sábado, 30 de mayo de 2020

Cuatro futuros: ecología, robótica, trabajo y lucha de clases para después del capitalismo

Peter Frase
Cuatro futuros
Traducción de Jara Diotima Sánchez Bennasar
Blackie Books, 2020

"Dos fantasmas recorren el mundo en el siglo XXI: los fantasmas de la catástrofe ecológica y la automatización". Paradójicamente, el primero tiene que ver con la escasez de recursos; el segundo, con la abundancia (mayor productividad/riqueza con muchos menos empleos).

El autor acepta con alegría "la premisa de los optimistas de la automatización", es decir, la posibilidad de liberarnos de una gran parte del trabajo gracias a la automatización (en la línea de lo que planteaba Keynes en 1930). También acepta (con alarma) que afrontamos un proceso acelerado de cambio climático: "la clave de la cuestión en torno al cambio climático no es si este se está produciendo o no, sino más bien quién sobrevivirá a él".

A partir de este planteamiento, Frase plantea cuatro futuros posibles, tomando la automatización como constante (en los cuatro se supone que las necesidades de empleo se pueden reducir hasta su mínima expresión gracias a la automatización), los distintos escenarios de futuro dependerán de cómo evolucionen la crisis ecológica y el poder de clase. Cada una de estas dos variables puede evolucionar de dos maneras opuestas:

- En lo que se refiere a la cuestión ecológica, si se afronta correctamente (casi exclusivamente se refiere a transitar hacia energías renovables), podríamos evitar la escasez y confiar en un futuro de abundancia.
- En el caso del poder de clase, la evolución puede oscilar entre la jerarquía (mantenimiento del actual poder de clase) o la igualdad.

Sobre esta base, dibuja cuatro escenarios de futuro que denomina comunismo, socialismo (mejor sería hablar de ecosocialismo), rentismo y exterminismo.


Eso sí, cuál sea el escenario que triunfe dependerá de "la política, específicamente de la lucha de clases". En todo caso, un futuro que evite la crisis ecológica y que traduzca la automatización en prosperidad generalizada requerirá superar el capitalismo.

Aunque a lo largo del libro hay muchos aspectos matizables o discutibles, en conjunto se trata de una lectura interesante e informativa, además de accesible a cualquier lectora o lector interesada.

Gorbeia, Aldamin, Miruen Haitza y Dulao

A las 7:35 buscaba un sitio en Pagomakurre (883 m.) para aparcar el coche. Y digo buscar porque todo el parking estaba lleno de vehículos. ¡A las 7:35! He empezado a caminar a las 7:45, a las 8:15 entraba por Arrabakoate (1.073 m.) a las campas de Arraba.

Aldamin y Gorbeia desde Arrabakoate.
Algunos de estos árboles los planté yo, cuando Javi Fombellida era guarda en el refugio.

Bajando de Aldape (1.109 m.) a Egiriñao (1.083 m.),
Gorbeia desde el collado de Aldamiñoste (1.321 m.).
Gorbeia (1.482 m.). Eran las 9:20 de la mañana y parecía Año Nuevo.
Lekanda desde Gorbeia.
Mucha aglomeración y cero distancia interpersonal. Para abajo.
Mi idea es hacer a continuación las cumbres de Aldamin, Miruen Haitza y Dulao. Significa perder altura que luego hay que volver a subir, pero ya puestos...
Aldamin (1348 m.). Eran las 9:42 h.
Gorbeia desde Aldamin.
Cresterío hacia Miruen Haitza.
Miruen Haitza (1.288 m.). Llego a las 10:00 h.
Aldamin desde Miruen Haitza.
Dulao (1.152 m.). Las 10:20 h.
Miruen Haitza y subida hacia Aldamiñoste, desde Dulao.
Ahora toca remontar hasta Aldamiñoste los casi 200 m. que hemos bajado. He pisado el collado a las 10:44 h.

