lunes, 8 de enero de 2024

Tres encuentros con Mario

 


TRES ENCUENTROS CON MARIO

Imanol Zubero



[I] Cuando Alberto me propuso colaborar en este número de Grand Place dedicado a recordar a Mario respondí inmediata y agradecidamente que sí. Porque Mario ha sido el aventurero cuerdo que encarnó (con todas sus contradicciones, sus muchísimas luces y sus algunas sombras) aquella aventura loca que fue Euskadiko Ezkerra, de la que formé parte y que explica en gran parte el tipo de recorrido sociopolítico que he hecho a lo largo de mi vida.

Pero, a la hora de ponerme a escribir, me he dado cuenta de que la tarea no iba a ser sencilla. Porque ha pasado mucho tiempo y en ese tiempo han ocurrido muchas cosas, claro. Pero, sobre todo, porque Mario era para mí, antes de conocerlo, “un ser de otro mundo, un animal de galaxia”, como canta Silvio Rodríguez. Lo era por la influencia de quienes me introdujeron en EE: mis primos Iñaki y José Mari, y sus amigos Eusebio y Carmelo; todos habían militado en EIA y para todos ellos Mario, a quien conocían personalmente, era su referencia política esencial.

A falta de ese conocimiento personal, mi primer Mario fueron sus escritos, especialmente el Arnasa número 7 titulado "La lucha de clases en Euskadi (1939-1980)”, publicado posteriormente por la editorial Hordago. Lo leí cuando empezaba la carrera de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de Deusto. Es cierto que lo que en este escrito se decía sobre “las dos ETAs” me incomodaba (el 23 de octubre de 1979 yo había publicado en Deia una carta al director criticando la posición de HB ante la violencia) pero en el análisis que hacía Mario descubrí una mirada a la política vasca que se diferenciaba de los discursos habituales.

Lo que quiero compartir aquí son tres de mis encuentros con Mario. Los tres tuvieron lugar en Vitoria-Gasteiz y en los tres se manifiesta, creo, esa personalidad de aventurero cuerdo que, tal vez, se vio superado por unas aventuras demasiado locas.



[II] El primer encuentro tuvo lugar en el Salón de Grados de la Facultad de Filología de la UPV/EHU en Gasteiz, el 9 de mayo de 1992. Se trataba de una reunión del Biltzar Ttipia, del que yo formaba parte. En el IV Congreso de Leioa, en febrero de 1991, me había vinculado a la ponencia impulsada por Javier Olaverri con el maravilloso título de “No hay remedio mágico contra la calvicie”. La evidencia de que tanto los grupos de compañeras y compañeros organizados en torno a las ponencias “Renovación Democrática” y “Auñamendi” daban por amortizado el proyecto autónomo de EE y de que el primer grupo, triunfador del Congreso, daba pasos acelerados hacia la convergencia con el PSE-PSOE, nos había movilizado a muchas y muchos impulsando distintas iniciativas -reuniones de debate, recogida de firmas, artículos en prensa y, por supuesto, mucha actividad interna- desde la convicción de que el proyecto de EE seguía teniendo sentido.

En esa reunión del BT presenté una propuesta de resolución apoyada por las firmas de 172 afiliadas y afiliados de Bizkaia en la que solicitábamos detener el proceso de convergencia y fortalecer la imagen autónoma y crítica de EE. Poco antes se había publicado el estudio Euskalerria en la Encuesta Europea de Valores ¿son los vascos diferentes?, coordinado por Javier Elzo, y en mi intervención utilicé abundantemente datos del libro que permitían constatar las diferencias entre los valores, creencias y orientaciones de las personas que votaban a EE y al PSE-PSOE, lo que hacía imposible una auténtica confluencia. La respuesta de Mario, en la línea de lo que unos días después escribió en un artículo en El Correo, fue que “cuánto más próximos se hallan dos partidos políticos en el terreno ideológico y más colindantes los sectores sociales a los que orientan su mensaje electoral, mayor es el odio mutuo y más problemáticas las relaciones entre ambos”. ¿Cómo que colindantes, cómo que cercanos? ¡Pero si los datos indicaban que ambos sectores habitaban mundos cosmovisionales, si no antagónicos, sí muy alejados entre sí! Al volver a su silla me guiño un ojo. Nuestra propuesta fue rechazada.


[III] El segundo encuentro tuvo lugar en algún momento del otoño de 1993, tras el VI Congreso de Eibar en febrero de 1993 que certificó la desaparición de EE como proyecto político autónomo y el Congreso de fusión en Bilbao el 27 de marzo de 1993. Mario ocupaba un despacho en la sede del PSE-EE (PSOE) en Gasteiz y allí fuimos Txema Urkijo y yo, que por aquel entonces estábamos participando como representantes de Gesto por la Paz en el proceso de conversaciones entre organizaciones sociales que trabajaban en relación al llamado “conflicto político”, tanto las que se movían en el entorno de la izquierda abertzale (la recién surgida Elkarri, Gestoras Pro Amnistía, Gernika Batzordea, Herria 2000 Eliza y Senideak) como las posicionadas claramente en contra del terrorismo y las violencias (Gesto por la Paz, Denon Artean y Bakea Orain). A Mario le interesaba muchísimo conversar sobre las relaciones existentes entre Gesto y Elkarri, organización con la que ya se había reunido en varias ocasiones. Y es que en aquel momento, con el apoyo (no sé si muy entusiasta o un punto resignado) de Ramón Jáuregui, Mario estaba agitando el campo sociopolítico vasco intentando tender puentes entre el PSE-EE (PSOE) y el mundo del euskera, con la cultura vasca en general y hasta con la izquierda abertzale.

