En este blog he reflejado en muchas ocasiones mi pasión por este género, que en España ha conocido un auténtico esplendor gracias a la iniciativa editorial de Errata naturae y su colección "Libros salvajes", pero también de otras como Turner, Capitán Swing, Pepitas de Calabaza, Volcano...
Hoy recomiendo dos títulos pertenecientes a este género, y al hacerlo voy a aprovechar para proponer una posible distinción entre dos estilos de literatura de naturaleza: el estilo "duro" y el estilo "blando", o Hard Nature Writing y Soft Nature Writing.
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Susan Fenimore Cooper
Diario rural
Traducción de Esther Cruz Santaella
Prólogo de María Sánchez
Pepitas de Calabaza, 2018
"Día caluroso, medio nublado. Aires ligeros e intermitentes que hacen bailar las hojas aquí y allá sin agitar las ramas. En un día de verano calmado, cuando el follaje por lo general permanece quieto, la vista a veces se ve atraída por una hoja solitaria, o por una ramita que danza feliz, como si la hubiera mordido una tarántula, por no hablar de las hojas del álamo temblón, que nunca están quieras. Las hojas de los arces, con sus tallos largos, son muy dadas a este truco, al igual que las del abedul de las canoas y las del roble escarlata, y también ocurre en el helecho. Dicha agitación sin duda viene causada por cierto ligero soplo de aire que pone la hoja en movimiento, y que luego se desvanece sin que ninguna corriente normal siga su curso. El caprichoso movimiento continua hasta que la fuerza del impulso se agota y la atolondrada hoja queda exhausta. A veces, el efecto resulta bastante singular: una única hoja, o dos, en rápido movimiento, y todo lo demás tranquilo y en calma. Y entonces uno se imagina a Puck, o a algún otro duende travieso, sentado a horcajadas en el tallo, moviéndose a un lado y otro entre risotadas, a expensas del perplejo espectador".
Publicado originalmente en 1850, este libro es un perfecto ejemplo de Soft Nature Writing, el estilo más característico de este género literario: atención al detalle, descripciones sosegadas, reflexiones personales, énfasis en la belleza y el equilibrio... Su autora, hija del célebre autor de El último mohicano, describe el día a día de su vida en una localidad rural de Nueva Inglaterra durante la primavera y el verano de 1848. Susan Fenimore Cooper nos cuenta sus paseos por campos y bosques, describe las flores, los árboles y las aves que observa, pero también toma nota con afecto de los modos de vida de las familias campesinas y rememora la huella que en esos paisajes dejaron los indios nativos. Todo ello entreverado con reflexiones sobre la necesidad de preservar los bosques salvajes, sobre la vida simple, sobre las diferencias entre la civilización europea y la norteamericana, sobre educación, religión, comunidad, etc.
Un libro delicioso, pausado, sensible, cuya lectura proporciona momentos de sosegada satisfacción.
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Las estrellas, la nieve, el fuego. Veinticinco años en la Alaska salvaje
Traducción de Clara Ministral
Volcano, 2019
"Durante un tiempo me adentré en la vida ancestral del bosque y yo mismo me volví mitad animal. [...] Aún así, n soy capaz de cazar y matar sin pensar ni sentir, y es posible que el acto de matar me esté hiriendo también a mí, con heridas leves pero mortales".
Todo lo que el Diario de Susan Fenimore Cooper tiene de soft el libro de John Haines lo tiene de hard.
En 1947 Haines se instaló en una cabaña aislada en Alaska, al sureste de Fairbanks, donde vivió durante casi veinticinco años, con algunas ausencias temporales para impartir cursos y conferencias o participar en recitales de poesía. Porque, sí, Haines es, ha sido, sobre todo, poeta: el "poeta de lo Salvaje", como lo definió en su obituario The New York Times. Un ejemplo (perdón por la traducción):
Fairbanks Under the Solstice
Slowly, without sun, the day sinks
toward the close of December.
It is minus sixty degrees.
Over the sleeping houses a dense
fog rises -smoke from banked fires,
and the snowy breath of an abyss
through which the cold town
is perceptibly falling.
As if Death were a voice made visible,
with the power of illumination...
Now, in the white shadow
of those streets, ghostly newsboys
make their rounds, delivering
to the homes of those
who have died of the frost
word of the resurrection of Silence.
Fairbanks bajo el solsticio
Poco a poco, sin sol, el día se hunde
hacia finales de diciembre.
Hay sesenta grados bajo cero.
Sobre las cabañas una densa
niebla se eleva: humo de fuegos encendidos,
y el aliento nevado de un abismo
a través del cual la ciudad fría
está cayendo perceptiblemente.
Como si la muerte fuera una voz hecha visible,
con el poder de la iluminación ...
Ahora, en la sombra blanca
de esas calles, fantasmales repartidores de periódicos
hacen sus rondas, entregando
en las casas de esos
que han muerto de la helada
palabra de la resurrección del Silencio.
Pero el poeta Haines fue capaz de sobrevivir durante años en una de las zonas más salvajes del planeta, llevando la vida de un cazador y un trampero:
"Me quito la cesta de la espalda y me acerco a la marta con el bastón. Le doy un fuerte golpe en el hocico y cae sobre la nieve, temblando. Le doy la vuelta rápidamente, le pongo el bastón atravesado sobre la garganta y lo sujeto ahí con un pie mientras con el otro le piso el delgado pecho. Siento los latidos de su pequeño corazón a través de la suela del mocasín.
Mientras estoy agachado sobre ella, la marta revive ligeramente e intenta liberarse, pataleando y retorciéndose. Pero enseguida su corazón se detiene y el esbelto cuerpo queda relajado. Retiro el pie y el bastón, abor las mandíbulas del cepo y extiendo el cuerpo de la marta en el suelo. Es un macho de buen tamaño y abundante pelaje oscuro.
Es mejor encontrárselas muertas y congeladas, no me gusta matarlas así. Cuando hace frío, una vez que quedan atrapadas en el cepo, normalmente no suelen sobrevivir mucho tiempo; con unas pocas horas más esta también se habría congelado".
Situaciones como esta abundan en el libro, conformando un relato más cercano a la literatura de aventuras de Jack London o James Oliver Curwood que a la moderna literatura de naturaleza, que casi siempre nos ahorra escenas como esas. Afortunadamente, la sensibilidad poética de Haines compensa más que sobradamente la dureza de unas situaciones, por otra parte absolutamente normales en una existencia como la suya:
"Me miro las manos y flexiono los dedos. Han tocado de todo, han hecho cosas que prácticamente ni soñé que haría cuando era más joven. Con ellos he tejido mis redes y fabricado mis trampas de lazo. He apretado el gatillo de mi rifle muchas veces y he visto a un pájaro caer o a un alce desplomarse sobre el suelo. Con estas manos he llegado a lo más profundo del cuerpo caliente del animal y le he arrancado los tejidos, aún trémulos, de los pulmones, el corazón, el hígado y las trimas. Tengo sangre bajo las uñas, tierra y grasa en los pliegues de las articulaciones".