sábado, 28 de noviembre de 2020

El país entre nosotros

Carolyn Forché
El país entre nosotros
Traducción de Andrea Rivas
Valparaíso Ediciones, 2016


"Era simple. Ella había venido
para encarnar la memoria de una poeta
cuyo cuerpo nunca fue encontrado"
.

 
Descubrí a Carolyn Forché gracias a su  libro autobiográfico Todo lo que han oído es cierto (Traducción de Martín Schifino y María Luz Nóchez, Capitán Swing, 2020), en el que relata sus estancias en El Salvador entre enero de 1978 y marzo de 1980, cuando empezaban a sentirse los primeros zarpazos de la terrible guerra civil que entre 1979 y 1990 provocó alrededor de 75.000 muertos, un millón de personas desplazadas y otro millón de emigrantes, todo ello en un diminuto país que en 1980 no llegaba a los 5 millones de habitantes. Un libro que me impresionó.

Luego vinieron sus primeros poemas recogidos en el libro Juntemos las tribus (Traducción de Claribel Alegría y Lillian Levy, Visor, 2017), en los que brillan ya las características de su escritura, expresión de su mirada sobre la realidad: el compromiso, la corporalidad, el protagonismo de la mujer, la empatía, la memoria de las víctimas. Ahora he leído su segundo libro de poemas, con el que, me temo, se acaba su obra publicada en castellano. A ver si alguna editorial se anima a publicar el resto de sus trabajos. El país entre nosotros se divide en tres partes. La primera, dedicada "a la memoria de Monseñor Óscar Romero", recoge ocho poemas y un brutal texto corto ("El coronel") a partir de su experiencia en El Salvador:

"Es un país pequeño.
No hay nada que un hombre no le haría a otro"
.

La segunda parte, titulada "Reunión", incluye trece poemas que nos llevan hasta Belgrado y Praga ("A los veintiocho / soy viejo, recordando botellas / que llenamos con gasolina / y encorchamos con harapos de vestidos / de nuestras madres, y que la sosegada / palabra soviética se pronuncia / entre escupitajos") y nos devuelven a su Detroit natal, para acabar en Mallorca, donde Forché pasó un verano con la poetisa nicaraguense-salvadoreña Claribel Alegría, exiliada, traduciendo sus poemas al inglés.

La tercera parte está dedicada a su amigo Terrence Des Press (no Terence, como por error se indica en el libro), y se compone de un solo poema, "Nosotros mismos o nada". Des Pres, autor del libro The Survivor: An Anatomy of Life in the Death Camps ("El sobreviviente: anatomía de la vida en los campos de la muerte"), escrito a partir de los testimonios de setenta y siete supervivientes de campos de la muerte nazis y soviéticos, se ahorcó en 1987. Carolyn Forché dedica un emocionante recuerdo a su amigo desaparecido, con quien compartía pasión por hacer memoria de las víctimas:

"Ve tras eso que está perdido
y las fosas comunes de los muertos del siglo
se abrirán en las horas de tu amanecer:
Belsen, Dachau, Saigon, Phnom Penh
y aquel significativo Bridge of Ravens,
Sao paulo, Armagh, Calcuta, El Salvador,
aunque estos no son los mismos"
.

En una entrevista de 2017, oportunamente titulada "Una inagotable responsabilidad por el otro", Carolyn Forché cuenta que El país entre nosotros pudo publicarse, después de ser rechazado por varias editoriales, gracias al interés que suscitó en Margaret Atwood, quien la animó a ponerlo en manos de un agente conocido suyo. En esta entrevista profundiza en su idea de la poesía del testimonio ("Poetry of Witness"). Una poesía política, pero no en el sentido estrecho del término, como indicaba en otra entrevista:

"Estamos acostumbrados a categorías demasiado simples: distinguimos entre poemas 'personales' y 'políticos'. Esta distinción concede al ámbito político demasiado y a la vez muy poco alcance; al mismo tiempo, hace que lo personal sea demasiado importante y no lo suficientemente importante. Si renunciamos a la dimensión de lo personal, corremos el riesgo de renunciar a uno de los lugares de resistencia más poderosos. La celebración de lo personal, sin embargo, puede indicar una miopía, una incapacidad para ver cómo las estructuras más amplias de la economía y el Estado circunscriben, si no determinan, el frágil ámbito del individuo".

