sábado, 28 de abril de 2018

Conversando con Joan Coscubiela

El pasado día 26, organizado por CCOO de Euskadi, conversé con Joan Coscubiela a propósito de su libro Empantanados: Una alternativa federal al sóviet carlista (Península, Barcelona 2018).
Recojo aquí las cuestiones a partir de las cuales me pareció interesante orientar la conversación. No puedo recoger las respuestas de Joan, y es una pena. Pero creo que con ellas es posible hacerse una idea de la riqueza de contenidos del libro, que va mucho más allá de la ya cuestión del proceso independentista en Cataluña.


A continuación, propongo algunas cuestiones para la conversación. Como se trata de eso, de una conversación, tanto los contenidos como el ritmo de la misma pueden variar. Preferiría fijarme en cuestiones que van más allá de la peripecia concreta del procés, para fijarme en cuestiones de fondo. En todo caso, que Joan se sienta plenamente libre para incorporar cuantas cuestiones considere relevantes o necesarias.

1. Creo que puede ser conveniente comenzar la conversación recordando la vigorosa intervención de Joan en el pleno del Parlament del 7 de septiembre. Una intervención a la que se refiere levemente en el libro (pp. 62-67), pero cuyo contenido literal no se recoge. Además de haberla escuchado en su momento, haber leído su reflejo en la prensa, he vuelto a leerla íntegramente en el diario de sesiones del Parlament (pp. 68-72). Me gustaría que Joan recuerde el contexto en el que tal intervención tiene lugar, los motivos que le impulsan a hacerla…

2. A partir de esta intervención, en la que se incluyen algunas referencias a la historia personal de Joan, me gustaría entrar en algunos aspectos de su biografía política, sin los cuales no se puede entender su posicionamiento ante el procés. En concreto, su militancia en el PSUC y en CCOO. Respecto de la primera, en las pp. 258-259 recuerda que la idea de “Catalunya, un sol poble”, entendiendo por tal la reivindicación de un proyecto de catalanismo popular e inclusivo. Esta cultura política a favor de una identidad incluyente y no etnicista, permitió la incorporación de la migración interior a Cataluña entre 1950 y 1975. En p. 20 reivindica la aportación de CCOO en este mismo sentido, “apostando por la cohesión de la sociedad, situando el conflicto social como eje vertebrador de la política” En el caso de CCOO, ha mantenido este objetivo también durante el procés, buscando mantener “la unidad civil de Cataluña”.

3. Cataluña como indicio de procesos más globales (p. 20): “una globalización económica sin reglas ni contrapoderes, que está erosionando todas las estructuras sociales e institucionales de la sociedad industrialista y del Estado nación” (p. 27). El independentismo como “intento de recuperar la soberanía para la ciudadanía” (29). “Asistimos a la reacción de la sociedad catalana frente a una crisis de época provocada por el impacto de una globalización sin reglas, sin contrapoderes sociales y con una gran capacidad de generar desigualdades sociales” (210). “Quizá el conflicto entre Cataluña y España esté anticipando lo que puede ser en el futuro –ya existen indicios en este sentido- una generalizada crisis de los Estados nación europeos” (217-218). “El movimiento independentista ocupa un espacio social, el de la respuesta a las consecuencias de una crisis de época, que la ciudadanía no va a dejar vacío” (246). La independencia como única “utopía disponible” (221), citando a la socióloga Marina Subirats. Sería muy interesante que pudiera desarrollar esta cuestión. ¿Qué reflexión cabe hacer desde la izquierda política y sindical?

