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sábado, 29 de marzo de 2025

Crónicas del gato viajero

Hiro Arikawa
Crónicas del gato viajero
Traducción de María Fuentes Armán
Lumen, 2024

"El hecho de que, en un momento de necesidad, haya tantas personas dispuestas a quedarse con un gato al que quiero demuestra que mi vida ha sido plena, ¿no te parece?".


Otra hermosa historia gatuna narrada con la delicadeza, la sensibilidad y la magia de una película de Studio Ghibli. 

Nana es un gato callejero de espíritu independiente que, tras un pequeño accidente, es rescatado por Satoru, un hombre de buen corazón con el que entabla una relación especial. Durante años, ambos disfrutan de una vida tranquila  hasta que, de pronto, Satoru decide emprender un viaje por Japón en busca de alguien que pueda cuidar de Nana. Así, juntos recorren paisajes hermosos, visitan viejos amigos y reviven recuerdos del pasado, mientras el verdadero motivo de este viaje se va revelando poco a poco.

Uno de los mayores encantos de la novela es la voz narrativa de Nana. A diferencia de otros relatos protagonizados por animales, Nana no es una caricatura de un gato sino una presencia realista, con pensamientos afilados como sus garras, un humor mordaz y una ternura que no cae en el sentimentalismo. Su relación con Satoru se construye con una delicadeza conmovedora y la lealtad silenciosa entre ambos es el núcleo de la historia.

Mezclando recuerdos de la infancia y la juventud de Satoru -un "niño de la llave" cuya relación familiar más profunda es con su abuela- y las agudas observaciones de Nana, la autora compone un relato de viaje que es también una historia de despedida, tejida con una delicadeza que hace que cada página duela y reconforte al mismo tiempo. Con un estilo sencillo y fluido, cargado de una sensibilidad muy japonesa (perdón si caigo en el estereotipo), Hiro Arikawa construye un texto en el que los pequeños gestos tienen un peso inmenso y la naturaleza acompaña, en su belleza y en su transitoriedad, el desarrollo emocional de los personajes. El viaje de Nana y Satoru es una ocasión para explorar no solo los paisajes de Japón, sino también los lazos humanos más profundos: las amistades de la infancia, los amores perdidos, los lazos familiares y las decisiones que nos definen. Un homenaje a la vida y al amor incondicional, un relato que celebra las pequeñas alegrías de la vida y nos recuerda, con dulzura y nostalgia, el valor de las despedidas bien hechas.

"Fue justo cuando en Honshu estaban los cerezos en flor, aunque en Hokkaido aún habría que esperar. De hecho, en las calles umbrías de Sapporo quedaba todavía la pertinaz nieve.
Durante muchos días, el tiempo había sido impredecible, pero aquel fue un día radiante. Era como si Satoru les diera la bienvenida.
Y entonces llegaron unas personas de quienes yo guardaba un recuerdo entrañable... Kösuke, Yoshimine, Sugi y Chikako".

miércoles, 24 de abril de 2024

El gato y la ciudad

Nick Bradley
El gato y la ciudad
Traducción de Daniel Casado Rodríguez
Letras de Plata, 2023

"A veces me da la sensación de que toda la ciudad es un organismo enorme. Es como un ser humano del que todos formamos parte, solo que estamos restringidos por las carreteras, los canales, los túneles y los trenes.. Es como si nuestros respectivos caminos estuvieran dispuestos delante de nosotros y no hubiera ningún modo de desviarnos de ellos. Eso es lo que hace que el gato sea distinto de nosotros. Puede subir y bajar de los trenes cuando le viene en gana, mientras que nosotros, los humanos, estamos atados al destino de la ciudad, y nadie puede escapar de su agarre. Me gustaría hacer las maletas e irme a vivir al campo, pero no puedo. Estoy atrapado. Parvulario, primaria, instituto, bachillerato, universidad, prácticas, de las prácticas a un trabajo fijo, del trabajo fijo a la jubilación, y de la jubilación a la muerte. Esa es mi vida, ya establecida delante de mí. De mí y de todos esos millones de personas a las que veo cada día. La ciudad nos necesita, y nosotros a ella. Una simbiosis de lo más jodida".


