La perfección del tiro
Traducción de Manuel Serrat Crespo
Penguin Random House, 2022
"Muy pronto, por la mañana, me infiltraba cuando aún era oscuro y aguardaba el alba oculto en un tejado abandonado.. Eran los momentos más agradables. La luz atravesaba las montañas para sacar el mar de su oscuridad e invadía la ciudad, poco a poco, azulada primero, luego malva, rojo, anaranjada y, por fin, salía el sol, expulsando la bruma y las nubes, iluminando calles donde la gente ignoraba que yo estaba observándola y decidiendo el lugar por dónde iba a matarla, a menudo por la cabeza, más impresionante, más difícil, pero a veces también por el pecho o la espalda. [...] Hacía un buen trabajo".
Un jovencísimo francotirador consagrado a depurar su capacidad para disparar y hacer blanco en una ciudad rota por la guerra civil es el protagonista y el narrador de esta desasosegante historia.
"Lo más importante es el aliento. La respiración tranquila y lenta, la paciencia del aliento; primero hay que escuchar el propio cuerpo, escuchar los latidos de tu corazón, la calma de tu brazo, de tu mano. El fusil tiene que convertirse en una parte de ti, en una prolongación de ti. Antes incluso que el blanco, lo importante es uno mismo. Hay que organizar el espacio, tanto si te encuentras en un tejado como detrás de una ventana, en cualquier lugar, tienes que controlarlo, hacerlo tuyo. [...] Hay que ser uno mismo y nada más, con el ojo en el visor, el brazo metálico tendido hacia el blanco, para alcanzarlo".
Pero toda esta introspección, esta búsqueda del más perfecto autocontrol, esta especie de zen armado, de yoga bélico, está al servicio de la muerte, del asesinato por sorpresa, inesperado, a traición:
"Desde mi tejado recorro las aceras, exploro las ventanas, observo vivir a la gente. Puedo alcanzarlos con una presión en el gatillo. No es sencillo, muy al contrario, es un oficio difícil que exige precisión y concentración. La gente piensa solo en el disparo y en el resultado del tiro. Ignoran que he escuchado los latidos de su corazón a través del mío, que he contenido cualquier emoción, que he dejado de respirar, justo antes de apretar el gatillo, como suele decirse, pero yo no aprieto nada, sino que libero un percutor metálico que va a golpear un punto que inflama una pólvora que propulsa un proyectil hasta mil doscientos metros y que os mata. O no. A veces, por mucho que hagas el disparo más hermoso del mundo hay imponderables, obstáculos que se levantan entre tú y el blanco que debes alcanzar; una ráfaga de viento puede hacer temblar imperceptiblemente el arma del tirador, un ruido en la calle te distrae, una explosión o el rumor de un coche te sorprende. Pero el propio tiro nunca se pone en duda. Solo disparo a tiro hecho. Disparo poco. [...] Nadie dispara tan bien como yo, porque disparo poco. Nunca más de diez cartuchos al día. Y no es que me haya marcado un límite. Sencillamente, solo disparo a tiro hecho".
Oficio de asesino, depuración de la técnica de matar a distancia. Imposible salir indemne, imposible no perder la humanidad. Y el retroceso del tiro perfecto afectará cruelmente a la madre del protagonista y a Myrna, la adolescente contratada para cuidar de ella.
Primera novela de Enard, de quien ya he compartido aquí su excepcional y sorprendente El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros. Con la que disfruté infinitamente más que con esta.
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Largo alcance. Mi vida como francotirador en la lucha contra el Estado Islámico
Traducción de Magdalena Palmer
Capitán Swing, 2022
"Para ser un buen francotirador es indispensable, desde luego, aceptar la idea de segar una vida humana. Cuando pensaba en sangre y muerte, mi memoria siempre regresaba a mi aldea del este del Kurdistán y a mi madre enseñándome a matar un pollo cuando yo era niño. Había sido una carnicería. Cuando empecé a disparar, me sorprendió lo limpio que podía ser. Los soldados tienen que enfrentarse sobre el terreno a la cálida intimidad de la muerte. Los francotiradores actúan a sangre fría, a menudo en silencio y sin sensaciones".
A diferencia de la anterior, esta es una historia real. La de otro joven, un activista kurdo reclutado por el ejército iraní en 2002, formado en combate, desertor y exiliado en Gran Bretaña, que regresó en 2014 a Siria para combatir al Dáesh o Estado Islámico enrolado como francotirador en las Unidades de Protección Popular kurdas (Yekîneyên Parastina Gel, YPG).
El libro, autobiográfico, relata su experiencia durante la batalla que tuvo lugar en la ciudad de Kobane. Su lectura no es en absoluto fácil: hablamos de una guerra urbana, encarnizada, brutal, con los contendientes separados a veces por apenas unos metros. Hay cuerpos pulverizados y restos diseminados que deben ser recogidos para intentar reconstruir a los camaradas muertos por la explosión de una mina; hay perros alimentándose de cadáveres, mugre y hedor, agonías demasiado prolongadas, hay atroces castigos y torturas a la población por parte de los invasores islamistas.
Pero también hay información de mucho interés sobre los planteamientos sociales y políticos de la resistencia kurda, alineada con los planteamientos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Abdalá Öcalan y su proyecto de un Kurdistán democrático, confederal, autogobernado sin necesidad de constituir un Estado nación, feminista, comunitarista.
"Cuando reflexiono sobre cómo resistimos a los islamistas, pienso en los tenaces granjeros de Kobane. Lo que nos sostuvo a todos, combatientes y campesinos, fue la conexión con nuestra tierra. Con un cuidadoso pastoreo e incesantes cuidados, habíamos creado una vida rica y variada en esta tierra exigua. La diversidad se reflejaba en la población de la ciudad, una mezcla de kurdos, armenios, asirios y árabes, y una amplia población cristiana que convivía con musulmanes suníes, chiitas y sufíes, pequeñas comunidades de judíos sefardíes, judíos arabizados e incluso zoroástricos".