El 12 de septiembre Mariano Rajoy declaraba: "Algo huele a podrido en Benidorm". No es la primera vez que el líder del PP echaba mano de Shakespeare y emulaba a Hamlet, no sé con ela calavera de quién entre sus manos.
No es la primera vez, porque ya en diciembre de 2008 dijo lo mismo, si bien dirigiendo en esta ocasión sus prodigiosas fosas nasales hacia la Comunidad de Madrid: "Algo huele a podrido en Pinto", dijo entonces.
Pero tal capacidad olfativa les parece a sus contrincantes políticos un tanto distorsionada, que sorprende que nariz tan fina no haya captado el hedor de los presuntos casos de corrupción que surgían incluso de su despacho vecino.
¿La guinda de toda esta historia de efluvios, aromas y hedores, que no desmerece en nada a El perfume de Süskind? La foto de hoy de Rajoy olfateando una zapatilla en Córdoba.
Hay gestos que atufan (políticamente hablando).
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
sábado, 19 de septiembre de 2009
jueves, 17 de septiembre de 2009
El número de hambrientos supera por primera vez los mil millones (EL PAÍS)
“Los seres humanos nos dividimos, ante todo, según demos o no la vida por supuesto” (Jon Sobrino). Así es. La inmensa distancia existente entre las condiciones de vida del Norte y las condiciones de muerte del Sur es, sin duda, el más grave de los problemas que afecta a la humanidad. Tanto, que no sería en absoluto demagógico recurrir, para calificarlo, a las palabras con las que Gandhi caracterizó el régimen colonial impuesto por Inglaterra en la India y su principal consecuencia, la miseria de su campesinado:"Los habitantes de la ciudad saben muy poco de esas numerosas masas que, en la India, mueren de hambre o se van hundiendo poco a poco en la inercia más completa. ¿Saben de verdad que su miserable confort no es más que la gratificación que obtienen a cambio de su trabajo por el explotador extranjero? ¿saben que esas ventajas y esas propinas se sacan de esas muchedumbres de gentes continuamente explotadas? No acaban de darse cuenta de que el gobierno establecido por la ley en la India británica no tiene más razón de ser que esa explotación de las masas. Aunque se manejen los sofismas y se hagan juegos malabares con las estadísticas, ninguna explicación engañosa podrá invalidar esa prueba que salta a la vista, o sea, la delgadez esquelética de nuestros campesinos. No me cabe la menor duda de que, si hay un Dios en el cielo, Inglaterra y los ciudadanos de la India tendrán que responder de ese crimen contra la humanidad, que quizás no haya tenido ninguno semejante en la historia".
Cierto. La miseria del Sur –esa dramática realidad que alguien, tras las dos guerras calientes y la posterior guerra fría, ha llamado la IV Guerra Mundial- puede y debe ser calificada como un auténtico crimen contra la humanidad. Pues es de la humanidad de la que estamos hablando. Mejor aún, de la humanidad y de la Humanidad. Una Humanidad convertida, por primera vez en nuestra historia, en un solo organismo. Un organismo desgarrado, sufriente, cuyo dolor a lo largo del tiempo es la más absoluta revocación de todos nuestros ideales. Una humanidad (especie humana) ante cuyo dolor nuestra humanidad (ética universalista) se resquebraja y se queda en papel mojado.
martes, 15 de septiembre de 2009
Puigercós: boxeando a tres
En discusión con la presidenta de la Comunidad de Madrid -discusión más bien banal, todo hay que decirlo- el presidente de Esquerra Republicana, Joan Puigercós, ha declarado: "La única violencia que sentimos el domingo fue la de los nostálgicos del franquismo que se presentaron allí [se refiere a Arenys de Munt]. Los demócratas españoles se deberían plantear en qué nivel queda la cosa si quien defiende la unidad de España es la Falange".
