sábado, 20 de febrero de 2021

Los herederos de la mina

Jocelyne Saucier
Los herederos de la mina
Traducción de Luisa Lucuix Venegas
Minúscula, 2020 

"No he olvidado ni una sola palabra de lo que me dijiste.
Salvar a la familia, había que salvar a la familia. Los paletos iban a llegar, la policía, la vergüenza, la prisión, el dolor. Nuestra madre no lo soportaría. Había que ser fuertes, más fuertes que la chusma que querría ensañarse con nosotros, más fuertes que todo. No podíamos dejarnos machacar por los demás como si no fuéramos nadie. Eso fue lo que dijiste".


Segunda novela traducida al castellano de la escritora canadiense Jocelyne Saucier que, si bien no alcanza la altura de la impresionante Y llovieron pájaros, nos presenta la reconstrucción de una historia desgarradora sobre una familia que conocemos ya rota, pero que la memoria de los distintos personajes nos descubre fuerte y unida antes de la tragedia que la sacudió desde sus cimientos.

Estamos a mediados de los sesenta. La familia Cardinal, compuesta por la madre, el padre, y sus veintiún hijas e hijos, habita en el pueblo minero de Norconville, que agoniza tras el cierre de la mina de cinc sobre la que construyó su efímera prosperidad. Los varones Cardinal conforman una suerte de grupo salvaje, en guerra permanente con sus vecinas y vecinos ("los paletos", "los mierdosos"), con su pueblo semiabandonado y con su entorno natural:
 
"No van a perdonarnos nada: nuestros juegos, nuestras fanfarronadas, nuestros desafíos insensatos, los fuegos de hierba que llevábamos hasta la puerta de sus casas, los osos que asediaban la ciudad después de que los volviésemos locos de dolor, el hocico destrozado por un detonador de dinamita, y todas aquellas carcasas de gatos medio descompuestas que paseábamos en cortejo por las calles destrozadas, la impotencia de su cólera cuando reconocían a sus gatos empalados en una de nuestras estacas. La humillación, la vergüenza, el miedo. No van a perdonarnos, sobre todo, que hayamos roto su sueño".

La historia se desarrolla a través de siete capítulos, narrados por seis de las hermanas y hermanos Cardinal: en el primer capítulo la voz narradora es la de Denis, "el Pepino"; Émilienne "la Pucela"pone su voz y su memoria en el segundo; los capítulos tercero y séptimo son para Carmelle, "la Chicote", cuyo protagonismo es muy destacado; el capítulo cuarto da voz a Lucien, "el Toro"; el quinto a Émilien, "el Patriarca"; y en el capítulo sexto reina Gerónimo, el brutal lider la la banda Cardinal.

Pero la protagonista de la historia no tiene voz propia en la novela: son sus hermanas y hermanos quienes se refieren a ella. Se trata de Angèle, la menos Cardinal de la familia, hasta el punto de que a veces la llaman "la adoptada":

"Angèle era una jovencita extraña. Había crecido con aspiraciones que se marchitaban en nuestra leonera. Buscaba sin descanso una forma de escaparse, para acabar volviendo con nosotros, fresca como una rosa, ligera y sonriente, hasta que Gerónimo se proponía, una vez más, arrancarle las alas".

Y junto a Angèle, la otra gran protagonista de la novela es la mina de cinc en torno a la que creció la población de "Norco", descubierta por el padre de la familia Cardinal, un prospector independiente que siempre ha vivido exclusivamente por y para la explotación del subsuelo, pero que erró en sus cálculos cuando decidió vender la mina a una gran compañía a cambio de unos cientos de miles de acciones que, "cuando el precio del cinc se estrelló contra los bajos fondos de las altas finanzas y la Northern Consolidated se marchó a hacer millones a otra parte, no valían más que polvo".
 
Un drama familiar de resonancias clásicas. Una novela compleja, en absoluto fácil, que exige a la lectora y al lector un esfuerzo emocional y mental para avanzar por sus páginas. Pero el resultado merece la pena.

domingo, 14 de febrero de 2021

Apuko, Ganeroitz y Akatza

Aviso para caminantes: puede que hoy me haya levantado particularmente primitivista, como si hubiera sido poseído por el espíritu de John Zerzan.
Una mañana espléndida aunque muy ventosa, que he aprovechado para ascender desde el barrio de Zamundi por el mismo camino del domingo pasado, atravesando el hermoso encinar y ascendiendo hasta la pista por la que entonces me dirigí hacia Sasiburu. Pero esta mañana he subido hasta Apuko, desde ahí hasta el Ganeroitz, para regresar a Apuko pasando por el Akatza.

 
Subiendo por el encinar.

El sol empieza a salir por mi espalda, pintando las rocas de un suave color dorado.

Superado el encinar, a la izquierda el Ganeroitz, a la derecha Apuko.
Y en medio de ambos asoma Eretza.
Apuko.
Ganeroitz desde el buzón de Apuko.
Y aquí es donde Zerzan se ha adueñado de mí. Toda la pendiente que lleva hasta el Ganeroitz estaba destrozada por las rodadas de las motos. ¿Para cuándo una regulación severa del uso de estas máquinas en los montes? Contaminan con su combustión y ruído, erosionan el suelo: no concibo que nadie piense de verdad que cuando sale al monte con una moto a toda velocidad lo hace para disfrutar de la naturaleza. 
 
 Cumbre del Ganeroitz, con el Eretza al fondo.

En el buzón he encontrado esta nota, firmada por @mendihitzak. Veo en Instagram que se trata de una preciosa iniciativa que combina la reflexión y la montaña. ¡Qué diferencia con la agresión a la naturaleza que supone la práctica del motocross! He vuelto a dejarla en el buzón, para disfrute de quienes pasen por aquí otro día.

Y, claro, si había rodadas al subir por una vertiente, también las hay al bajar por otra. Qué desastre.

Soplaba fuerte el viento y una bandada enorme de buitres aprovechaba las corrientes para sobrevolarme a toda velocidad.

Mucho más elegantes (y silenciosos) que un helicóptero que también ha hecho un viaje de ida y vuelta mientras yo caminaba.

Por ahí asoma el Gran Bilbao.
Peña de Angulo.
El Eretza asoma entre los pinos.
Panorámica del paseo del domingo pasado.
Ahí abajo, desdibijado por el resplandor del sol, está el Akatza.
Bajo el Akatza, el viento ha derribado uno de los dos o tres pinos que aún se mantienen firmes en el collado.


Buzón del Akatza, con Ganekogorta y Gallarraga al fondo.

Eretza desde Akatza.
Apuko desde Akatza.

Zoom a Apuko desde Akatza.

Ganeroitz desde Akatza.

Regresando a la base de Apuko.
Akatza y Ganeroitz, desde Alonsotegi.