Estoy terminando de leer el último libro de Philippe Claudel, Bajo el árbol de los Toraya (Salamandra, 2017). Una hermosísima reflexión sobre la vida y la muerte, y cómo vivir (sí, vivir) plenamente ambas experiencias, que en realidad son dos dimensiones de una misma experiencia.
Volveré sobre este libro en otros comentarios. Sus páginas sobre la enfermedad y, en concreto, sobre el cáncer, me han tocado muy hondo: este ha sido un año en el que el cáncer ha estado muy presente.
Pero ahora quiero detenerme en una faceta de Claudel que desconocía: su relación con la montaña y con el alpinismo, sobre las que escribe cosas como esta:
El alpinismo no sólo es un deporte, es un deseo de medir la disparidad de las proporciones, tanto espaciales como temporales. [...] Allí abajo, allí arriba, no somos nada. Y nuestros esfuerzos por hacernos la ilusión de que por un breve instante somos los dueños del lugar, con el pretexto de que hemos abierto una vía y alcanzado una cima, dejan indiferentes a las inmensas masas de hielo y piedra ante las que nuestros cuerpos sufren, nuestros dedos se despellejan, nuestros labios se agrietan y nuestros ojos arden.
El alpinismo es una dura lección de filosofía. Siempre he creído que en esos territorios, en relidad "inhumanos", pueden experimentarse en toda su plenitud los sentimientos "humanos" que sostienen y justifican nuestras vidas, milagrosamente liberados del burdo lastre con que los carga el mundo.
Esta mañana, mientras caminaba con dificultad entre la nieve blanda, he pensado en ello.
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
jueves, 28 de diciembre de 2017
domingo, 24 de diciembre de 2017
Fallo de sistema
No podía resultar otra cosa. No me refiero a los detalles: dos escaños arriba o abajo, el aumento en la participación, o la quiebra entre la Cataluña interior, aplastantemente soberanista, y la costa urbanizada. Si de lo que se trata es de diagnosticar la realidad, estas elecciones no han hecho sino confirmar lo que ya sabíamos.
Si el unionismo sin matices ni cautelas (¡Todo por la patria!) es la esencia del nacionalismo, tras las elecciones resulta más que evidente la falacia de los dos bloques enfrentados. Bloque no hay más que uno, el que agrupa bajo la estelada desde 'anticapis' a burgueses pata negra. Si Seguí o Pestaña levantaran la cabeza. El resto, el mal llamado “bloque del 155”, no suma; pero no ya aritméticamente (que tampoco), sino políticamente. Y esto, que es una desgracia a la hora de gobernar, es una bendición desde la perspectiva de la pluralidad constitutiva de una sociedad compleja como es la catalana.
Si el unionismo sin matices ni cautelas (¡Todo por la patria!) es la esencia del nacionalismo, tras las elecciones resulta más que evidente la falacia de los dos bloques enfrentados. Bloque no hay más que uno, el que agrupa bajo la estelada desde 'anticapis' a burgueses pata negra. Si Seguí o Pestaña levantaran la cabeza. El resto, el mal llamado “bloque del 155”, no suma; pero no ya aritméticamente (que tampoco), sino políticamente. Y esto, que es una desgracia a la hora de gobernar, es una bendición desde la perspectiva de la pluralidad constitutiva de una sociedad compleja como es la catalana.
Así y todo, los partidos abiertamente independentistas han obtenido apenas 175.000 votos más que los que defienden expresamente el mantenimiento de Cataluña en España. Una cifra ínfima, que aún se reduce más si tenemos en cuenta los 10.000 sufragios obtenidos por Recortes Cero, que durante la campaña se ha mostrado abiertamente contraria al proceso soberanista. No sé lo que al respecto planteaba el PACMA (38.500). Pero rascando votos de aquí y de allá, siempre con la incógnita ya insostenible de los Comunes, llegaríamos a donde estábamos: al empate entre identidades y proyectos de futuro. Donde ya estábamos, insisto. Y donde vamos a seguir estando. Si acaso, lo que estas elecciones han certificado es que Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido. Un país en el que una de cada cuatro personas de las que han votado lo han hecho por una fuerza tachada de extranjera, anticatalana o directamente fascista…, pues ya me dirán. Una cosa es pensar que en una Cataluña independiente tan sólo habría que considerar la posible secesión en cadena del hermoso pero diminuto Valle de Arán, y otra muy distinta es comprobar la desafección 'procesista' de Barcelona, Tarragona, Lleida, L’Hospitalet, Badalona, Mataró… Esto se empieza a parecer sospechosamente a una carlistada.