Discrepo del líder de ERC. Creo que es él quien debe plantearse las cosas. Fíjese en esa patética tropa -cuatro docenas, un perro y un tambor- movilizada para salvar a España. Esta foto indica el nivel de alarma que el referéndum de Arenys ha suscitado. No nos equivoquemos: la intervención judicial previa tan sólo hacía lo que tenía que hacer, es decir, señalar dónde está la competencia exclusiva en materia de autorización de convocatorias de consultas populares; que no está en un ayuntamiento. Y punto.
Pero la consulta se hizo, y sólo la Falange (falange, además, del dedo meñique, dada su magra presencia) se alarmó grandemente con ello.
¿Cuál debería ser, en mi opinión, la conclusión que de tal cosa cabe extraer? La contraria de la que parece sacar Puigercós. Por ejemplo, la de que los demócratas españoles no se alarman ante la convocatoria soberanista. Y seguramente, también, que el hecho de que sólo la Falange se haya movilizado en su contra en Arenys da el tono del nivel (bajo) con el que se ha planteado toda esa historia, o cosa.
Un gran adversario suele ser indicador de una gran causa. Si Puigercós quería convertir a ese patético grupúsculo falangista en símbolo de la resistencia contra su soberanismo, si pretendía engrandecer su causa confrontándola con tal enemigo, hay que decirle que se ha equivocado. En este caso no hay batalla contra el Estado.
Debería fijarse menos en esos tipos y más en el 60% de vecinas y vecinos de Arenys que no participaron en el referéndum.
Las declaraciones del sr. Puigercós me han recordado un desternillante sketch del grupo Tricicle. Se trata de un combate de boxeo... a tres. Un lío, claro. Tanto, que en un momento de la pelea hay un púgil que acaba golpeándose a sí mismo con el fin de mantener una ficción de combate. Y no sé por qué, pero he recordado a ese tercer boxeador solitario cuando he leído las declaraciones de Puigercós...
[No es el sketch original sino una recreación a cargo de actores amateurs; pero lo hacen francamente bien].
Discrepo del líder de ERC. Creo que es él quien debe plantearse las cosas. Fíjese en esa patética tropa -cuatro docenas, un perro y un tambor- movilizada para salvar a España. Esta foto indica el nivel de alarma que el referéndum de Arenys ha suscitado. No nos equivoquemos: la intervención judicial previa tan sólo hacía lo que tenía que hacer, es decir, señalar dónde está la competencia exclusiva en materia de autorización de convocatorias de consultas populares; que no está en un ayuntamiento. Y punto.
Pero la consulta se hizo, y sólo la Falange (falange, además, del dedo meñique, dada su magra presencia) se alarmó grandemente con ello.
¿Cuál debería ser, en mi opinión, la conclusión que de tal cosa cabe extraer? La contraria de la que parece sacar Puigercós. Por ejemplo, la de que los demócratas españoles no se alarman ante la convocatoria soberanista. Y seguramente, también, que el hecho de que sólo la Falange se haya movilizado en su contra en Arenys da el tono del nivel (bajo) con el que se ha planteado toda esa historia, o cosa.
Un gran adversario suele ser indicador de una gran causa. Si Puigercós quería convertir a ese patético grupúsculo falangista en símbolo de la resistencia contra su soberanismo, si pretendía engrandecer su causa confrontándola con tal enemigo, hay que decirle que se ha equivocado. En este caso no hay batalla contra el Estado.
Debería fijarse menos en esos tipos y más en el 60% de vecinas y vecinos de Arenys que no participaron en el referéndum.
Las declaraciones del sr. Puigercós me han recordado un desternillante sketch del grupo Tricicle. Se trata de un combate de boxeo... a tres. Un lío, claro. Tanto, que en un momento de la pelea hay un púgil que acaba golpeándose a sí mismo con el fin de mantener una ficción de combate. Y no sé por qué, pero he recordado a ese tercer boxeador solitario cuando he leído las declaraciones de Puigercós...
[No es el sketch original sino una recreación a cargo de actores amateurs; pero lo hacen francamente bien].
lunes, 14 de septiembre de 2009
A río revuelto ganancia de consultadores
Consulta en Arenys. Un municipio de 14.500 habitantes se interroga sobre la independencia de toda Catalunya. Ha salido que sí, claro. Los referéndums se convocan siempre para ganarlos. Si no, de qué...