4. No vamos a destripar el libro, un libro que hay que leer no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Formalmente, literariamente muy bien escrito. Pero hay una temática que me parece relevante, no tanto mirando al pasado reciente que relata Joan, sino a la propuesta de futuro que también plantea en el libro. Me refiero al papel jugado por la que denomina “Galaxia de los Comunes” (96). La verdad es que los Comunes no salen demasiado bien parados: habla de “tacticismo” (96, 184), “indefinición” (97), “equidistancia” (113), del “alma «cupera» de una buena parte del equipo de Ada Colau” (184). Cuestiona el llamamiento de los Comunes a participar en la votación del 1 de octubre, llamamiento que “ayudó a consolidar el relato de que había sido un referéndum” y con el que se expresó “la gran debilidad de la izquierda catalana […], haber asumido constantemente el marco mental del independentismo y su hegemonía ideológica” (98). También en Euskadi sabemos de las dificultades de construir un discurso de izquierda no nacionalista, pero sí vasquista. Lo intentó Euskadiko Ezkerra, Ezker Batua: sin éxito.
En su opinión, en Cataluña hay que “elegir entre la victoria o la solución. […] Imprescindible hacer emerger un tercer bloque, que hoy existe en Cataluña, pero que está sepultado por el conflicto maniqueo entre independentistas y constitucionalistas” (275). Pero yo pienso que también habría que hacer surgir un tercer bloque en el nivel estatal: “La actual crisis del Estado español es una oportunidad para hacer de nuevo la reflexión de cuál es el ámbito político territorial más adecuado para regular cada una de las realidades económicas y sociales” (301). Propone un horizonte federal (310-312). ¿Quién puede hacer ese papel de tercer bloque en el Estado? ¿Por qué no lo han conseguido los Comunes en Cataluña?

5. Citando a Lluís Rabell: “desde el equipo de Ada, se pretendía hacer política catalana sin implicarse en ella, desde la ciudad-Estado de Barcelona” (187). También quiso hacerlo Maragall, sin éxito. Compartiendo la dificultad de la tarea, a mí sin embargo sí me parece que las ciudades pueden ser el espacio para superar los cierres nacionalistas. Hace unos meses, cuando a propuesta de Elkarrekin-Podemos intervine en la Comisión de Autogobierno del Parlamento Vasco, entre otras cosas yo decía esto:

No se trata de cantar las alabanzas de la ciudad sin más matices: obviamente, la referencia no es una ciudad-Estado como Singapur. Ni tampoco el referéndum independentista de la región del Véneto de 2014 para separarse de Italia. No se trata de reducir la escala de las fronteras, sino de gestionar su complejidad con voluntad de inclusión.
Pensemos en las “ciudades santuario” en Estados Unidos, en la red europea de “ciudades refugio”, de las que Barcelona es pionera, en la red C40 (Cities Climate Leadership Group) de ciudades contra el cambio climático, o en todas esas iniciativas locales de transición que llevan años experimentando alternativas de participación, producción, consumo, lucha contra la exclusión, construcción de la comunidad, etc., haciendo posible lo que los gobiernos estatales nos dicen que es imposible.
Porque lo cierto es que en este mundo en proceso de metamorfosis, caótico y complejo, las ciudades son el lugar donde se producen acontecimientos tan improbables como que a la alcaldía de Yakarta, capital de Indonesia, llegue con un amplísimo apoyo una persona como Basuki Tjahaja Purnama, conocido como Ahok, cristiano y de origen chino, es decir, miembro de dos minorías más que rechazadas en el conjunto de Indonesia. (Aunque ahora juzgado por un supuesto delito de blasfemia y ofensa al Corán, en un juicio alentado por grupos radicales islamistas contrarios a que un no musulmán gobierne la ciudad). También podemos recordar los casos, afortunadamente más pacíficos, del actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, musulmán hijo de inmigrantes paquistanís, o de Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, y su familia multirracial.
Las ciudades permiten liderazgos políticos que no reproducen miméticamente los estereotipos nacionales, como si ocurre con los gobiernos estatales y hasta autonómicos. Recordemos las abominables declaraciones de Marta Ferrusola hacia el presidente de la Generalitat, José Montilla, al que definió como "un andaluz que tiene el nombre en castellano". La imagen, personalidad y trayectoria de Ada Colau está a años-luz de la imagen de President a la que nos ha acostumbrado la tradición institucional catalana (un varón, catalá de soca-rel, de pura cepa, profesional de la política y bien relacionado con todos los poderes de la comunidad), pero es lo más parecido que podemos soñar a esa ciudadanía abierta, mestiza, crítica, que caracteriza a la ciudad de Barcelona.


