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domingo, 13 de junio de 2021

Utilidad pública, pero ¿para qué y para quién?

El criterio de utilidad pública, uno de los tres que la legislación contempla como fundamento para conceder un indulto, es el que esgrime el Gobierno de Sánchez para justificar su decisión de aplicar esa medida de gracia a las y los condenados por el procés. El objetivo sería recomponer la convivencia en Catalunya y la confianza entre la Generalitat y el Gobierno de España, reconduciéndose el conflicto soberanista a un escenario de diálogo bilateral y acuerdo con encaje constitucional.

No puedo estar más de acuerdo con esos objetivos. Pero confiar en la capacidad performativa del indulto, en su potencial apaciguador, es una apuesta política loable en el fondo y cuestionable en la forma. La lógica del indulto es reparadora o restitutiva, mira hacia el pasado; pero con su decisión de indultar a las nueve personas condenadas en 2019 el Gobierno parece proyectar sus efectos hacia el futuro: evitar otro 1-O, lo que no sé si encaja en la figura legal y el espíritu de esta medida de gracia.

El Gobierno ha asumido un evidente riesgo político que, seguro, espera compensar electoralmente. No veo cómo puede salirle bien, pero spin doctors tiene La Moncloa. También es verdad que el mero anuncio de los indultos ha desgarrado al independentismo, que ve botiflers por doquier, enzarzado en la discusión sobre el unilateralismo y la tutela de Junqueras sobre el Govern. En un escenario político de vuelo tan bajo como el español, no descarto que esta sea la “utilidad pública” a la que se aspire: dividir al procesismo y debilitar así su causa.

Con la utilidad pública ocurre como con la apelación al interés general, que debería funcionar como criterio orientador de las políticas públicas y límite de las decisiones de las y los responsables políticos: en un régimen partitocrático, lo general y lo público se ven colonizados por el cálculo y las urgencias electorales del Gobierno de turno (y de su oposición). En esas estamos.

 

Artículo publicado en El Correo, 13/06/2021 




martes, 31 de marzo de 2020

Yo, charnego

Javier López Menacho
Yo, charnego
Los Libros de la Catarata, 2020

"El charnego queda en muchas ocasiones atrapado en una guerra identitaria en clave de estados, fronteras y naciones, cuando la construcción de su yo se forja en relación al desplazamiento, su condición económica, el espacio que ocupa en las urbes o sus lazos afectivos. [...] Cuando no son apátridas, los charnegos llaman patria a la infancia, a la memoria o a su grupo de amigos; y si se vuelven hacia alguna bandera, lo hacen para abrazar sus recuerdos".

Este es un libro que reivindica el charneguismo, pero que, para hacerlo, resignifica un término tantas veces utilizado como frontera etnocultural, con la intención de excluir o, cuando esto se ha mostrado imposible, de integrar en la periferia de la sociedad catalana, como mero recurso productivo, a quienes emigraron a Cataluña desde otras regiones españolas en los años cincuenta y sesenta:

"No se puede entender el charneguismo si no es como una conquista, la de la clase obrera migrante que fue transformando sus espacios, a priori circunstanciales y con fecha de caducidad, hasta apropiárselos, ganándole el pulso a la burocracia, a la marginalidad, a la desconfianza, al miedo y al odio".

López Menacho disputa el concepto a quienes primero lo formularon y usaron como estigma, para diferenciar y jerarquizar (como ese indigno Jordi Pujol escribiendo sobre "el hombre andaluz"), transformándolo en herramienta experiencial para unir. Para unir, en primer lugar, a la Cataluña real, compleja, mestiza y diversa. Y para unir, en segundo lugar, a esa sociedad catalana y a los "nuevos otros", las personas inmigrantes extranjeras que repiten la experiencia constitutiva del desarraigo y del arraigo:

"Si existiera la comunidad [charnega], si se oficializara, solo tendría sentido en convivencia con otras comunidades, pues así nació, creció y así ha llegado a su adultez. [...] El charnego ha funcionado muchas veces como pegamento. Comprende al emigrante y comprende al oriundo. Entiende a quien desea conquistar su destino, pero también nuestra tendencia a proteger un espacio que ha convertido en propio".  

El libro combina la reflexión sociológica y la narración costumbista. En su cauce central, construido con buen pulso sociológico, el libro se asoma a la realidad charnega a partir de la historia del término, de su componente de clase, de la función de los centros culturales andaluces en Cataluña, de su relación con la tierra de origen, de su uso de las lenguas, de su reflejo en la literatura y el cine o, incluso, de la forma en que el charneguismo se ha visto afectado por el procés.

Hay varios capítulos que, sin dejar de girar en torno a la cuestión charnega, abandonan el cauce principal y derivan hacia remansos descritivos que pueden leerse como textos independientes: los dedicados al bar La Leo, al barrio de Somorrostro, al habla andaluza, al gremio del taxi o a Rosalía.

En conjunto, se trata de un libro que se lee con gusto, mezcla de ensayo y memoria personal, que reivindica el aporte fundamental que la inmigración, la de ayer y la de hoy, supone para cualquier sociedad moderna.

sábado, 28 de abril de 2018

Conversando con Joan Coscubiela

El pasado día 26, organizado por CCOO de Euskadi, conversé con Joan Coscubiela a propósito de su libro Empantanados: Una alternativa federal al sóviet carlista (Península, Barcelona 2018).
Recojo aquí las cuestiones a partir de las cuales me pareció interesante orientar la conversación. No puedo recoger las respuestas de Joan, y es una pena. Pero creo que con ellas es posible hacerse una idea de la riqueza de contenidos del libro, que va mucho más allá de la ya cuestión del proceso independentista en Cataluña.


A continuación, propongo algunas cuestiones para la conversación. Como se trata de eso, de una conversación, tanto los contenidos como el ritmo de la misma pueden variar. Preferiría fijarme en cuestiones que van más allá de la peripecia concreta del procés, para fijarme en cuestiones de fondo. En todo caso, que Joan se sienta plenamente libre para incorporar cuantas cuestiones considere relevantes o necesarias.

1. Creo que puede ser conveniente comenzar la conversación recordando la vigorosa intervención de Joan en el pleno del Parlament del 7 de septiembre. Una intervención a la que se refiere levemente en el libro (pp. 62-67), pero cuyo contenido literal no se recoge. Además de haberla escuchado en su momento, haber leído su reflejo en la prensa, he vuelto a leerla íntegramente en el diario de sesiones del Parlament (pp. 68-72). Me gustaría que Joan recuerde el contexto en el que tal intervención tiene lugar, los motivos que le impulsan a hacerla…

2. A partir de esta intervención, en la que se incluyen algunas referencias a la historia personal de Joan, me gustaría entrar en algunos aspectos de su biografía política, sin los cuales no se puede entender su posicionamiento ante el procés. En concreto, su militancia en el PSUC y en CCOO. Respecto de la primera, en las pp. 258-259 recuerda que la idea de “Catalunya, un sol poble”, entendiendo por tal la reivindicación de un proyecto de catalanismo popular e inclusivo. Esta cultura política a favor de una identidad incluyente y no etnicista, permitió la incorporación de la migración interior a Cataluña entre 1950 y 1975. En p. 20 reivindica la aportación de CCOO en este mismo sentido, “apostando por la cohesión de la sociedad, situando el conflicto social como eje vertebrador de la política” En el caso de CCOO, ha mantenido este objetivo también durante el procés, buscando mantener “la unidad civil de Cataluña”.

3. Cataluña como indicio de procesos más globales (p. 20): “una globalización económica sin reglas ni contrapoderes, que está erosionando todas las estructuras sociales e institucionales de la sociedad industrialista y del Estado nación” (p. 27). El independentismo como “intento de recuperar la soberanía para la ciudadanía” (29). “Asistimos a la reacción de la sociedad catalana frente a una crisis de época provocada por el impacto de una globalización sin reglas, sin contrapoderes sociales y con una gran capacidad de generar desigualdades sociales” (210). “Quizá el conflicto entre Cataluña y España esté anticipando lo que puede ser en el futuro –ya existen indicios en este sentido- una generalizada crisis de los Estados nación europeos” (217-218). “El movimiento independentista ocupa un espacio social, el de la respuesta a las consecuencias de una crisis de época, que la ciudadanía no va a dejar vacío” (246). La independencia como única “utopía disponible” (221), citando a la socióloga Marina Subirats. Sería muy interesante que pudiera desarrollar esta cuestión. ¿Qué reflexión cabe hacer desde la izquierda política y sindical?