Ahora bien, sólo ha votado el 41% de un censo hinchado hasta los 16 años. Conclusión: la independencia sólo interesa a los independentistas. Y aún así, según y cómo. ¿Siempre que salga gratis?
Hace tres años publiqué el artículo que sigue en el diario EL CORREO. Me refería a Euskadi. Hoy me reafirmo en lo fundamental -la exigencia de claridad- y lo hago extensivo a todos los soberanismos. Sin acritud ni dramatismos. Pero con un puntito de hartazgo. Espero que me lo permitan.
CLARIDAD
Imanol Zubero
El Correo, 9 de julio de 2006
Reunido consigo mismo el Consejo Político del Gobierno vasco ha hecho público un documento en el que se exige “claridad” al presidente Rodríguez Zapatero en lo concerniente a la promesa de respetar la decisión de los vascos que este incluyó como contenido, no menor, de su anuncio del inicio de conversaciones formales con ETA. Objeto de todo tipo de interpretaciones, esta promesa fue prontamente matizada por María Teresa Fernández de la Vega, quien negó que tuviese nada que ver con el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Entrenado en la detección de briznas de paja en ojos ajenos, el Ejecutivo vasco se apresuró a señalar la contradicción que a su juicio supone afirmar el espeto a la decisión de los vascos a la vez que se niega el derecho de autodeterminación, “punto vertebral de la solución” al conflicto vasco. De ahí la demanda de claridad a Zapatero.
Cierto: el Gobierno español debe clarificar su proyecto de España. Debe verbalizar de una vez si lo que desea es avanzar en el camino de la federalización del Estado (en nada parecida a la actual multibilateralización) y si es así plantearlo abiertamente para que todo el mundo sepa a qué atenerse. Pero la exigencia de claridad se dirige, fundamentalmente, al propio nacionalismo vasco. Claridad que requiere, en primer lugar, no hacer pasar la autodeterminación por lo que no es: ni un derecho fundamental, ni un principio democrático per se, ni la clave del debate sobre el futuro de Euskadi, ni el ejercicio de un etéreo “derecho a decidir”, ni, mucho menos, un proyecto integrador.
Para quienes no somos nacionalistas todo eso es discutible. Discutible, precisamente, para afrontarlo sin dramatismos, no para evitar su debate. Pero será imposible avanzar en la discusión si el tripartito pretende desde el principio hacernos comulgar con las ruedas de su particular molino. Tal pretensión tiene muy poco que ver con la invitación al ejercicio de la autolimitación como base de un acuerdo político en Euskadi que el domingo pasado hacía en este diario Josu Jon Imaz. No impedir la discusión, pero tampoco imponer las creencias propias.
Lo que ocurre es que la claridad no beneficia en nada a los objetivos del nacionalismo soberanista, ya que no están seguros de si todos los que se agrupan bajo siglas formalmente nacionalistas “son de los nuestros”. Como señala Jorge Wagensberg, estar a favor siempre une menos que estar en contra, ya que los que están a favor suelen estarlo con diversos matices mientras que los que están en contra sólo están en contra. Desde sus primeros pasos, y aún hoy, el nacionalismo vasco sólo ha podido aparecer unido en la negación. Por el contrario, cuando una parte de ese nacionalismo, el PNV, ha asumido la responsabilidad de construir (actividad propia de los que están a favor), su distanciamiento de otros nacionalistas y su división interna han sido evidentes. Al igual que en Quebec, en Euskadi necesitamos con urgencia una ley de claridad. Y es que la claridad es, lo saben hasta los niños, la mejor manera de hacer desaparecer a los fantasmas.
Ahora bien, sólo ha votado el 41% de un censo hinchado hasta los 16 años. Conclusión: la independencia sólo interesa a los independentistas. Y aún así, según y cómo. ¿Siempre que salga gratis?
Hace tres años publiqué el artículo que sigue en el diario EL CORREO. Me refería a Euskadi. Hoy me reafirmo en lo fundamental -la exigencia de claridad- y lo hago extensivo a todos los soberanismos. Sin acritud ni dramatismos. Pero con un puntito de hartazgo. Espero que me lo permitan.