6. En el último capítulo del libro recurres a la distinción del politólogo Víctor Lapuente entre chamanes (que ofrecen soluciones simplistas) y exploradores (comprometidos en la búsqueda de soluciones parciales pero factibles y útiles), y te identificas con los segundos frente a los primeros (299). Compartiendo tu elección, sin embargo yo he apuntado en el libro si no serán necesarios, también y sobre todo, tejedoras y tejedores, más Penélopes que Ulises. Porque detectas y señalas rupturas en los afectos y en la confianza muy graves: 1) En el seno de Cataluña: “El procés ha significado la destrucción del capital político del catalanismo popular y su capacidad de inclusión. Y la aparición de síntomas de fractura en la unidad civil catalana” (261); 2) En el conjunto de España: “cultura del agravio comparativo” (312); hooliganismo anti catalán o antiespañol alimentado por las “Brigadas Mediáticas Brunete e Ítaca” (247-254); la “actitud de desprecio a España” generada por el independentismo (243); la “derechización del electorado” español (263). ¿Quién puede hacer esa tarea de recoser los afectos rotos?


viernes, 27 de abril de 2018

Matriarcadia



Hoy he recordado un fragmento de la novela utópica Herland, de la escritora y activista feminista Charlotte Perkins Gilman (1869-1935). Publicada este mismo año por la editorial Akal con el título de Matriarcadia, traducida por Celia Merino Redondo, con un estudio preliminar de Ramón Cotarelo, un fragmento del cual puede leerse AQUÍ.

