viernes, 13 de noviembre de 2020

País nómada: supervivientes del siglo XXI

Jessica Bruder
País nómada: supervivientes del siglo XXI
Traducción de Mireia Bofill Abelló
Capitán Swing, 2020

"En la brecha cada vez más ancha que separa el debe del haber se perfila una pregunta: ¿A qué partes de nuestra vida estamos dispuestos a renunciar para poder seguir viviendo? [...] Este mes, ¿te saltarás alguna comida? ¿Irás a urgencias en vez de a tu médico? ¿Aplazarás el pago de la deuda acumulada en tu tarjeta de crédito con la esperanza de que no la pasen a cobro ejecutivo? ¿Dejarás de pagar las facturas del gas y la electricidad, cruzando los dedos para que no te corten la luz y no quedarte sin calefacción? ¿Dejarás que se acumulen los intereses de tu crédito estudiantil y sobre los plazos del coche con la esperanza de encontrar más adelante la manera de ponerte al día? Estas indignidades ponen de relieve una pregunta más significativa: ¿A partir de qué momento unas alternativas imposibles comienzan a destruir a las personas y a una sociedad?".

 

Dos males contemporáneos, la precariedad y temporalidad en el empleo, y la cada vez mayor dificultad para sostener el coste de alquilar o comprar una vivienda, confluyen para provocar una estrategia de supervivencia que ejemplifica a la perfección la exigencia de buscar "soluciones biográficas a contradicciones sistémicas" (Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim, La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas, Traducción de Bernardo Moreno, Paidós, 2003, p. 31). Si el acceso a una vivienda es imposible y los únicos empleos que se ofertan son temporales, ¿podría ser una solución cambiar el hogar por una caravana, con la que perseguir los empleos de temporada a lo largo y ancho del país?

La periodista Jessica Bruder ha investigado durante tres años un fenómeno nuevo, por ahora exclusivamente estadounidense, pero que permite visibilizar procesos de fondo que configuran un horizonte común para todas las sociedades capitalistas: la normalización de la precariedad laboral y vital.

"Vistas de lejos, en muchos casos sería fácil confundirlas con despreocupadas o despreocupados caravanistas jubilados. Cuando ocasionalmente se regalan una sesión de cineo una cena, no estacan entre el resto de comensales. Por su aspecto y sus ideas, son mayoritariamente gente de clase media. Lavan la roma en lavanderías de autoservicio y se apuntan a gimnasios para poder usar las duchas. En muchos casos, se lanzaron a la carretera cuando la gran recesión consumió sus ahorros. Para llenar el estómago y el depósito de gasolina, trabajan duramente largas jornadas en pesadas tareas manuales. En una época de salarios estancados y aumento del coste de la vivienda, se han liberado de los grilletes del alquiler y las hipotecas como una estrategia para ir tirando. Son supervivientes".

Vistas de lejos, tal vez. Pero vistas de cerca, como hace Bruder, nos encontramos con mujeres y hombres de más de sesenta años y hasta de más de ochenta, que ya deberían gozar de una merecida jubilación tras haber trabajo toda su vida en una sucesión de empleos de lo más variados (camarera, profesor de química en un instituto, acupuntora, minero, cartera, contratista de obras, empleada del servicio de atención telefónica de la Agencia Tributaria, cuidadora en un centro de tratamiento de lesiones cerebrales traumáticas o taxista), empleos que nunca les han aportado un mínimo de seguridad económica. En ocasiones, una enfermadad grave o un divorcio han sido la puntilla. Working poors, pobres con trabajo que han acabado deambulando por las carreteras "al ver que apenas ganaban lo suficiente para cubrir el coste de alquiler o los plazos de una hipoteca después de trabajar jornadas agotadoras en empleos sin aliciente que consumían todo su tiempo, sin ninguna perspectiva de mejora a largo plazo ni la esperanza de poder llegar a jubilarse algún día". En su diversidad, cada una y cada uno con su propia historia, la autora los percibe "como un microcosmos de una catástrofe nacional", como "una muestra de todos los desastres económicos que han afectado a la población estadounidense en los últimos decenios".

