de otra manera imposible. Gracias a ese pacto nuestras identidades diversas han podido expresarse en un clima de convivencia. Pero desde hace una década, desde que Ibarretxe accedió a la Lehendakaritza, esa vertebración se ha vuelto cada vez más precaria de la mano de una irresponsable política de reforzamiento de la identidad nacionalista.
“¿Ustedes qué nación defienden, la española o la vasca?”. Esto era lo que Ibarretxe espetaba en su réplica a Patxi López desde la tribuna del Parlamento Vasco en un debate de política general. ¡Dios mío, qué hartazgo! No hemos avanzado nada desde aquella tonadilla que me cantaba mi querida abuela y que decía así: “Cómo quieres que una luz alumbre dos aposentos, cómo quieres que yo sea vasco y español a un tiempo”. Que la cantara mi abuela tiene un sin fin de explicaciones, pero ¡qué nos la siga cantando hoy en día aquel que debería haber sido lehendakari de todos! Pero no. Lleva diez años trazando la línea que separa a los vascos-vascos de quienes sólo lo somos, en el mejor de los casos, administrativamente. Siempre sometidos a la sospecha de defender otra nación.
La construcción nacional de Euskadi impulsada por el nacionalismo ha fracasado en la tarea de configurar un espacio público común, pactado, donde encontrarnos para convivir en libertad y en paz. Una concepción exclusivista de la identidad vasca, que identifica esta con la identidad nacionalista, mantiene como reivindicación del Pueblo Vasco lo que, en todo caso, es la reivindicación partidaria del nacionalismo vasco, apropiándose de los sentimientos y de los compromisos de todos. Y ha provocando una perversa deriva de los afectos, los sentimientos y las emociones: estamos cada vez más lejos de querer nada en común, y estamos cada vez más cerca de dejar definitivamente de querernos.
Ya está bien de despreciar el compromiso por la Euskadi autogobernada de todos los vascos no nacionalistas, vascos vasquistas, vascos más que españoles, vascos tanto como españoles, vascos menos que españoles, vascos que ni fu ni fa, vascos y vascas que sobre todo somos internacionalistas o lesbianas o de izquierdas o amantes del jazz. Vascos comprometidos con este país, tanto que muchos de ellos han dado su vida por él.
Es por eso que una nueva misión debe sustituir a la vieja misión nacionalista: construir la comunidad de los vascos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas. Y el primer paso en esta misión no puede ser otro que el de consolidar entre todas y todos un espacio común para la libertad y los derechos en cuyo seno podamos desarrollar nuestras variadas (y variables) identidades y experimentar nuestros particulares afectos.
Esta compleja pluralidad de identidades y pertenencias es la que nos lleva a considerar como indeseable cualquier proyecto político que busque el cierre de Euskadi sobre sí mismo. Sólo la existencia de una sociedad autogobernada que forme parte activa de marcos políticos más amplios e inclusivos evitará la tentación de una gestión homogeneizadora de esa pluralidad. En esto consiste, para mí, la actual encrucijada vasca. En saber si el Nosotros vasco del mañana va a ser más estrecho o más ancho que el de hoy, más homogéneo o más plural, más “nosotros-solos” o más “nosotros-con-otros”.
Y es cierto: defendemos otra nación. Pero no una nación hipostasiada, vasca o española, al margen de su concreta realización. Defendemos nuestro sueño. El sueño de una patria vasca que Imanol cantaba así: “Nire euskaltasuna baso bat da, eta ez du zuhaitz jenealogikorik. Nire euskaltasuna bide bat da, eta ez du zaldizkorik. Nire euskaltasuna bertso bat da, eta ez du txapelik. Nire euskaltasuna pekatu bat da, eta ez du mea-kulparik”.
Todavía hoy esa vasquidad, esa patria vasca sin árboles genealógicos, caballeros ni txapelas sigue siendo un proyecto. Pero ya está mucho mas cerca de convertirse en una realidad.
“Una nueva misión sustituía a la vieja: construir la comunidad que soñábamos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas”. Este era el espíritu con el que Stefan Zweig viajó a América del Sur en el verano de 1936, cuando la Europa humanista y democrática comenzaba a desgarrarse por las costuras de España. Por aquellos días Zweig aún confiaba en la posibilidad de salvar el sueño europeo, universalista y cosmopolita, de las garras de quienes empezaban a ahogarlo en la barbarie del guerracivilismo. Al fin y al cabo, las semillas de ese sueño se habían salvado a pesar de todas las ocasiones en las que el árbol de la libertad, la tolerancia y el humanismo, había sido atacado por el hacha del fanatismo. “Siempre habrá alguien que recordará la obligación espiritual de retomar la vieja lucha por los inalienables derechos del humanismo y de la tolerancia”, escribía Zweig al final de su imprescindible Castellio contra Calvino.
