sábado, 15 de mayo de 2021

Diez años del 15M

El 15M me pilló en Madrid. El 20 de mayo escribí mi primera reflexión sobre lo que veía y experimentaba en aquellas plazas (no solo era Sol) en las que miles de personas se reunían para reconocerse, conversar, proponer y deliberar.

En 2014 cerrábamos el capítulo 6 del VII Informe Foessa con esta reflexión:

En mayo de 2011 empezó una conversación que hoy continua. Quienes la iniciaron utilizaron eficazmente las posibilidades de conexión que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación (Fresno, 2014), pero su éxito se debió, fundamentalmente, al hecho de haberse sentado a hablar en las plazas de las ciudades, en el espacio público por excelencia. Al principio era una conversación periférica, un murmullo de fondo que los diálogos dominantes codificaron como simple aunque molesto «ruido», intentando acallarlo con vagas promesas, prometiendo atender a las demandas de cambio que surgían de las plazas y las calles… pero siempre «dentro de un orden». Pero fueron sumándose más y más personas a la conversación democrática, hasta alcanzar una dimensión tal que, sencillamente, acabo por desconectarse de la vieja cháchara de la política convencional, que se vio limitada a los espacios más institucionalizados.

En muchas ocasiones, desde que en mayo de 2011 se iniciara el nuevo ciclo de protesta política que hemos resumido con la etiqueta de la indignación, hemos recordado las crónicas que el escritor mexicano Carlos Fuentes, por aquel entonces un joven periodista en Paris redactó, a propósito del movimiento de mayo de 1968, especialmente una en la que se refiere a uno de los muchos lemas surgidos al calor de aquellas movilizaciones, el lema parlez á vous voisins! («¡habla con tus vecinos!»); escribe Fuentes:

«Cafés, bistrós, talleres, aulas, fábricas, hogares, las esquinas de los bulevares: Paris se ha convertido en un gran seminario público. Los franceses han descubierto que llevaban años sin dirigirse la palabra y que tenían mucho que decirse. […] En lugar de las “diversiones” de la sociedad de consumo, renació de una manera maravillosa el arte de reunirse con otros para escuchar y hablar y reivindicar la libertad de interrogar y de poner en duda. Los contactos se multiplicaron, se iniciaron, se restablecieron. Hubo una revuelta —tan importante como las barricadas estudiantiles o la huelga obrera— contra la calma, el silencio, la satisfacción, la tristeza» (Fuentes, 2005: 25-26).

Aquella conversación iniciada en 2011 continúa en la actualidad y se ha hecho más fuerte. Uno de sus principales efectos ha sido la crisis que en estos momentos sufre en España la lógica tradicional de la intermediación política y, con ella, toda la arquitectura institucional derivada de la democracia representativa (Subirats, 2011: 55). Decenas de miles de personas han (re)descubierto los encantos de la conversación democrática. Muchas de ellas, además, se han decidido a pasar de las palabras a los hechos, impulsando un vasto programa de experimentación social aplicada a todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Seguramente no es posible en estos momentos juzgar la relevancia de estas prácticas, necesitamos la atalaya del tiempo para valorar su dimensión transformadora pues, al cabo, como señala Elmar Altvater (2012: 245), «frecuentemente los contemporáneos ni siquiera se dan cuenta de que desbrozan el terreno a un cambio revolucionario de las formas sociales de producción y consumo a través de su vida diaria y sus experimentos sociales». Pero si hay algo de verdad en la reflexión de Thomas Coutrot (2012: 121) cuando sostiene que «“Otro mundo” no emergerá de la aplicación de un programa global, sino de la armonización de una multiplicidad de cambios surgidos de las profundidades de la sociedad», tal vez estemos en disposición de poner fin a esta reflexión diciendo que hay otro mundo posible que ya está en este.
 
En el VIII Informe, publicado en 2019, reflexionábamos sobre la huella del 15M y sobre los procesos que podían estar transformando la indignación de 2011 en otras indignaciones distintas, hasta antagónicas, a partir de la constatación de lo que denominábamos una realidad incómoda:
 
Como señala Zizek, 2011 fue “el año que soñamos peligrosamente”, pero en distintas, opuestas direcciones: “Sueños de emancipación movilizaron a los manifestantes de Nueva York, en la plaza Tahir, Londres y Atenas; y sueños oscuros y destructivos impulsaron a Breivik y los populistas racistas a lo largo y ancho de Europa, desde Holanda hasta Hungría” (Zizek, 2013: 7). Y son estos sueños oscuros los que, en el momento actual, parecen haberse hecho con las riendas de la indignación.

En las presentaciones públicas del VIII Informe Foessa, he utilizado estas imágenes para reflejar esa transición tensionada de una indignación a otras:

 
 
 
 

 
Cerrábamos así el capítulo 5 del VIII Informe:
 
"En 2011 una indignación esperanzada impulsaba protesta y propuesta que abrían posibilidades de un futuro más humano. Hoy es una indignación desesperada y desesperanzada la que nos encierra en un presente que cada vez más se parece a lo peor de otros tiempos pasados que creíamos definitivamente superados. Habrá, pues, que hacer pedagogía de la indignación, como nos enseñara ese gran maestro que fue Paulo Freire".
 
Hoy, diez años después del 15M, recupero una de las fotos que hice durante aquel mayo madrileño para reivindicar aquella experiencia que, más allá de sus efectos políticos, ha tenido indudables efectos culturales y morales para miles de personas. Estos efectos, mucho más difíciles de visibilizar y evaluar, son los que me permiten mantener activa la confianza en que aquel ciclo político regenerador sigue abierto.