sábado, 2 de noviembre de 2024

Libros recomendados en octubre

  • Un detalle menor - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/10/un-detalle-menor.html
  • El nombre de las estrellas - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/10/el-nombre-de-las-estrellas.html
  • Las furias - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/10/las-furias.html
  • La Central - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/10/la-central.html
  • Estuve aquí y me acordé de nosotros - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/11/estuve-aqui-y-me-acorde-de-nosotros.html
  • Diario a los setenta - https://imanol-zubero.blogspot.com/2024/11/diario-los-setenta.html

Mugarra, Artatxagan y Leungana

Repito, o tripito, o... una ruta que me encanta. A las 8:00 he salido de Mañaria, a las 8:50 llegaba al collado de Mugarrekolanda y a las 9:25 llegaba al Mugarra (964 m). Desde ahí vuelta al collado y por un precioso bosque otoñal me he dirigido hacia el Artatxagan o Artzetagan (996 m) y el Leungana  (1009 m). Quiero hacer la vuelta por Aita Kurutzeko, pero hoy no era el día. Un día, por cierto, preocupantemente espléndido. De verano. A las 12:00 estaba de vuelta en Mañaria.
 


 




Collado de Mugarrekolanda.








Mugarra.





Artatxagan.
Leungane desde Artatxagan.

Artatxagan y Mugarra desde Leungane.





viernes, 1 de noviembre de 2024

Diario a los setenta

May Sarton
Diario a los setenta
Traducción de Blanca Gago
Gallo Nero, 2024
 
"La juventud es una especie de genio en sí misma y lo sabe. Se suele pedir a la vejez que reconozca ese genio y olvide el suyo propio, mucho más suave y sutil, mucho más sabio. Sin embargo, es posible preservar el genio de la juventud en la vejez, la curiosidad, el genuino interés por todo cuanto nos rodea, desde los pájaros a los libros o los perros [...]".
 
 
Como una amiga íntima, May Sarton continua compartiéndonos su vida, ahora al cumplir setenta años. Y como es habitual en sus libros, la autora nos embarca en un viaje emocional y personal, compartiendo sus reflexiones sobre el envejecimiento, la soledad, la creatividad, y la búsqueda de sentido en una etapa de la vida que, a menudo, está cargada de retos y descubrimientos.

Escribir un diario le permite a May Sarton utilizar un tono sincero, espontáneo y a menudo confesional. Este estilo nos convierte en confidentes de la autora, en testigos de sus pensamientos más íntimos, sus inseguridades y momentos de gratitud plasmados con un lenguaje claro, poético y, a veces, crudo para expresar su compleja relación con la soledad y la vida misma. Su inmensa capacidad para capturar matices emocionales es una de las grandes fortalezas del libro. Especialmente en este momento de la vida, cuando reflexiona sobre el inevitable proceso de envejecimiento y los cambios que trae a su cuerpo y mente, sobre la vejez como una época de limitaciones físicas, pero también de mayor claridad y serenidad emocional. La autora afronta con honestidad los sentimientos de aislamiento y soledad, temas recurrentes en su obra, y cómo estos sentimientos afectan su día a día. Sin embargo, también explora la posibilidad de hallar un tipo de libertad en la soledad, una oportunidad para crecer y conocerse a sí misma:
 
"Durante toda la lectura [del diario de otra escritora], he sentido un alivio inmenso por no estar atada a nadie de ese modo. Durante gran parte de mi vida sí lo estuve, pero ahora me he liberado de las pasiones, y veo que es una bendición no vivir bajo esa servidumbre".
 
La escritura y la jardinería son actividades esenciales en la vida de May Sarton, y en este diario volvemos a ver cómo ambas se convierten en formas de expresarse y procesar sus pensamientos y emociones. La escritura, para ella, no solo es una vocación, sino una necesidad, un ancla que la mantiene conectada con el mundo y consigo misma. La jardinería, por otro lado, le ofrece una conexión más directa con la naturaleza y la vida. A lo largo del diario, el lector puede ver cómo estas actividades funcionan como un mecanismo para resistir la ansiedad y la depresión, proporcionando a Sarton una sensación de propósito y satisfacción. Como escribe al principio del libro, "envejecer bien tiene algo que ver con seguir vinculado a la tierra".
 