4. No vamos a destripar el libro, un libro que hay que leer no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Formalmente, literariamente muy bien escrito. Pero hay una temática que me parece relevante, no tanto mirando al pasado reciente que relata Joan, sino a la propuesta de futuro que también plantea en el libro. Me refiero al papel jugado por la que denomina “Galaxia de los Comunes” (96). La verdad es que los Comunes no salen demasiado bien parados: habla de “tacticismo” (96, 184), “indefinición” (97), “equidistancia” (113), del “alma «cupera» de una buena parte del equipo de Ada Colau” (184). Cuestiona el llamamiento de los Comunes a participar en la votación del 1 de octubre, llamamiento que “ayudó a consolidar el relato de que había sido un referéndum” y con el que se expresó “la gran debilidad de la izquierda catalana […], haber asumido constantemente el marco mental del independentismo y su hegemonía ideológica” (98). También en Euskadi sabemos de las dificultades de construir un discurso de izquierda no nacionalista, pero sí vasquista. Lo intentó Euskadiko Ezkerra, Ezker Batua: sin éxito.
En su opinión, en Cataluña hay que “elegir entre la victoria o la solución. […] Imprescindible hacer emerger un tercer bloque, que hoy existe en Cataluña, pero que está sepultado por el conflicto maniqueo entre independentistas y constitucionalistas” (275). Pero yo pienso que también habría que hacer surgir un tercer bloque en el nivel estatal: “La actual crisis del Estado español es una oportunidad para hacer de nuevo la reflexión de cuál es el ámbito político territorial más adecuado para regular cada una de las realidades económicas y sociales” (301). Propone un horizonte federal (310-312). ¿Quién puede hacer ese papel de tercer bloque en el Estado? ¿Por qué no lo han conseguido los Comunes en Cataluña?

5. Citando a Lluís Rabell: “desde el equipo de Ada, se pretendía hacer política catalana sin implicarse en ella, desde la ciudad-Estado de Barcelona” (187). También quiso hacerlo Maragall, sin éxito. Compartiendo la dificultad de la tarea, a mí sin embargo sí me parece que las ciudades pueden ser el espacio para superar los cierres nacionalistas. Hace unos meses, cuando a propuesta de Elkarrekin-Podemos intervine en la Comisión de Autogobierno del Parlamento Vasco, entre otras cosas yo decía esto:

No se trata de cantar las alabanzas de la ciudad sin más matices: obviamente, la referencia no es una ciudad-Estado como Singapur. Ni tampoco el referéndum independentista de la región del Véneto de 2014 para separarse de Italia. No se trata de reducir la escala de las fronteras, sino de gestionar su complejidad con voluntad de inclusión.
Pensemos en las “ciudades santuario” en Estados Unidos, en la red europea de “ciudades refugio”, de las que Barcelona es pionera, en la red C40 (Cities Climate Leadership Group) de ciudades contra el cambio climático, o en todas esas iniciativas locales de transición que llevan años experimentando alternativas de participación, producción, consumo, lucha contra la exclusión, construcción de la comunidad, etc., haciendo posible lo que los gobiernos estatales nos dicen que es imposible.
Porque lo cierto es que en este mundo en proceso de metamorfosis, caótico y complejo, las ciudades son el lugar donde se producen acontecimientos tan improbables como que a la alcaldía de Yakarta, capital de Indonesia, llegue con un amplísimo apoyo una persona como Basuki Tjahaja Purnama, conocido como Ahok, cristiano y de origen chino, es decir, miembro de dos minorías más que rechazadas en el conjunto de Indonesia. (Aunque ahora juzgado por un supuesto delito de blasfemia y ofensa al Corán, en un juicio alentado por grupos radicales islamistas contrarios a que un no musulmán gobierne la ciudad). También podemos recordar los casos, afortunadamente más pacíficos, del actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, musulmán hijo de inmigrantes paquistanís, o de Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, y su familia multirracial.
Las ciudades permiten liderazgos políticos que no reproducen miméticamente los estereotipos nacionales, como si ocurre con los gobiernos estatales y hasta autonómicos. Recordemos las abominables declaraciones de Marta Ferrusola hacia el presidente de la Generalitat, José Montilla, al que definió como "un andaluz que tiene el nombre en castellano". La imagen, personalidad y trayectoria de Ada Colau está a años-luz de la imagen de President a la que nos ha acostumbrado la tradición institucional catalana (un varón, catalá de soca-rel, de pura cepa, profesional de la política y bien relacionado con todos los poderes de la comunidad), pero es lo más parecido que podemos soñar a esa ciudadanía abierta, mestiza, crítica, que caracteriza a la ciudad de Barcelona.


6. En el último capítulo del libro recurres a la distinción del politólogo Víctor Lapuente entre chamanes (que ofrecen soluciones simplistas) y exploradores (comprometidos en la búsqueda de soluciones parciales pero factibles y útiles), y te identificas con los segundos frente a los primeros (299). Compartiendo tu elección, sin embargo yo he apuntado en el libro si no serán necesarios, también y sobre todo, tejedoras y tejedores, más Penélopes que Ulises. Porque detectas y señalas rupturas en los afectos y en la confianza muy graves: 1) En el seno de Cataluña: “El procés ha significado la destrucción del capital político del catalanismo popular y su capacidad de inclusión. Y la aparición de síntomas de fractura en la unidad civil catalana” (261); 2) En el conjunto de España: “cultura del agravio comparativo” (312); hooliganismo anti catalán o antiespañol alimentado por las “Brigadas Mediáticas Brunete e Ítaca” (247-254); la “actitud de desprecio a España” generada por el independentismo (243); la “derechización del electorado” español (263). ¿Quién puede hacer esa tarea de recoser los afectos rotos?


domingo, 24 de diciembre de 2017

Fallo de sistema

No podía resultar otra cosa. No me refiero a los detalles: dos escaños arriba o abajo, el aumento en la participación, o la quiebra entre la Cataluña interior, aplastantemente soberanista, y la costa urbanizada. Si de lo que se trata es de diagnosticar la realidad, estas elecciones no han hecho sino confirmar lo que ya sabíamos.
Si el unionismo sin matices ni cautelas (¡Todo por la patria!) es la esencia del nacionalismo, tras las elecciones resulta más que evidente la falacia de los dos bloques enfrentados. Bloque no hay más que uno, el que agrupa bajo la estelada desde 'anticapis' a burgueses pata negra. Si Seguí o Pestaña levantaran la cabeza. El resto, el mal llamado “bloque del 155”, no suma; pero no ya aritméticamente (que tampoco), sino políticamente. Y esto, que es una desgracia a la hora de gobernar, es una bendición desde la perspectiva de la pluralidad constitutiva de una sociedad compleja como es la catalana.

Así y todo, los partidos abiertamente independentistas han obtenido apenas 175.000 votos más que los que defienden expresamente el mantenimiento de Cataluña en España. Una cifra ínfima, que aún se reduce más si tenemos en cuenta los 10.000 sufragios obtenidos por Recortes Cero, que durante la campaña se ha mostrado abiertamente contraria al proceso soberanista. No sé lo que al respecto planteaba el PACMA (38.500). Pero rascando votos de aquí y de allá, siempre con la incógnita ya insostenible de los Comunes, llegaríamos a donde estábamos: al empate entre identidades y proyectos de futuro. Donde ya estábamos, insisto. Y donde vamos a seguir estando. Si acaso, lo que estas elecciones han certificado es que Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido. Un país en el que una de cada cuatro personas de las que han votado lo han hecho por una fuerza tachada de extranjera, anticatalana o directamente fascista…, pues ya me dirán. Una cosa es pensar que en una Cataluña independiente tan sólo habría que considerar la posible secesión en cadena del hermoso pero diminuto Valle de Arán, y otra muy distinta es comprobar la desafección 'procesista' de Barcelona, Tarragona, Lleida, L’Hospitalet, Badalona, Mataró… Esto se empieza a parecer sospechosamente a una carlistada.
¿Cabe deducir algo positivo de esta constatación de la imposibilidad sociohistórica de la construcción de un Estado nación catalán? Bueno, mejor tomar conciencia de ello en fase de proyecto que una vez metidos en el lío de intentar realizarlo. A partir de aquí, la cuestión políticamente relevante es cómo plantear un autogobierno suficiente y eficiente, satisfactorio y solidario, en el marco de este Estado español (también en situación de fallo de sistema, como luego diremos). Pero aquí es donde las cosas se tuercen, o no se enderezan, que torcidas ya estaban.
Desde Bruselas, Puigdemont se empeña en seguir proclamando sandeces como esta de que "La república catalana ha ganado a la monarquía del 155". Ni hay república catalana, ni hay monarquía del 155. Lo que único que ha ganado es el personalísimo proyecto de Puigdemont frente a la apuesta de Junqueras por liderar el campo soberanista. El 'turilio' (mezcla de turismo y exilio) ha derrotado a la prisión. La sombra de Tarradellas -"Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí"- es muy alargada.
Convertido en president de opereta (¡qué personaje si lo pillara Hergé para una de sus historias!), un cada vez más paródico Puigdemont se ha soltado definitivamente el pelo y, convencido de que "La independencia gana de manera rotunda”, considera que “Rajoy, el Ibex, el entorno mediático y Europa deben tomar nota" y emplaza al presidente del Gobierno a reunirse fuera de España. Recuerdo otra vez eso que escribe Sánchez Ferlosio en Campo de retamas: "El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia".
Pero si Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido, España es un Estado nación que está fallando gravemente a la hora de afrontar su realidad plurinacional. El PP de Albiol se ve reducido a su mínima expresión en Cataluña (mira, esta sí es una consecuencia muy positiva del procés), pero son los dos grandes partidos estatales los que experimentan cada vez más dificultades para ubicarse electoral y políticamente en Euskadi y en Cataluña.
¿La salida? Tendrá que ser un referéndum pactado. Pero no de entrada, planteado en el horizonte de unos pocos meses, sino como salida de un proceso de deliberación, de una conversación profunda que ya debía haberse iniciado hace mucho tiempo. Conversación que sólo podrá plantearse si, como se indica en el preámbulo de la Clarity Act del Tribunal Supremo de Canadá a propósito de la secesión de Québec:
a) Los partidarios de la secesión reconocen y aceptan que “no existe el derecho de efectuar una secesión unilateral por parte de la Asamblea Nacional o el Gobierno de Quebec, ni bajo el derecho internacional ni la Constitución de Canadá”.
b) Los defensores de la integridad del Estado reconocen y aceptan que “el gobierno de cualquier provincia de Canadá tiene derecho a consultar a su población mediante referendo sobre cualquier asunto, y puede elegir la formulación de la pregunta”, y que si el resultado de la consulta es claro “tanto en términos de la pregunta empleada como del apoyo que recibe […] tal resultado ha de ser tenido en cuenta como expresión de la voluntad democrática que conllevaría la obligación de entrar en negociaciones que podrían conducir a la secesión”.
El momento para iniciar en serio esa conversación es ahora. Es verdad que los procesos judiciales en marcha no ayudan. Pero tampoco son el principal inconveniente.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Desde Cataluña con humor