     Entonces, a la vuelta de una esquina, llegamos a un amplio espacio pavimentado y vimos ante nosotros a un grupo considerable de mujeres juntas, en orden armónico, que, evidentemente, estaban esperándonos.
     Nos detuvimos un momento y miramos hacia atrás. La calle a nuestra espalda estaba cerrada por otro grupo de mujeres que avanzaban con paso regular hombro con hombro. Seguimos adelante, pues no había otro modo de proceder, y enseguida nos encontramos completamente rodeados por esta multitud tupida, todas mujeres, pero . . .
     No eran jóvenes. No eran mayores. Tampoco eran hermosas en el sentido en que lo eran las muchachas. No parecían feroces. […] No eran ancianas. Todas estaban en pleno florecimiento de una salud excelente, erguidas, serenas, a pie firme y ágiles como boxeadores. No llevaban armas como nosotros, aunque no teníamos intención de disparar.
     - Si por lo menos fueran jóvenes. ¿Qué diantres puede uno decir a un regimiento de coronelas como este?
     En todos nuestros debates y especulaciones, siempre habíamos supuesto inconscientemente que, al margen de otros asuntos, las mujeres serían jóvenes. Supongo que la mayoría de los hombres piensa así.
     La mujer en abstracto es joven y, se supone, encantadora. A medida que se hace mayor abandona el escenario y, por así decirlo, pasa a ser propiedad privada en general o lo abandona por entero. Pero aquellas buenas señoras estaban en el escena­rio y cualquiera de ellas podría ser abuela.
     Pensamos que estarían nerviosas. Nada de eso. 
     Quizá aterrorizadas. Menos.
     Quizá estuvieran incómodas, sintieran curiosidad o estuvieran excitadas, pero todo lo que vimos fue lo que podía ser un comité de vigilancia de doctoras, tan frías como pepinos y evidentemente decididas a pedirnos cuentas de nuestra presencia allí.
     Seis de ellas se adelantaron una a cada lado de nosotros y nos indicaron que las acompañáramos. Pensamos que lo mejor era acceder, al menos al principio, y seguimos caminando cada uno con una mujer codo con codo, y las demás, en masa compacta por delante, por detrás y a ambos lados.
     Ante nosotros se erguía un gran edificio, un lugar impresionante de gruesos muros, enorme y antiguo, de piedra gris y nada parecido al resto de la ciudad.
     - Así, no -nos dijo Terry rápidamente-. No podemos dejar que nos encierren ahí, chicos. Los tres juntos ahora...
     Nos detuvimos en seco y empezamos a explicar, haciendo señales que apuntaban al bosque e indicando que queríamos volver a él de inmediato.
     Sabiendo cuanto sé ahora, me río al pensar en nosotros, tres muchachos y nada más. Tres muchachos audaces e impertinentes metidos en un país desconocido sin ningún tipo de protección o defensa. Parecíamos pensar que, si hubiera hombres, combatiríamos con ellos, y si sólo hubiera mujeres ..., no serían obstáculo alguno.
     Jeff con sus nociones románticas y anticuadas acerca de las mujeres como plantas trepadoras. Terry con sus claras y decididas teorías prácticas de que hay dos tipos de mujeres: las que le gustaban y las que no le gustaban. Mujeres deseables o no deseables, tal era su diferenciación. Las últimas eran un grupo muy numeroso, pero prescindible, y nunca se había ocupado de ellas. Pero ahora estaban allí, en grandes cantidades, evidentemente indiferentes respecto a lo que él pudiera pensar y evidentemente también decididas a cumplir el propósito que se habían hecho respecto a él, y aparentemente muy capacitadas para llevarlo a cabo.
     Reflexionamos sobre la situación. No parecía buena táctica poner objeciones a acompañarlas, incluso aunque hubiéramos podido. Nuestra única posibilidad era mostrarnos amistosos, esperar que ambas partes tuviéramos una actitud civilizada.
     Pero una vez dentro del edificio no había modo de determinar qué pudieran hacer con nosotros aquellas decididas damas. No aceptábamos una detención pacífica y, si la llamábamos «prisión», todavía menos.
     Nos plantamos, tratando de hacerles comprender que preferíamos estar al aire libre. […]
     De nuevo nos indicaron que avanzáramos, mientras ellas se concentraban tan cerradamente en torno a la puerta que sólo quedaba un camino recto despejado. Formaban una masa compacta alrededor y detrás de nosotros. No había nada que hacer, salvo seguir de frente... o luchar.
     Deliberamos un momento.
     - No he peleado jamás con mujeres -dijo Terry, muy alterado-, pero no voy a dejar que me encierren, como si fuéramos ganado.
     - No podemos luchar con ellas, desde luego -sostuvo Jeff-. Son mujeres, a pesar de sus vestimentas extrañas, y mujeres agradables, además, de rasgos nobles, fuertes, sensibles. Sospecho que debemos entrar.
     - Puede que no salgamos si lo hacemos -les dije-. Fuertes y sensibles, sí, pero no estoy tan seguro respecto a su bondad. Mirad sus rostros.
     Se habían diseminado, esperando mientras conferenciábamos, pero sin aminorar la vigilancia. […]
     Nunca en mi vida había visto mujeres de este tipo. Las pescaderas y las vendedoras del mercado podían mostrar similar fortaleza, pero ruda y pesada. Estas, en cambio, eran figuras atléticas, ligeras y poderosas. Las profesoras universitarias, las maestras, las escritoras, muchas mujeres prueban una inteligencia análoga pero a menudo dan muestras de un temperamento nervioso, mientras que estas eran tan tranquilas como las vacas, aunque dotadas de un intelecto evidente.
     Nos mantuvimos estrechamente unidos porque los tres sabíamos que se trataba de un momento crucial.
     La dirigente pronunció una orden, nos hizo una seña y la masa en nuestro entorno avanzó un paso más.
     - Hemos de tomar una decisión rápidamente -dijo Terry.
     - Voto por entrar -dijo Jeff. Pero éramos dos contra él y se plegó lealmente a nuestro propósito.  Solicitamos de nuevo que nos dejaran ir, con insistencia, pero sin implorar. Vano empeño.
     - ¡Vamos allá, muchachos! -dijo Terry-. Y si no rompemos el cerco, dispararé al aire.
     Nos encontramos entonces en una posición similar a la de las sufragistas, que trataban de entrar en el edificio del Parlamento atravesando un triple cordón de policías londinenses.
     La fortaleza de aquellas mujeres era algo asombroso. Terry se dio cuenta de que no tenía posibilidades, se zafó por un instante, sacó el revólver y disparó hacia arriba. Cuando se le abalanzaron de nuevo, volvió a disparar, oímos un grito...
     Al instante cada uno de nosotros quedó inmovilizado por cinco mujeres que nos sujetaban por los brazos, las piernas y la cabeza. Nos alzaron como si fuéramos niños, niños indefensos que se resistían y avanzaron mientras nosotros nos retorcíamos, aunque sin ningún efecto.