Bajada hacia Egiriñao desde Aldamiñoste.
Egiriñao. Lekanda al fondo.
Refugio del Juventus. Una ubicación perfecta.
Se está intentando recuperar el sustrato vegetal de las zonas más transitadas. Toda esa erosión ha sido provocada por nuestras botas. No me imagino lo que puede sufrir el terreno de montaña cuando sobre el circulan bicicletas y, más aún, motos.
Refugio Ángel Sopeña, el "refugio de Arraba".
Paso por Arrabakoate a las 11:30. Vistazo al camino recorrido.
He llegado al coche, en Pagomakurre, a las 12:00. Una preciosa mañana montañera.

viernes, 29 de mayo de 2020

La Colina del Mal Consejo

Amos Oz
La Colina del Mal Consejo
Traducción de Raquel García Lozano
Siruela, 2011

"Con el paso de los años, el padre aprendió a hablar un poco de árabe. Aprendió él solo. [...] A veces los árabes le ofrecían zumo de granada fresco en alguno de los pueblos. Algunos le besaban la mano. Aprendió a beber agua de una jarra de barro levantada sin que sus labios tocasen la boca de la jarra. En una ocasión, una mujer le lanzó de lejos una mirada de brasas oscura que le hizo estremecerse de arriba abajo y apartar rápidamente la vista".

Los libros de Amos Oz siempre acaban hablándonos de un país que pudo haber sido, pero que no fue. En este caso se trata de tres relatos (publicados originalmente en 1978) que nos sitúan en los últimos y dramáticos meses del Mandato Británico de Palestina, en vísperas de la constitución del Estado de Israel.

Tres historias independientes pero entrelazadas, ya que todas transcurren en barrios del noroeste de Jerusalén y algunos personajes transitan por más de un relato: el veterinario Hans Kipnis, convencido de la posibilidad de mantener la buena vecindad con las comunidades árabes; el poeta Nejamkin y su belicoso hijo Efraim, "electricista e ideólogo", de quien no acabamos de saber si, como sospechan todos los niños del barrio,  "cumplía una función secreta y terrible en las filas de la resistencia hebrea"; la familia Greel; el impresor Kolodni...

La vida cotidiana de un barrio popular, narrada con un tono ligero y divertido que a ratos recuerda a Tortilla Flat de Steinbeck, se entrecruza con pequeñas tragedias personales y con un futuro ominoso de tensión y guerra. Como otros de Amos Oz, este libro transita entre la nostalgia y el drama, retomando la que fue una de sus principales obsesiones, tanto literarias como políticas: lograr la convivencia entre dos estados, Israel y Palestina, imprescindibles para que dos pueblos que no tienen a dónde ir puedan aspirar a un futuro en paz.

"Tal vez la Jerusalén y el Israel de la Biblia no estaban aquí, sino en la otra punta del mundo, y durante miles de años se hubiera mantenido un error. Y allí florecieran el lirio de los valles y el narciso de Sharon y la paz y el descanso. Tal vez ya se hubiera fundado allí el Estado hebreo y solo a nosotros nos habían olvidado entre estas montañas".

miércoles, 27 de mayo de 2020

Casas y tumbas

Bernardo Atxaga 
Casas y tumbas
Traducción del euskera de Asun Garikano y Bernardo Atxaga
Alfaguara, 2020

"Hay escritores que se valen siempre de los mismos elementos y de los mismos motivos. Yo soy uno de ellos. Animales, cuestiones de familia -siempre con el tema del doble de por medio: dos amigos, dos hermanos, gemelos...-, paisajes solitarios, minas, ingenieros, luchas políticas, torturas policiales, laberintos mentales, canciones, gags... No hay nada premeditado. Uno percibe sus constantes cuando repasa sus trabajos, o cuando algún benévolo se olvida por un momento de su naturaleza banevolente y, haciendo un extraño, nos lanza su cuerno de punta malevolente: «¡Otra vez hablando de jabalíes! ¡Qué manía!». 

Esta es la confesión (¿o konfesión?) que hace el autor al final del libro, en un "Epílogo en forma de alfabeto" en el que la letra K es la que corresponde al término "Constante". Y, en efecto, de todo eso hay en este libro: amigos, dos hermanos gemelos, un ingeniero, luchas políticas, torturas, jabalíes... Y algo más que Atxaga no señala, pero que es también una constante en su obra: la violencia política, el terrorismo.

La historia empieza en 1972 cuando Elías, de catorce años, viaja desde su casa en San Sebastián hasta el pequeño pueblo de Ugarte para pasar unos días de verano en casa de su tío Miguel, dueño de una panadería donde trabajan Donato, Eliseo y el Viejo. Algo le ha ocurrido a Elías unas semanas antes, mientras asistía a un curso de francés en un colegio de la ciudad de Pau: "Allí había ocurrido el milagro opuesto a los que l'Inmmaculée-Conception, patrona del colegio,obraba supuestamente en Lourdes: el alumno que había entrado hablando con normalidad se había vuelto mudo".

