Aún hoy recuerdo
Ediciones Passer, 2023
"Aquel amor que pudo ser
se agotó en el sondeo,
sin decidir ninguno
dar un paso avanzado,
dejando que el tiempo
lo arrastrara por la ciudad,
perdiendo así el deseo
por delicadeza y cobardía".
Este es el quinto poemario de Enrique Arias Beaskoetxea publicado en forma de libro. Insisto en esto porque no es su quinta colección de poemas. Si no me equivoco, además de estos cinco libros Enrique ha escrito otros quince poemarios, generosamente compartidos en su página web.
Dos son las cuestiones que quiero destacar de este su último libro, Aún hoy recuerdo. La primera es su corporeidad, su carnalidad, la fisicidad sensual del mismo. El poeta recuerda, este es el leitmotiv de la obra, pero no se trata de un recordar mental sino orgánico, físico: es el cuerpo el que recuerda. Solo a modo de ejemplo, en 15 de los 24 poemas que componen el libro la mano, las manos, tienen un especial protagonismo: hay manos entrecruzadas, un chal tejido a mano, manos nostálgicas, cartas escritas a mano, manos que se buscan, manos que se rozan, paseos de la mano, mano que sujeta otra mano, manos que buscan volar por una espalda desnuda…
Al terminar de leer y releer el libro he recordado que su primer poemario publicado en 2017 por Ápeiron Ediciones y titulado La lejanía de las cosas, tenía dos partes: "Soledad defendida" y "Derrota íntima". En Aún hoy recuerdo sigue presente la defensa de una soledad que, en estos tiempos de “epidemia de soledad” tan publicitada y banalizada, se calificaría de elegida, pero que Enrique califica, mucho más adecuadamente, de soledad construida, como se indica en el hermoso texto de Marguerite Duras escogido como epílogo para el libro: "La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros".
Y hay una vuelta al tema de la derrota íntima, pero acaso con un tono más sereno, aceptándola como parte consustancial del juego de la vida y del amor. Así, el primer poema del libro, el titulado con la letra Alpha, empieza con un recuerdo de la brevedad de la existencia, como una especie de memento mori:
Dos son las cuestiones que quiero destacar de este su último libro, Aún hoy recuerdo. La primera es su corporeidad, su carnalidad, la fisicidad sensual del mismo. El poeta recuerda, este es el leitmotiv de la obra, pero no se trata de un recordar mental sino orgánico, físico: es el cuerpo el que recuerda. Solo a modo de ejemplo, en 15 de los 24 poemas que componen el libro la mano, las manos, tienen un especial protagonismo: hay manos entrecruzadas, un chal tejido a mano, manos nostálgicas, cartas escritas a mano, manos que se buscan, manos que se rozan, paseos de la mano, mano que sujeta otra mano, manos que buscan volar por una espalda desnuda…
- “Las yemas de mis dedos / recordarán, mi amada / tu piel de seda blanca”, escribe en Alpha.
- “Fuiste quien vigilaba / las mareas, mi amada, / deslizando las luces / para guiarme a puerto, / fenómeno que solo tú / puedes crear con las manos”, en Mu.
- “Me busca por mi nombre, / apoya la cabeza atenta / entre sus manos”, en Tau.
Al terminar de leer y releer el libro he recordado que su primer poemario publicado en 2017 por Ápeiron Ediciones y titulado La lejanía de las cosas, tenía dos partes: "Soledad defendida" y "Derrota íntima". En Aún hoy recuerdo sigue presente la defensa de una soledad que, en estos tiempos de “epidemia de soledad” tan publicitada y banalizada, se calificaría de elegida, pero que Enrique califica, mucho más adecuadamente, de soledad construida, como se indica en el hermoso texto de Marguerite Duras escogido como epílogo para el libro: "La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros".
Y hay una vuelta al tema de la derrota íntima, pero acaso con un tono más sereno, aceptándola como parte consustancial del juego de la vida y del amor. Así, el primer poema del libro, el titulado con la letra Alpha, empieza con un recuerdo de la brevedad de la existencia, como una especie de memento mori:
Ahora que se acerca
el final de mis días
miro el rostro vencido
de quienes van a morir,
dicen que entonces
llega a la mirada
un relámpago de memoria
deshaciéndose en polvo.
El último, Omega, es, por su parte, una reivindicación gozosa y luminosa de una memoria viva, pese a todo, en los versos que recuerdan lo vivido:
Y si acaso la memoria
se evaporara, quedan estos versos
como testigo de que fue cierto,
no fue un ensueño,
una ilusión vacua,
un deseo incumplido.
La poesía como ejercicio de memoria más allá de la propia memoria, más allá de la muerte y de la propia vida.