CLARIDAD
Imanol Zubero
El Correo, 9 de julio de 2006
Reunido consigo mismo el Consejo Político del Gobierno vasco ha hecho público un documento en el que se exige “claridad” al presidente Rodríguez Zapatero en lo concerniente a la promesa de respetar la decisión de los vascos que este incluyó como contenido, no menor, de su anuncio del inicio de conversaciones formales con ETA. Objeto de todo tipo de interpretaciones, esta promesa fue prontamente matizada por María Teresa Fernández de la Vega, quien negó que tuviese nada que ver con el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Entrenado en la detección de briznas de paja en ojos ajenos, el Ejecutivo vasco se apresuró a señalar la contradicción que a su juicio supone afirmar el espeto a la decisión de los vascos a la vez que se niega el derecho de autodeterminación, “punto vertebral de la solución” al conflicto vasco. De ahí la demanda de claridad a Zapatero.
Cierto: el Gobierno español debe clarificar su proyecto de España. Debe verbalizar de una vez si lo que desea es avanzar en el camino de la federalización del Estado (en nada parecida a la actual multibilateralización) y si es así plantearlo abiertamente para que todo el mundo sepa a qué atenerse. Pero la exigencia de claridad se dirige, fundamentalmente, al propio nacionalismo vasco. Claridad que requiere, en primer lugar, no hacer pasar la autodeterminación por lo que no es: ni un derecho fundamental, ni un principio democrático per se, ni la clave del debate sobre el futuro de Euskadi, ni el ejercicio de un etéreo “derecho a decidir”, ni, mucho menos, un proyecto integrador.
Para quienes no somos nacionalistas todo eso es discutible. Discutible, precisamente, para afrontarlo sin dramatismos, no para evitar su debate. Pero será imposible avanzar en la discusión si el tripartito pretende desde el principio hacernos comulgar con las ruedas de su particular molino. Tal pretensión tiene muy poco que ver con la invitación al ejercicio de la autolimitación como base de un acuerdo político en Euskadi que el domingo pasado hacía en este diario Josu Jon Imaz. No impedir la discusión, pero tampoco imponer las creencias propias.
Lo que ocurre es que la claridad no beneficia en nada a los objetivos del nacionalismo soberanista, ya que no están seguros de si todos los que se agrupan bajo siglas formalmente nacionalistas “son de los nuestros”. Como señala Jorge Wagensberg, estar a favor siempre une menos que estar en contra, ya que los que están a favor suelen estarlo con diversos matices mientras que los que están en contra sólo están en contra. Desde sus primeros pasos, y aún hoy, el nacionalismo vasco sólo ha podido aparecer unido en la negación. Por el contrario, cuando una parte de ese nacionalismo, el PNV, ha asumido la responsabilidad de construir (actividad propia de los que están a favor), su distanciamiento de otros nacionalistas y su división interna han sido evidentes. Al igual que en Quebec, en Euskadi necesitamos con urgencia una ley de claridad. Y es que la claridad es, lo saben hasta los niños, la mejor manera de hacer desaparecer a los fantasmas.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Y si trabajo me matan
"Veintitrés empleados de France Telecom se han quitado la vida desde 2008 en Francia. Durante meses, la dirección de la firma negó que esos suicidios tuvieran nada que ver con las nuevas técnicas de gestión. Pero el viernes, una empleada se mató tirándose por la ventana de una sede de la empresa, y el miércoles un técnico se acuchilló en directo en una reunión. Han sido las gotas que han colmado el vaso, y la dirección de la firma ha tenido que ceder en retrasar sus planes de reestructuración" [PÚBLICO].