Una joven, Naomi, se presenta un día ante la puerta de Kentaro, un tatuador que sigue el método tradicional, el tebori, con una sorprendente petición: que grabe en su espalda un detalladísimo mapa de la ciudad de Tokio ("tenía que trabajar en porciones pequeñas y consultar sin parar una porción con bastante zoom en su móvil"), sin gente. Pero una ciudad sin gente no es una ciudad, piensa Kitaro, que decide incorporar al tatuaje una criatura viva sin que lo sepa su clienta:

"Había dicho que no quería ninguna persona. Los animales no eran personas, ¿verdad?
Sonrió para sí mismo y trazó un gatito, tan solo dos gotitas de color, como un gato tricolor, justo delante de la estatua de Hachiko, el perro en Shibuya. Y entonces siguió con su trabajo".

Un trabajo que continúa semana tras semana, metódicamente, un día representando los cerezos en flor del parque Ueno, otro el edificio Nakagin  en el distrito de Ginza, hasta que un día...

"Cuando Kentaro estaba a media tarea de colorear el tatuaje, desvió la vista a la sección de Shibuya que ya había completado. Vio la estatua de Hachiko el perro y pasó por las calles comerciales de Harajuku, pero entonces algo se le pasó por la cabeza y volvió a mirar la estatua.
El gato había desaparecido.
Parpadeó y meneó la cabeza. Tal vez el cansancio se estaba apoderando de él por fin. Sin embargo, cuando miró otra vez: no, el gato ya no estaba allí".

Aquí comienza una preciosa historia de vidas entrecruzadas en una megalópolis como Tokio, observadas por los ojos de un gato tricolor que, si la estadística no engaña, lo más probable es que fuera una gata.

"¿Qué habrán visto aquellos ojos verdes? ¿De dónde habría salido aquel gato? Se imaginaba todos los secretos y mentiras que había conocido, todo lo que hacían los humanos cuando creían que nadie los veía".


martes, 9 de agosto de 2022

El señor Peludo

May Sarton
El señor Peludo
Traducción de Blanca Gago Domínguez
Gallo Nero, 2022

"La cosa se ponía interesante. El señor Peludo se agachó sobre la cama, con los bigotes erizados y bien estirados, el hocico de canela temblando ligeramente y la mirada fija en el ratón. Tenía los músculos completamente inmóviles y podía sentir unas leves corrientes eléctricas recorriéndole el espinazo. Las pupilas se le dilataron de excitación y las ancas empezaron a temblarle hasta dar sacudidas, mientras la cola se le movía como un látigo, adelante y atrás. De repente se encontró dando un gran salto en el aire con la cola en forma de arco, y al aterrizar aplastó furioso al ratón con una pata para enviarlo de un brinco al otro extremo de la habitación. Esta vez, se abalanzó para perseguirlo sin esperar siquiera a ver dónde aterrizaba. Corrió hacia él entusiasmado y le propinó unos golpes por todo el pasillo, primero con una pata, luego con la otra, deslizándose ligeramente como un jugador de hockey con un palo y una pelota. Después emprendió una danza de costado, con las cuatro patas muy juntas y la espalda arqueada, hasta que, de pronto, dio un último brinco en el aire, atrapó al ratón con los dientes antes de que este aterrizara y lo llevó triunfante por todo el pasillo".


Tras el hermoso y medicinal Anhelo de raíces y el sereno desasosiego de Diario de una soledad llega este delicioso relato autobiográfico narrado por su protagonista, un orgulloso gato callejero que, un buen día, decide probar a vivir la domesticidad en la casa de dos amigas, "Voz Brusca" (la propia May Sarton) y "Voz Suave" (Judith "Judy" Matlack, su compañera durante más de una década). 
 
May Sarton dedica a ese gato, alter ego de un gato real llamado Tom Jones, la misma atención que dedica en sus obras anteriores al cuidado del jardín y la rehabilitación de su casa o al autodiagnóstico de la depresión y a la reflexión sobre los beneficios y los problemas de la soledad elegida. No hay más que leer el párrafo que he escogido como pórtico de este comentario para percatarse, especialmente si convives con gatos, de la capacidad de Sarton para ponerse en la piel y en la mente de tan complejos seres.

