miércoles, 11 de mayo de 2016

Igualdad de posiciones




DE LA INTRODUCCIÓN

Existen en la actualidad dos grandes concepciones de la justicia social: la igualdad de posiciones o lugares y la igualdad de oportunidades. Su ambición es idéntica: las dos buscan reducir la tensión fundamental que existe en las sociedades democráticas entre la afirmación de la igualdad de todos los individuos y las inequidades sociales nacidas de las tradiciones y de la competencia de los intereses en pugna. En ambos casos se trata de reducir algunas inequidades, para volverlas si no justas, al menos aceptables. Y sin embargo, esas dos concepciones difieren profundamente y se enfrentan, más allá de que ese antagonismo sea a menudo disimulado por la generosidad de los principios que las inspiran y por la imprecisión del vocabulario en que se expresan.
La primera de estas concepciones se centra en los lugares que organizan la estructura social, es decir, en el conjunto de posiciones ocupadas por los individuos, sean mujeres u hombres, más o menos educados, blancos o negros, jóvenes o ancianos, etc. Esta representación de la justicia social busca reducir las desigualdades de los ingresos, de las condiciones de vida, del acceso a los servicios, de la seguridad, que se ven asociadas a las diferentes posiciones sociales que ocupan los individuos, altamente dispares en términos de sus calificaciones, de su edad, de su talento, etc. La igualdad de las posiciones busca entonces hacer que las distintas posiciones estén, en la estructura social, más próximas las unas de las otras, a costa de que entonces la movilidad social de los individuos no sea ya una prioridad. Para decirlo en pocas palabras, se trata menos de prometer a los hijos de los obreros que tendrán las mismas oportunidades de ser ejecutivos que los propios hijos de los ejecutivos, que de reducir la brecha de las condiciones de vida y de trabajo entre obreros y ejecutivos. Se trata menos de permitir a las mujeres gozar de una paridad en los empleos actualmente dominados por los hombres que de lograr que los empleos ocupados por las mujeres y por los hombres sean lo más iguales posible.
La segunda concepción de la justicia, mayoritaria hoy en día, se centra en la igualdad de oportunidades: consiste en ofrecer a todos la posibilidad de ocupar las mejores posiciones en función de un principio meritocrático. Quiere menos reducir la inequidad entre las diferentes posiciones sociales que luchar contra las discriminaciones que perturbarían una competencia al término de la cual los individuos, iguales en el punto de partida, ocuparían posiciones jerarquizadas. En este caso, las inequidades son justas, ya que todas las posiciones están abiertas a todos.[…] En este modelo, la justicia ordena que los hijos de los obreros tengan el mismo derecho a convertirse en ejecutivos que los propios hijos de los ejecutivos, sin poner en cuestión la brecha que existe entre las posiciones de los obreros y de los ejecutivos. Del mismo modo, el modelo de las oportunidades implica la paridad de la presencia de las mujeres en todos los peldaños de la sociedad, sin que por ello se vea transformada la escala de las actividades profesionales y de los ingresos. Esta figura de la justicia social obliga también a tener en cuenta eso que se llama la “diversidad” étnica y cultural, con el fin de que se encuentre representada en todos los niveles de la sociedad.
Estas dos concepciones de la justicia social son excelentes: tenemos todas las razones para querer vivir en una sociedad que sea a la vez relativamente igualitaria y relativamente meritocrática. Escandalizan la brecha entre los ingresos de los más pobres y los de quienes ganan por año muchas decenas de SMIC [Salario Mínimo Interprofesional de Crecimiento], así como las discriminaciones que estancan a las minorías, a las mujeres y a diversos grupos segregados que no pueden esperar cambiar de posición social porque ya están de algún modo asignados a un lugar. A primera vista, no hay mucho que elegir entre el modelo de las posiciones y el de las oportunidades, porque, como sabemos bien, siguiendo a Rawls y a todos los que lo han precedido, una sociedad democrática verdaderamente justa debe combinar la igualdad fundamental de todos sus miembros y las “justas inequidades” nacidas de una competencia meritocrática y equitativa. Esta alquimia subyace en el corazón de una filosofía democrática y liberal que le ofrece a cada uno el derecho de vivir su vida como prefiera en el marco de una ley y de un contrato comunes.
Sin embargo, el hecho de que pretendamos a la vez la igualdad de posiciones y la igualdad de oportunidades no nos dispensa de elegir un orden de prioridades. En materia de políticas sociales y de programas, dar preferencia a una u otra no es indistinto. […] Puedo o bien abolir una posición social injusta, o bien permitir a los individuos que escapen de ella pero sin someterla a juicio; y aun si en el largo plazo quiero conseguir las dos cosas, antes tengo que elegir qué es lo que haré primero. En una sociedad rica pero obligada a fijar prioridades, el argumento según el cual todo debería hacerse de acuerdo con los ideales no resiste a los imperativos de la acción política. Si no queremos contentarnos con palabras, estamos obligados a elegir la vía que parece más justa y más eficaz.