domingo, 22 de abril de 2018

Dia(s) del(los) libro(s)


Una selección de lecturas hechas en las últimas semanas. Empiezo con tres ensayos:

El enemigo interior, de Seumas Milne (Alianza, 2018. Traducción de Manuel Valle Morán).
Publicado originalmente en 1994, recoge la minuciosa investigación de las oscuras actividades desarrolladas por el gobierno de Thatcher para combatir las actividades del National Union of Mineworkers (Sindicato Nacional de Mineros) y, muy particularmente, de su líder más carismático, Arthur Scargill. Servicios secretos, jueces, Scotland Yard, medios de comunicación conservadores, todos siguiendo servilmente la estrategia del gobierno con el fin de acabar con la mayor fuerza de oposición al proyecto neoliberalizador de Thatcher. Como señala al principio del libro Milne, la huelga de los mineros de 1984-1985 fue "un conflicto que enfrentó al sindicato más poderoso y politizado del país contra una administración gobernada por la derecha más dura y conservadora, empeñada en una venganza de clase y dispuesta a arrasar en ella las zonas industriales y el sector de la energía del país, sin reparar en los costes. [...] Aquella huelga [...] planteó la alternativa de una Gran Bretaña distinta, basada en la solidaridad y en la acción colectiva, contra el individualismo y la codicia de los años de Thatcher". Lo más indignante de todo fue el papel de mamporreos de Thatcher que jugaron los dirigentes del Partido Laborista, con Neil Kinnock a la cabeza. Luego vendría, claro, Tony Blair.

Capitalismo Big Tech: ¿Welfare o neofeudalismo digital?, de Evgeny Morozov (Enclave de libros, 2018. Traducción de Giuseppe Maio).
Morozov es un bien conocido crítico del solucionismo tecnológico, esa ideología que despolitiza la tecnología, cuando esta ha sido siempre un hecho político de primer orden. Releamos, si no, a Langdon Winner, o al primer Habermas y su Ciencia y técnica como ideología. El libro es básicamente una recopilación de sus artículos en The Guardian, y en ellos analiza cuestiones como la propuesta de renta básica de Silicon Valley, la economía bajo demanda modelo Uber y sus consecuencias laborales, el uso de robots en sociedades cada vez más envejecidas, el riesgo de que los servicios públicos funcionen según la lógica de las plataformas, etc. Un libro esencial para combatir la hegemonía del discurso solucionista.

Gran Hotel Abismo: Biografía coral de la Escuela de Frankfurt, de Stuart Jeffries (Turner, 2018. Traducción de José Adrián Vitier). Un recorrido fascinante sobre la historia de una de las comunidades de pensamiento más interesantes e influyentes. Adorno, Horkheimer, Benjamin, Marcuse, Fromm, Habermas, Honneth... Desde 1900 hasta 1970, el libro analiza, década a década, la evolución del pensamiento frankfurtiano, entreverado con la peripecia personal de sus componentes y la historia de cada momento. Su énfasis en la necesidad de pensar la emancipación en términos no sólo económicos, sino también culturales y hasta espirituales, tiene hoy más actualidad que nunca. Así lo señala Jeffries al final del libro:
"Lo que Ernst Bloc denominó el espíritu de la utopía ya no logra encontrar un espacio en la industria cultural de la red [...]; una industria que nos ofrece más de los mismo, desarrolla algoritmos para continuar encadenándonos a nuestros gustos, y nos hace desear nuestra propia dominación. En tal cultura a la carta, que elimina el descubrimiento casual, se burla de la dignidad y convierte la liberación humana en una posibilidad aterradora, los mejores escritos de la Escuela de Frankfurt tienen mucho que enseñarnos: como mínimo, sobre la imposibilidad y la necesidad de pensar de una manera diferente".

Continuo con dos libros que comparten estilo (mezcla de crónica periodística y literaria) y ubicación: la ciudad con toda su abigarrada y sorprendente efusión.