También en Euskadi hemos soñado una comunidad construida desde sus raíces bajo la advocación del humanismo y la tolerancia. La hemos soñado y hemos trabajado duramente por hacer realidad ese sueño. En esta tarea nos hemos enfrentado al que, según señala José Ramón Recalde, es el principal problema que tenemos los vascos: el hecho de ser una sociedad con un alto grado de identidad pero con un mínimo grado de vertebración. Con la Constitución y el Estatuto pactamos un imprescindible acuerdo de integración como solución estable para conseguir esa vertebración de otra manera imposible. Gracias a ese pacto nuestras identidades diversas han podido expresarse en un clima de convivencia. Pero desde hace una década, desde que Ibarretxe accedió a la Lehendakaritza, esa vertebración se ha vuelto cada vez más precaria de la mano de una irresponsable política de reforzamiento de la identidad nacionalista.
“¿Ustedes qué nación defienden, la española o la vasca?”. Esto era lo que Ibarretxe espetaba en su réplica a Patxi López desde la tribuna del Parlamento Vasco en un debate de política general. ¡Dios mío, qué hartazgo! No hemos avanzado nada desde aquella tonadilla que me cantaba mi querida abuela y que decía así: “Cómo quieres que una luz alumbre dos aposentos, cómo quieres que yo sea vasco y español a un tiempo”. Que la cantara mi abuela tiene un sin fin de explicaciones, pero ¡qué nos la siga cantando hoy en día aquel que debería haber sido lehendakari de todos! Pero no. Lleva diez años trazando la línea que separa a los vascos-vascos de quienes sólo lo somos, en el mejor de los casos, administrativamente. Siempre sometidos a la sospecha de defender otra nación.
La construcción nacional de Euskadi impulsada por el nacionalismo ha fracasado en la tarea de configurar un espacio público común, pactado, donde encontrarnos para convivir en libertad y en paz. Una concepción exclusivista de la identidad vasca, que identifica esta con la identidad nacionalista, mantiene como reivindicación del Pueblo Vasco lo que, en todo caso, es la reivindicación partidaria del nacionalismo vasco, apropiándose de los sentimientos y de los compromisos de todos. Y ha provocando una perversa deriva de los afectos, los sentimientos y las emociones: estamos cada vez más lejos de querer nada en común, y estamos cada vez más cerca de dejar definitivamente de querernos.
Ya está bien de despreciar el compromiso por la Euskadi autogobernada de todos los vascos no nacionalistas, vascos vasquistas, vascos más que españoles, vascos tanto como españoles, vascos menos que españoles, vascos que ni fu ni fa, vascos y vascas que sobre todo somos internacionalistas o lesbianas o de izquierdas o amantes del jazz. Vascos comprometidos con este país, tanto que muchos de ellos han dado su vida por él.
Es por eso que una nueva misión debe sustituir a la vieja misión nacionalista: construir la comunidad de los vascos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas. Y el primer paso en esta misión no puede ser otro que el de consolidar entre todas y todos un espacio común para la libertad y los derechos en cuyo seno podamos desarrollar nuestras variadas (y variables) identidades y experimentar nuestros particulares afectos.
Esta compleja pluralidad de identidades y pertenencias es la que nos lleva a considerar como indeseable cualquier proyecto político que busque el cierre de Euskadi sobre sí mismo. Sólo la existencia de una sociedad autogobernada que forme parte activa de marcos políticos más amplios e inclusivos evitará la tentación de una gestión homogeneizadora de esa pluralidad. En esto consiste, para mí, la actual encrucijada vasca. En saber si el Nosotros vasco del mañana va a ser más estrecho o más ancho que el de hoy, más homogéneo o más plural, más “nosotros-solos” o más “nosotros-con-otros”.
Y es cierto: defendemos otra nación. Pero no una nación hipostasiada, vasca o española, al margen de su concreta realización. Defendemos nuestro sueño. El sueño de una patria vasca que Imanol cantaba así: “Nire euskaltasuna baso bat da, eta ez du zuhaitz jenealogikorik. Nire euskaltasuna bide bat da, eta ez du zaldizkorik. Nire euskaltasuna bertso bat da, eta ez du txapelik. Nire euskaltasuna pekatu bat da, eta ez du mea-kulparik”.
Todavía hoy esa vasquidad, esa patria vasca sin árboles genealógicos, caballeros ni txapelas sigue siendo un proyecto. Pero ya está mucho mas cerca de convertirse en una realidad.
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