Como en sus obras anteriores, en Diario de los setenta May Sarton crea una especie de poesía de lo cotidiano a través de sus observaciones sobre su vida diaria y su entorno, capturando la belleza en detalles simples, como una planta que florece o la luz que se filtra a través de una ventana. Su estilo sincero y sin pretensiones, su honestidad al mostrar sus vulnerabilidades y dudas, facilita que nos identifiquemos con sus luchas y miedos, convirtiéndolo en un texto universal a pesar de enfocarse en una etapa de vida muy específica. 
 
En esta entrega de sus diarios May Sarton se muestra más política, crítica con Reagan y con el racismo rampante en su país, más explícitamente religiosa, abiertamente feminista, parte de una extensa sororidad compuesta por mujeres que han formado parte esencia de su vida, desde Virginia Woolf hasta su compañera de vida, Judy, cuyo recuerdo aletea en estas páginas.

Un testimonio literario conmovedor y potente que explora la complejidad de la vida en la vejez desde la perspectiva de una mujer que, a pesar de los años, sigue en búsqueda de significado y conexión. May Sarton logra trascender lo personal para ofrecer una obra que habla sobre la condición humana que resonará con fuerza en lectoras y lectores de cualquier edad. Una invitación a valorar la soledad, que no el aislamiento egótico, a abrazar el proceso de envejecer y a descubrir en el acto de vivir una fuente constante de inspiración y renovación. Y un tratado sobre la disponibilidad como virtud esencial para construir vida buena para cada una y para todas:
 
“He estado pensando en las relaciones humanas, en dar y recibir. […] Supongo que, al final, el único regalo, el más importante, se reduce a estar ahí para el otro. Hay una canción popular que dice «Nadie está ya en un solo lugar», y la gente que sí, esos a quienes podemos imaginar siempre en una casa determinada, en un jardín preciso con unas ciertas vistas, esos que están «disponibles», como decía André Gide, al menos brindan a sus amigos el consuelo que supone ese punto inamovible. Yo espero ser esa clase de persona […]”.



Estuve aquí y me acordé de nosotros

Anna Pacheco
Estuve aquí y me acordé de nosotros: Una historia sobre turismo, trabajo y clase
Anagrama, 2024

"Lo radical es, pues, pensar que las limitaciones ecológicas nos llevarán a otro tipo de descanso que pasa inevitablemente por movernos menos. Si no queremos que nos hagan la utopía de la multinacional (ni la utopía turística, que es exactamente la misma), tenemos que empezar a pensar cómo trabajamos menos para estar menos cansados y qué otras cosas podemos hacer cuando no estamos trabajando. Construir, en definitiva, alternativas a un consumo desesperado, de evasión".

 
Anna Pacheco firma una investigación sobre las condiciones laborales y sociales de las personas que trabajan en hoteles de lujo y semilujo, explorando la brecha que existe entre lo que estos establecimientos ofrecen a sus clientes y las realidades de quienes los sostienen con su trabajo diario. Una crítica profunda sobre cómo el turismo de lujo, en lugar de ser una vía de prosperidad, genera un sistema de explotación laboral que perpetúa las desigualdades y encierra a muchos trabajadores en la precariedad. El turismo como encarnación perfecta de lo peor del capitalismo.

Mediante entrevistas, observaciones y análisis de las estructuras de poder en la industria hotelera, la autora documenta la vida de camareras, cocineros, recepcionistas y otros trabajadores invisibilizados, quienes, a pesar de las exigencias del sector y de sus entornos de trabajo opulentos, experimentan largas jornadas, contratos temporales y bajos salarios. La autora destaca cómo el bienestar y los caprichos de los turistas contrastan con la precariedad de quienes, en muchos casos, no pueden disfrutar de los beneficios de una vida digna en los mismos destinos que enriquecen con su esfuerzo.