Amazon, una de las principales empresas beneficiarias de este ejército laboral de reserva sobre ruedas, tiene incluso un programa denominado CamperForce para reclutar trabajadoras y trabajadores itinerantes. La propaganda es luminosa, dan ganas de apuntarse y convertirse en "workcamper". Pero la realidad es bien distinta:

"El personal trabaja en turnos de 10 horas o más, durante las cuales puede llegar a recorrer más de 20 kilómetros sobre suelos de cemento mientras se acuclilla, se agacha, se inclina, alarga el brazo o se encarama para identificar, seleccionar y colocar en cajas las mercancías. Pasadas las Navidades, cuando cesa la avalancha de pedidos y Amazon ya no necesita al equipo de campistas, les rescinde sus contratos. Los trabajadores y trabajadoras temporales se marchan, formando lo que los directivos de la empresa describen jovialmente como un 'desfile de faros traseros'".

Pesadas jornadas de trabajo soportadas solo gracias al continuo consumo de analgésicos y antiinflamatorios como el ibuprofeno: "Me tomo cuatro por la mañana antes de salir para el trabajo y otros cuatro cuando regreso por la noche", confiesa una de las personas entrevistadas por Bruder. Y si se les terminan las reservas, no hay problema: "Amazon tenía dispensadores automáticos adosados a las paredes del almacén, donde podían obtener gratuitamente analgésicos de venta libre sin receta".

También son una mano de obra imprescindible para la recolección de frambuesas en Vermont, de manzanas en Washington y de arándonos en Kentucky; para controlar los accesos en los circuitos de carreras de NASCAR o para atender puestos de franquicias en los espectáculos de rodeo o en la Super Bowl; como vigilantes durante el verano de las zonas de acampada de los parque nacionales más visitados o como personal de las atracciones turísticas más destacadas del país; o para detectar fugas en las conducciones de gas. Son la perfecta mano de obra precaria para unas empresas que solo quieren personal estacional; su permanente movilidad, además, las imposibilita para organizarse sindicalmente.

Aunque algunas de estas personas intentan, y a veces consiguen, construir comunidades nómadas, encuentros temporales, con los que construyen y mantienen redes de apoyo mutuo, compartiendo conocimientos sobre técnicas de reparación de automóviles, montaje de placas solares y tuneo de furgonetas, o información sobre ofertas de empleo o lugares propicios para acampar. También se sirven de internet para mantener la conexión. Incluso han llegado a desarrollar un discurso y una identidad como "objetores de conciencia frente a un orden social corrupto en descomposición".

Pero, en general, predomina una imagen de inestabilidad vital, de explotación laboral, de creciente exclusión social.

"Pronto llegará el invierno y comenzarán los despidos habituales en los empleos de temporada. Las y los nómadas desmontarán el campamento y regresarán a su verdadero hogar: la carretera. Volverán a circular como góbulos sanguíneos por las venas y las arterias del país. Se pondrán en marcha en busca de amistades o familiares, o simplemente de un lugar donde no haga frío. En algunos casos, cruzarán todo el continente. Todas y todos contarán los kilómetros que se irán desplegando como un rollo de película. Cantinas de comida rápida y centros comerciales. Campos dormidos bajo la escarcha. Concesionarios de automóviles, megaiglesias y cantinas abiertas toda la noche. llanuras uniformes. Corrales de engorde, fábricas desocupadas, arcelaciones y grandes bloques de almacenes. Montañas nevadas. Los paisajes  que flanquean la carretera se van sucediendo a lo largo del día y mientars cae la noche, hasta que les vence la fatiga. Con ojos soñolientos, buscan un lugar donde detenerse a descansar. En los aparcamientos de los grandes hipermercados Walmart. En las calles tranquilas de los barrios del extrarradio. En las áreas de descanso para camiones, acunados por el ronroneo de motores ociosos. Luego, de madrugada -antes de que nadie advierta su presencia-, vuelven a la carretera. Siguen adelante, reconfortados por una certeza. Un aparcamiento es el único espacio libre y gratuito que aún queda en Estados Unidos".