En la cotidianeidad del trabajo, en el trabajo de todos los días, en el trabajo “normal”, descubrimos la existencia de una realidad que echa por tierra cualquier utopía postrabajista. Pensemos en el fenómeno del burn out o agotamiento profesional. Convertida en el principal modo de regulación en la sociedad posfordista (Cohen, p. 58), la gestión por estrés ha sentado sus reales en la generalidad de los centros de trabajo. Bautizada como karoshi en Japón a finales de los Ochenta -algunas fuentes cifran en 20.000 el número de japoneses que mueren cada año como consecuencia del exceso de trabajo- los riesgos derivados del sobreesfuerzo en el trabajo se han extendido por todo el mundo.
Desde el estudio pionero de Juliet B. Schor en 1986 sobre la excesiva jornada laboral en Estados Unidos son muchos los países en los que este problema ha aflorado con fuerza, aunque en demasiadas ocasiones sea abordado como un problema achacable a los individuos y no a las situaciones reales de trabajo. Se habla entonces de workaholics o de personas adictas al trabajo,[1] como si todo pudiera explicarse finalmente como una suerte de desviación o descompensación psicológica en la que las estrategias empresariales y las condiciones laborales sólo contribuyen, en todo caso, a agravar estas desviaciones.
Según una investigación del semanario Le Figaro (nº 1.329, 15 avril 2006, pp. 45-50) un 18% de los trabajadores franceses muestran unos niveles de estrés que pueden llegar a poner en riesgo su salud psicológica o mental. En el grupo automovilístico Renault ya saltaron las alarmas tras producirse, entre el 20 de octubre de 2006 y el 16 de febrero de 2007, los suicidios de un ingeniero y dos técnicos que trabajaban en un centro de ingeniería que la empresa tiene en los alrededores de París (El País, 19/03/2007, p. 88). Tenían 38, 39 y 44 años, y los sindicatos relacionan sus muertes con las condiciones de trabajo y las prácticas laborales dominantes en ese centro. Fred Dijoux, dirigente de la CFDT, denunció que en febrero de 2006 ya alertaron por escrito a la dirección del peligro derivado de “un sistema de gestión casi militar” caracterizado entre otras cosas por “la desregulación de los horarios de trabajo”.
Aún poco estudiado, para el caso español se maneja el dato de que el 15% de los empleados sufre en síndrome del trabajador quemado, especialmente en los sectores de servicios, sanidad y educación (El País, suplemento Negocios, 2/07/2006, p. 37). En este sentido, el entonces secretario general de Empleo señaló hace unos años que algo más de un tercio de los accidentes de trabajo (el 34,35%) se produce por sobreesfuerzo o estrés (El País, 17/06/2006).
El último y más evidente ejemplo de esta pandemia lo tenemos en China, entregada a una carrera desbocada por convertirse en la primera potencia económica del mundo. Conocida en chino mandarín como guolaosi, una noticia informaba así sobre la muerte por exceso de trabajo en China:
"La esperanza de vida de los "cerebros" que dirigen el parque tecnológico de Zhongguancun -al norte de Pekín y considerado el "Silicon Valley" chino- es de 54 años y el 70% se arriesga a morir de "karoshi" (muerte por exceso de trabajo), según un estudio divulgado ayer por el portal "Chinanews". El informe de la Universidad Médica de Pekín apunta que la esperanza de vida de los "intelectuales" chinos roza los 58 años, diez menos que la media nacional, aunque la situación se agrava en el entorno laboral de Zhongguancun, parque científico establecido en 1988 como primera zona de desarrollo de alta tecnología del país. «El 70% de ellos podría morir de "karoshi"», advirtió un experto del centro académico, Huang Jianshi, en referencia al fenómeno nacido en Japón y extendido en China, donde cada año mueren 600.000 profesionales inmersos en una feroz competencia" (Deia, 16/03/2007).
Y a pesar de todo esto aún hay que combatir proyectos como aquel que en la Unión Europea intentaba desbloquear la directiva referida al tiempo de trabajo que permitiría aumentar a 60 horas semanales la duración máxima de la jornada laboral, frente a las 48 horas actuales.
Y ello a pesar de la denuncia de la OIT de que la cada vez más frecuente tendencia a tener horarios de trabajo más atípicos e impredecibles, consecuencia de las presiones para mantener la competitividad en una economía que funciona 24 horas al día, 7 días a la semana, genera crecientes tensiones en la vida de las y los trabajadores.
