La revolución de las flâneuses
Wunderkammer, 2019
Si en The Pargiters, el borrador de Los años, Virginia Woolf escribía que, en 1889, "era imposible para una mujer ir a dar un paseo sola", alrededor de 1913 una Sylvia Plath de solo diecinueve años escribía en su diario: "Haber nacido mujer es una horrible tragedia. Sí, mi deseo incontenible de mezclarme con camioneros, marineros, soldados, parroquianos, mi deseo de formar parte de una escena anónima, escuchando, apuntando en mi memoria, todo ello termina siendo arruinado por el hecho de ser chica, una fémina siempre en peligro de ser asaltada y agredida".
En este breve pero intenso ensayo Anna Mª Iglesia analiza críticamente la expulsión del espacio urbano público que la mujer ha sufrido históricamente, salvo en su condición de producto de consumo (como mujer trabajadora o como prostituta) o de exposición (como acompañante-adorno del varón).
El flâneur idealizado por Baudelaire -"Ciudad hormigueante, ciudad llena de sueños,
/ donde el espectro atrapa de día al transeúnte"- y por Benjamin -"Salir cuando nada te obliga y seguir tu inspiración, como si el solo hecho de torcer a derecha o a izquierda fuera en sí mismo un acto esencialmente poético. [...] Para el flâneur perfecto el mayor goce es domiciliarse con el número. Estar fuera de casa y sentirse en casa en todas partes; contemplar el mundo, estar estrictamente en el centro del mundo y mantenerse oculto para el mundo"- es un varón que deambula por la ciudad, que callejea sin rumbo ni miedo, que observa y se empapa y se deja llevar, ocioso, por los ritmos urbanos.
Como nos muestra el texto con el que abro este comentario, la posibilidad de caminar por la ciudad como flâneuse ha estado siempre vetada a las mujeres, y con ella se las ha querido privar del derecho a "practicar y formar parte de ese relato llamado ciudad". Partiendo casi siempre de pinturas como Hombre joven en la ventana de Gustave Caillebotte, En el palco de Mary Cassatt o Compartimento C, coche 293 de Hopper, la autora reflexiona sobre esta exclusión del derecho a la ciudad, sobre sus causas, pero también sobre la lucha de tantas mujeres por superarla: como Flora Tristán, paseando por Londres vestida con ropas masculinas; como George Sand (seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin), haciendo lo mismo en París. Mujeres como Maruja Mallo y Margarita Manso, las primeras de "Las Sinsombrero", recorriendo tanto los barrios altos como los barrrios bajos de Madrid.
Un libro reposado, estético, culto, hermoso, pero también abiertamente político. Como señala la autora, "las flâneuses son aquellas mujeres que pensaron la ciudad y pensaron el espacio que habitaban, son las mujeres que reclamaron su espacio, que lo construyeron a pesar de las limitaciones, son las mujeres que transgredieron los límites geográficos, morales, sociales y económicos para construir un nuevo escenario del que formar parte". Aunque la mujer en la actualidad haya conquistado el derecho a habitar y a definir el espacio urbano hasta extremos que Virginia Woolf o Silvia Plath sólo podían soñar, "los muros siguen ahí y con ellos (o contra ellos) sigue también ahí la flâneuse".