El desconcierto generalizado de estas últimas semanas me ha traído a la memoria dos fragmentos de la descacharrante novela de Eduardo Mendoza El enredo de la bolsa y la vida (Seix Barral, 2012).

Este intercambio de ideas ha sido muy provechoso y os agradezco a todos vuestras respectivas aportaciones. Ni una sola ha caído en saco roto, os lo puedo asegurar. Es cierto, haciendo balance de la situación, que parece que no hayamos avanzado, y es muy probable que hayamos retrocedido, cosas ambas difíciles de determinar cuando no se conoce el punto de partida ni el objetivo último de nuestro caminar. Pero también puede darse lo contrario, es decir, que hayamos avanzado sin darnos cuenta. Bien es verdad que avanzar sin enterarse de que se avanza es lo mismo que no avanzar, al menos para el que avanza o pretende avanzar. Visto desde fuera es distinto. Aún así, yo abrigo la esperanza de que este avance, real o imaginario, dentro de poco nos conducirá a la solución definitiva o, cuando menos, al principio de otro avance.

La Moski, cuyo verdadero nombre era otro, largo e impronunciable, se había instalado en Barcelona a finales del pasado siglo, procedente de un país del Este. Cuando apenas tenía uso de razón había ingresado en las juventudes estalinistas y ni su experiencia ni el devenir de la Historia le dieron motivos para claudicar de las ideas que allí le habían inculcado. Como a su lealtad inquebrantable unía un carácter inconmovible, al producirse el derrumbamiento del sistema, la Moski metió en una maleta de madera sus pocas y modestas pertenencias y se fue al exilio por propia iniciativa. En algún momento había oído que el partido comunista de Cataluña era el único que, en medio de la debacle, mantenía una ortodoxia intransigente, una jerarquía compacta y una disciplina implacable. Nada más apearse del tren, la Moski se presentó en la sede del antiguo PSUC y a quien la recibió en la entrada le mostró el carné y una foto dedicada de Georgi Malenkov y le dijo que venía a ponerse a las órdenes del secretario general. El recepcionista, en prueba de camaradería, le ofreció una calada del canuto que se estaba fumando y le informó de que el secretario general, al que se refería con el respetuoso apodo de «el Butifarreta», no la podía recibir porque estaba plantando azucenas en el jardín de las Terciarias Franciscanas de la Divina Pastora; luego había quedado delante de la catedral con el resto del comité central para bailar sardanas, y por la tarde iba al fútbol. La Moski no pudo menos que admirar el astuto disimulo con que el partido encubría los preparativos de la revolución y decidió quedarse a vivir en Barcelona. Compró a plazos un acordeón de segunda mano y se puso a tocar y a cantar por las terrazas de restaurantes, bares y chiringuitos. Cantaba a voz en cuello para que no se notara que no sabía tocar el acordeón y el estruendo del acordeón tapaba sus gallos y su voz de grajo. Los extranjeros tomaban aquella cacofonía estridente por música catalana de los tiempos del comte Arnau y los nativos por folclore de los Balcanes, sin percatarse ni los unos ni los otros de que la Moski interpretaba No me platiques más, Contigo en la distancia y otros sentidos boleros de un disco de Luis Miguel comprado en una gasolinera.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Reeducación

Hay que ver lo que nos gusta una buena purga. Esa autocrítica (absolutamente libre, por supuesto), ese reconocimiento de los errores en los que se ha incurrido, ese acto de contrición, esa manifestación de bajeza moral, esa humillación pública...
Escribe Javier Moscoso en la introducción de Promesas incumplidas. Una historia política de las pasiones (Taurus, 2017):
Los miembros del Tercer Estado, reunidos en la Sala de Juego de Pelota, se conminaron a no separarse hasta que se reconociera la Asamblea Nacional como cuerpo constituyente. Jean Sylvain de Bailly, el presidente del Tercer Estado, se puso en pie y declaró: "Juramos no separarnos nunca [...] hasta que la constitución del reino quede establecida y fijada sobre bases sólidas". Era el 20 de junio de 1789. La misma actitud habían tomado los firmantes de la Declaración de Independencia americana el 4 de julio de 1776: "O salimos de aquí todos juntos o nos ahorcarán por separado", declaró, al parecer, George Washington.
Qué tentación, comparar estas actitudes con las que han sucedido a la chapucera e irresponsable declaración de independencia de Cataluña. Medio Govern en prisión y otro medio, encabezado por su Presidente, haciendo tareas de agit-prop en Bruselas, aunque ellos lo denominen "exilio". La Mesa del Parlament en libertad provisional tras reducir la declaración de independencia a mero ejercicio intelectual. Qué tentación:

Pero claro, a nivel de la feliz 'Arcadia' catalana, hay políticos que son capaces de sostener un discurso radical cuando el tren del artículo 155 de la Constitución aún no ha partido de la estación de Puerta de Atocha, pero cuando se acerca ya a la provincia de Lérida entonces la cosa cambia y toman las de Villadiego. Juan Velarde, en Periodista Digital.
Pero que la tentación de humillar no sustituya a la necesidad de criticar políticamente un proceso desarrollado no contra la ley, sino contra la realidad:

martes, 7 de noviembre de 2017

La secesión no es delito

José María Ruiz Soroa es desde hace años una referencia esencial de pensamiento riguroso, reflexionado y coherente. 
Su artículo de hoy en EL CORREO es una muestra perfecta, particularmente necesaria en los tiempos que corren. Entre tanto pensamiento a cabezazos, nunca agradeceremos lo suficiente la lucidez de reflexiones como esta.

LA SECESIÓN NO ES DELITO (EN ESPAÑA)

La reciente querella del fiscal general del Estado por los delitos de rebelión o subsidiariamente de sedición (no por ambos acumulativamente como se lee en la prensa) contra los miembros del Gobierno de Cataluña y Mesa del Parlamento de esa comunidad, así como el auto de la jueza de la Audiencia Nacional que acuerda la prisión provisional de los querellados, han suscitado reacciones que van del griterío sobreactuado a la inquietud prudente.

Vaya por delante que ni tomamos en cuenta la patulea de los sobreactuados que hablan de presos políticos, fascismo, control del poder judicial por el Ejecutivo, falta de independencia y similares. Ellos mismos se desautorizan y contradicen al aplicar juicios de valor políticos a una decisión judicial. Es más, si hay algo que la aludida querella y el auto demuestran, ese algo es precisamente que la independencia judicial es un hecho pujante en nuestro sistema, mal que le pese al Gobierno de turno, que hubiera sin duda preferido un tratamiento penal y procesal del asunto mucho menos severo. Pero la independencia, ¡ay!, no es equivalente al acierto. Y ese es el problema, el de que con plena independencia se han dictado resoluciones con toda probabilidad muy desacertadas. Y resumimos el porqué.

Leyendo el relato de hechos que contiene la querella del fiscal, un relato que la jueza adopta en sus líneas esenciales a la hora de admitirla, el lector imparcial saca la impresión de que tanto el fiscal como la jueza consideran que ese proceso político que se puso en marcha hace dos años en Cataluña para culminar en su secesión de España, mediante un detallado y minucioso sistema de desconexión progresiva de la legalidad vigente, es por sí mismo delictivo. Es decir, ambos creen que preparar, organizar, desarrollar y culminar un proceso de secesión desde el poder público regional es un delito. Y no es así. La secesión en sí misma no está tipificada como delito por nuestro Código Penal. Otra cosa es si debiera estarlo, o si en otros países de nuestro entorno lo está, o si es extraño que no lo esté. Pero el hecho cierto que se impone al intérprete es que nuestro Código Penal no tipifica como delito el preparar y declarar la independencia por parte de un Gobierno autonómico.

