Se llama Peludín, también conocido como #EnModoGato en su octava vida tuitera, añadida recientemente a sus siete vidas físicas.
Apareció por casa cuando no era más que una bolita de pelo, hace ya 13 años, acompañado de su madre y de un hermano blanquinegro. Se colaban por debajo de la puerta a comer lo que les dejábamos, y huían por patas en cuanto nos veían. Especialmente él: nervioso hasta cuando dormía, parecía que le faltaba un hervor. Así que lo sentenciamos: viviendo como vivimos junto a una carretera, era carne de cuneta.
Pero el caso es que un día aparecieron las dos crías solas, sin su madre. No sabemos qué fue de ella. Y así durante varios días. El blanquinegro, más sosegado, acabo por aceptar nuestra presencia mientras comía; no así Peludín, que salía pitando en cuanto nos veía, chocándose contra las paredes. La sentencia seguía sobre su cabeza, más ahora, sin su madre.
Sin embargo, fue su hermano el que murió atropellado. Como me recordaba hoy mi hija, ocurrió por estas fechas, el último día de clase antes de Navidad: desde el autobús que la llevaba al instituto vio al gatito muerto en la orilla de la carretera. No lo olvida...
Al día siguiente volvió a aparecer Peludín. Poco a poco (muy poco a poco) fue aceptándonos (o soportándonos, no sé)... y hasta hoy.
Así y todo, no podemos decir que tengamos un gato.
No sabe ronronear: como mucho, a veces emite un sonido parecido al carraspeo de un fumador compulsivo o a un motor diesel con la combustión sucia. Muchas veces nos mira como si no nos conociera y se sobresalta cuando nos ve. Y nunca ha dormido una noche en casa: aparece a primera hora de la mañana en la puerta, maúlla exigiendo su comida, dormita en algún rincón de la casa todo el día moviéndose ocasionalmente para volver a comer y a eso de las 8 de la tarde se pira hasta el día siguiente. Esta ha sido su rutina durante 14 años, sólo rota por diversas desapariciones durante varios días y, una vez, durante más de dos meses. Aventuras saldadas con abundantes heridas y con un impresionante número de descendientes. Han sido 14 años durante los cuales habrá cruzado la carretera al menos dos veces cada día, sin sufrir el más mínimo percance, riéndose de nuestra sentencia. Un fenómeno.
Pero estos últimos días Peludín parece no ser el que era: le cuesta comer, se le ve fatigado y, el colmo, ha dormido dos noches enteras en casa. Por edad y por intensidad existencial es probable que esté agotando su séptima vida. Y justo estos días han aparecido por casa tres gatitos y una gata, que están poniendo a prueba nuestra idea primigenia de no alimentar a los gatos que aparezcan por casa (bastantes a lo largo de estos años) para que no se acostumbren y, entre otras cosas, evitar verlos cualquier día caer bajo las ruedas de un coche. Pero...
... ¡son tan preciosos!
A pesar de que su relación con Peludín oscila entre la desatención y el rechazo, estamos seguros de que son descendientes suyos. El ciclo de la vida.
Y en esas estamos. Intentando mantener el principio de no encariñamiento, pero ya hemos empezado a darles de comer: "Nada, las sobras de Peludín!.
Y una de ellas, una gata valiente y divertida, con su corbatín blanco, ha estado hoy leyendo conmigo al sol.
Continuará...