La fabulosa taberna de McSorley y otras historias de Nueva York, de Joseph Mitchell (Jus Libreros y Editores, 2017. Traducción de Marcelo Cohen, Alejandro Gibert Abós y Martín Schifino). Joseph Mitchell (1908-1996) comenzó su colaboración con el New Yorker en 1938 y a su muerte seguía figurando como redactor del mismo a pesar de que, según parece, a lo largo de sus últimos treinta años vivió una extraordinaria parálisis creativa que le impidió publicar una sola línea. Sin embargo, leer las crónicas recogidas en este libro, publicado originalmente en 1943, nos sumerge en un mundo plagado de personajes y ambientes extraordinarios: pícaros como el comodoro Dutch, bohemios como el profesos Gaviota, artistas de variedades como la barbuda lady Olga, mujeres de carácter como la taquillera Mazie P. Gordon, o como los indios cauhnawaga, expertos en trabajar en los edificios de mayor altura... Escritos con humor, comprensión y perspicacia etnográfica, es una lectura muy recomendable.

Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina (Seix Barral, 2018). A caballo entre el ensayo, el diario y la novela, Muñoz Molina demuestra en este libro sus dotes de flâneur, de paseante sin rumbo fijo, deambulando por la ciudad y observando su agitada vida. En Madrid y en Nueva York. Anuncios publicitarios, viajes en el metro, noticias, conversaciones captadas en un café, todo le sirve para construir un libro construido a partir de fragmentos, donde caben desde relatos cortos excelentes, como el que se puede leer entre las páginas 33-36, hasta un pequeño tratado de Deambulología. Para leer a tragos cortos.

Seguimos con dos novelas policíacas que nos son recientes. Son de esos libros que encuentro, a veces porque los busco, casi siempre por casualidad, en librerías de viejo o en ferias de libro de ocasión, y que voy reservando "para cuando tenga tiempo". Son libros que van siendo relegados por las novedades, pero a los que me gusta regresar en cuanto tengo ocasión.

Una tumba en Gaza, de Matt Beynon Rees (Ediciones B, 2009. Traducción de Carlos Gómez). Segunda entrega de las historias protagonizadas por Omar Yusef, profesor de historia y director de una escuela de Naciones Unidas en un campo de refugiados cerca de Belén, presentado como "el primer detective palestino de la historia de la novela negra". En este caso, se verá implicado en la investigación por el arresto en Gaza de otro profesor acusado de colaborar con la CIA tras haber denunciado una trama de corrupción (¡falsificación de títulos!) en la Universidad Al-Azhar. En un ambiente de tensión, violencia e impunidad, destaca la humanidad de Omar Yusef.

El avispón negro, de James Sallis (Poliedro, 2004. Traducción de Elena de Grau). En Nueva Orleans, el investigador (negro) Lew Griffin se ve implicado en el caso de un francotirador que asesina a transeúntes blancos. Novela policiaca afroamericana, en la línea de Chester Himes o Walter Mosley, pero con una intensidad literaria que le permite a Sallis incorporar referencias a El extranjero de Camus, y una profundidad sociológica reflejada en fragmentos como este:
"Cuando miro hacia atrás, esta historia me parece un viaje en autocar a través del país, largos tramos de inactividad interrumpidos por breves descansos, el ajetreo febril de las paradas.
Hubo las comodidades de los primeros años, cuando los muros empezaron a ceder, cuando de pronto pudimos sentarnos a las barras de los bares, entrar en las tiendas, los teatros, los lugares que antes nos estaban prohibidos, cuando empezamos a ser visibles. [...]
Recuerdo que de los aseos desaparecieron los rótulos 'De Color'. recuerdo haber cruzado puertas principales por primera vez en la vida.
Aspiramos el aire intenso y fértil del reto social, de la justicia y la libertad, de los derechos inalienables. Pero entonces descubrimos que aquella carretera penetraba  sólo hasta el yermo. [...]
Luego, la ira profunda. Las llamadas a la revolución. Patrullas errantes de guardias iluminados. [...]
Luego, depende de quien lo relate, una aceptación del trabajo político comunal o un asalto a la política municipal. Algunos concejales, representantes de la ciudad y del estado, uno o dos alcaldes. Incrementos de poder.
Y finalmente, este apartheid silenciado con el que vivimos todavía.
Entretanto, la ira se repliega en sí misma. Se ceba en los individuos, en las familias, en las comunidades, en las ciudades. Los consume".