Cierto, en ese proceso se podrán haber cometido delitos particulares tales como el de desobediencia a las resoluciones del Tribunal Constitucional, o el de prevaricación cuando se ha dictado una decisión manifiestamente injusta o contraria al ordenamiento, o el de malversación de caudales públicos cuando se han usado los medios para fines ilegales. Sin duda, es más que probable que concurran en el proceso catalán todos estos delitos en mayor o menor grado. Pero la secesión buscada y proclamada es penalmente neutra, no constituye delito.

Al fiscal y a la jueza no les parece bien este vacío normativo, eso se ve a la legua en sus resoluciones, y utilizan para rellenarlo dos tipos delictivos que, estos sí, aparecen en el vigente Código Penal: el de rebelión o, por lo menos, el de sedición. El primero castiga a quienes «se alcen pública y violentamente» para conseguir -entre otros posibles fines- la independencia de un territorio español. El segundo a quienes «se alcen pública y tumultuariamente para impedir por la fuerza» la aplicación de las leyes o su cumplimiento por una autoridad legítima. Pero en ambos casos se exige unos requisitos esenciales que no concurren en el proceso catalán, y cualquier observador lo detecta de inmediato: no hay alzamiento «violento» ni «tumultuario» en el diseño y ejecución de la desconexión catalana. Es más, si de algo se puede tildar a esa desconexión frustrada es de haber operado con un legalismo substitutivo realmente exasperante: cada paso, cada escalón, ha pretendido cimentarse y ampararse de manera leguleya en nuevos textos normativos. La cuestión, desde el punto de vista penal, no es tanto que el proceso haya sido pacífico, sino que ha pretendido ser legal. De una forma chapucera y tramposa, cierto, pero legal. Y eso excluye la violencia o el tumulto.

Que haya habido momentos puntuales de tensión o violencia en la calle no cambia nada desde el punto de vista penal: el intento de los gobernantes nunca fue en sí mismo violento. Que una huelga ilegal provoque violencia puntual en la calle no hace a los sindicatos reos de rebelión o sedición. La minuciosa y detallista búsqueda por parte del fiscal de cualquier atisbo de posible violencia en el proceso, incluso la sólo imaginada, no sirve para construir un delito de rebelión. Llanamente: la querella está cogida por los pelos. El modelo de alzamiento, lo que se dice alzamiento, es el de 1936.

Además que, de admitirse el relato de hechos delictivos del fiscal como constitutivo de una rebelión o subsidiariamente sedición, se plantearía una interesante cuestión: la de qué diablos hacía el fiscal durante los dos últimos años, cuando ante la vista de todos se desarrollaba un proceso declaradamente independentista. ¿Por qué razón no intervino con querellas o denuncias? ¿Por qué habría esperado al día final? Seamos serios, no lo hizo porque sabía perfectamente que lo que veía no era delito.

Para terminar con los disparates, el propio fiscal ha reconocido que no hubiera pedido la prisión provisional si los miembros del Gobierno hubieran acatado la Constitución o aceptado el artículo 155. Con lo que, de nuevo, muestra lo equivocado de su criterio, que está en tomar como delito lo que no lo es: no aceptar la Constitución es una cosa, la rebelión es otra.

Esperemos, pero esperemos de verdad, que el Tribunal Supremo, que ha exhibido mucha mayor cautela ante la querella, establezca esta semana un criterio distinto con respecto a los miembros de la Mesa del Parlamento catalán y, a renglón seguido, avoque para sí el conocimiento de la totalidad de la causa y corrija a la jueza de la Audiencia Nacional. Esperémoslo por, primero, el bien de la Justicia y los derechos de los querellados; y, segundo, por el ridículo que de otra manera vamos a hacer como país.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Las elecciones y la elección

Hay quienes creen que las elecciones del 21 de diciembre lo cambian todo: en concreto, se piensa que el simple hecho de su celebración trasladará el marco interpretativo actual del enfrentamiento entre una Cataluña insumisa y un Estado opresor a la realidad de una sociedad catalana diversa en sus opciones de futuro, que ha de aclarar internamente sus aspiraciones de autogobierno y la manera de conseguirlas. En otras palabras, se confía en que las elecciones movilicen a una supuesta sociedad “silenciada”, contraria al soberanismo unilateralista, a la vez que desanimen al soberanismo más radical (participar en las elecciones es aceptar el 155 y traicionar el mandato del 1-O), dividan al soberanismo más pragmático o astuto (Santi Vila versus Oriol Junqueras) y acobarden al catalanismo burgués alarmado por el “voto de los mercados”.

Una encuesta de NC Report, realizada el 23 de octubre, permitía a algún analista confiar en la solución aritmética al problema catalán: si los partidos constitucionalistas lograran 300.000 votos más de los que lograron en las anteriores elecciones de 2015 podrían alcanzar la mayoría absoluta de 68 escaños en el Parlament. Otro sondeo de Sigma Dos, realizado en las mismas fechas, también apunta a la pérdida de mayoría absoluta del independentismo. Pudiera ser así, pero lo cierto es que no resulta fácil pensar en movilizar a mucha más gente de la que votó en las elecciones de 2015, con un récord de participación del 77%. Por otra parte, una encuesta de Metroscopia sigue reflejando una división casi a partes iguales entre constitucionalistas e independentistas, si bien la posición de los segundos varía en función del escenario que se plantea tras la independencia. Y otro estudio del Centro de Estudios de Opinión (CEO) señala que el sí a la independencia obtendría un apoyo del 48,7% de los catalanes (del mayor porcentaje favorable a la separación desde 2014, cuando se comenzó a formular la pregunta), frente al 43,6% que se opondría.

En el fondo, lo que se espera es que las elecciones del 21-D sean las del desempate: que la aritmética electoral resuelva lo que la política no sólo no ha solucionado, sino que ni tan siquiera ha afrontado. ¿Qué va a hacer el Gobierno español cuando el día 22 compruebe que los independentistas seguimos siendo tantos, si no más, como antes?, inquiere un Puigdemont no sé si asilado en Bruselas, pero sí aislado de la realidad de Cataluña. “Tenemos que ganar al secesionismo en las urnas. ¿No querían votar?, pues que voten, hay que trabajar por ganarles en las urnas”, proclamaba una de las intervinientes en la manifestación del 29 de octubre de Societat Civil Catalana. Pero, ¿no es también el secesionismo parte constitutiva de esa misma sociedad civil?

El filósofo vasco Patxi Lanceros ha escrito un libro, El robo del futuro (Los libros de la catarata, 2017), que debería ser de lectura obligatoria para cuantas personas aspiren a gestionar la realidad política, o a interpretarla. “La sociedad –recuerda Patxi Lanceros- es irrepresentable como unidad porque carece de ella. O sólo se presenta como unidad cuando se vuelcan sobre ella los criterios, que en principio le son ajenos, del pueblo o de la nación. […] la sociedad desborda cualquier límite. Hoy la sociedad, relación y comunicación, salta cualquier barrera. Y es esa sociedad indócil, fascinante y conflictiva lo que hay que representar. Sin poder esperar, cabalmente, éxito en la empresa”. De ahí su conclusión: “El reto (y el riesgo) de las instituciones democráticas, que han de adaptar cada vez más y cada vez de forma más acelerada a una sociedad crecientemente compleja, consiste en, precisamente, representar lo irrepresentable. Es decir, reciclar y procesar las ficciones de (la) unidad, las nostalgias de (la) homogeneidad”.

Me temo que de aquí a las elecciones la aspiración a superar de una vez por todas ese “empate infinito” que tan poco gusta a nacionalunanimistas de todo pelaje, tanto de allá como de acá, va a marcar no sólo el tempo preelectoral, sino también el desarrollo tras las mismas. Las elecciones, planteadas como desempate y solución aritmética, van a impedir que abordemos la elección de la que realmente depende nuestro futuro: la elección entre complejidad y homogeneidad. Y que, reconociéndonos en la complejidad irrepresentable como unidad, abramos una conversación sosegada sobre la mejor manera de organizar esta complejidad, que sólo podrá ser federal: “Del lat. foedus, -ĕris, pacto, alianza”.




sábado, 28 de octubre de 2017

Cremar tots els anys equivocats d'abisme

Según una encuesta de Metroscopia que acaba de publicar EL PAÍS, el 46% de las y los catalanes comparte identidad española y catalana, exactamente el mismo porcentaje que optaría por seguir formando parte de España en una Cataluña con un autogobierno más desarrollado y mejor garantizado. 
Como cabía suponer, sólo los muy nacionalistas son muy mayoritariamente independentistas (79% en el caso de las CUP, 69% en el de ERC), y no tan mayoritariamente "solocatalanistas" (el 64% de las y los cuperos)



No nos preguntaremos ahora por qué hemos llegado hasta el punto en el que estamos (DUI versus 155), cuando se podía -¡cuando se debía!- haber trabajado en serio sobre esta base sociológica. 
Pero preguntémonos, con urgencia, qué podemos -¡qué debemos!- hacer para, a partir de esta realidad, en las próximas y tan problemáticas semanas podamos construir un futuro que supere "estos años equivocados de abismo".

Releo y cito a Joan Margarit, con su poema "Nou dia", nuevo día:

He d'encendre la llenya:
llenya seca del fàstic, 
la por, la soledat,
i fins i tot l'oblit, 
per cremar tots els anys
equivocats d'abisme.

