jueves, 22 de agosto de 2019

La encrucijada del roble

Elizabeth Crook
La encrucijada del roble
Traducción de Lorenzo Luengo
Siruela, 2019


Texas, 1857. Una noche, una enorme y feroz "pantera" -seguramente un puma, aunque no se aclara- ataca a una familia, desfigurando el rostro de la hermanastra del protagonista y matando a su madrastra, no sin que esta logrará cortarle con un hacha dos de los cuatro dedos de su pata trasera derecha. Desde esa noche, Dos Dedos se convertirá en el terror de los campesinos que habitan en la frontera con México.

Texas, 1866. El protagonista, Benjamin Shreve, de diecisiete años de edad, comparece ante el juez Edward Carlton como testigo en el juicio contra el soldado confederado Clarence Hanlin por el asesinato de ocho personas, hecho ocurrido tres años antes, en plena guerra de Secesión. Según Benjamin, el acusado ya habría fallecido. Con el fin de aclarar todos los hechos, el juez encomienda a Benjamin la tarea de recoger por escrito el relato tanto del crimen de Hamlin como de su presunta muerte:

"Las pruebas son nuestro baluarte contra el caos. Si Clarence Hardin es culpable y sigue con vida, debemos localizarlo y condenarlo. Si está muerto, debemos demostrar que así es. No podemos suponerlo sin más y permitir que siga en libertad cuando ocho hombres que viajaban a México fueron capturados, saqueados y ahorcados. Quiero que escriba el relato que le he pedido y lo lleve a Comfort tal y como he dicho. Quiero que anote bien todos los detalles".

Eso es lo que hará, obediente, Benjamin, que escribirá al juez doce extensas cartas narrando todo lo ocurrido. Pero para ello, habrá de empezar por recordar aquella terrible noche en la que su madrastra murió desgarrada por la pantera y su hermanastra, Sam, quedó desfigurada por sus garras.

Ya en su primera declaración ante el juez Benjamin confiesa habr leído "dos veces entero La ballena, sobre Moby Dick". Y lo cierto es que la historia que narra esta novela guarda poderosas analogías con la inmortal obra de Melville.

Obsesionada con dar caza a la fiera que la desfiguró, Sam embarcará a su hermano Benjamin en una épica persecución de Dos Dedos, en el transcurso de la cual se cruzarán con personajes como el forajido Lorenzo Pacheco, el predicador Dob y su perro Zacarías o el criminal Clarence Hardin.

Elisabeth Crook consigue que la narración de Benjamin nos atrape y nos haga partícipes de la caza de la pantera, convertida en bestia casi mitológica, acompañando a sus personajes (sólidamente construidos) en una aventura llena de acción y de emociones.

Una maravillosa lectura.

La práctica de lo salvaje

Gary Snyder
La práctica de lo salvaje
Traducción de Nacho Fernández R. y José Luis Regojo Borrás
Varasek Ediciones, 2016


Snyder se aproxima a la naturaleza salvaje no como si fuera algo ajeno o contrapuesto a la experiencia humana, sino como el elemento constitutivo de esta experiencia: "La naturaleza no es un sitio que se visita, es nuestro hogar".

Habitamos en biorregiones o naciones naturales "conformadas por cadenas de montañas, cursos de ríos, planicies y humedales". La construcción de Estados nacionales reemplazó las tradicionales fronteras bióticas (una cadena montañosa, un río), que eran a la vez límite y conexión entre comunidades humanas, por fronteras politicas arbitrarias. Como resultado,

"La población perdió erudición ecológica y solidaridad comunitaria. Según las antiguas costumbres, la flora, la fauna y los accidentes geográficos son parte de la cultura. El mundo de la cultura y de la naturaleza, siempre real, es hoy casi un mundo de sombras, y un mundo insustancial de soberanía política y economías enrarecidas pasa por ser real".

Leídas en un lugar donde "la Montaña" sigue siendo una referencia que define e identifica una forma específica de ser y de existir, estas reflexiones de Snyder se encarnan en personas, prácticas, conversaciones, con las que me encuentro cada día.

Snyder mezcla su experiencia en el medio natural con su conocimiento y práctica del budismo japonés, construyendo una ética y una espiritualidad ecológicas de gran profundidad:

"Una vida ética es considerada, y tiene buenas maneras y estilo. De todos los defectos morales y las imprfecciones de pensamiento, el peor es la mezquindad de pensamiento, que incluye la maldad en todas sus formas. La descortesía en el pensamiento o la acción hacia otros, o hacia la naturaleza, reduce la probabilidad de la convivenca y la comunicación entre especies, ambas esenciales para nuestra supervivencia física y espritual".

