viernes, 8 de septiembre de 2017

Cataluña, España y sus dinosaurios

Las mayorías corrompen, y las mayorías absolutas corrompen absolutamente. Más aún cuando cualquier mayoría puede ser absoluta hoy, pero no serlo mañana. Es lo que tiene vivir en tiempos de complejidad, liquidez, incertidumbre, transición, caos, riesgo, metamorfosis… Escojan, de entre los muchos que ofrecen las ciencias sociales, el adjetivo que mejor defina en su opinión la época que nos ha tocado vivir: cualquiera de ellos nos advierte de la situación de provisionalidad en la que debemos tomar nuestras decisiones, desde la prudencia, como ingenieros sociales fragmentarios (que diría Popper) y no como omniscientes demiurgos. Lo más seguro es que vete a saber...

Las mayorías absolutas que se olvidan de que la condición de “absolutez” tiene siempre un carácter temporal, coyuntural, dan lugar a decisiones políticas pesadamente legales, pero heridas de legitimidad: como la reforma, con agosticidad y alevosía, del artículo 135 de la Constitución en 2011; o como la aprobación con alevosía, aceleración y nocturnidad, de la ley de Transitoriedad Jurídica.

De lo ocurrido el día 6 en el Parlament lo que menos relevante me parece es todo eso que tanto se ha repetido sobre el respeto a la legalidad vigente, a los procedimientos parlamentarios, a las formas democráticas, etc. Me hacía hasta gracia escuchar una y otra vez, como si se tratara de un argumento definitivo e inapelable, que los letrados del Parlament habían advertido a Forcadell de que tramitar la ley del referéndum era un acto ilegal: ¡cómo si hiciera falta ser experto en derecho administrativo para saberlo! ¡cómo si dichos letrados pudieran, en cuanto tales, concluir otra cosa! ¡cómo si no lo supieran la propia Forcadell, la Mesa del Parlament, el Govern y las diputadas y diputados soberanistas!

El problema no es que un supuesto pueblo movilizado al unísono, constituido en sujeto político soberano, se plante en contra de una institucionalidad que no lo reconoce como tal. ¿Acaso no ha sido así en todos los procesos de autodeterminación nacional? Con más o menos violencia (casi siempre con más), el surgimiento de un nuevo sujeto soberano, desgajado de un cuerpo político más amplio, del que hasta ese momento ha formado parte subordinada, no puede hacerse sin rupturas de la legalidad instituida: no es un acto de evolución, sino de revolución. En fin: que la Revolución Francesa dio lugar al nacimiento del derecho administrativo, el principio de legalidad, la división de poderes o el arbitrio judicial, sí, pero tras hacer pasar al Ancien régime por la igualadora guillotina.

Si el imaginario nacionalista, preñado de unanimismo y consensualidad –“¡Tot el camp es un clam!”-, se correspondiera con la realidad sociopolítica catalana, otro gallo cantaría. Se producirían saltos o quiebras de legalidad, claro que sí, pero cabría esperar que el resultado final sería positivo: una nueva legalidad sustituiría la vieja y un nuevo estado democrático se sumaría a los ya existentes. Pero la ficción de un país oprimido, colonizado, alzado frente a otro país distinto, opresor y colonial, no se sostiene ante la imagen desoladora de un Parlament en el que los escaños de la oposición han quedado vacíos. Cataluña contra Cataluña.


Los problemas de convivencia entre poblaciones que viven entremezcladas en sociedades crecientemente plurales y diversas no se resuelven mediante la secesión. Esta operación de cirugía política pudo servir (y habría que discutirlo mucho, caso por caso) en contextos socioculturales mucho más simples, o más simplificados. Pero en sociedades complejas como la catalana, lo que el cirujano soberanista imagina como una elegante e indolora operación guiada por láser puede acabar como una carnicería, metafóricamente hablando. O no tanto: lo que hizo la diputada de Catalunya Sí que es Pot, Àngels Martínez Castells, al retirar las banderas españolas que, acompañadas de las correspondientes senyeras, colocaron en sus escaños las parlamentarias y parlamentarios del PP, es un ejercicio de mutilación de una parte del cuerpo social catalán. "La mía es la republicana, ésa no la hubiera quitado", ha explicado la pimpante diputada, como si tal cosa fuera un mérito en lugar de una vergüenza. Mantener lo mío, ocultar o eliminar lo que considero ajeno. Limpieza simbólica.

Qué lejos de la sabiduría de aquella otra mujer, Rosa Luxenburgo, esta sí revolucionaria de raza en tiempos nefastos para la revolución, cuando escribió: “La libertad solo para los que apoyan al gobierno, o solo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad. La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la «justicia», sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la «libertad» se convierte en un privilegio especial”.

Dicho todo lo anterior, convendría recordar a Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Los dinosaurios, en este caso. Cuando el soberanismo despierte, el dinosaurio de la Cataluña plural, compleja, diversa, multi-identitaria, todavía estará allí, con todas sus banderas. Como estará allí el dinosaurio de la sociedad catalana adulta, autónoma, autogobernada, negadora de cualquier tutela impuesta, cuando quien despierte sea el estatonacionalismo español. Cuando despertemos, no sé cuándo ni cómo, los dinosaurios seguirán estando aquí.

Publicado en EL DIARIO NORTE

ACTUALIZACIÓN:
Impresionante la intervención de Joan Coscubiela. Dignísimo heredero de la tradición de Rosa Luxemburgo. Me siento honrado de compartir con él, además de su discurso, aficiones (montaña) y militancia sindical.

2 comentarios:

Pepe Moreno Losada dijo...

Gracias Imanol por tu lucidez y serenidad en el análisis... a ver si lo entendemos¡

Pello Gutiérrez dijo...

Como casi siempre, muy de acuerdo, Imanol. Abruma ver cómo se pretende responder a la complejidad a través de conjuros mágicos. La independencia que lo cambiará todo es uno de ellos. Aunque es mucho peor pretender que nada cambie, cuando la sociedad sí lo hace. Finalmente, cosas de los poderes enredando a los dominados...