Criada: Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre
Traducción de Mireia Bofill Abelló
Capitán Swing, 2021
"Una de las grandes ventajas de estar dispuesta a ponerte de rodillas para fregar un váter es que nunca tendrás problemas para encontrar trabajo".
A sus veintiocho años Stephanie Land se ve obligada a cambiar una vida de clase media, razonablemente resguardada por el manto de la seguridad económica de sus padres, por la de una joven madre enredada en una separación conflictiva y a ratos violenta, afrontando una vida de crianza en solitario y de precariedad económica. Una pobre con trabajo, un empleo mal pagado, físicamente muy exigente, incompatible con el cuidado de su hija y de sí misma:
"Trabajaba aunque estuviera enferma y llevaba a mi hija a la guardería cuando debería haberse quedado en casa. Mis condiciones laborales no incluían bajas por enfermedad, ni vacaciones pagadas, ni la previsión de un posible aumento salarial y, sin embargo, a pesar de todo, yo suplicaba que me dieran más trabajo. Raras veces conseguía recuperar los ingresos perdidos si alguna vez faltaba el trabajo, y si faltaba demasiado a menudo, corría el riesgo de ser despedida. Era vital que no me fallara el coche, pues un conducto roto, un fallo del termostato o incluso un pinchazo podía desequilibrar nuestro presupuesto, hacernos retroceder y precipitarnos hacia el abismo, de vuelta al refugio para personas sin hogar. Vivíamos, sobrevivíamos, en un mesurado desequilibrio. Esa era mi existencia ignorada, mientras sacaba lustre a la de otras personas para que pareciera perfecta".
Un mundo de análisis de orina aleatorios en las viviendas protegidas para personas con bajos ingresos ("La persona alojada está informada de que este es un refugio para situaciones de emergencia; NO es su domicilio"); de controles permanentes nacidos de la sospecha de que las personas pobres lo son por algún tipo de tara que les impide poner un cierto orden en sus vidas (como si la entropía que las amenaza de forma permanente no fuera un fenómeno estructural, en absoluto una falla en su carácter); una vida marcada por el estigma de tener que comprar con cupones de ayuda, la sospecha de aprovecharse de los impuestos de otras y de otros; un aluvión de burocracia como consecuencia de precisar de "siete modalidades distintas de ayuda pública para poder sobrevivir" (lo que no ocurriría con una Renta Básica);
"[D]ecidí no prestar atención a los comentarios o a los medios de comunicación que denostaban a las personas que recibían ayudas públicas. 'La asistencia pública no existe', habría querido decirles. El apoyo que ellas y ellos imaginaban no existía. Yo no podía entrar en una oficina gubernamental y decirles que necesitaba recibir una cantidad suficiente para compensar el exiguo salario con el que tenía que pagar una vivienda. Si pasaba hambre, podría recibir un par de centenares de dólares al mes para comprar comida o acudir a un banco de alimentos. Pero no obtener lo necesario para completar mis ingresos hasta alcanzar la suma que en realidad necesitaba para sobrevivir".
Una existencia de invisibilidad y anonimato a pesar de pasar varias
horas en sus casas, con muy contadas excepciones en alguna clienta o
cliente que la mira y la trata "como a un ser humano". Un sistema (supuestamente) de protección social que en realidad se configura y funciona como un mecanismo de control y castigo que convierte el hecho de ser pobre en algo demasiado parecido a "estar en libertad condicional".
Un relato característicamente estadounidense, es cierto, pero que presenta desasosegantes similitudes (¿anticipaciones?) con procesos de precarización del empleo y culpabilización de las personas pobres cada vez más comunes en nuestra sociedad (los hemos analizado
aquí,
aquí,
aquí,
aquí,
aquí o
aquí).