Y para acabar, seis novelas recientes que me han gustado mucho, algunas muchísimo.

La revolución de la luna, de Andrea Camilleri (Destino, 2018. Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale). Otra de las historias sicilianas que el maestro Camilleri rastrea en la historia de su tierra (como La ópera de Vigàta o La concesión del teléfono) y que constituyen una muestra insuperable de realismo mágico. En este caso, se remonta al Palermo de 1667, cuando al repentinamente fallecido virrey don Ángel de Guzmán le sucede en el trono su esposa, la hermosa, inteligente y justa doña Eleonora de Mora. Una mujer gobernando en un mundo corrupto en el que, "dado que ser virrey significaba ser también legado natural del papa y un legado natural del papa no podía ser de ningún modo y por ninguna razón del mundo una mujer", se enfrentará a todo tipo de conspiraciones.

La pirámide de fango, de Andrea Camilleri (Salamandra, 2014. Traducción de Carlos Mayor). La última entrega de la serie del comisario Salvo Montalbano. La número 27. En este caso, Montalbano se enfrenta a una trama de corrupción en las adjudicaciones de obra pública.

Los dieciséis árboles del Somme, de Lars Mytting (Alfaguara, 2017. Traducción de Cristina Gómez Baggerthun). Un joven noruego, huérfano desde que en 1971, cuando él tenía tres años, sus padres murieran al pisar una vieja granada de la Primera Guerra Mundial en los terrenos del Somme. En esta búsqueda descubrirá, además de su propia historia, una parte de la historia más dramática de Europa.
"La batalla del Somme terminó en noviembre de 1916. Las pérdidas en ambos bandos ascendieron a un millón doscientos mil muertos y heridos. Los aliados habían tomado nueve kilómetros de tierra, un territorio atestado de chatarra y pedazos de cadáveres. [...]
Sin embargo, los dieciséis nogales de las viejas posiciones de las ametralladoras no habían caído. Las copas estaban partidas, las cortezas desgarradas y las ramas calcinadas, pero seguían en pie. El terreno estaba tan arrasado que el nogueral se veía a larga distancia. En primavera brotaron pequeñas ramas que se cubrieron de hojas. Además de las amapolas, los árboles eran lo único que seguía vivo a lo largo de la vieja línea del frente y los soldados británicos los conocieron como the sixteen trees of the Somme, 'los dieciséis árboles del Somme'".

Días sin final, de Sebastian Barry (Alianza de Novelas, 2019. Traducción de Susana de la Higuera Glynne-Jones). Una novela preciosa, a pesar de lo terrible de muchos de los acontecimientos que narra: las guerras de exterminio contra las tribus indias o la guerra de Secesión. A lo largo de dos décadas acompañaremos a Thomas y a John, dos jóvenes irlandeses inmigrados a Estados Unidos a mediados de la década de 1850, que trabajarán como artistas de variedades travestidos, se alistarán en el ejército, acogerán como a una hija a la joven india Winona y, sobre todo, vivirán una hermosa historia de amor.

El corazón de los hombres, de Nickolas Butler (Libros del Asteroide, 2017. Traducción de Marta Alcaraz). En 1962, en un campamento de boy scouts, se unirán para siempre las vidas de Nelson, un chico de trece años aislado de sus compañeros y maltratado por estos, y de Jonathan, el chico más popular del campamento. A partir de ahí, seguiremos su historia y la de sus descendientes hasta 2019.  Su anterior novela, Canciones de amor a quemarropa, me pareció excelente, de lo mejor que he leído nunca. En este caso, vuelve a destacar la capacidad de Butler para construir grandes historias a partir de la cotidianeidad.

Las ocho montañas, de Paolo Cognetti (Penguin Random House, 2018. Traducción de César Palma). Otra historia de amistad. En este caso la montaña, escenario de las andanzas de Pietro y Bruno, se convierte en protagonista. Sorprende la capacidad de Cognetti para reflejar las sensaciones que transmite el paisaje de los Alpes italianos. Un libro hermoso, relajante; una historia de aprendizaje y descubrimiento que, al finalizar, nos habrá permitido conocernos mejor a nosotros mismos.