La elección se impone con más fuerza porque estos dos modelos de justicia social no son meros diagramas teóricos. En los hechos, son enarbolados por movimientos sociales diferentes, que a su vez privilegian a grupos y a intereses diferentes entre sí. No movilizan a los mismos actores ni ponen en juego los mismos intereses. No obro de la misma manera si lucho para mejorar mi posición que si lo hago para incrementar mis oportunidades de salir de ella. En el primer caso, el actor está definido por su trabajo, su función, su utilidad, incluso por su explotación. En el segundo caso, está definido por su identidad, por su naturaleza y por las discriminaciones eventuales que sufra en tanto mujer, desempleado, hijo de inmigrantes, etc. Desde luego, esas dos maneras de definirse y de movilizarse en el espacio público son legítimas; sin embargo, no pueden ser confundidas y, allí también, tornamos a elegir la actitud que debe ser prioritaria. Una sociedad no se percibe y no actúa de la misma manera según se incline por la igualdad de posiciones o por la igualdad de oportunidades. En particular, los actores a cargo de la reforma social –los partidos de izquierda, en especial– se ven enfrentados a una elección que no pueden eludir eternamente. 

DE LA CONCLUSIÓN

La igualdad de posiciones podría constituir uno de los elementos de reconstrucción ideológica de la izquierda, a condición de que esta tenga un poco de coraje: el coraje de provocar el descontento de una parte de su electorado (que por otra parte está huyendo de ella a toda velocidad) y de ser algo más que el partido de las clases calificadas y económicamente desahogadas.

martes, 10 de mayo de 2016

Matar al padre

No hay biografía política que soporte medianamente bien un análisis objetivo y desapasionado. En realidad, no hay biografía, política o no, que no salga herida tras someterse al escrutinio de quien, sine ira et studio, investiga y sopesa todo lo hecho y lo acontecido a lo largo de la vida de una persona. Conviene tenerlo en cuenta, para no caer en la vieja contradicción de la paja y la viga.
Esto resulta particularmente cierto en el caso de las personas públicas, especialmente de aquellas que, por méritos propios o por razones históricas, han tenido que echarse a la espalda importantes responsabilidades políticas en tiempos convulsos. Cuando el resultado de este escrutinio resulta poco ejemplar, suele recurrirse a una muletilla bien conocida: “fue un hijo de su época”. Y sí, claro que sí: todo antepasado político ha sido hijo de su época, pero decir esto es decir bien poco. Todas y todos lo somos, pero cada época cría hijas e hijos que actúan de maneras muy distintas.
Y así, recurriendo a la atinada reflexión de Hannah Arendt, "aun en los tiempos más oscuros tenemos derecho a esperar cierta iluminación, […] que […] puede provenir menos de las teorías y los conceptos que de la luz incierta, titilante y a menudo débil que algunos hombres y mujeres reflejarán en sus trabajos y sus vidas bajo casi cualquier circunstancia". Porque lo cierto es que en una misma época histórica hay mujeres y hombres que nos iluminan, mientras que hay otras y otros que alimentan la oscuridad.

En el espacio de los partidos políticos, creo que sólo el PNV ha conseguido gestionar con naturalidad (lo cual ya es mucho) y hasta con orgullo (lo cual ya es demasiado) la herencia política de su fundador, Sabino Arana. Ellos verán. Pero la apelación a su condición de "hijo de su época" no basta para salvar al xenófobo Arana de De fuera vendrá... [Ver, a este respecto, el artículo de José Luis de la Granja, “La identidad vasca según Sabino Arana”, publicado en la revista Grand Place, editada por la Fundación Mario Onaindia].


En este momento es el PSOE el que se enfrenta al reto de arreglar cuentas con su padre, si no fundador, si refundador. O fundidor, si no lo remedian.
Felipe González tiene una larga y compleja historia tras de sí. Como no soy ni felipólogo ni felipista, no pretendo ni tan siquiera asomarme a esta historia, que en todo caso está conformada por episodios tan conocidos como discutidos, cuya valoración política puede ser muy diversa: la renuncia al marxismo en Suresnes, el “OTAN, de entrada, no”… pero sí, los GAL, la huelga general del 14D, se entremezclarán con historias de modernización económica, extensión de prestaciones y servicios sociales, integración europea, etc. Pero, tras unos años de ejercicio relativamente discreto como reclamado conferenciante, cultivador de bonsáis y diseñador de joyas, al jarrón chino le salieron patas y desde hace unos años no ha dejado de provocar encontronazos con un partido socialista que no ha sabido decirle:  o te retiras, o pones tu agenda al servicio de mejores causas que Gas Natural, o devuelves el carnet.

Ahora ha salido a la luz el bochornoso publirreportaje en favor del oscuro Farshad Massoud Zandi, principal accionista de la empresa luxemburguesa Star Petroleum, empresa explotadora de petróleo y de más cosas y seres en Sudán del Sur, y sometido a inspección por posible fraude fiscal por parte de la Agencia Tributaria. 
Casi produce lástima escucharle decir esa vaciedad de que "...ahora está concretando esa personalidad intentando crear una estructura porque él abre espacios absolutamente increíbles donde quiera que va...". Casi. Lo que más produce es indignación. Casi tanta como escuchar a Óscar Lópezresponsable de Estrategia y Comunicación del Comité Electoral del PSOE. De estrategia y de comunicación, recalco. Luego dirán...

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González (i), Massoud Zandi y el ministro del Chad. (EC)
El expresidente del Gobierno Felipe González, Massoud Zandi y el ministro del Chad. El Confidencial.