Primero pensé en no escribir nada, pues nada parecía haber pasado, más allá de lo estrictamente declarativo. Luego pensé en escribir algo a partir de una idea simplona, pero no por ello carente de potencial explicativo: la DUI se había transformado en DIU, y lo que iba a nacer había quedado en… pues eso, en nada. Pero nada de lo anterior es cierto. No es verdad que lo ocurrido el 10 de octubre en el Parlament sea “nada”. Y si lo fuera, si con tal término pudiéramos definirla, sería esa nada de La historia interminable que se va expandiendo como una enfermedad incontrolable, haciendo desaparecer personas y lugares, la imaginación y la belleza, dejando tras de sí… pues eso, la nada.
Lo visto en el Parlament fue un nuevo episodio de astucia carente de inteligencia: una forma de ganar tiempo, una patada que vuelva a plantar el balón en el campo del Estado, un intento de proteger la tensionada unidad en el soberanismo, un golpe bajo contra un PSOE resquebrajado entre diazlambanistas e icetistas, una provocación que busca ser respondida con un aumento de la represión… Elijan lo que prefieran, incorporen nuevas posibilidades o planteen, incluso, la hipótesis del paso atrás que busca abrir espacios de diálogo. Hipótesis que yo no contemplo.
La declaración que firmaron los diputados de Junts pel Sí y la CUP en dependencias del Parlament tiene su correlato perfecto en el acto de toma de posesión de sus cargos de presidente, ministras y ministros del Gobierno de España, presidentas y presidentes de comunidades autónomas, etc. Todas y todos, con solemnidad (o con la solemnidad que permiten las circunstancias, que en el caso del Parlament fue relativa) se han comprometido a defender sus respectivas ideas de país, de pueblo, de derecho, de justicia, de legitimidad, ideas que, y aquí es donde la hipótesis del diálogo hace aguas, hoy por hoy son radicalmente incompatibles. Porque, ¿qué diálogo cabe plantear entre dos compromisos solemnes cuyo cumplimiento respectivo exige el incumplimiento del otro?
Así pues, estamos donde estábamos, sólo que un poquito (espero que solo sea un poquito) peor. Dos totalidades enfrentadas y excluyentes, un juego de suma cero. Lo ideal sería que el Gobierno de Rajoy se hiciera el despistado y actuara como si, en efecto, no hubiera pasado nada. No chutar el balón, no tocarlo, no mirarlo siquiera. Que salga del campo y se pierda por la banda. Pero, ¡ay!, el compromiso solemne y público con la ley, la patria, el pueblo…
Me temo que el PP le entrará al balón. Los hooligans con disfraz de ciudadanos van creando ambiente. Tampoco ayuda, aunque parezca lo contrario, la contemporizadora lectura que de lo ocurrido hace Podemos, pues con ella el balón pasa a estar en posesión, exclusivamente, del Gobierno español. Y el PSOE sigue en el banquillo, rezando para no tener que saltar al campo: aunque tendrá que hacerlo.
Y en esas estamos. Tal vez si las espectadoras y los espectadores saltáramos al campo, pero cada cual para animar al contrario, no al propio. Tal vez si el juego se trasladara a otro escenario, como el del diálogo abierto entre comunidades autónomas. O tal vez, simplemente, la nada de ayer sea, en efecto, nada de nada, porque las empresas patrocinadoras decidan, definitivamente, apoyar otros equipos y otros deportes.