Se equivoca Podemos si cree que la profunda
transformación que precisa este país tiene que ver esencialmente con la
sustitución del PSOE como espacio político más representativo del voto
progresista en España. Tal cosa ocurrirá o no, en función de muy diversas
circunstancias: los aciertos y los errores de cada cual, reflejados aunque sea
de manera aproximada en las opciones de voto que tome la ciudadanía.
Pudiera ser que las múltiples y muy evidentes
enfermedades del partido fundado por Pablo Iglesias “el viejo” hayan ido
adquiriendo con el paso del tiempo una cierta dimensión estructural (como la
aluminosis en algunos edificios o la corrupción en el PP) que haga sumamente
complicado su saneamiento: son muchos años de ejercicio del poder, de
profesionalización de la tarea de representación política, de abandono en la
práctica del papel de mediación entre el Estado y la sociedad, de puertas
giratorias y de sometimiento a un falso realismo que ha olvidado que “cada
presente se excede radicalmente a sí mismo” (T. Eagleton, Esperanza sin optimismo, Taurus, 2016). Complicado, seguro, pero
¿imposible? Si así fuera, Podemos debería dejar de jugar al mismo tiempo a la
deslegitimación (el PSOE como casta, como bunker, etc.) y a la rehabilitación (“Si
estamos más fuertes que el PSOE podemos hacer que rectifiquen”).
Salvo que la torpe presentación del vicepresidente
Iglesias y sus cuatro ministrables sea, como se ha señalado, una maniobra final
para cargarse el ya muy debilitado liderazgo de Pedro Sánchez, impidiendo
cualquier movimiento para la conformación de un gobierno de izquierdas y
provocando unas nuevas elecciones, el partido fundado por Pablo Iglesias “el
nuevo” debe decir con claridad sí o no a un gobierno presidido por Sánchez, y
actuar en coherencia. Y para ello, Podemos debería leer con más atención y
rigor los posos amargos que deja la historia del socialismo español, pues en
ellos se encuentran dibujados también algunos de sus potenciales futuros como
organización política.
Se equivoca también el PSOE si, empujado por las
estrategias coincidentes de quienes, viviendo la política como ejercicio de
hooliganismo, gritan que el partido está por encima de su proyecto
transformador, por un lado, y quienes consideran que es su propio futuro
personal, ligado a la ocupación de cargos
políticos, el que debe primar sobre cualquier proyecto de cambio, por
otro, acaba proclamando algo así como “Fiat PSOE et pereat socialismus”: hágase
el PSOE, aunque perezca el socialismo. Y si para que el PSOE dure como
organización hay que convertirlo definitivamente en un grupo de poder privado
separado de sus bases sociales, en una institución parapública que gestione de
manera informal la distribución y el ejercicio de las funciones públicas, en
órgano del Estado articulado según la férrea ley de las oligarquías
(caracterización tomada de L. Ferrajoli, Poderes
salvajes, Trotta, 2011), pues se
hace y punto.
Aunque, como ya he indicado más arriba, la forma (y
las formas) en que está actuado Podemos tras las elecciones me parece sumamente
cuestionable, más cuestionable me parece que en respuesta a estas malas formas
el PSOE se ponga ahora a perder el tiempo haciéndose el ofendido, en lugar de
convocar a una mesa a, para empezar, Podemos e IU, con el fin de trabajarse en
serio las condiciones para un programa de gobierno. No vi tanta indignación entre
los dirigentes socialistas cuando se reformó el artículo 135 de la Constitución
con agosticidad y alevosía para contentar a “los mercados”, cuyas presiones
deberían habernos resultado infinitamente más inaceptables, antidemocráticas e
insultantes que las de Pablo Iglesias.
Como señala Zygmunt Bauman en su último libro (Z.
Bauman y C. Bordoni, Estado de crisis,
Paidós, 2016) al analizar los movimientos de indignación, “hoy parece que se
están limpiando solares vacíos, escenarios de futuras obras de construcción, en
previsión de un cambio en la gestión del espacio. Pero los edificios futuros
destinados a reemplazar a los que hoy
han quedado vacíos o han sido desmantelados se encuentran todavía en fase de
diseño, repartidos entre multitud de mesas de delineante privadas, y ninguno de
ellos está listo no de lejos para obtener la licencia de obras”. De ahí su
conclusión: “La capacidad de despejar y limpiar solares de obras parece haber
crecido considerablemente; sin embargo, el sector de la construcción va muy por
detrás, y la distancia entre sus capacidades y la grandiosidad del trabajo
constructor pendiente no deja de crecer”.
No es este de la construcción el referente más
apropiado en un país como Españistán, pero se entiende y personalmente comparto
su diagnóstico. Si el PSOE, por sus impresentables pugnas internas, y Podemos,
por su enfermiza obsesión hegemonista, hacen imposible un gobierno de cambio, serán
otros los que construyan sobre esos solares vacíos. Y lo que construyan no
será, me temo, escuelas, parques, hospitales, plazas y viviendas sociales.