Ahora voy a encender
la leña seca del asco,
del miedo y la soledad.
Hasta el olvido ha de arder
para quemar estos años
equivocados de abismo.


Pues eso...

viernes, 20 de octubre de 2017

Contra la banalización del diálogo

Muy recomendable el último libro de François Jullien, La identidad cultural no existe (Taurus, 2017, traducción de Pablo Cuartas).
Un ensayo sólido contra el universalismo fácil y contra el relativismo cómodo. Contra los comunitarismos que desarticulan lo común. Un canto a la traducción que reconoce la distancia que hay que transitar pero no entroniza la diferencia que esencializa y aisla.
Extraordinaria su reflexión sobre y a partir del término francés écart, fundamento de todo el ensayo:

Écart se traduce en inglés por gap. Pero écart significa lo contrario. Gap designa la zanja que separa, écart nombra una distancia que se abre y establece una comparación, hace aparecer un entre que pone en tensión lo que ha sido separado y le permite a cada término comprenderse con respecto al otro.

De ahí su reivindicación del diálogo. de un diálogo (auto)exigente, no banalizado, esforzado y trabajoso:

Dia, en griego, significa a la vez «brecha» y «cruce». Los griegos sabían que un diá-logo es fe­cundo si hay un écart en juego […]; si no, se dicen más o menos las mismas cosas, el diálogo se vuelve un monólogo entre dos y el pensamiento deja de progresar. Pero dia significa también el cruce que atraviesa un espacio, e incluso este último puede resistirse a ser atravesado. Un diá-logo no es inmediato, sino que toma tiempo: un diálogo es un recorrido. Progresiva y pacientemente las posiciones respectivas -separadas y distantes como están- se descubren entre sí, se reflexiona cada una a través de la otra y elaboran poco a poco las condiciones de posibilidad de un encuentro efectivo. Es necesario un desarrollo. Frente a estos elementos, logos significa lo común de lo inteligible, que es, paradójicamente, la condición y el objetivo del diá-logo. En otras palabras, mediante los écarts se engendra un común tal que cada lengua y cada forma de pensamiento, cada posición, se deja superar por la otra, de modo que una inteligencia mutua puede emerger en ese entre activo -y esto aun cuando dicha inteligencia no se realice nunca por completo (lo que remite a ese potencial de lo inteligible)-. Un común que no es de reabsorción de los écarts ni de asimilación forzada, sino que se produce en la tensión intrínseca a los écarts y que obliga a trabajar: ese común no se impone, ni se da por sentado, sino que se construye.
Sacando poco a poco, y recíprocamente cada perspectiva de su exclusividad -no tanto de su posición, sino del carácter bloqueado, encerrado, de su posición cuando ignora al otro- el diá-logo hace , emerger progresivamente un campo de inteligencia compartido en el que cada uno puede empezar a entender al otro. […]
Por eso, integrando la posición del otro en su propio horizonte, cada uno hace trabajar su propia posición, sacándola de lo que tenía de solitariamente evidente. Así, vislumbrando la posición del otro desde un ángulo no defensivo, sino según lo que hay en ella de posibilidad nueva, cada uno percibe al mismo tiempo su propia posición, escuchando al otro, desde el afuera que es ese otro; luego descubre, frente a la posición del otro, la unilateralidad de su propia posición: la posición de cada uno se abre, su frontera se ve franqueada, y un desplazamiento comienza. Cuando se establece un diálogo, si no es ficticio o simulado, y mientras dure, aparece un entre […] que surge de lo que cada posición le entreabre a la otra (ese es el entre de la «entre-vista») y obliga al pensamiento a trabajar.

¡Qué poco se ha obligado a trabajar al pensamiento en el caso de Cataluña! Cuanta evidencia solitaria. Cuanta perspectiva bloqueada. Cuanta unilateralidad. Cuanta posición cerrada. Cuanto diálogo simulado. Cuanto gap, y qué poco écart...

jueves, 12 de octubre de 2017

Peor que nada

Primero pensé en no escribir nada, pues nada parecía haber pasado, más allá de lo estrictamente declarativo. Luego pensé en escribir algo a partir de una idea simplona, pero no por ello carente de potencial explicativo: la DUI se había transformado en DIU, y lo que iba a nacer había quedado en… pues eso, en nada. Pero nada de lo anterior es cierto. No es verdad que lo ocurrido el 10 de octubre en el Parlament sea “nada”. Y si lo fuera, si con tal término pudiéramos definirla, sería esa nada de La historia interminable que se va expandiendo como una enfermedad incontrolable, haciendo desaparecer personas y lugares, la imaginación y la belleza, dejando tras de sí… pues eso, la nada.
Lo visto en el Parlament fue un nuevo episodio de astucia carente de inteligencia: una forma de ganar tiempo, una patada que vuelva a plantar el balón en el campo del Estado, un intento de proteger la tensionada unidad en el soberanismo, un golpe bajo contra un PSOE resquebrajado entre diazlambanistas e icetistas, una provocación que busca ser respondida con un aumento de la represión… Elijan lo que prefieran, incorporen nuevas posibilidades o planteen, incluso, la hipótesis del paso atrás que busca abrir espacios de diálogo. Hipótesis que yo no contemplo.
La declaración que firmaron los diputados de Junts pel Sí y la CUP en dependencias del Parlament tiene su correlato perfecto en el acto de toma de posesión de sus cargos de presidente, ministras y ministros del Gobierno de España, presidentas y presidentes de comunidades autónomas, etc. Todas y todos, con solemnidad (o con la solemnidad que permiten las circunstancias, que en el caso del Parlament fue relativa) se han comprometido a defender sus respectivas ideas de país, de pueblo, de derecho, de justicia, de legitimidad, ideas que, y aquí es donde la hipótesis del diálogo hace aguas, hoy por hoy son radicalmente incompatibles. Porque, ¿qué diálogo cabe plantear entre dos compromisos solemnes cuyo cumplimiento respectivo exige el incumplimiento del otro?
Así pues, estamos donde estábamos, sólo que un poquito (espero que solo sea un poquito) peor. Dos totalidades enfrentadas y excluyentes, un juego de suma cero. Lo ideal sería que el Gobierno de Rajoy se hiciera el despistado y actuara como si, en efecto, no hubiera pasado nada. No chutar el balón, no tocarlo, no mirarlo siquiera. Que salga del campo y se pierda por la banda. Pero, ¡ay!, el compromiso solemne y público con la ley, la patria, el pueblo…
Me temo que el PP le entrará al balón. Los hooligans con disfraz de ciudadanos van creando ambiente. Tampoco ayuda, aunque parezca lo contrario, la contemporizadora lectura que de lo ocurrido hace Podemos, pues con ella el balón pasa a estar en posesión, exclusivamente, del Gobierno español. Y el PSOE sigue en el banquillo, rezando para no tener que saltar al campo: aunque tendrá que hacerlo.
Y en esas estamos. Tal vez si las espectadoras y los espectadores saltáramos al campo, pero cada cual para animar al contrario, no al propio. Tal vez si el juego se trasladara a otro escenario, como el del diálogo abierto entre comunidades autónomas. O tal vez, simplemente, la nada de ayer sea, en efecto, nada de nada, porque las empresas patrocinadoras decidan, definitivamente, apoyar otros equipos y otros deportes.

lunes, 2 de octubre de 2017

El día después


Lo dijo a las claras un infame Turull: "Si sacan los tanques a la calle es que ya hemos ganado". Y lo más parecido a los tanques que hay en una democracia, los antidisturbios policiales, han salido a la calle. Lo más parecido, con todo lo distintos que son: Barcelona no es Tiananmén. Pero la imagen de porras enarboladas frente a personas que esperaban a votar es la que va a quedar para siempre: la imagen de policías llevándose las urnas, la de los empujones, las caídas y las cabezas sangrantes. Turull estará contento. Por cierto, él no está entre las personas heridas; incluso ha votado sin problemas, buscando en coche oficial, como han hecho sus superiores, el colegio más tranquilo para practicar su heroico desborde constitucional. Con foto en su twitter incluida, claro.
De un plumazo –de un porrazo- el relato más antipático, más incómodo, más rechazable, ha conquistado nuestro imaginario. Qué distinto sería todo (hoy, pero sobre todo a partir de mañana) si la foto que reflejara el conflicto en Cataluña fuera la de aquel Parlament demediado y trilero que el 6 de septiembre malaprobó la Ley de Transitoriedad Jurídica, y de Joan Coscubiela advirtiendo frente a su deriva. ¡Qué distinto sería todo!
Pero el PP se ha mostrado como un partido radicalmente irresponsable; no por ignorancia, lo que ya sería malo, sino por cálculo. No diré que me sorprenda: recordemos la gestión del 11M y al mentiroso Acebes, las manifestaciones contra la política antiterrorista de Zapatero, la utilización política de las víctimas, la recogida de firmas contra el Estatut… Y ha desencadenado a los dragones.
El referéndum ya estaba herido en su legitimidad tras la tramposa actuación del Parlament y la desobediencia civil de la oposición al soberanismo; el referéndum ya estaba anulado en su práctica tras las decisiones judiciales que lo privaban de cualquier apariencia de legalidad. Nada de lo que hoy, domingo 1 de octubre, ha ocurrido en las calles de Cataluña, era necesario.
Pero la represión de una ciudadanía festivamente movilizada lo ha ocupado todo, desplazando cualquier matiz. Desplazando incluso el recuerdo de aquella Ciutat Morta que fue Barcelona el 4 de febrero de 2006, el recuerdo de un presidente Mas accediendo en 2011 al Parlament en helicóptero, el recuerdo de la ciudadana que perdió un ojo durante la huelga del 14 de noviembre de 2012 por el disparo de una pelota de goma de los Mossos… España contra Cataluña: una España caricaturizada frente a una Cataluña idealizada. Pero es en esa España-caricatura, de charanga y pandereta, de hooliganismo patriotero, donde el PP consigue ese puñado de votos fieles que marca la diferencia electoral.
El PP y el PSOE, los dos grandes partidos estatales, han fracasado en la gestión de la diversidad constitutiva del Estado español moderno. La prueba de su fracaso es su creciente marginalidad en Cataluña y en Euskadi. Puede ser cierto que ni Puigdemont ni Junqueras sirven como interlocutores para el futuro. ¿Sirven Rajoy y Sánchez?