Podría haberlo escrito Steinbeck. Un libro impresionante, cuya lectura recomiendo sin dudar.

El libro le ha servido a la directora Chloé Zhao para realizar su película Nomadland, galardonada con el León de Oro en el Festival de cine de Venecia de este año y protagonizada por esa excepcional actriz que es Frances McDormand. 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Koxkorra, Ebitxe y (pasando por Erreztaleku) Parada

A las 7:55 he salido de casa y he cogido el camino que, pasando por el barrio de Azordoiaga, lleva hasta la antigua zona minera de Mintetxu, desde donde sale una pista que lleva hasta el Pagasarri o, bordeando el Ganekogorta, regresa a Alonsotegi pasando por Zamaia y el barrio de El Somo. El plan de esta mañana es coger esa pista pero evitar las cumbres más (re)conocidas, hoy repletas de gente, para caminar por cimas menores y menos transitadas: Koxkorra (494 m.), Ebitxe (477 m.) y Parada (259 m.). Tres "tachuelas", pero llenas de hermosos rincones; además, entre los dos primeros y el Parada hay la suficiente distancia como para exigir una buena caminata.

 Ermita de San Juan, en Azordoiaga.

  

Mintetxu (8:15 h.). La carretera de la derecha lleva hasta el pantano de Artiba. La pista asfaltada de la izquierda es la que hay que coger para el recorrido de hoy.

 
 
 
 Subiendo por la pista hacia atrás queda el botxo donde se recoge Alonsotegi, bajo la cordillera de Sasiburu.
 
Nubes hacia la zona del Pagasarri.

Llegando al agroturismo Ordaola (8:45 h.).


 
Continuo por la pista en dirección al Pagasarri. A las 9:05 paso junto al cruce que lleva al Ebitxe (en el poste indicador figura como Abitza). Continuo subiendo, luego volveré hasta aquí.

Paso junto al cruce que lleva al Paga...
... y unos metros más adelante está el desvío hacia el Koxkorra.
El Ganekogorta asoma entre los pinos.
Casa del Reloj, o del Relojero. Superándola por un sendero a la izquierda (también puede hacerse siguiendo una amplia pista por la derecha) me dirijo hacia el Koxkorra. No está bien señalizado, hay que arrimarse a la derecha del pinar hasta encontrar la cumbre.
 Koxkorra (9:25 h.). De frente, Ganeta y Erreztaleku, hasta donde tengo que llegar para acceder luego al Parada.
 
Los pinares de esta zona están llenos de setas y hongos, pero comestibles pocos: apenas un puñado de senderuela y cuatro o cinco champiñones.


Regreso a la pista por la que he subido y vuelvo sobre mis pasos para dirigirme al Ebitxe.

La cumbre, rodeada de árboles, se encuentra tras la chabola que preside la que siempre hemos conocido como Campa del Tenis...
Ebitxe (9:57 h.).
Vuelta a la pista que sube desde Ordaola. Al poco de recorrer el camino de descenso, un camino se abre hacia la derecha. Lleva hasta Erreztaleku. Más abajo, otro camino similar nos pone más cerca del Parada, pero era temprano y me apetecía andar un poco más.
 
Aunque siguiendo por la pista llegaríamos casi al mismo sitio, opto por coger un desvío a la izquierda, justo en un punto en que la pista traza una curva en perfecta herradura. El camino es mucho menos transitado y pronto se convierte en un hermoso sendero.

 

A las 11:00 he llegado a la pista que sube hasta el Ganeta desde Arraiz o desde Alonsotegi, a las 11:10 he llegado al Erreztaleku (el mirador repleto de gente), ha pasado rápido junto al Aranzuri y he enfilado el vertiginoso descenso hacia Alonsotegi.
Por el camino, me he detenido en el Parada, tercer buzón de la mañana (11:25 h.).
Y ya, todo hasta abajo. He llegado a Alonsotegi a las 12:00. Cuatro horas de sube y baja por parajes preciosos. Joyas naturales a la puerta de casa.