Diario a los setenta
Traducción de Blanca Gago
Gallo Nero, 2024
"La juventud es una especie de genio en sí misma y lo sabe. Se suele pedir a la vejez que reconozca ese genio y olvide el suyo propio, mucho más suave y sutil, mucho más sabio. Sin embargo, es posible preservar el genio de la juventud en la vejez, la curiosidad, el genuino interés por todo cuanto nos rodea, desde los pájaros a los libros o los perros [...]".
Como una amiga íntima, May Sarton continua compartiéndonos su vida, ahora al cumplir setenta años. Y como es habitual en sus libros, la autora nos embarca en un viaje emocional y personal, compartiendo sus reflexiones sobre el envejecimiento, la soledad, la creatividad, y la búsqueda de sentido en una etapa de la vida que, a menudo, está cargada de retos y descubrimientos.
Escribir un diario le permite a May Sarton utilizar un tono sincero, espontáneo y a menudo confesional. Este estilo nos convierte en confidentes de la autora, en testigos de sus pensamientos más íntimos, sus inseguridades y momentos de gratitud plasmados con un lenguaje claro, poético y, a veces, crudo para expresar su compleja relación con la soledad y la vida misma. Su inmensa capacidad para capturar matices emocionales es una de las grandes fortalezas del libro. Especialmente en este momento de la vida, cuando reflexiona sobre el inevitable proceso de envejecimiento y los cambios que trae a su cuerpo y mente, sobre la vejez como una época de limitaciones físicas, pero también de mayor claridad y serenidad emocional. La autora afronta con honestidad los sentimientos de aislamiento y soledad, temas recurrentes en su obra, y cómo estos sentimientos afectan su día a día. Sin embargo, también explora la posibilidad de hallar un tipo de libertad en la soledad, una oportunidad para crecer y conocerse a sí misma:
Escribir un diario le permite a May Sarton utilizar un tono sincero, espontáneo y a menudo confesional. Este estilo nos convierte en confidentes de la autora, en testigos de sus pensamientos más íntimos, sus inseguridades y momentos de gratitud plasmados con un lenguaje claro, poético y, a veces, crudo para expresar su compleja relación con la soledad y la vida misma. Su inmensa capacidad para capturar matices emocionales es una de las grandes fortalezas del libro. Especialmente en este momento de la vida, cuando reflexiona sobre el inevitable proceso de envejecimiento y los cambios que trae a su cuerpo y mente, sobre la vejez como una época de limitaciones físicas, pero también de mayor claridad y serenidad emocional. La autora afronta con honestidad los sentimientos de aislamiento y soledad, temas recurrentes en su obra, y cómo estos sentimientos afectan su día a día. Sin embargo, también explora la posibilidad de hallar un tipo de libertad en la soledad, una oportunidad para crecer y conocerse a sí misma:
"Durante toda la lectura [del diario de otra escritora], he sentido un alivio inmenso por no estar atada a nadie de ese modo. Durante gran parte de mi vida sí lo estuve, pero ahora me he liberado de las pasiones, y veo que es una bendición no vivir bajo esa servidumbre".
La escritura y la jardinería son actividades esenciales en la vida de May Sarton, y en este diario volvemos a ver cómo ambas se convierten en formas de expresarse y procesar sus pensamientos y emociones. La escritura, para ella, no solo es una vocación, sino una necesidad, un ancla que la mantiene conectada con el mundo y consigo misma. La jardinería, por otro lado, le ofrece una conexión más directa con la naturaleza y la vida. A lo largo del diario, el lector puede ver cómo estas actividades funcionan como un mecanismo para resistir la ansiedad y la depresión, proporcionando a Sarton una sensación de propósito y satisfacción. Como escribe al principio del libro, "envejecer bien tiene algo que ver con seguir vinculado a la tierra".
Como en sus obras anteriores, en Diario de los setenta May Sarton crea una especie de poesía de lo cotidiano a través de sus observaciones sobre su vida diaria y su entorno, capturando la belleza en detalles simples, como una planta que florece o la luz que se filtra a través de una ventana. Su estilo sincero y sin pretensiones, su honestidad al mostrar sus vulnerabilidades y dudas, facilita que nos identifiquemos con sus luchas y miedos, convirtiéndolo en un texto universal a pesar de enfocarse en una etapa de vida muy específica.
En esta entrega de sus diarios May Sarton se muestra más política, crítica con Reagan y con el racismo rampante en su país, más explícitamente religiosa, abiertamente feminista, parte de una extensa sororidad compuesta por mujeres que han formado parte esencia de su vida, desde Virginia Woolf hasta su compañera de vida, Judy, cuyo recuerdo aletea en estas páginas.
Un testimonio literario conmovedor y potente que explora la complejidad de la vida en la vejez desde la perspectiva de una mujer que, a pesar de los años, sigue en búsqueda de significado y conexión. May Sarton logra trascender lo personal para ofrecer una obra que habla sobre la condición humana que resonará con fuerza en lectoras y lectores de cualquier edad. Una invitación a valorar la soledad, que no el aislamiento egótico, a abrazar el proceso de envejecer y a descubrir en el acto de vivir una fuente constante de inspiración y renovación. Y un tratado sobre la disponibilidad como virtud esencial para construir vida buena para cada una y para todas:
“He estado pensando en las relaciones humanas, en dar y recibir. […] Supongo que, al final, el único regalo, el más importante, se reduce a estar ahí para el otro. Hay una canción popular que dice «Nadie está ya en un solo lugar», y la gente que sí, esos a quienes podemos imaginar siempre en una casa determinada, en un jardín preciso con unas ciertas vistas, esos que están «disponibles», como decía André Gide, al menos brindan a sus amigos el consuelo que supone ese punto inamovible. Yo espero ser esa clase de persona […]”.
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