Publicado en EL DIARIO NORTE

sábado, 30 de septiembre de 2017

Prozesua

Comencé a escribir este post hace dos semanas, tras la manifestación convocada por Gure Esku Dago en apoyo al referéndum en Cataluña, el pasado día 16. Me impulsó a escribirlo la foto de portada con la que, al día siguiente, EL CORREO daba cuenta de la manifestación. Esto es lo que empecé a escribir:

Me parece respetable, cómo no, y también comprensible, tratándose de un partido nacionalista.
Pero deja bastante claro con quiénes no vamos a contar para afrontar una reforma del autogobierno vasco en clave federal.
Lo que más me preocupa es que se apoye con tanta alegría un proceso que se desarrolla sin las mínimas garantías democráticas (Urkullu dixit) y abriendo un escenario de ruptura social más que preocupante en Cataluña. ¿Lo harían igual en Euskadi?
Tampoco en esto me representan.
Cuando las réplicas de Cataluña lleguen a nuestro país, ya sabemos a qué atenernos.


Cuando ya estaba en ello me asaltó una pereza infinita, y hasta un punto de tristeza.
Creo conocer bastante bien a las dos personas que aparecían en primer plano de la foto en cuestión, y por ambas siento un profundo aprecio.
Me dolió pensar que, en algún momento, pudiéramos encontrarnos en Euskadi en la misma situación en que se encuentran hoy en Cataluña, y que nuestros afectos se vieran comprometidos, como hoy pasa en Cataluña.
Me desasosegó pensar en una sesión del Parlamento Vasco donde la "mayoría social y política vasca" reprodujera la escena del Parlament durante el debate sobre la Ley de Transitoriedad.
Y sin un Coscubiela que me (nos) reivindique.
Así que lo deje correr.

Pero, pasadas dos semanas, la situación se ha repetido.
Miles de personas se han manifestado esta tarde por las calles de Bilbao en apoyo del referéndum catalán y de la "libertad de decisión".
En esta ocasión, junto al PNV, también ha participado Elkarrekin-Podemos. Sí, también Podemos.


Vuelvo a repetir lo que empecé a escribir hace dos semanas: "Me parece respetable...".
Y termino como terminaba entonces: "Tampoco en esto me representan".
Lo escribo con más pereza, más desánimo y más tristeza.
Pero esta vez no puedo no hacerlo público.

¿De verdad están apoyando este proceso, tal como se está desarrollando?
¿De verdad están animando al soberanismo catalán a continuar por este camino?

Y no, no me vale la disculpa -porque no es más que una disculpa- de la calculadora  pero irresponsable mezquindad del PP, convencido de reforzar sus cimientos, carcomidos por la corrupción y la ineficiencia, con el lodo del nacionalismo español más despreciable.
Ni me vale la disculpa de la traición histórica del PSOE al proyecto de la España federal.
Aunque ambas cosas -la mezquindad de unos y la pusilanimidad de otros- sean ciertas.

¿De verdad harían algo similar en  Euskadi? ¿De verdad impulsarían un proceso igual en este país?

sábado, 23 de septiembre de 2017

Where have all the federalists gone?


[1] Releo Homenaje a Cataluña, de George Orwell, obra en la que el escritor británico relata sus experiencias como periodista y combatiente enrolado en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Desde hace días no puedo evitar relacionar -¡salvando todas las distancias, que son infinitas!- algunos de sus contenidos con la situación que actualmente se vive en Cataluña. No me refiero, evidentemente, a los aspectos más dramáticos y violentos de la historia, como cuando Orwell advierte que “la ciudad [de Barcelona] respiraba el clima inconfundible de la rivalidad y el odio políticos”, clima que se manifestaba en el hecho de que “miembros de la CNT y la UGT venían matándose unos a otros desde hacía algún tiempo”. No. Pero no hago más que pensar en el paralelismo que cabe establecer entre uno de los efectos más dolorosamente llamativos de aquella situación y algo que también ocurre ahora. Me refiero a la desaparición en el espacio cultural y político catalán de cualquier discurso de inspiración federalista.

Cataluña ha sido el único de los territorios de España en el que se ha desarrollado una cultura y una práctica políticas genuinamente federalistas. Con la excepción destacada del andaluz Fernando Garrido (1821-1883), autor de La República Democrática Federal y Universal, pensar en federalismo nos lleva necesariamente a evocar a personajes como Francesc Pi i Margall (1824-1901), Valentí Almirall (1841-1904) o Josep María Vallés i Ribot (1849-1911). Saltando en el tiempo, en ellos han buscado inspiración instituciones como la Fundació Rafael Campalans, que en 2010 impulsó la revista En construcción, “revista sobre la cultura federal y la España plural” como rezaba su subtítulo (desgraciadamente, sólo se publicaron 3 números), y que en 2013 publicó un documento de trabajo titulado Por una reforma constitucional federal; o como la Fundació Catalunya Segle XXI, creada en 1999 por iniciativa de Pasqual Maragall, que en 2005 publicó el libro colectivo titulado Hacia una España plural, social y federal, en el que tuve ocasión de participar. Más allá de Cataluña, como lamentaba Jacint Jordana en un artículo en EL DIARIO, el federalismo nunca ha interesado en España. Desgraciadamente.

[2] Escribe Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro: “Uno de los peligros de la «autodeterminación» es que, en realidad, no existe tal cosa como una «nación» en el sentido de grupo étnico y cultural que coincida con un trozo de propiedad inmobiliaria. A diferencia de las características de un paisaje de árboles y montañas, las personas tienen pies. Se desplazan a sitios donde hay más oportunidades y pronto invitan a sus amigos y parientes a que se les unan. Esta mezcla demográfica transforma el paisaje en un fractal, con minorías dentro de minorías dentro de minorías”. Y sobre fractales y fronteras, sobre fracturas y fractalidades, giraba el texto con el que contribuí al referido libro editado por la Fundació Catalunya Segle XXI.

Los fractales son formas autosemejantes, figuras con un motivo fundamental que se propaga a escalas progresivamente reducidas o (es otra manera de verlo) con partes que, al ser ampliadas, se asemejan al todo (Wagensberg). Con otras palabras, un fractal es un objeto que presenta la misma estructura fundamental aunque cambiemos indefinidamente la escala de observación; un objeto caracterizado por la recursividad, o autosimilitud, a cualquier escala. En otras palabras, si enfocamos una porción cualquiera de un objeto fractal notaremos que tal sección resulta ser una réplica a menor escala de la figura principal. A grandes rasgos, las formas fractales están hechas de copias a una escala menor de sí mismas, y sus partes son fundamentalmente similares al todo.

Las realidades fractales son realidades ininterrumpidas, sin fronteras (al menos cuando hablamos de la geometría fractal de Mandelbrot, evidentemente no en el caso de las formas naturales o sociales). La única diferencia que podemos establecer es de tamaño, de escala, pero no de esencia. ¿Podemos utilizar el modelo fractal como analogía para repensar las realidades políticas? En particular, aquellas institucionalizaciones (el Estado-nación, la identidad nacional) basadas, precisamente, en la construcción de discontinuidades, de fronteras políticas y éticas que pretenden delinear con trazo grueso segmentaciones no sólo territoriales, sino identitarias y morales?

Recurriendo a la conocida reflexión de Kymlicka, todos los grupos nacionales son extremadamente partidarios de reivindicar y, siempre que sea posible, construir un sistema de protecciones externas (de las que la más desarrollada es el Estado-nación) que garantice su existencia y su identidad específica frente a las posibles influencias debilitadoras de la misma procedentes de las sociedades con las que se relacionan o en las que están necesariamente englobadas. Sin embargo, estos mismos grupos nacionales no suelen ser tan sensibles ante la existencia en su seno de pertenencias o identidades distintas de la nacional hegemónica, pero igualmente necesitadas de reconocimiento. Frente a la demanda de protecciones externas que estos subgrupos realizan, la respuesta del grupo nacional dominante suele ser la imposición de restricciones internas en nombre de la solidaridad grupal.