En el libro encontramos, además, sugerentes reflexiones en torno al procomún, a la experiencia de caminar, a la relación entre el pluralismo cosmopolita y la atención a lo local... Un libro-bosque, repleto de senderos por los que transitar y claros en los que detenerse.

martes, 20 de agosto de 2019

Monte de Las Huelgas

Se anunciaba lluvia pero la mañana parecía ofrecer una tregua, así que fuí hasta Vidrieros con la intención de subir al Monte de Las Huelgas (2.214 m.), vecino humilde del Curavacas. Se trata de una ascensión sencilla, aunque hay que superar un desnivel de 900 metros.

  
El camino comienza junto a la iglesia y el cementerio de Vidrieros y asciende entre robles hasta que el valle se abre a los pies del collado del Tesoro.
 
 
 

Al llegar a un chozo muy bien conservado se abandona la pista para subir hasta el collado por las rampas herbosas. Un gran rebaño de ovejas pastaba en la zona, protegido por imponentes mastines con carlancas en el cuello.
 
 
 

 
 
  
La subida hasta el collado del tesoro se hace por sendero entre brezos. El "tesoro" estaba oculto entre la espesa niebla.


La niebla lo cubre todo, desde el collado hasta la cumbre.

Desde aquí tendría que verse la mole del Curavacas, como se aprecia en esta foto sacada hace tres años. Pero no hay manera...
Aunque he esperado un buen rato en la cumbre para ver si se despejaba, al final he bajado también entre niebla.


Peña Santa Lucía.
La niebla ha desaparecido cuando ya estaba casi en Vidrieros

Zoom a Las Huelgas.






domingo, 18 de agosto de 2019

En busca de las fuentes del Nilo

Tim Jeal
En busca de las fuentes del Nilo
Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda
Crítica, 2013


Durante siglos fue el equivalente a la aventura espacial. La pregunta por los orígenes del gran río Nilo, asociada a la búsqueda de explicación de su benéfica crecida anual en pleno verano, fue motivo de interés para Herodoto, Alejandro Magno y el emperador Nerón, lo mismo que para para los jesuítas Pedro Páez y Jerónimo Lobo en el siglo XVII o para el explorador escocés James Bruce en el XVIII.

"Cómo es posible -se preguntaba la gente- que el río fluya indefectiblemente todos los días del año a lo largo de casi dos mil kilómetros a través del desierto más grande y más seco del mundo conocido sin recibir ni un solo afluente que incremente su caudal? No es de extrañar que la inundación anual del delta del Nilo durante el mes más caluroso del año causara respeto y no poca ansiedad por si un dia sus misteriosas fuentes se agotaban y Egipto perecía".

A mediados del siglo XIX un puñado de personas, británicas la mayoría (aunque también había francesas, alemanas, holandesas... ) y casi todas varones, aunque también jugaron un importante papel mujeres como Alexine Tinné o Barbara Maria "Florence" von Sass.

Aunque en la mayoría de los casos estamos ante aventuras en solitario motivadas por propósitos personales, Jeal dedica una buena parte de su libro a profundizar en la feroz competencia surgida entre Richard Francis Burton y John Hanning Speke. Burton y Speke acabarían manteniendo una relación tóxica que recuerda a la de Mozart y Salieri (con Burton en el papel de Salieri), en perpetua pugna por pasar a la historia como descubridor de las fuentes del Nilo. Sería Speke quien se llevaría la gloria del descubrimiento, pero sería una gloria trágica, pues el reconocimiento no se produciría hasta años después de su muerte.

"Speke no sólo descubrió la fuente del Nilo, sino que instintivamente comprendió la naturaleza de toda su cuenca mucho antes de que cualquier otro europeo se percatara de ella. Difrutó además con la compañia de los africanos, mucho más que Livingstone, y gozó del privilegio de ser el primer europeo que entró en el reino de Buganda".
Enfermedades que los postraban durante meses, úlceras atroces que los incapacitaban para andar, enfrentamientos armados con las poblaciones nativas, conflictos con los esclavistas, hambre, caminatas agotadoras...  Sus motivaciones, al menos en los inicios, no eran fundamentalmente económicas y comerciales sino que iban desde el deseo de aventura y de escapar de una vida civilizada considerada superficial, hasta la pretensión de combatir a los traficantes de esclavos árabo-swahilis, especialmente en el caso de Livingstone y de Speke, pero no sólo: "En el siglo XIX, diecisiete mil miembros de la Marina Real murieron prestando servicio en las escuadras británicas que combatían el tráfico de esclavos en África oriental y occidental".



