sábado, 28 de abril de 2018

Conversando con Joan Coscubiela

El pasado día 26, organizado por CCOO de Euskadi, conversé con Joan Coscubiela a propósito de su libro Empantanados: Una alternativa federal al sóviet carlista (Península, Barcelona 2018).
Recojo aquí las cuestiones a partir de las cuales me pareció interesante orientar la conversación. No puedo recoger las respuestas de Joan, y es una pena. Pero creo que con ellas es posible hacerse una idea de la riqueza de contenidos del libro, que va mucho más allá de la ya cuestión del proceso independentista en Cataluña.


A continuación, propongo algunas cuestiones para la conversación. Como se trata de eso, de una conversación, tanto los contenidos como el ritmo de la misma pueden variar. Preferiría fijarme en cuestiones que van más allá de la peripecia concreta del procés, para fijarme en cuestiones de fondo. En todo caso, que Joan se sienta plenamente libre para incorporar cuantas cuestiones considere relevantes o necesarias.

1. Creo que puede ser conveniente comenzar la conversación recordando la vigorosa intervención de Joan en el pleno del Parlament del 7 de septiembre. Una intervención a la que se refiere levemente en el libro (pp. 62-67), pero cuyo contenido literal no se recoge. Además de haberla escuchado en su momento, haber leído su reflejo en la prensa, he vuelto a leerla íntegramente en el diario de sesiones del Parlament (pp. 68-72). Me gustaría que Joan recuerde el contexto en el que tal intervención tiene lugar, los motivos que le impulsan a hacerla…

2. A partir de esta intervención, en la que se incluyen algunas referencias a la historia personal de Joan, me gustaría entrar en algunos aspectos de su biografía política, sin los cuales no se puede entender su posicionamiento ante el procés. En concreto, su militancia en el PSUC y en CCOO. Respecto de la primera, en las pp. 258-259 recuerda que la idea de “Catalunya, un sol poble”, entendiendo por tal la reivindicación de un proyecto de catalanismo popular e inclusivo. Esta cultura política a favor de una identidad incluyente y no etnicista, permitió la incorporación de la migración interior a Cataluña entre 1950 y 1975. En p. 20 reivindica la aportación de CCOO en este mismo sentido, “apostando por la cohesión de la sociedad, situando el conflicto social como eje vertebrador de la política” En el caso de CCOO, ha mantenido este objetivo también durante el procés, buscando mantener “la unidad civil de Cataluña”.

3. Cataluña como indicio de procesos más globales (p. 20): “una globalización económica sin reglas ni contrapoderes, que está erosionando todas las estructuras sociales e institucionales de la sociedad industrialista y del Estado nación” (p. 27). El independentismo como “intento de recuperar la soberanía para la ciudadanía” (29). “Asistimos a la reacción de la sociedad catalana frente a una crisis de época provocada por el impacto de una globalización sin reglas, sin contrapoderes sociales y con una gran capacidad de generar desigualdades sociales” (210). “Quizá el conflicto entre Cataluña y España esté anticipando lo que puede ser en el futuro –ya existen indicios en este sentido- una generalizada crisis de los Estados nación europeos” (217-218). “El movimiento independentista ocupa un espacio social, el de la respuesta a las consecuencias de una crisis de época, que la ciudadanía no va a dejar vacío” (246). La independencia como única “utopía disponible” (221), citando a la socióloga Marina Subirats. Sería muy interesante que pudiera desarrollar esta cuestión. ¿Qué reflexión cabe hacer desde la izquierda política y sindical?

4. No vamos a destripar el libro, un libro que hay que leer no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Formalmente, literariamente muy bien escrito. Pero hay una temática que me parece relevante, no tanto mirando al pasado reciente que relata Joan, sino a la propuesta de futuro que también plantea en el libro. Me refiero al papel jugado por la que denomina “Galaxia de los Comunes” (96). La verdad es que los Comunes no salen demasiado bien parados: habla de “tacticismo” (96, 184), “indefinición” (97), “equidistancia” (113), del “alma «cupera» de una buena parte del equipo de Ada Colau” (184). Cuestiona el llamamiento de los Comunes a participar en la votación del 1 de octubre, llamamiento que “ayudó a consolidar el relato de que había sido un referéndum” y con el que se expresó “la gran debilidad de la izquierda catalana […], haber asumido constantemente el marco mental del independentismo y su hegemonía ideológica” (98). También en Euskadi sabemos de las dificultades de construir un discurso de izquierda no nacionalista, pero sí vasquista. Lo intentó Euskadiko Ezkerra, Ezker Batua: sin éxito.
En su opinión, en Cataluña hay que “elegir entre la victoria o la solución. […] Imprescindible hacer emerger un tercer bloque, que hoy existe en Cataluña, pero que está sepultado por el conflicto maniqueo entre independentistas y constitucionalistas” (275). Pero yo pienso que también habría que hacer surgir un tercer bloque en el nivel estatal: “La actual crisis del Estado español es una oportunidad para hacer de nuevo la reflexión de cuál es el ámbito político territorial más adecuado para regular cada una de las realidades económicas y sociales” (301). Propone un horizonte federal (310-312). ¿Quién puede hacer ese papel de tercer bloque en el Estado? ¿Por qué no lo han conseguido los Comunes en Cataluña?