Aplicado a las realidades nacionales (estatalizadas o no), el principio de fractalidad debería cumplir la misma función que la regla de oro kantiana: no quieras para los demás lo que no deseas para ti.

[3] ¿Y la relación de todo esto con la peripecia de Orwell? En Homenaje a Cataluña Orwell relata cómo, a su vuelta desde el frente de Aragón tras resultar herido en el cuello, se encontró con que la mayoría de los militantes del POUM a los que había conocido se encontraban encarcelados o desparecidos, víctimas de las purgas estalinistas, ejecutadas en Barcelona por el PSUC. Y yo, al igual que el gran Pete Seeger (por cierto, AQUÍ en un concierto en el Palau Sant Jordi) se preguntaba “¿A dónde se han ido todas las flores?”, me pregunto: ¿a dónde se han ido todos los federalistas?

Por supuesto, cuando de una trinchera a otra silban las proclamas nacionalistas, el discurso federal se queda sin espacio, perdido en una tierra de nadie machacada por la inmisericorde contundencia de quien se siente representante de la totalidad social. Pero después del 1 de octubre será imprescindible recuperar la hoy desaparecida propuesta federalista.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Seria fantàstic



Seria fantàstic
no passar per l'embut.
Que tot fos com és manat i ningú no manés.
Que arribés el dia del sentit comú.
Trobar-se com a casa a tot arreu.
Poder badar sense córrer perill.
Seria fantàstic que tots fóssim fills de Déu.


jueves, 14 de septiembre de 2017

Cuidado con los dragones


La recientemente finalizada séptima temporada de Juego de Tronos ha resultado pródiga en escenas espectaculares, pero bastante más pobre en lo que se refiere a solidez argumental y trabazón narrativa. Se nota que desde hace tiempo los guiones de la serie van muy por delante del relato novelado de George R. Martin, que hacía de esta mucho más que una peli de batallas, magia y dragones. Así y todo, no han faltado momentos de cierta solidez.

Uno de ellos recoge un diálogo entre Daenerys, aspirante a ocupar el Trono de Hierro, y su consejero, Tyrion. Daenerys dispone de un arma de guerra aparentemente definitiva, con la que desencadenar un ataque que la permita conquistar Desembarco del Rey, sede del Trono: sus tres aterradores dragones. Cansada de batallar, Daenerys se muestra dispuesta a utilizarlos, pero Tyrion (con el apoyo de Jon Nieve) no se lo recomienda: usar a los dragones la permitiría lograr una victoria fulminante, sí, pero al precio de arrasar la ciudad y aniquilar a todos sus habitantes. Ganaría la guerra, pero perdería la simpatía de sus futuros súbditos, que verían como una reina tiránica sería, simplemente, sustituida por otra.

El 1 de octubre votarán, seguro, muchas catalanas y catalanes. Pese a todo. Lo harán dónde y cómo puedan: en locales municipales, en centros cívicos, en cajas de cartón, imprimiendo sus papeletas en casa… Votarán porque desean hacerlo y porque creen, la mayoría sinceramente, que sin ese acto no se puede hablar de democracia real ni en Cataluña ni en España. Pero será una votación que, por su fondo y por su forma, carecerá de cualquier valor legal: esto es algo más que evidente. Como consecuencia de la acción del Estado, pero también por la cuestionable estrategia del soberanismo, la votación del 1 de octubre es ya un imposible jurídico. Otra cosa es el valor político que el soberanismo quiera darle.

El Estado ya ha hecho todo lo necesario para invalidar legalmente la convocatoria del referéndum: sin presupuesto para urnas, sin censo, sin locales habilitados, sin garantías jurídicas, finalmente el referéndum del 1 de octubre se va a ver reducido a la modesta dimensión de “movilización política”. Supongo que el Gobierno español también habrá hecho lo necesario para que el acto carezca de cualquier respaldo internacional significativo. Pues ya está. Lo que ahora debería preocupar a las instituciones políticas españolas (descarto al PP, desgraciadamente) es buscar la manera de reconstruir espacios y proyectos para el diálogo y el acuerdo. Nada más, ni nada menos.

¿Qué en Fígols i Alinyà (254 habitantes) se vota en los locales municipales? Pues vale. ¿Pero citar como investigadas a las regidoras y regidores que se han mostrado dispuestas a colaborar con el referéndum? ¿Ordenar su detención por los Mossos d’Esquadra en el caso de que no comparezcan? Guarda tus dragones, Rajoy. Con mi apoyo no cuentes.


Hace unos días, dinosaurios, ahora dragones: ¡qué ganas tengo de escribir sobre gatitos!



viernes, 8 de septiembre de 2017

Cataluña, España y sus dinosaurios

Las mayorías corrompen, y las mayorías absolutas corrompen absolutamente. Más aún cuando cualquier mayoría puede ser absoluta hoy, pero no serlo mañana. Es lo que tiene vivir en tiempos de complejidad, liquidez, incertidumbre, transición, caos, riesgo, metamorfosis… Escojan, de entre los muchos que ofrecen las ciencias sociales, el adjetivo que mejor defina en su opinión la época que nos ha tocado vivir: cualquiera de ellos nos advierte de la situación de provisionalidad en la que debemos tomar nuestras decisiones, desde la prudencia, como ingenieros sociales fragmentarios (que diría Popper) y no como omniscientes demiurgos. Lo más seguro es que vete a saber...

Las mayorías absolutas que se olvidan de que la condición de “absolutez” tiene siempre un carácter temporal, coyuntural, dan lugar a decisiones políticas pesadamente legales, pero heridas de legitimidad: como la reforma, con agosticidad y alevosía, del artículo 135 de la Constitución en 2011; o como la aprobación con alevosía, aceleración y nocturnidad, de la ley de Transitoriedad Jurídica.

De lo ocurrido el día 6 en el Parlament lo que menos relevante me parece es todo eso que tanto se ha repetido sobre el respeto a la legalidad vigente, a los procedimientos parlamentarios, a las formas democráticas, etc. Me hacía hasta gracia escuchar una y otra vez, como si se tratara de un argumento definitivo e inapelable, que los letrados del Parlament habían advertido a Forcadell de que tramitar la ley del referéndum era un acto ilegal: ¡cómo si hiciera falta ser experto en derecho administrativo para saberlo! ¡cómo si dichos letrados pudieran, en cuanto tales, concluir otra cosa! ¡cómo si no lo supieran la propia Forcadell, la Mesa del Parlament, el Govern y las diputadas y diputados soberanistas!

El problema no es que un supuesto pueblo movilizado al unísono, constituido en sujeto político soberano, se plante en contra de una institucionalidad que no lo reconoce como tal. ¿Acaso no ha sido así en todos los procesos de autodeterminación nacional? Con más o menos violencia (casi siempre con más), el surgimiento de un nuevo sujeto soberano, desgajado de un cuerpo político más amplio, del que hasta ese momento ha formado parte subordinada, no puede hacerse sin rupturas de la legalidad instituida: no es un acto de evolución, sino de revolución. En fin: que la Revolución Francesa dio lugar al nacimiento del derecho administrativo, el principio de legalidad, la división de poderes o el arbitrio judicial, sí, pero tras hacer pasar al Ancien régime por la igualadora guillotina.

Si el imaginario nacionalista, preñado de unanimismo y consensualidad –“¡Tot el camp es un clam!”-, se correspondiera con la realidad sociopolítica catalana, otro gallo cantaría. Se producirían saltos o quiebras de legalidad, claro que sí, pero cabría esperar que el resultado final sería positivo: una nueva legalidad sustituiría la vieja y un nuevo estado democrático se sumaría a los ya existentes. Pero la ficción de un país oprimido, colonizado, alzado frente a otro país distinto, opresor y colonial, no se sostiene ante la imagen desoladora de un Parlament en el que los escaños de la oposición han quedado vacíos. Cataluña contra Cataluña.


Los problemas de convivencia entre poblaciones que viven entremezcladas en sociedades crecientemente plurales y diversas no se resuelven mediante la secesión. Esta operación de cirugía política pudo servir (y habría que discutirlo mucho, caso por caso) en contextos socioculturales mucho más simples, o más simplificados. Pero en sociedades complejas como la catalana, lo que el cirujano soberanista imagina como una elegante e indolora operación guiada por láser puede acabar como una carnicería, metafóricamente hablando. O no tanto: lo que hizo la diputada de Catalunya Sí que es Pot, Àngels Martínez Castells, al retirar las banderas españolas que, acompañadas de las correspondientes senyeras, colocaron en sus escaños las parlamentarias y parlamentarios del PP, es un ejercicio de mutilación de una parte del cuerpo social catalán. "La mía es la republicana, ésa no la hubiera quitado", ha explicado la pimpante diputada, como si tal cosa fuera un mérito en lugar de una vergüenza. Mantener lo mío, ocultar o eliminar lo que considero ajeno. Limpieza simbólica.

Qué lejos de la sabiduría de aquella otra mujer, Rosa Luxenburgo, esta sí revolucionaria de raza en tiempos nefastos para la revolución, cuando escribió: “La libertad solo para los que apoyan al gobierno, o solo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad. La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la «justicia», sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la «libertad» se convierte en un privilegio especial”.