Pasan los días y Elías no suelta una sola palabra. Así y todo, el chico se hace entender, parece disfrutar de la estancia y acaba entablando amistad con los gemelos Martín y Luis, hijos de Marta (que trabaja como cocinera en la casa del panadero Miguel) y de Julián (empleado en la mina que dirige el ingeniero Antoine). A medida que avance la historia, sabremos lo que le pasó a Elías en Francia y asistiremos al inesperado desenlace de su mudez.

La narración se interrumpe y un flashback nos situa en 1970. Eliseo y Donato se han conocido haciendo la mili en Madrid, en un cuartel cercano al monte de El Pardo. Naturaleza y fauna se entremezclan con la vida cuartelera y las monterías de la casta franquista en las postrimerías del régimen. Allí se forjará una amistad que, tras su licenciamiento, continuará en Ugarte.

El relato da un salto temporal hasta 1985-1986. Antoine, el ingeniero que dirige la mina explotada por una compañía francesa en Ugarte, asiste semanalmente a la consulta de una psiquiatra en Baiona: según dice, en abril de 1982 empezó a escuchar en su cabeza las voces de sus dos perros de raza dóberman, perfectamente adiestrados, a quienes quiere más que a nadie en el mundo. Esta extraña situación coincidió en el tiempo con un enconado conflicto laboral en la mina. Ugarte se llena de pasquines amenazantes. Reivindicaciones ecologistas parecen mezclarse con estrategias terroristas. El asesinato del ingeniero de la central nuclear de Lemóniz, ocurrido un año antes, parece cernirse sobre Antoine:

"Expondría luego el ambiente que a principios de los ochenta se vivía en el País Vasco, pero brevemente. Las televisiones, y también la prensa, Le Monde, Libération, Sud Ouest, prestaban cobertura al tema, de modo que la sociedad francesa estaba informada. El caso de José María Ryan, en especial, permanecía en la memoria de mucha gente por el sadismo con el que habían actuado los terroristas".

Pero en este libro nada es solo lo que parece...

Un nuevo salto en el tiempo, esta vez de veintiséis años, nos lleva hasta 2012. Luis se ve implicado en un accidente de tráfico. Sabremos que es profesor de Educación Física, que pasó unos años en la California hippie y surfera, y que en una ocasión, en los ochenta, fue confundido por la policía española con su gemelo Martín, militante de un grupo maoísta. La historia vuelve a irrumpir en la narración con otra muerte relacionada con el terrorismo, la de Jesús Fernández Miguel. También sabremos algo más sobre Elías...

Último etapa: año 2017. La hija de Martín, que trabaja como liberado en un sindicato "radical", sufre una grave enfermedad. Hay una prolongada huelga de las trabajadoras de residencias de personas mayores. En el hospital donde es atendida la niña está ingresado otro niño de Ugarte, con cáncer. Vuelve a aparecer en escena Elías...

¿Y si lo realmente importante de la vida fuera cuidarnos y cuidar de los demás? ¿Por qué lo descubrimos casi siempre tan tarde?

lunes, 25 de mayo de 2020

En tierras bajas

Herta Müller
En tierras bajas
Traducción de Juan José del Solar
Siruela, 2009 (3ª ed.)

"Hace poco regresó un conocido mío de una aldea cercana, en la que quería visitar a sus padres.
En la aldea hay siempre una luz crepuscular, me dijo. Nunca es de día ni de noche. No hay crepúsculo matutino ni vespertino. El crepúsculo está en la cara dela gente.
No reconoció a nadie, pese a haber vivido en esa aldea muchos años. Toda la gente tenía la misma cara gris. Él se deslizaba a tientas entre esas caras. Las sludaba y no obtenía respuesta".

Una mirada dura y opresiva al mundo rural europeo, al menos al de la Rumanía de Ceaucescu. Muy alejada de la aproximación de hace John Berger en su admirable trilogía dedicada a las comunidades campesinas de las zonas montañosas de Europa.

"Fuimos a recoger cerezas, tu padre y yo. Y nos peleamos mientras las recogíamos, y en el camino de vuelta no intercambiamos ni una palabra. Tu padre tampoco me tocó mientras recogíamos cerezas en el enorme viñedo sin gente. Se plantó como una estaca a mi lado y no paraba de escupir huesos de ciruela húmedos y viscosos, y en ese momento supe que me daría muchas palizas en la vida".

