miércoles, 21 de abril de 2010

El hiyab de Najwa

En la cultura europea descubrirse la cabeza en determinados lugares ha sido un gesto de cortesía y de respeto. Cuando el sombrero era una prenda de uso cotidiano -entre los varones- la norma era quitárselo al entrar en un recinto cerrado. Quienes seguimos usándolo en la actualidad conocemos bien esta costumbre, y no se nos ocurre infringirla.
Este es, supongo, el sentido de la norma que prescribe que las alumnas y los alumnos no deben llevar la cabeza tapada en el interior de algunos centros educativos. Aunque el significado de la práctica de llevar gorras o sombreros haya cambiado mucho en la actualidad, seguimos aplicando la vieja norma del respeto.






Sin embargo no es de esto de lo que estamos hablando en el caso de la joven Najwa Malha. Su decisión de vestir el denominado "hiyab" nada tiene que ver con ninguna transgresión de las costumbres asociadas en nuestra tradición al hecho de cubrirse o descubrirse la cabeza. Usarlo no puede interpretarse de manera análoga a portar en el interior de una clase sombreros o gorras. Es otra cosa.
Por supuesto que cabe discutir sobre esa "otra cosa": sobre su significado, sobre su adecuación a las normas vigentes, sobre la mejor manera de actuar ante ello... Pero tengo la convicción de que en el caso de Najwa, como en otros casos antes que ella, confundimos demasiadas cosas como para que esa discusión pueda desarrollarse de manera satisfactoria.
Y en todo caso, mientras lo discutimos, yo digo que Najwa debería seguir asistiendo a clase con toda normalidad.
Porque expulsarla del aula no es sólo expulsarla del aula: también es expulsarla de la deliberación. Es reducirla a problema, cuando también Najwa debe formar parte de la solución.

domingo, 18 de abril de 2010

Sobre memoria, olvido, mafia y capitalismo

Placer de domingo primaveral: lectura temprana de la prensa sentado en la calle y abundante café.
Como el Eyjafjalla islandés, que ha cubierto de ceniza el espacio aéreo europeo, en España hay dos vólcanes político-judiciales cuya erupción amenaza con ahogarnos entre cenizas de corrupción y de olvido. ¡Genial Forges!



Leo el reportaje titulado "Corrupción a la sombra del poder" y pienso en lo que escribe Hans Magnus Enzensberger en su ensayo La balada de Al Capone, publicado originalmente en 1964 y reeeditado en español por Errata Naturae:

La historia de la guerra de gángsteres es tan instructiva y tan aburrida como la del ramo de la alimentación en cualquier ciudad de provincias: un tema para disertar sobre economía política. Sus figuras son mediocres; el que vayan siempre con ametralladoras en lugar de letras de cambio no acredita su estatura [...]. Un empleado de la sección de impuestos, encargado de investiar el caso Capone aseguró a su biógrafo Pasley: "Era sorprendente la capacidad comercial de Capone. Hubiese medrado en cualquier ramo". Frederick Sondern, un redactor del Readers's Digest, enjuicióna Capone del modo siguiente: "Con sus facultades organizadoras hubiese llegado a ser un excelente jefe de empresa" [...]. Es asombroso ver cómo se ajusta la auoevaluación de Capone con estos juicios:

"Soy un hombre de negocios y nada más. Gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación. Si al obrar de este modo infringí la ley, en tal caso mis clientes son tan culpables como yo... Todo el país quería aguardiente y yo organicé el suministro de aguardiente. En realidad quisiera saber por qué se me llama un enemigo público... Yo sirvo a los intereses de la comunidad. Hago esto tan bien como puedo y procuro que los daños sean tan pequeños como sea posible. No puedo cambiar la situación del país. La afronto. Eso es todo".

[...] Obedeció a la ley todopoderosa de la oferta y la demanda. Se tomó trágicamente en serio la lucha por la cometencia. Creyó de todo corazón en el libre juego de fuerzas. Lo que es bueno para los negocios, es bueno para América: Capone estaba convencido de ello. Daba vía libre al más apto: él mismo. El secreto estaba en la calle, entre algunos cadáveres.


Leo también el reportaje "Los jueces del punto final". Y en este caso es Zygmunt Bauman quien se pone a leer el periódico sobre mi hombro:

La memoria ha quedado recientemente encuadrada dentro de esa categoría de "cosas" de las que uno adquiere súbitamente conciencia: cosas que se han roto o que el ojo de la sabiduría no ha detectado desde que empezaron a fundirse con la oscuridad de la noche y dejaron de ocultarse en la deslumbrante luz del día. Si hoy volvemos, compulsiva y obsesivamente, sobre el tema de la memoria, es porque se nos ha transportado desde una civilización de la duración (y, por ello, del aprendizaje y la memorización) a una civilización de la fugacidad (y, por ello, del olvido). Disfrazada de baja colateral, la memoria es, en realidad, la principal víctima de ese cambio.