La investigación de Anna Pacheco revela también cómo esta realidad no solo afecta la economía de los trabajadores, sino también su identidad y sus relaciones, donde el turismo de lujo redefine sus barrios y su acceso a los espacios públicos. Esto pone de relieve una desigualdad estructural que limita el acceso de las clases trabajadoras a los beneficios del desarrollo turístico en su propio territorio. La autora logra equilibrar una rigurosa etnografía con una narrativa empática y accesible, que permite al lector acercarse a la realidad de los trabajadores sin romantizar su situación, sino mostrando los efectos y contradicciones de un sistema que, mientras promete exclusividad a sus clientes, se sustenta en condiciones laborales desiguales. Pero que también coloniza los deseos de todas y de todos, que llevamos la marca del turismo grabada a fuego en nuestra identidad: "explotados explotando una vez al año".

Estuve aquí y me acordé de nosotros es un trabajo valioso y necesario para comprender las consecuencias del turismo de lujo en las vidas de las clases trabajadoras. Anna Pacheco no solo documenta las condiciones de explotación en el sector, sino que también abre un espacio de reflexión sobre las políticas turísticas y sus implicaciones sociales. Su obra es una contribución significativa al análisis crítico de la industria turística y una llamada a visibilizar y dignificar el trabajo que sostiene este modelo. Y que deja, tras su lectura, "la impertinente pregunta: y tú, ¿qué harás las próximas vacaciones?".

jueves, 31 de octubre de 2024

Ni Palacio de Justicia ni Teresa de Calcuta

El campo de las políticas sociales, tanto en su dimensión político-institucional como en la de la intervención directa, comparte, explícita o tácitamente, un principio analítico fundamental que articula un orden o régimen de justificación (Boltanski y Thévenot) invocado para legitimar y evaluar sus acciones. Este principio puede expresarse, de forma simplificada, así:

1) Los grandes problemas sociales, los que se agrupan bajo las categorías de la pobreza y la exclusión social, tienen un origen estructural.

2) Actuar sobre las causas estructurales de tales problemas es enormemente complejo, exigiría acuerdos sociales muy mayoritarios, prácticamente imposibles de conseguir, y su “solución” nos coloca en una lógica antisistémica, anticapitalista, literalmente revolucionaria.

3) De este modo, la posibilidad de construir consensos mayoritarios sólidos para la eliminación de la pobreza y la exclusión puede ser un ideal al que aspirar, pero no parece que esté a nuestro alcance.

4) Siendo imposible la eliminación de la desigualdad lo que nos quedaría es actuar en el espacio del “arreglo”, de la mejora de las (malas) condiciones, de la reforma, de la reducción de daños o, en el mejor de los casos, en la búsqueda de palancas que puedan impulsar el cambio individual en la situación de las personas en exclusión.

A partir de este orden de justificación se ha acabado por asumir que las políticas sociales “funcionan” siempre que se muestren eficaces como herramientas de reducción de daños, como última red de protección o, en su versión más ambiciosa, como medios para la activación sociolaboral y el cambio en la posición social de las personas excluidas. No cambian la estructura de desigualdad, pero mejoran porcentualmente las situaciones de exclusión.

La decisión del Ayuntamiento de Donostia de suspender las cenas solidarias ofrecidas desde hace cuatro años por el colectivo ciudadano Kaleko Afari Solidarioak en Egia echa por tierra todo este discurso legitimador de nuestras políticas sociales. Es inaceptable que el Ayuntamiento aliente la confusión indiferenciada entre el discurso de la seguridad y la intervención solidaria de emergencia, confusión que solo sirve para que el securitarismo expulse al humanitarismo de nuestras calles. Sin dar ninguna alternativa, sin asumir institucionalmente la obligación de velar porque ninguna persona que habite en Donostia carezca de lo más básico: de alimento, de techo, de reconocimiento, de escucha.
Lo mismo ocurre si nos aproximamos al funcionamiento en Bilbao del SMUS (Servicios Municipales de Urgencias), como denunciaron en junio ASETU Herri Biltegia, Atxuri Harrera, Irala Harrera, Ongi Etorri Errefuxiatuak y SOS Racismo: colas diarias sin garantía de poder acceder a los recursos de alojamiento provisional, servicios de comedor o acceso al empadronamiento social; un sistema de citas online en estos tiempos en los que, aparentemente, crece la sensibilidad contra la brecha digital; listas de espera de más de dos meses; insuficiencia de recursos y saturación de los servicios.