¿Cabe deducir algo positivo de esta constatación de la imposibilidad sociohistórica de la construcción de un Estado nación catalán? Bueno, mejor tomar conciencia de ello en fase de proyecto que una vez metidos en el lío de intentar realizarlo. A partir de aquí, la cuestión políticamente relevante es cómo plantear un autogobierno suficiente y eficiente, satisfactorio y solidario, en el marco de este Estado español (también en situación de fallo de sistema, como luego diremos). Pero aquí es donde las cosas se tuercen, o no se enderezan, que torcidas ya estaban.
Desde Bruselas, Puigdemont se empeña en seguir proclamando sandeces como esta de que "La república catalana ha ganado a la monarquía del 155". Ni hay república catalana, ni hay monarquía del 155. Lo que único que ha ganado es el personalísimo proyecto de Puigdemont frente a la apuesta de Junqueras por liderar el campo soberanista. El 'turilio' (mezcla de turismo y exilio) ha derrotado a la prisión. La sombra de Tarradellas -"Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí"- es muy alargada.
Convertido en president de opereta (¡qué personaje si lo pillara Hergé para una de sus historias!), un cada vez más paródico Puigdemont se ha soltado definitivamente el pelo y, convencido de que "La independencia gana de manera rotunda”, considera que “Rajoy, el Ibex, el entorno mediático y Europa deben tomar nota" y emplaza al presidente del Gobierno a reunirse fuera de España. Recuerdo otra vez eso que escribe Sánchez Ferlosio en Campo de retamas: "El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia".
Convertido en president de opereta (¡qué personaje si lo pillara Hergé para una de sus historias!), un cada vez más paródico Puigdemont se ha soltado definitivamente el pelo y, convencido de que "La independencia gana de manera rotunda”, considera que “Rajoy, el Ibex, el entorno mediático y Europa deben tomar nota" y emplaza al presidente del Gobierno a reunirse fuera de España. Recuerdo otra vez eso que escribe Sánchez Ferlosio en Campo de retamas: "El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia".
Pero si Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido, España es un Estado nación que está fallando gravemente a la hora de afrontar su realidad plurinacional. El PP de Albiol se ve reducido a su mínima expresión en Cataluña (mira, esta sí es una consecuencia muy positiva del procés), pero son los dos grandes partidos estatales los que experimentan cada vez más dificultades para ubicarse electoral y políticamente en Euskadi y en Cataluña.
¿La salida? Tendrá que ser un referéndum pactado. Pero no de entrada, planteado en el horizonte de unos pocos meses, sino como salida de un proceso de deliberación, de una conversación profunda que ya debía haberse iniciado hace mucho tiempo. Conversación que sólo podrá plantearse si, como se indica en el preámbulo de la Clarity Act del Tribunal Supremo de Canadá a propósito de la secesión de Québec:
a) Los partidarios de la secesión reconocen y aceptan que “no existe el derecho de efectuar una secesión unilateral por parte de la Asamblea Nacional o el Gobierno de Quebec, ni bajo el derecho internacional ni la Constitución de Canadá”.
b) Los defensores de la integridad del Estado reconocen y aceptan que “el gobierno de cualquier provincia de Canadá tiene derecho a consultar a su población mediante referendo sobre cualquier asunto, y puede elegir la formulación de la pregunta”, y que si el resultado de la consulta es claro “tanto en términos de la pregunta empleada como del apoyo que recibe […] tal resultado ha de ser tenido en cuenta como expresión de la voluntad democrática que conllevaría la obligación de entrar en negociaciones que podrían conducir a la secesión”.
a) Los partidarios de la secesión reconocen y aceptan que “no existe el derecho de efectuar una secesión unilateral por parte de la Asamblea Nacional o el Gobierno de Quebec, ni bajo el derecho internacional ni la Constitución de Canadá”.
b) Los defensores de la integridad del Estado reconocen y aceptan que “el gobierno de cualquier provincia de Canadá tiene derecho a consultar a su población mediante referendo sobre cualquier asunto, y puede elegir la formulación de la pregunta”, y que si el resultado de la consulta es claro “tanto en términos de la pregunta empleada como del apoyo que recibe […] tal resultado ha de ser tenido en cuenta como expresión de la voluntad democrática que conllevaría la obligación de entrar en negociaciones que podrían conducir a la secesión”.
El momento para iniciar en serio esa conversación es ahora. Es verdad que los procesos judiciales en marcha no ayudan. Pero tampoco son el principal inconveniente.
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