viernes, 29 de julio de 2016

Frank Bascombe, treinta años después


Han pasado 28 años entre la primera (El periodista deportivo, 1986, publicada en español en 1990) y la última (Francamente, Frank, 2014, publicada en español en 2015) de las novelas protagonizadas por Frank Bascombe. Treinta años en la vida ficticia de este individuo que en el primer libro tenía 38 años, y que ahora ha cumplido los 68. Tres décadas de vida cotidiana narradas por alguien que quería ser escritor, pero empezó a trabajar como periodista deportivo y ahora se ha jubilado como agente inmobiliario.

Richard Ford es uno de mis escritores favoritos. He leído todas sus obras, he disfrutado con todas ellas, los tres hemos madurado o envejecido (¿verdad, Richard? ¿verdad Frank?), pero en este tiempo ni Frank Bascombe ni Richard Ford han perdido un ápice de su ingenio, ironía y causticidad a la hora de observar críticamente (pero no cínicamente, pues siempre hay ternura en sus palabras) la sociedad norteamericana.

¿Y qué ocurre con las caídas? "Se ha muerto de una caída". "El pobrecillo no se recuperó de la caída". "Se cayó, se rompió la cadera y ya no volvió a ser el mismo". "La muerte le llegó poco después de caerse en el jardín". Pero ¿de qué altura se cae esta gente, coño? ¿De la azotea de un edificio? ¿De espumeantes cataratas? ¿Por una alcantarilla? ¿está el suelo más lejos que antes? Hace años, cuando resbalaba en el hielo, me levantaba de un salto y no volvía a pensar en ello. Ahora es una sentencia de muerte. Lo que me dijo Sally fue lo siguiente: "Ten cuidado al bajar los escalones de la entrada, cariño. Están desnivelados, así que levanta los pies". ¿Por qué estoy esperando que me ocurra un accidente al andar? ¿Por qué me preocupa más eso que la cuestión de si existe la otra vida?

Nos hemos hechos viejos, Frank. Tú más que yo, pero treinta años más son treinta años. No pasa nada. Tenemos mucha vida por delante.
Por cierto, Richard: felicidades por el premio.

lunes, 25 de julio de 2016

Que sean fuego las estrellas



"Los que piensen que no puede haber épica proletaria, que la épica es propiedad de los griegos de las Termópilas, o de los jinetes azules de Custer, o de los estudiantes del 68, se hallan ante el texto equivocado. Asimismo, aquellos que piensan que el pasado no existe se han equivocado de libro" (p. 12).

Aclaradas de este modo las cosas desde el principio, quien se adentre en este último libro de de Paco Ignacio Taibo II, Que sean fuego las estrellas. Barcelona (1917-1923) (Crítica, 2016), encontrará, efectivamente, épica y compromiso militantes a raudales.

La Primera Guerra Mundial "ha volcado sobre Barcelona el gran dinero", al multiplicarse la demanda de tejidos de lana y algodón. Se multiplican también la demanda de mano de obra que trabaja hasta en tres turnos de ocho horas o a destajo. "Aquí se hicieron fortunas monumentales de la noche a la mañana, aquí se especuló hasta el hartazgo, aquí se explotó el trabajo ajeno hasta la ignominia".Coexisten en Barcelona la ciudad proletaria y la ciudad burguesa, y ambas se entrecruzan en una ciudad marginal, el Distrito V, donde los burgueses compran sexo y espectáculos de cabaret, y los obreros malviven recurriendo a sus alquileres baratos. Esa coexistencia, siempre frágil y tensa, explotará con una violencia extraordinaria entre 1917 y 1923, cuando tendrá lugar el golpe de Estado del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, quien impondrá una dictadura que se prolongará hasta enero de 1930, época durante la cual se perseguirá a ilegalizará las organizaciones ligadas al movimiento anarquista, tan influyentes durante todo ese periodo anterior..

Escrito con un estilo puntilloso, como una minuciosa crónica de sucesos, la repetición de tiroteos, asaltos, detenciones, huelgas, se vuelve en algunos momentos tan premiosaexcesivamente premiosa. Pero el conjunto del libro constituye una lectura de una intesidad tal que conbina el rigor histórico y la reflexión política con la tensión del thriller.
Me ha parecido especialmente interesante el capítulo 8, "El motín de las mujeres", en el que se relata las protestas y movilizaciones impulsadas en enero de 1918 por grupos de mujeres que con el lema "Fuera los acaparadores, a defenderse del hambre", se enfrentaron a comerciantes especuladores y a la policía que los protegía. Se trata de unas páginas que encajan perfectamente en el paradigma de los motines de subsistencia del siglo XVIII analizados por E.P. Thompson bajo la conceptualización de "economía moral de la multitud" (puede leerse AQUÍAQUÍ).

También me ha interesado sobremanera el debate que, en muchos momentos del libro, se plantea en relación al recurso a la violencia como forma de lucha política. Aquí se enfrentará Ángel Pestaña, a los denominados "grupos de acción", que "con sus actos de terror individual mantienen viva la esperanza, aunque con sus prácticas cierran el camino de la reorganización colectiva".

O los debates sobre el nacionalismo catalanista, que contienen ecos de algunos debates muy actuales:
"El pueblo quiere libertad, quiere autonomía, quiere independencia; pero seguramente no quiere una libertad escrita en los códigos, ni quiere una autonomía que sólo permita desenvolver libremente el comercio y la industria, ni una independencia que separe a una región de otra para que constituya un gobierno y un estado aparte. Así se habrá cambiado de tiranos, pero no de tiranía".

Y la importancia que se da a la moralización de los deseos y los comportamientos, como expresara Joan Peiró, representante de los vidrieros de Badalona: "Es un deber nuestro espiritualizarnos y borrar la grosería dominante". Compromiso moral que se muestra de manera especialmente clara en las críticas que Pestaña realiza ante Lenin durante el II Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú en 1929. "¿Qué concepto, como revolucionarios, os merecen los delegados que han concurrido al Congreso?", pregunta Lenin al ascético Pestaña. Que responderá:
"Salvando raras excepciones, todos tienen mentalidad burguesa. Unos por arrivistas y otros porque tal es su temperamento y su educación. Me fundo en la contradicción entre los discursos que pronunciaban en el Congreso y la vida ordinaria que hacían en el hotel. Las pequeñas acciones de cada día enseñan a conocer mejor a los hombres que todas sus palabras y discursos. ¿Cómo queréis, Lenin, que creamos en los sentimientos revolucionarios, altruistas y emancipadores de muchos de esos delegados que en la vida de relación diaria, obran, ni más ni menos, como el más perfecto burgués? Murmuran y maldicen que la comida es poca y mediana, olvidando que somos los delegados extranjeros privilegiados en la alimentación, y lo más esencial: que millones de hombres, mujeres, niños y ancianos carecen, no ya de lo superfluo, sino de lo estrictamente indispensable?".

Un libro para leer en paralelo a la excelente novela de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta (Seix Barral, 1975), con la que comparte escenario, época y temática.
A propósito de esta novela, en el momento de su publicación Juan García Hortelano publicó una laudatoria reseña que terminaba con estas palabras: "A los muy sensatamente monopolizados por la estadística, la normativa constitucional, la sociología, la flora, la fauna y el politicismo, les sería provechoso dedicar unas horas a la novela de Eduardo Mendoza, donde mucho se puede aquilatar la historia repetitiva de este país en el que, no obstante, vivimos". Hoy habría que incluir, en esa misma recomendación, el libro de Taibo II.