En los relatos que componen este volumen, Herta Müller recurre en distintas ocasiones a escenas en las que las protagonistas (la voz narrativa es siempre la de una niña) reviven atroces pesadillas, indistinguibles muchas veces de la narración de la realidad-real, construida con un lenguaje surrealista:

"Le hubiera gustado jugar contigo, me dijo una vez mamá, pero tú siempre lo echas todo a perder, y basta ya de llorar ¿me oyes?
Quise decir algo, pero tenía la boca tan llena de lenguas que no pude articular una sola palabra.
Miré mis manos. Yacía como cercenadas en el alféizar de la ventana, frente a mí, totalmente inmóviles. Las uñas estaban otra vez sucias. Olí una de mis manos y no pude determinar qué olor era. la mugre no tenía olor, y mi piel tampoco.
Moví los dedos como si estuvieran muy fríos. Quisieron caerse al suelo, pero yo permanecí sentada en la silla, recta como un huso".

Premio Nobel de Literatura en 2009, Herta Müller escribe a golpes de azada. No hay relato que no te conmueva. No hay frase que no te golpee como el granizo. Al terminarlo, y a pesar de su brevedad, siento mis dedos encallecidos. Un libro que deja huella.

domingo, 24 de mayo de 2020

Aguilatos (esta vez sí)

El domingo pasado me quedé sin poder llegar hasta la cima del Aguilatos. Hoy he vuelto, y esta vez...


He subido Zamaia y Gongeda (misma ruta que el pasado domingo); por Zamaia he pasado a las 8:40 y he llegado a Gongeda a las 8:50. Desde el collado de Gongeda landa o Urkitzu he seguido el camino que asciende hasta el Ganekogorta.

 
 Zamaia (616 m.)
  Gongeda (668 m)
Gallarraga y Aguilatos, desde Gongeda.
Gallarraga desde el collado de Gongeda landa (556 m.).
Aguilatos desde el collado Gongeda landa.
La mañana ha estado oscura y nublada. Vistazo hacia el Abra desde la pista que asciende al Ganeko. En primer plano, Zamaia, después Sasiburu y Arroletza.
Antes de llegar al collado entre Ganeko y Arrabatxo me he desviado para bordear por el bosque las cumbres de Arrabatxo y Pagero.
 
Ahí abajo debería estar el collado de Pagero.
Sí, está.
Collado de Pagero landa (797 m.).
Gallarraga desde el collado Pagero.
Gallarraga y Aguilatos desde el collado Pagero. Primero hay que subir Gallarraga.
Gallarraga (901 m.). Son las 10:20 de la mañana.
Descenso por la preciosa cresta del Gallarraga en dirección al Aguilatos.
Una  pronunciada bajada nos deja en el collado Leturriaga (634 m), desde donde tenemos una buena vista del amplio collado Pagero, 160 metros más arriba.
Gongeda desde el collado Leturriaga. He caminado un buen trecho.
Cresteando hacia el Aguilatos paso junto a una curiosa piedra labrada, así como por la cima del Leturriaga (666 m.). Nunca había pisado por aquí: es un sendero muy bonito.
Vistazo hacia el Gallarraga: luego habrá que volver a subirlo.
Aguilatos desde el Leturriaga, que no tiene buzón.
Aguilatos (667 m.). Eran las 11:00 horas.

Ganekogorta, Pagero, collado de Pagero landa y Gallarraga, desde la cumbre del Aguilatos.

Gongeda desde Aguilatos.
Regreso por el mismo camino por el que he venido. Lo primero, regresar al Gallarraga. Aguilatos es, creo, la cumbre del entorno de Alonsotegi que más a desmano nos queda. Mucho más que el Eretza, por ejemplo: aquí pueden verse las dos cumbres. Pero merece la pena acercarse hasta esta cima.
Cresta del Gallarraga, ahora de vuelta.
Descenso al collado de Pagero.

Desde aquí, el camino de vuelta ha sido el mismo que hice el domingo pasado. Hasta me he encontrado con el mismo escarabajo, en el mismo sitio; y si no era el mismo, era su primo.

Collado de Gongeda. Eran las 13:05. Zumbando para abajo...