En su ensayo de 1996, La humanidad perdida, el filósofo Alain Finkielkraut escribió: “En nombre de la ideología nos negábamos ayer a dejarnos engañar por el sufrimiento. Enfrentados al sufrimiento, y con toda la miseria del mundo al alcance de la vista, nos negamos ahora a dejarnos engañar por la ideología”. En Euskadi, como en el resto de las sociedades ricas, hace tiempo que no nos dejamos “engañar” por la ideología y hemos abandonado cualquier pretensión de cambio estructural; pero, de un tiempo para acá, también hemos empezado a rechazar dejarnos “engañar” por el sufrimiento, por más a la vista que lo tengamos.

Los hechos de Egia han ocurrido muy cerca del Palacio de Justicia de Donostia, situado en la plaza Teresa de Calcuta. Todo un símbolo. Podíamos elegir entre la justicia de los derechos fundamentales para todas las personas o la intervención humanitaria de emergencia que, no sin contradicciones, encarna la religiosa. Pero estamos rechazando tanto la una como la otra. Ni la ideología ni el sufrimiento. Ni cambio estructural ni eficacia en la intervención de urgencia. ¿Cuál va a ser, entonces, el régimen de justificación de nuestras políticas sociales?

PUBLICADO EN HORDAGO-EL SALTO

martes, 29 de octubre de 2024

La Central

Élisabeth Filhol
La Central
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Anagrama, 2024

"Visto en la televisión ese día 27 de marzo de 2007: seis hombres bajan haciendo rápel con movimientos tremendamente regulares y en coreografía perfecta por el aerorrefrigerador de Belleville-sur-Loire, se detienen a dos tercios del descenso para pintar en letras negras la palabra DANGER [...].
Que sí, los peligros de la energía nuclear. A puerta cerrada. Una olla a presión. Y a la espera de que se reanude, diecinueve centrales alimentan la red para que todo el mundo pueda consumir, sin racionamiento, sin pensar, con un simple gesto. ¿Solidarios en las centrales de los que entran a montar un espectáculo? ¿Acaso son solidarios ellos con nosotros?".


Una novela que explora las difíciles condiciones de trabajo en las plantas nucleares en Francia. Una certera reflexión sobre ese mundo casi siempre oculto de "trabajos sucios" sobre los que construimos nuestra existencia cotidiana.

A través de los ojos del protagonista, Yann, un trabajador temporal en el sector nuclear, la autora detalla la vida de los empleados subcontratados que laboran en condiciones peligrosas y precarias, enfrentando altos niveles de radiación, bajos salarios, y constantes mudanzas de una planta a otra.

La autora utiliza una narrativa cruda y detallada para exponer el impacto psicológico y físico que estos trabajos tienen sobre los trabajadores, incluyendo temas de ansiedad, desgaste físico y aislamiento. La novela también muestra cómo la precarización laboral influye en la dignidad humana, reflejando una realidad social más amplia donde los riesgos industriales recaen principalmente en los sectores laborales más vulnerables.

"La Central" es, por tanto, una crítica al sistema laboral que invisibiliza y deshumaniza a sus trabajadores en pos del beneficio económico y la eficiencia energética.

Además de Philippe, el protagonista y narrador principal, otros personajes secundarios son también trabajadores subcontratados en distintas plantas nucleares de Francia. Cada uno enfrenta condiciones de trabajo intensas, viajando de planta en planta para realizar labores de mantenimiento en condiciones físicas y emocionales extenuantes. La autora introduce figuras que reflejan la diversidad de experiencias y personalidades dentro de este grupo marginado, donde algunos están resignados a una vida de precariedad y otros intentan resistir. Sin embargo, todos comparten una especie de hermandad tácita basada en la supervivencia diaria y el temor constante a los riesgos invisibles, como la radiación.