La conferencia de Berlín de 1884 acabó con cualquier atisbo de aventura o de humanismo que la exploración de África pudo contener. El colonialismo más atroz se convirtió en el único motivo para la expansión europea en el continente. En realidad, entre el viaje de descubrimiento y la expedición de conquista y saqueo hay más continuidad que ruptura. Fueron pocos los exploradores que, como Livingstone y Speke, empatizaron con las comunidades nativas y sus culturas. La mayoría, guiados por un acendrado racismo biologista, se aprovecharon de estas comunidades esclavizando a sus hombres, prostituyendo a sus mujeres, imponiéndose por la fuerza de sus armas, damdo lugar a escenas propias de la imprescindible novela de Conrad El corazón de las tinieblas:

"Bonny le comunicó [a Stanley] que, cuado se dirigían a Kasongo, Jameson, el heredero de las destilerías de whisky, había comprado una niña de once años y se la había dado a los caníbales para ver cómo la apuñalaban, la cocían en una olla y se la comían, mienras tomaba apuntes y hacía dibujos de todo aquel macabro proceso".

Un relato histórico que se lee como una novela clásica de aventuras, pero que también nos ilustra sobre las conexiones que aquella época tiene con tragedias contemporáneas como la guerra en Sudán del Sur o la Uganda de Idi Amin, así como sobre las consecuencias globales que tenían entonces y siguen teniendo ahora los estilos de vida de las sociedades ricas. A mediados del XIX Stanley escribía refiriéndose al floreciente comercio de marfil:

"Cada libra de márfil ha costado la vida de un hombre, una mujer o un niño; por cada cinco libras se ha quemado una choza; por cada dos colmillos se ha destruido un poblado entero. Resulta sencillamente increíble que por el hecho de que se necesite marfil para fabricar adornos o bolas de billar, haya que devastar el corazón de África".

Hoy no es el marfil sino el coltán y otras materias primas, pero la devastación de África continua.

Cotolorno y Cueto Palomo

Apenas empezaba a clarear cuando he dejado el coche en el collado de La Corbeñera (1.415 m.) con la intención de adentrarme en el valle de Miranda, subir al Alto de Miranda y al Cotolormo, y regresar pasando por el Cueto Palomo. Las  moles del Espigüete y del Curavacas se dibujan como sombras oscuras. En esta ocasión no subiré a cumbres tan señaladas, pero no hace falta tal cosa para disfrutar de una buena caminata y de paisajes hermosos.




También se recortan como sombras las siluetas de los ciervos.

 
 






Durante la mañana, a medida que el sol ilumine el paisaje, las sombras se transformarán en cuerpos ágiles y esquivos.



 
 


En lugar de entrar en el valle de Miranda por el llano, siguiendo el curso del arroyo, desde el collado he subido al Alto de La Corbeñera (1.453 m.) y he entrado por su vertiente derecha (en dirección a la cabecera del valle). Por esta ruta el paisaje cambia por completo. Se camina por un antiguo cortafuegos cubierto de hierba y matorral, entre esbeltos pinos.









Ya en el valle, hacia su mitad, se aprecian los restos de alguna antigua construcción. En torno a estos restos existe una conocida leyenda que, según algunas fuentes, intersecciona con un posble acontecimiento histórico.

Ya en el fondo del valle, todavía en sombra, sigo el camino hacia las picudas cumbres del Castillín Bajero y el Alto de Miranda.

Rodeando el Castillín, delante está el Alto de Miranda. Si el otro día, cuando fuí al Pico Rebanal, subí por su izquierda, esta vez lo subo por la derecha ya que va a ser esa la dirección que tome para ascencer después al Cotolorno y al Cueto Palomo.
Alto de Miranda (1.707 m.).
Panorámica casi comleta del valle de Miranda.
 
 Al fondo a la derecha, Cueto Palomo, último objetivo del día.
Pero antes paso por el Cotolorno (1.757 m.).

Frente al Cotolorno, el Pico Rebanal.
Y Peña Redonda.
De vuelta a la cresta que, sin pérdida, llega hasta Cueto Palomo.

Panorámica desde el Alto de Miranda

Panorámica, desde el Espigüete hasta el Curavacas.
Siguiendo el camino, un amplio cortafuegos, entre el Alto de Miranda y el Cueto Palomo.




En la base del Cueto Palomo el cortafuego se cruza con la pista que va desde el Santuario del Brezo hasta Miranda, donde funcionó hace años una cantera de mármol. Tras su cierre, aquí han quedado los últimos bloques, como gigantescos terrones de azúcar.


Una última subida hasta el Cueto Palomo.
Por el camino abundan los serbales.


Cumbre de Cueto Palomo (1.866 m.).

Mirada hacia el camino recorrido.
Ahora toca descender hasta el collado de la Corbeñera por un terreno que al principio es una empinada pedrera.

Mirada hacia la cumbre del Cueto Palomo.
Sigo descendiendo. El terreno es ahora más agradable.

Ya casi en el  collado, un último vistazo al picudo Alto de Miranda. En total, el recorrido supone unas 5 horas.
Cueto Palomo desde la pista que une Camporredondo y Triollo. Se aprecia el camino de descenso.