Dicho todo lo anterior, convendría recordar a Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Los dinosaurios, en este caso. Cuando el soberanismo despierte, el dinosaurio de la Cataluña plural, compleja, diversa, multi-identitaria, todavía estará allí, con todas sus banderas. Como estará allí el dinosaurio de la sociedad catalana adulta, autónoma, autogobernada, negadora de cualquier tutela impuesta, cuando quien despierte sea el estatonacionalismo español. Cuando despertemos, no sé cuándo ni cómo, los dinosaurios seguirán estando aquí.

Publicado en EL DIARIO NORTE

ACTUALIZACIÓN:
Impresionante la intervención de Joan Coscubiela. Dignísimo heredero de la tradición de Rosa Luxemburgo. Me siento honrado de compartir con él, además de su discurso, aficiones (montaña) y militancia sindical.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Entre Atxaga y los tanques de Cataluña

Leo en El Correo una entrevista de Iñaki Esteban con Bernardo Atxaga. Tan reposado y sugerente como siempre. Un regalo en esta mañana de domingo ya casi otoñal.
Se confiesa cansado de hablar de Euskadi -"En Euskadi tenemos ahora los mismos problemas que el resto de países similares, como el empleo. Eso es lo real. Respeto que haya gente preocupada por cuestiones identitarias, pero tengo que decir sinceramente que no pienso en ello"- y reclama un discurso público que combata la crispación y contribuya a racionalizar la vida ciudadana: "Todo tiende ahora al exceso y la desmesura y el camino más franco para que las dos cosas alcancen relevancia son los sentimientos. Es tan fácil radicalizarlos, generar agresividad, aun sabiendo que todo eso es basura...Una sociedad debería estar bien oxigenada y todos los que pueden expresar su opinión en alto deberían empujar hacia la racionalidad. El ser humano tiene una tendencia hacia la agresividad que es muy fácil de manipular".


La entrevista tiene su origen en la reedición y actualización de uno de los libros, creo, menos conocidos, pero más interesantes de Atxaga: el titulado Horas extras, editado en 1997 por Alianza y que ahora publica la joven editorial Hurtado & Ortega. Recomiendo encarecidamente su compra y lectura.


Entre los textos que se incluyen, destaco especialmente el titulado "De Euzkadi a Euskadi", escrito en 1995, que puede leerse aquí, en la página web del autor. Un texto que todos los años doy a leer y a comentar a mis alumnas y alumnos de la asignatura Estructuras y Procesos Sociales en el País Vasco, que imparto en el 2º curso del Grado de Sociología. Un fragmento del mismo:

"El país oculto que vislumbrábamos en tal o cual manifestación, y que tan de una pieza nos parecía, era más bien un país idealizado, de fantasía; un territorio que debía muchísimo a la imaginación y a la necesidad de creer en algo. Por una parte, la palabra Euzkadi sólo rimaba bien con las ideas de los vascos que habían luchado como gudaris en la guerra o habían estado a favor de su causa, es decir, con la ideología del Partido Nacionalista Vasco, y nada tenía que ver, en cambio, con los vascos de ideología falangista o requeté, también numerosos, o con los que durante la guerra combatieron en las filas socialistas o izquierdistas; por otra parte, la guerra la habían perdido todos los ciudadanos que lucharon por la República, y no sólo los vascos que defendieron Bilbao o fueron bombardeados en Guernica. En resumidas cuentas, Euzkadi no era un territorio ni una gente -como sí lo era el País Vasco, Euskal Herria-, sino el nombre que una determinada opción política, la más vasquista, daba a su utopía.
[...]

Veíamos lo que necesitabamos ver, y no teníamos dudas. De haberlas tenido, de haber hecho preguntas y averiguaciones, enseguida nos habríamos enterado de que el autor de la música de aquel "Cara al sol" que nos hacían cantar en la escuela no era de Toledo, Murcia o Zaragoza, sino del cercano pueblo de Zegama, y que su nombre era, no González o Molina, sino Tellería. O, para mayor evidencia, alguien nos habría hablado del pintor Cabanas Erausquin, nacido en nuestro mismo pueblo, Asteasu, y podría habernos contado la verdad, es decir, que nuestro paisano había sido el pintor oficial del Régimen de Franco, y que los símbolos franquistas más conocidos, el escudo de España o el yugo y las flechas, habían salido de su mano. Pero, como digo, no hubo dudas ni averiguaciones, y nuestra idea -nuestro sentimiento-, de lo que era Euzkadi se mantuvo incólume. En realidad, dadas las circunstancias -dada nuestra edad, dada aquella primera impresión perfectamente guardada por nuestro Músculo Arcaico, dada la situación política de los años sesenta -, no había otra posibilidad".

Todo un ejercicio de eso que Atxaga reivindica en la entrevista de hoy: sosiego, racionalidad, comprensión, apertura de miras... Simplemente para poder convivir. Porque, como el autor advierte en otro de los ensayos incluidos en Horas extras: "Es muy difícil relacionarse con personas que defienden cosas que no son de este mundo".


El peor ejemplo de esa desmesura y ese exceso que denuncia Atxaga lo encontramos en el mismo periódico, en las declaraciones del portavoz de la Generalitat, Jordi Turull, en un acto soberanista en Bilbao: "Si sacan los tanques a la calle es que ya hemos ganado". Frivolidad idiota de quien se sabe a salvo de la calle y de los tanques.


jueves, 7 de enero de 2016

La insoportable insaciabilidad del ser nacional


http://elpais.com/elpais/2012/11/22/vinetas/1353601036_574882.html

Antonio Baños, una de las caras más visibles de la CUP, ha dimitido. En su carta de explicación indica que él se metió en política con un único objetivo: “El meu pas a la política (tot plegat uns cinc mesos) tenia només un sol sentit i objectiu: Que aquesta legislatura fos la de la ruptura irreversible amb l’Estat Espanyol i que, a més, la construcció de la República es fes des de un procés constituent popular i social”. Y si para ello había que votar a Mas, pues se le vota y punto.
Por su parte, la Asamblea Nacional Catalana se excusa públicamente por haber incluido a la CUP en su petición de voto a fuerzas independentistas. Ahora resulta que por no votar a Mas van a pasar a formar parte de esos "partidos políticos españoles que están en Catalunya, como el PP y Ciudadanos", adversarios según Carme Forcadell del "resto, [que] somos nosotros, el pueblo catalán, y sólo nosotros somos los que lograremos la independencia”.
Los procesos de estatonacionalización exigen de toda la energía política contenida en una sociedad. Hasta el último julio. Son insaciables y, en última instancia, incompatibles con la práctica política. Cuando una sociedad se embarca en la construcción de un Estado-nación cualquier otra cuestión se vuelve irrelevante, inconveniente o inaceptable, al menos hasta el día después de la independencia. Lo mismo ocurre, por cierto, cuando un Estado ya constituido pretende reforzar, por la razón que sea, sus señas de identidad nacional. De manera que si Isaías representaba el futuro mesiánico con la imagen del lobo y el cordero paciendo juntos, el nacionalismo español imagina estos días su propio futuro como la posibilidad de que un indecente, un ruin (o “ruiz”) y un ambicioso inexperto gobiernen juntos para evitar la ruptura de España.
Hace ya tiempo que vengo defendiendo que el lenguaje federal puede ser la lengua franca que abra en España un espacio político liberado del lenguaje tóxico de los nacionalismos. ¿O es que alguien cree de verdad que se puede discutir en serio con quien enarbola una camiseta de la selección de Cataluña o de Euskadi mediante el recurso a agitar, con igual o mayor forofismo, la camiseta de la selección de España? Mejor esta pelea a camisetazos que la lucha a garrotazos que pintara Goya, por supuesto; pero sigue siendo una confrontación intelectualmente absurda y políticamente incapacitante.
Seguramente es cierto, en estrictos términos jurídicos, que “dentro de un Estado sólo puede haber una nación (vinculada a la soberanía), de forma que si se quiere constituir una nueva nación (política) debe pasar a la formación de un nuevo Estado incompatible con el de la nación primera” (Eduardo Vírgala, “Nación y nacionalidades en la Constitución”, p. 173). Sin embargo, desde la perspectiva de la sociología política podemos afirmar que en un mismo Estado caben varias naciones, pero ni varios ni un sólo nacionalismo. El problema de España no es el de la existencia de varias naciones, sino de varios nacionalismos. No se trata de abonar discursos rancios sobre unidades o esencias nacionales, sino de apostar por un proyecto moderno de ciudadanía definida por los derechos y las libertades de todas y cada una de las personas, en un marco de estabilidad jurídica garantizado por las distintas instituciones del Estado.
Como señala Claudio Magris: “Nadie se enamora de un Estado pero hace falta el Estado para que podamos exaltarnos tranquilamente por lo que nos dé la gana y para que nuestra libertad, según la vieja definición liberal, sólo termine donde comienza la libertad del otro” (Utopía y desencanto, Anagrama, Barcelona 2001). O en palabras de Suso de Toro: “La nación contemporánea es la de ciudadanos diversos que conviven en espacios pactados y aceptados. Los afectos nacen después. O no ¿Y qué?” (Españoles todos, Península, Barcelona 2004).
 
> Publicado en EL DIARIO NORTE.