Uno de los personajes secundarios más importantes es Jean-Yves, un veterano de la industria nuclear que lleva años trabajando en este campo, una figura paternal, con una visión dura y realista sobre la industria, a la que describe como una maquinaria que consume y desgasta sin compasión a sus trabajadores. Su experiencia y conocimiento lo convierten en un mentor para Yann, aunque su cinismo representa también el futuro que espera a los más jóvenes si persisten en este tipo de trabajo: 

"A muchos les sale más a cuenta trabajar en la industria nuclear que en la de la construcción o la del automóvil. la prueba es que todos los días te cruzas con gente que podría haber cambiado de vida, que ya llevan lo suyo encima y, sin embargo, ahí están y ahí siguen. ¿Qué los atrae?
[...] Aquí no hay nada que no puedas encontrar en otro sitio. Lo demás es empeñarse, caer y recaer por este camino por motivos equivocados. [...] A esos les gusta pasar miedo. la mayoría jóvenes. De dotas formas, a este ritmo nadie llega a viejo".

Élisabeth Filhol emplea un estilo directo y a menudo clínico, casi documental, que refleja el ambiente frío y controlado de las centrales nucleares. Utiliza descripciones precisas de los procedimientos técnicos, los protocolos de seguridad y la rutina diaria de los trabajadores, lo que contribuye a una sensación de claustrofobia y tensión.

La Central no solo es un retrato de la industria nuclear y sus empleados, sino también una exploración profunda de la precarización y la invisibilización de ciertos trabajadores en la sociedad moderna. Filhol firma una crónica que pone el foco en los sacrificios físicos y emocionales de estos empleados, desentrañando la relación de dependencia que tienen con un sistema que, irónicamente, necesita de ellos pero los considera desechables.

lunes, 28 de octubre de 2024

Las furias

John Connolly
Las furias
Traducción de Mar Rodríguez Vázquez y Vicente Campos González
Tusquets, 2024

 "La vida no es justa, pero es más dura para unos que para otros, y las mujeres, las personas de color y los pobres siempre se cuentan entre las personas sobre las que se ejerce más control y a las que se les imponen más limitaciones. Quienquiera que afirme algo distinto miente, y quienquiera que favorezca esa injusticia es un estafador. Aquí termina la lección".


Las Furias o Erinias son divinidades mitológicas que perseguían y atormentaban a quienes habían cometido crímenes no castigados, especialmente aquellas acciones malvadas ejecutadas contra personas particularmente vulnerables, como las personas ancianas, madres y padres, o personas socialmente marginadas como las que sobreviven con la mendicidad. Por sus actividades eran relacionadas con el Hades, el Inframundo, y Esquilo las denominó "hijas de la Noche", pero también se las conocía con el título de Euménides o "las benévolas".

John Connolly se mueve con maestría en estos contextos en los que mito y realidad, justicia y venganza, oscuridad y luz, se entremezclan. En este libro, el vigésimo primero de la serie dedicada al detective Charlie Parker, Connolly reúne dos historias independientes, "Las hermanas Strange" y "Las furias", vinculadas por el hecho de que en las dos la violencia machista es parte fundamental de la trama. Junto con siniestros coleccionistas de monedas muy antiguas, misteriosos símbolos rúnicos, entidades que habitan en el interior de seres no plenamente humanos, referencias religiosas, espeluznantes asesinatos, niñas espectrales. Y junto con el Braycott Armas, un hotel que el paso del tiempo había convertido en "una mancha en el carácter de la ciudad de Portland, una desgracia sobre sus habitantes y un depósito de criminalidad". Y mujeres fuertes, muy capaces de cuidarse de sí mismas.

Cada nueva novela de Connolly es siempre un regalo. En este caso, dos.

"Tiempo atrás conocí a un escritor que creía que algunos hombres eran moralmente tan corruptos que su depravación cobraba una expresión física, en otras palabras, su deformidad moral se manifestaba como una alteración de sus facciones o su constitución. Me dio la impresión de que esa idea era una variación de la frenología o la fisiognomía, esas convicciones psudocientíficas ya desacreditadas según las cuales la forma del cráneo o del rostro de alguien podían revelar los rasgos esenciales de su carácter. Si eso fuera verdad, el trabajo de hacer cumplir la ley sería muchísimo más sencillo: no habría más que meter en la cárcel a todos los feos. Pero la maldad -la verdadera maldad, no las prosaicas travesuras humanas nacidas del temor, de la envidia, de la ira o de la codicia- es experta en ocultarse, porque quiere sobrevivir y persistir. Solo se muestra cuando está preparada o cuando se le fuerza a hacerlo; ni siquiera el mal puede librarse de las normas de la naturaleza".