El 12 de septiembre de 1993 la revista Argia había publicado una entrevista con Mario, a la sazón vicepresidente de la organización surgida de la convergencia, titulada “Egunkariarekin astakeria egin da, beharrezkoa da betoa berehala jasotzea”. Como advertía la periodista que lo entrevistaba, “PSE-EEko lehendakaritzaordera iritsi zenetik etengabe ibili da guztien ahotan”, desde que asumió la vicepresidencia del PSE-EE no ha dejado de estar en boca de todos. El movimiento más destacado en este sentido fue el acercamiento hacia Euskaldunon Egunkaria, acercamiento que resultaba incomodísimo para un PNV que unos meses antes había sostenido por boca de uno de sus dirigentes, incluso en sede judicial, que ETA había intervenido en la designación del director del diario, y para un Gobierno Vasco que por entonces no subvencionaba al único diario en euskera. Pero que también resultaba incómodo para las y los socialistas: “Nire alderdiaren baitan gauzak ez dira horrela ikusten”, dentro de mi partido las cosas no se ven así, reconocía en la entrevista.

Fue entonces cuando le escuché decir una frase que, desde entonces, he recordado y repetido muchas veces: “Cuando alguien contrata un mariachi es para que cante rancheras”.

[IV] La tercera y última vez que me encontré con Mario fue el 9 de diciembre de 2002, en el acto de presentación del segundo número de la revista El valor de la palabra/Hitzaren balioa, editada por la Fundación Fernando Buesa Blanco. Antes y después de la presentación estuvimos conversando sobre las tesis defendidas en su libro La construcción de la nación española, publicado unos meses antes. Por lo visto, un amigo común le había comentado que yo no compartía algunas de sus afirmaciones y Mario tenía mucho interés en conversar sobre ello. En realidad, mi desacuerdo no tenía que ver con lo que decía en su libro, sino con lo que no decía.

Compartía entonces y comparto ahora esto que escribía Mario: “La diferenciación entre nación política y nación cultural o concepción culturalista o política de nación está bien si los consideramos dos tipos ideales procedentes de Tönnies, pero como tales son «patológicos», no hay nación política que no comparta una cultura que la cohesione ni existe tampoco un proyecto de nación cultural que carezca de una vertiente política, generalmente autoritaria o despótica”. En efecto, sólo como tipos ideales cabe hablar de nación y de nacionalismo político (o cívico) y de nación y nacionalismo cultural (o étnico). En la práctica hay más continuidad de la que se quiere reconocer entre el patriotismo y el nacionalismo, entre el nacionalismo cívico y el nacionalismo étnico, entre la inclusión constitucional y la exclusión etnonacional. El problema del nacionalismo vasco es que no sabe pensar la nación cívica sin pasar por la nación étnica, y en este punto, la crítica ha de ser frontal y unánime. Sin embargo, hay un problema paralelo que apenas ningún crítico del nacionalismo vasco se anima a desvelar, pero que Mario reconocía: el riesgo de que una nación cívica como quiere ser la España constitucional se vea anegada por los residuos de nacionalismo que siempre quedan en las oscuras bodegas de la patria, de toda patria.

Estando de acuerdo en esto, como lo estábamos, ¿por qué Mario no advertía en su libro de esta peligrosa deriva del nacionalismo español, tan evidente en aquellos años del último gobierno de Aznar? Creo que porque en esa obra existía un interés performativo, una voluntad de contribuir a imaginar la posibilidad de una nación española netamente republicana, una España tan “posnacionalista” como la Euskadi por la que trabajó (pues la una sin la otra serían imposibles).


[V] Heterodoxo, librepensador, taumaturgo, visionario, independiente, mariachi impenitente, aventurero cuerdo, tal vez demasiado, para una realidad demasiado loca. Pienso que a Mario le importaba mucho la realidad, pero no exactamente la realidad “real”. Imaginó una Euskadi y una España auténticamente cívicas y puso todo su empeño en impulsarlas; soñó con tender puentes entre identidades, culturas, territorios y tradiciones políticas de izquierda. Lo hizo, seguramente, en el peor escenario para lograrlo: en los tiempos del penoso final del ciclo de Felipe González; en la época de la estrategia Oldartzen y su criminal corolario de la “socialización del sufrimiento”; en la época de Lizarra y el abrazo del Kursaal; en la de la aznaridad.

Mario era un “reaidealista”, un gramsciano plenamente convencido (o así lo creo) de que en la tensión entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad la segunda podía vencer a la primera. Seguramente es algo que él mismo comprobó en muchas ocasiones a lo largo de su vida. Tal vez de ahí su pasión por el cine pues, como cantaba Aute: “Recuerdo bien / aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut / y el travelling con el pequeño desertor, Antoine Doinel / playa a través / buscando un mar que parecía más un paredón / Y el happy-end / que la censura travestida en voz en off / sobrepusiera al pesimismo del autor / nos hizo ver / que un mundo cruel / se salva con una homilía fuera del guión”.