¿Y qué decir del mobbing, anglicismo que en los últimos tiempos parece concentrar (y reducir) todos los males existentes en los centros de trabajo? El acoso moral en el trabajo parece haberse convertido en el único o, cuando menos, en el principal problema de las y los trabajadores, y ha dado lugar a una multitud de publicaciones e investigaciones más o menos serias, así como a un número incontable de páginas web y de blogs personales. Tal como viene siendo caracterizado, el fenómeno del mobbing adquiere dimensiones alarmantes: 13 millones de trabajadores de Finlandia, Reino Unido, Países Bajos, Suecia, Bélgica, Portugal, Italia y España fueron sido víctimas de él en el año 2000, según la Tercera encuesta europea sobre condiciones de trabajo publicada por la OIT. La cifra corresponde a una media del 9% de los asalariados en los países consultados y supone un millón más que en la misma encuesta de 1995. En España, el mobbing afecta a 750.000 trabajadores (un 5% de los asalariados), según una encuesta de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, basada en 21.500 entrevistas. Si esto es así, seguir considerando que nos encontramos ante un problema reducible a sus dimensiones más personales o interpersonales (acosado-acosador) resulta un error. Llamamos mobbing o burn out a lo que siempre se ha denominado -y así debería volver a hacerse- explotación.
Siendo cierto, como advierte Ulrich Beck en varios de sus escritos, que en el sistema actual cada vez mas se nos anima a buscar soluciones biográficas a problemas que en realidad son estructurales, esto es así sólo porque previamente se han definido tales problemas como biográficos, despojándolos de su naturaleza sistémica. El mobbing, como el burn out, son expresiones dramáticas de un determinado sistema de relaciones laborales.
En fin, como cantaba Daniel Viglietti: "Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan. Siempre me matan, me matan, ay, siempre me matan".
En la cotidianeidad del trabajo, en el trabajo de todos los días, en el trabajo “normal”, descubrimos la existencia de una realidad que echa por tierra cualquier utopía postrabajista. Pensemos en el fenómeno del burn out o agotamiento profesional. Convertida en el principal modo de regulación en la sociedad posfordista (Cohen, p. 58), la gestión por estrés ha sentado sus reales en la generalidad de los centros de trabajo. Bautizada como karoshi en Japón a finales de los Ochenta -algunas fuentes cifran en 20.000 el número de japoneses que mueren cada año como consecuencia del exceso de trabajo- los riesgos derivados del sobreesfuerzo en el trabajo se han extendido por todo el mundo.
Desde el estudio pionero de Juliet B. Schor en 1986 sobre la excesiva jornada laboral en Estados Unidos son muchos los países en los que este problema ha aflorado con fuerza, aunque en demasiadas ocasiones sea abordado como un problema achacable a los individuos y no a las situaciones reales de trabajo. Se habla entonces de workaholics o de personas adictas al trabajo,[1] como si todo pudiera explicarse finalmente como una suerte de desviación o descompensación psicológica en la que las estrategias empresariales y las condiciones laborales sólo contribuyen, en todo caso, a agravar estas desviaciones.
Según una investigación del semanario Le Figaro (nº 1.329, 15 avril 2006, pp. 45-50) un 18% de los trabajadores franceses muestran unos niveles de estrés que pueden llegar a poner en riesgo su salud psicológica o mental. En el grupo automovilístico Renault ya saltaron las alarmas tras producirse, entre el 20 de octubre de 2006 y el 16 de febrero de 2007, los suicidios de un ingeniero y dos técnicos que trabajaban en un centro de ingeniería que la empresa tiene en los alrededores de París (El País, 19/03/2007, p. 88). Tenían 38, 39 y 44 años, y los sindicatos relacionan sus muertes con las condiciones de trabajo y las prácticas laborales dominantes en ese centro. Fred Dijoux, dirigente de la CFDT, denunció que en febrero de 2006 ya alertaron por escrito a la dirección del peligro derivado de “un sistema de gestión casi militar” caracterizado entre otras cosas por “la desregulación de los horarios de trabajo”.