Poesía que conmueve hacia adentro, que emociona por su lirismo, pero que también busca con-movernos hacia afuera, ponernos en movimiento. Así nos lo recuerda en uno de los poemas de este libro:

"No es tu derecho sentirte impotente".


lunes, 23 de noviembre de 2020

Secretos a voces

Alice Munro
Secretos a voces
Traducción de Flora Casas
Debolsillo, 2016 (RBA, 2010)

"Pero no me sentía abatida. Había hecho un cambio drástico en mi vida, y a pesar de los remordimientos que experimentaba a diario, me sentía orgullosa. Como si al fin hubiera salido al mundo, con una piel distinta. Sentada a la mesa, prolongaba una taza de café o una sopa una hora, aferrándola con las manos mientras mantenía algo de calor. Leía, pero sin ningún objetivo concreto. Frases sueltas de los libros que siempre había querido leer. A veces, esas frases me resultaban tan gratas, o tan esquivas o maravillosas, que abandonaba el resto de las palabras y me sumía en un estado de ánimo especial. Despierta y somnolienta, aislada de la gente pero al mismo tiempo consciente de la ciudad en sí misma, que se me antojaba un lugar extraño".

Ocho relatos de la Nobel canadiense Alice Munro. Ocho inmersiones en otras tantas historias protagonizadas por mujeres en contextos temporales y geográficos diversos, pero siempre complicados. Mujeres que sufren, pero que Munro no describe como víctimas. 

Una bibliotecaria soltera que es testigo de las tragedias de las y los habitantes del pequeño pueblo de Carstairs, durante los años finales de la Primera Guerra Mundial y en plena epidemia de "gripe española", esperando el regreso de un vecino del pueblo a quien no conoce, convaleciente en un hospital militar, con el que inicia una improbable relación epistolar. Una joven campesina grandullona, independiente y salvaje, que nunca había pensado en el matrimonio y a quien sus amigas y vecinas jamás hubieran imaginado casada ve como en su vida se cruza un rico forastero que le declara su amor (otra relación improbable) y acaba casándose por la presión de sus amigas, residiendo en Australia con su marido y viviendo un sin fin de aventuras:

"'He engordado tanto que ni la reina de Tonga', escribió Dorrie desde Australia, años más tarde. En una fotografía se veía que no exageraba. Tenía el pelo blanco, la piel morena, como si se le hubieran disparado todas las pecas y después se le hubiesen juntado. Llevaba un vestido enorme, con colores como de flores tropicales. Con la llegada de la guerra se acabó la posibilidad de viajar, y cuando terminó, Wilkie se estaba muriendo. Dorrie se quedó en Queensland, en una finca enorme en la que cultivaba caña de azúcar y piñas, algodón, cacahuetes, tabaco. A pesar del volumen que tenía, montaba a caballo, y había aprendido a pilotar aviones. Realizó viajes ella sola por aquella parte del mundo, había cazado cocodrilos. Murió en los años cincuenta, en Nueva Zelanda, mientras escalaba una montaña para ver un volcán".

Más historias. Una mujer norteamericana que viaja sola por Europa es atacada mientras atraviesa en compañía de un guía las salvajes montañas de Albania, se recuperará en un inhóspito poblado y se adaptará a la vida de sus habitantes hasta el punto de romper con su vida anterior. Una chica desaparecida entre sospechas que apuntan a un vecino. Una mujer a quien su pareja abandona por otra mucho más joven, con la que emigra a Australia, decide unos meses después vender todas sus pertenencias e instalarse cerca de la casa de su exmarido, con quien empieza a cartearse. También se narra mediante un intercambio de cartas la historia de una muchacha casada por encargo -"En Navidad, mi hermano me dijo que pensaba que la casa estaba en condiciones suficientemente buenas para que trajese una esposa [...]. Me dijo que no conocía a ninguna, pero que se había enterado de que se podía escribir al orfanato y preguntar si había alguna muchacha que pudieran recomendar y que estuviera dispuesta a considerar la idea"- acusada de asesinar a su esposo...

No se trata de un libro fácil, son historias que exigen una lectura atenta, en ocasiones una relectura, ya que no se desarrollan siguiendo una estructura evidente, pero que atrapan la atención al revelar, bajo una engañosa sencillez, una poderosa mirada a los aspectos más complejos de vidas aparentemente cotidianas. Alice Munro nos ofrece una clave de esa falsa sencillez en una entrevista de 2013, en la que habla de sus inicios como escritora:

"Mi idea era escribir novelas, pero empecé a escribir cuentos porque era para lo único que podía hacerme tiempo. Entre las tareas de la casa y el cuidado de los chicos, nunca habría tenido tiempo de escribir una novela. Y después fue como si el formato del cuento –en realidad, una forma más bien inusual de cuento, por lo general una forma de relato bastante largo– fuese lo que quería hacer. Ese espacio alcanzaba para decir lo que quería decir".