Leyendo la historia (que la autora anima a leer "en voz alta", compartiéndola) me he acordado mucho de otro gato peludo, "Peludín", que se dignó a hacernos un hueco en su vida durante años hasta su muerte en julio de 2019.
 
Por cierto: el ratón con el que se entusiasma el señor Peludo era un ratón de juguete, de modo que cabe asegurar que ningún animal resultó (gravemente) herido durante la escritura y posterior lectura de esta preciosa historia.

domingo, 23 de diciembre de 2018

El ciclo gatuno de la vida

Se llama Peludín, también conocido como #EnModoGato en su octava vida tuitera, añadida recientemente a sus siete vidas físicas.
Apareció por casa cuando no era más que una bolita de pelo, hace ya 13 años, acompañado de su madre y de un hermano blanquinegro. Se colaban por debajo de la puerta a comer lo que les dejábamos, y huían por patas en cuanto nos veían. Especialmente él: nervioso hasta cuando dormía, parecía que le faltaba un hervor. Así que lo sentenciamos: viviendo como vivimos junto a una carretera, era carne de cuneta.
Pero el caso es que un día aparecieron las dos crías solas, sin su madre. No sabemos qué fue de ella. Y así durante varios días. El blanquinegro, más sosegado, acabo por aceptar nuestra presencia mientras comía; no así Peludín, que salía pitando en cuanto nos veía, chocándose contra las paredes. La sentencia seguía sobre su cabeza, más ahora, sin su madre.
Sin embargo, fue su hermano el que murió atropellado. Como me recordaba hoy mi hija, ocurrió por estas fechas, el último día de clase antes de Navidad: desde el autobús que la llevaba al instituto vio al gatito muerto en la orilla de la carretera. No lo olvida...
Al día siguiente volvió a aparecer Peludín. Poco a poco (muy poco a poco) fue aceptándonos (o soportándonos, no sé)... y hasta hoy.
Así y todo, no podemos decir que tengamos un gato.
No sabe ronronear: como mucho, a veces emite un sonido parecido al carraspeo de un fumador compulsivo o a un motor diesel con la combustión sucia. Muchas veces nos mira como si no nos conociera y se sobresalta cuando nos ve. Y nunca ha dormido una noche en casa: aparece a primera hora de la mañana en la puerta, maúlla exigiendo su comida, dormita en algún rincón de la casa todo el día moviéndose ocasionalmente para volver a comer y a eso de las 8 de la tarde se pira hasta el día siguiente. Esta ha sido su rutina durante 14 años, sólo rota por diversas desapariciones durante varios días y, una vez, durante más de dos meses. Aventuras saldadas con abundantes heridas y con un impresionante número de descendientes. Han sido 14 años durante los cuales habrá cruzado la carretera al menos dos veces cada día, sin sufrir el más mínimo percance, riéndose de nuestra sentencia. Un fenómeno.

Pero estos últimos días Peludín parece no ser el que era: le cuesta comer, se le ve fatigado y, el colmo, ha dormido dos noches enteras en casa. Por edad y por intensidad existencial es probable que esté agotando su séptima vida. Y justo estos días han aparecido por casa tres gatitos y una gata, que están poniendo a prueba nuestra idea primigenia de no alimentar a los gatos que aparezcan por casa (bastantes a lo largo de estos años) para que no se acostumbren y, entre otras cosas, evitar verlos cualquier día caer bajo las ruedas de un coche. Pero...

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 ... ¡son tan preciosos!

A pesar de que su relación con Peludín oscila entre la desatención y el rechazo, estamos seguros de que son descendientes suyos. El ciclo de la vida.

 

Y en esas estamos. Intentando mantener el principio de no encariñamiento, pero ya hemos empezado a darles de comer: "Nada, las sobras de Peludín!.
Y una de ellas, una gata valiente y divertida, con su corbatín blanco, ha estado hoy leyendo conmigo al sol.


Continuará...