Aún poco estudiado, para el caso español se maneja el dato de que el 15% de los empleados sufre en síndrome del trabajador quemado, especialmente en los sectores de servicios, sanidad y educación (El País, suplemento Negocios, 2/07/2006, p. 37). En este sentido, el entonces secretario general de Empleo señaló hace unos años que algo más de un tercio de los accidentes de trabajo (el 34,35%) se produce por sobreesfuerzo o estrés (El País, 17/06/2006).
El último y más evidente ejemplo de esta pandemia lo tenemos en China, entregada a una carrera desbocada por convertirse en la primera potencia económica del mundo. Conocida en chino mandarín como guolaosi, una noticia informaba así sobre la muerte por exceso de trabajo en China:
"La esperanza de vida de los "cerebros" que dirigen el parque tecnológico de Zhongguancun -al norte de Pekín y considerado el "Silicon Valley" chino- es de 54 años y el 70% se arriesga a morir de "karoshi" (muerte por exceso de trabajo), según un estudio divulgado ayer por el portal "Chinanews". El informe de la Universidad Médica de Pekín apunta que la esperanza de vida de los "intelectuales" chinos roza los 58 años, diez menos que la media nacional, aunque la situación se agrava en el entorno laboral de Zhongguancun, parque científico establecido en 1988 como primera zona de desarrollo de alta tecnología del país. «El 70% de ellos podría morir de "karoshi"», advirtió un experto del centro académico, Huang Jianshi, en referencia al fenómeno nacido en Japón y extendido en China, donde cada año mueren 600.000 profesionales inmersos en una feroz competencia" (Deia, 16/03/2007).
Y a pesar de todo esto aún hay que combatir proyectos como aquel que en la Unión Europea intentaba desbloquear la directiva referida al tiempo de trabajo que permitiría aumentar a 60 horas semanales la duración máxima de la jornada laboral, frente a las 48 horas actuales.
Y ello a pesar de la denuncia de la OIT de que la cada vez más frecuente tendencia a tener horarios de trabajo más atípicos e impredecibles, consecuencia de las presiones para mantener la competitividad en una economía que funciona 24 horas al día, 7 días a la semana, genera crecientes tensiones en la vida de las y los trabajadores.
¿Y qué decir del mobbing, anglicismo que en los últimos tiempos parece concentrar (y reducir) todos los males existentes en los centros de trabajo? El acoso moral en el trabajo parece haberse convertido en el único o, cuando menos, en el principal problema de las y los trabajadores, y ha dado lugar a una multitud de publicaciones e investigaciones más o menos serias, así como a un número incontable de páginas web y de blogs personales. Tal como viene siendo caracterizado, el fenómeno del mobbing adquiere dimensiones alarmantes: 13 millones de trabajadores de Finlandia, Reino Unido, Países Bajos, Suecia, Bélgica, Portugal, Italia y España fueron sido víctimas de él en el año 2000, según la Tercera encuesta europea sobre condiciones de trabajo publicada por la OIT. La cifra corresponde a una media del 9% de los asalariados en los países consultados y supone un millón más que en la misma encuesta de 1995. En España, el mobbing afecta a 750.000 trabajadores (un 5% de los asalariados), según una encuesta de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, basada en 21.500 entrevistas. Si esto es así, seguir considerando que nos encontramos ante un problema reducible a sus dimensiones más personales o interpersonales (acosado-acosador) resulta un error. Llamamos mobbing o burn out a lo que siempre se ha denominado -y así debería volver a hacerse- explotación.
Siendo cierto, como advierte Ulrich Beck en varios de sus escritos, que en el sistema actual cada vez mas se nos anima a buscar soluciones biográficas a problemas que en realidad son estructurales, esto es así sólo porque previamente se han definido tales problemas como biográficos, despojándolos de su naturaleza sistémica. El mobbing, como el burn out, son expresiones dramáticas de un determinado sistema de relaciones laborales.
En fin, como cantaba Daniel Viglietti: "Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan. Siempre me matan, me matan, ay, siempre me matan".
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