Una autora que ha pasado de ser descrita en sus inicios como una sencilla "ama de casa" que escribía en los ratos que lograba salvar de sus tareas domésticas a ser considerada en la actualidad como "la Chejov de América del Norte". Por motivos de salud Alice Munro no pudo viajar a Estocolmo para recoger su Nobel de Literatura, así que la Fundación Nobel la visitó en Canadá natal y grabó una interesante entrevista, en la que la escritora habla sobre sus inicios y su forma de trabajar. 

"Quiero que mis cuentos conmuevan, que cuenten algo sobre la vida que haga que la gente diga: '¡No, eso no es verdad!', sentir una especie de recompensa de la escritura, y eso no significa que tenga que haber un final feliz, sino simplemente que todo lo que cuente la historia conmueva al lector de tal modo que cuando haya terminado sienta que es una persona diferente".

De verdad que lo consigue; sorprendernos y conmovernos, al menos.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Rebaños por el Ganeko

Practicamente se me han acabado los montes que puedo hacer en esta fase de confinamiento. Perdón, Erri, quería decir subir ("Para las montañas que suba, le dije que evitara el verbo hacer. No hay que decir: 'Ya tengo hechas ésas'. De hacerlas ya se ha encargado el mundo"  - Erri de Luca, Imposible, traducción de Carlos Gunpert, Seix Barral, 2020). Me refiero a cimas que no haya subido todavía este año. Bueno, me queda alguna en la zona entre Arraiz y Gangoiti, pero poca cosa. 

A principios de año me apunté en mi club de montaña, el Goikomendi, para participar un nuevo concurso consistente en sumar 100.000 metros de altitud ascendiendo a cumbres distintas, estando permitido marcar hasta cuatro cumbres cada jornada. No es un objetivo excesivamente exigente, pero me ha animado a encadenar cumbres y conocer montes a los que nunca se me había ocurrido subir. 

Así que desde principios de enero estoy recogiendo en una libreta que siempre llevo en la mochila las cimas a las que voy subiendo y sumando su altitud. Volví del verano con 140.000 metros y comentándolo en el club nos planteamos intentar llegar o acercarnos a los 200.000 metros al final del año, pero el nuevo confinamiento me va a impedir desplazarme hasta aquellas zonas que, por la altura de sus cumbres, me permitirían lograrlo (sierra de Aizkorri, sierra de la Sía, sierra de Urkilla, sierra de Arkamu, Alto Carrión...). Otro año será.

De manera que esta mañana he repetido montes. Concretamente he pasado por los buzones de Zamaia, Gongeda, Ganekogorta, Arrabatxu y Pagero. Bien a gusto. El único problema es la cantidad de gente que había por todos los sitios, sobre todo cuando ya bajaba. Auténticos rebaños.

Amanece por la zona del Pagasarri.

Mina Antón, en Zamaia.


Buzón de Zamaia (616 m.). Al fondo, el tripudo Ganekogorta.
Gongeda, desde Zamaia. En la cumbre se aprecian unas motitas blancas. Se trata de un hermoso rebaño de ovejas que, como se puede comprobar, no se han sobresaltado en absoluto al verme llegar.

Lo dicho: hoy había auténticos rebaños por el monte. Estos de ovejas. Me he sentido como Babe, el montañerito valiente.
Gongeda (668 m.).
Subiendo hacia el Ganeko. En sombra el Gongeda, al sol Zamaia. Al fondo, el Abra.
 
Llegando al collado entre Ganekogorta y Arrabatxu.

El Gran Bilbao y el Abra desde el Ganekogorta (998 m.). Aunque era temprano había ya mucha gente en la cumbre. Demasiada. Rebaños.

Así que abandono rapidamente la cumbre y me dirijo hacia Arrabatxu (cima de la izquierda) y Pagero (a la derecha). Afortunadamente, la inmensa mayoría de las personas que suben al Ganekogorta no continuan, lo que me permite disfrutar casi en soledad de uno de los tramos de montaña más bonitos de Bizkaia.
Arrabatxu (984 m.).
Ganeko desde Arrabatxu.
 
El Pagero es el alto que queda en el medio. A la izquierda se asoma Gallarraga.
Pagero (963 m.).
Desde Pagero, Arrabatxu y Ganekogorta.
Y tambien desde Pagero, Gongeda y Zamaia.
Desde Pagero he vuelto a la pista que lleva al Ganeko desde Gongeda. Muchísima por todo el camino hasta Alonsotegi, teniendo en cuenta que es una zona por la que apenas subía nadie antes de ahora.
Al pasar bajo Gongeda, zoom a la cumbre: mucha gente.
Lo mismo en Zamaia. 
Me he detenido a charlar con Jose, un vecino del barrio de El Somo que paseaba a sus perros por la zona, y me ha dicho que estos días han llegado a tener incluso atascos de coches en la pista que llega desde Alonsotegi, de la cantidad de vehículos que se acercaban hasta las inmediaciones de Zamaia y Ganeko.