5. Citando a Lluís Rabell: “desde el equipo de Ada, se pretendía hacer política catalana sin implicarse en ella, desde la ciudad-Estado de Barcelona” (187). También quiso hacerlo Maragall, sin éxito. Compartiendo la dificultad de la tarea, a mí sin embargo sí me parece que las ciudades pueden ser el espacio para superar los cierres nacionalistas. Hace unos meses, cuando a propuesta de Elkarrekin-Podemos intervine en la Comisión de Autogobierno del Parlamento Vasco, entre otras cosas yo decía esto:

No se trata de cantar las alabanzas de la ciudad sin más matices: obviamente, la referencia no es una ciudad-Estado como Singapur. Ni tampoco el referéndum independentista de la región del Véneto de 2014 para separarse de Italia. No se trata de reducir la escala de las fronteras, sino de gestionar su complejidad con voluntad de inclusión.
Pensemos en las “ciudades santuario” en Estados Unidos, en la red europea de “ciudades refugio”, de las que Barcelona es pionera, en la red C40 (Cities Climate Leadership Group) de ciudades contra el cambio climático, o en todas esas iniciativas locales de transición que llevan años experimentando alternativas de participación, producción, consumo, lucha contra la exclusión, construcción de la comunidad, etc., haciendo posible lo que los gobiernos estatales nos dicen que es imposible.
Porque lo cierto es que en este mundo en proceso de metamorfosis, caótico y complejo, las ciudades son el lugar donde se producen acontecimientos tan improbables como que a la alcaldía de Yakarta, capital de Indonesia, llegue con un amplísimo apoyo una persona como Basuki Tjahaja Purnama, conocido como Ahok, cristiano y de origen chino, es decir, miembro de dos minorías más que rechazadas en el conjunto de Indonesia. (Aunque ahora juzgado por un supuesto delito de blasfemia y ofensa al Corán, en un juicio alentado por grupos radicales islamistas contrarios a que un no musulmán gobierne la ciudad). También podemos recordar los casos, afortunadamente más pacíficos, del actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, musulmán hijo de inmigrantes paquistanís, o de Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, y su familia multirracial.
Las ciudades permiten liderazgos políticos que no reproducen miméticamente los estereotipos nacionales, como si ocurre con los gobiernos estatales y hasta autonómicos. Recordemos las abominables declaraciones de Marta Ferrusola hacia el presidente de la Generalitat, José Montilla, al que definió como "un andaluz que tiene el nombre en castellano". La imagen, personalidad y trayectoria de Ada Colau está a años-luz de la imagen de President a la que nos ha acostumbrado la tradición institucional catalana (un varón, catalá de soca-rel, de pura cepa, profesional de la política y bien relacionado con todos los poderes de la comunidad), pero es lo más parecido que podemos soñar a esa ciudadanía abierta, mestiza, crítica, que caracteriza a la ciudad de Barcelona.


6. En el último capítulo del libro recurres a la distinción del politólogo Víctor Lapuente entre chamanes (que ofrecen soluciones simplistas) y exploradores (comprometidos en la búsqueda de soluciones parciales pero factibles y útiles), y te identificas con los segundos frente a los primeros (299). Compartiendo tu elección, sin embargo yo he apuntado en el libro si no serán necesarios, también y sobre todo, tejedoras y tejedores, más Penélopes que Ulises. Porque detectas y señalas rupturas en los afectos y en la confianza muy graves: 1) En el seno de Cataluña: “El procés ha significado la destrucción del capital político del catalanismo popular y su capacidad de inclusión. Y la aparición de síntomas de fractura en la unidad civil catalana” (261); 2) En el conjunto de España: “cultura del agravio comparativo” (312); hooliganismo anti catalán o antiespañol alimentado por las “Brigadas Mediáticas Brunete e Ítaca” (247-254); la “actitud de desprecio a España” generada por el independentismo (243); la “derechización del electorado” español (263). ¿Quién puede hacer esa tarea de recoser los afectos rotos?


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