domingo, 13 de septiembre de 2009

Y si trabajo me matan

"Veintitrés empleados de France Telecom se han quitado la vida desde 2008 en Francia. Durante meses, la dirección de la firma negó que esos suicidios tuvieran nada que ver con las nuevas técnicas de gestión. Pero el viernes, una empleada se mató tirándose por la ventana de una sede de la empresa, y el miércoles un técnico se acuchilló en directo en una reunión. Han sido las gotas que han colmado el vaso, y la dirección de la firma ha tenido que ceder en retrasar sus planes de reestructuración" [PÚBLICO].

En la cotidianeidad del trabajo, en el trabajo de todos los días, en el trabajo “normal”, descubrimos la existencia de una realidad que echa por tierra cualquier utopía postrabajista. Pensemos en el fenómeno del burn out o agotamiento profesional. Convertida en el principal modo de regulación en la sociedad posfordista (Cohen, p. 58), la gestión por estrés ha sentado sus reales en la generalidad de los centros de trabajo. Bautizada como karoshi en Japón a finales de los Ochenta -algunas fuentes cifran en 20.000 el número de japoneses que mueren cada año como consecuencia del exceso de trabajo- los riesgos derivados del sobreesfuerzo en el trabajo se han extendido por todo el mundo.
Desde el estudio pionero de Juliet B. Schor en 1986 sobre la excesiva jornada laboral en Estados Unidos son muchos los países en los que este problema ha aflorado con fuerza, aunque en demasiadas ocasiones sea abordado como un problema achacable a los individuos y no a las situaciones reales de trabajo. Se habla entonces de workaholics o de personas adictas al trabajo,[1] como si todo pudiera explicarse finalmente como una suerte de desviación o descompensación psicológica en la que las estrategias empresariales y las condiciones laborales sólo contribuyen, en todo caso, a agravar estas desviaciones.
Según una investigación del semanario Le Figaro (nº 1.329, 15 avril 2006, pp. 45-50) un 18% de los trabajadores franceses muestran unos niveles de estrés que pueden llegar a poner en riesgo su salud psicológica o mental. En el grupo automovilístico Renault ya saltaron las alarmas tras producirse, entre el 20 de octubre de 2006 y el 16 de febrero de 2007, los suicidios de un ingeniero y dos técnicos que trabajaban en un centro de ingeniería que la empresa tiene en los alrededores de París (El País, 19/03/2007, p. 88). Tenían 38, 39 y 44 años, y los sindicatos relacionan sus muertes con las condiciones de trabajo y las prácticas laborales dominantes en ese centro. Fred Dijoux, dirigente de la CFDT, denunció que en febrero de 2006 ya alertaron por escrito a la dirección del peligro derivado de “un sistema de gestión casi militar” caracterizado entre otras cosas por “la desregulación de los horarios de trabajo”.
Aún poco estudiado, para el caso español se maneja el dato de que el 15% de los empleados sufre en síndrome del trabajador quemado, especialmente en los sectores de servicios, sanidad y educación (El País, suplemento Negocios, 2/07/2006, p. 37). En este sentido, el entonces secretario general de Empleo señaló hace unos años que algo más de un tercio de los accidentes de trabajo (el 34,35%) se produce por sobreesfuerzo o estrés (El País, 17/06/2006).
El último y más evidente ejemplo de esta pandemia lo tenemos en China, entregada a una carrera desbocada por convertirse en la primera potencia económica del mundo. Conocida en chino mandarín como guolaosi, una noticia informaba así sobre la muerte por exceso de trabajo en China:
"La esperanza de vida de los "cerebros" que dirigen el parque tecnológico de Zhongguancun -al norte de Pekín y considerado el "Silicon Valley" chino- es de 54 años y el 70% se arriesga a morir de "karoshi" (muerte por exceso de trabajo), según un estudio divulgado ayer por el portal "Chinanews". El informe de la Universidad Médica de Pekín apunta que la esperanza de vida de los "intelectuales" chinos roza los 58 años, diez menos que la media nacional, aunque la situación se agrava en el entorno laboral de Zhongguancun, parque científico establecido en 1988 como primera zona de desarrollo de alta tecnología del país. «El 70% de ellos podría morir de "karoshi"», advirtió un experto del centro académico, Huang Jianshi, en referencia al fenómeno nacido en Japón y extendido en China, donde cada año mueren 600.000 profesionales inmersos en una feroz competencia" (Deia, 16/03/2007).
Y a pesar de todo esto aún hay que combatir proyectos como aquel que en la Unión Europea intentaba desbloquear la directiva referida al tiempo de trabajo que permitiría aumentar a 60 horas semanales la duración máxima de la jornada laboral, frente a las 48 horas actuales.
Y ello a pesar de la denuncia de la OIT de que la cada vez más frecuente tendencia a tener horarios de trabajo más atípicos e impredecibles, consecuencia de las presiones para mantener la competitividad en una economía que funciona 24 horas al día, 7 días a la semana, genera crecientes tensiones en la vida de las y los trabajadores.
¿Y qué decir del mobbing, anglicismo que en los últimos tiempos parece concentrar (y reducir) todos los males existentes en los centros de trabajo? El acoso moral en el trabajo parece haberse convertido en el único o, cuando menos, en el principal problema de las y los trabajadores, y ha dado lugar a una multitud de publicaciones e investigaciones más o menos serias, así como a un número incontable de páginas web y de blogs personales. Tal como viene siendo caracterizado, el fenómeno del mobbing adquiere dimensiones alarmantes: 13 millones de trabajadores de Finlandia, Reino Unido, Países Bajos, Suecia, Bélgica, Portugal, Italia y España fueron sido víctimas de él en el año 2000, según la Tercera encuesta europea sobre condiciones de trabajo publicada por la OIT. La cifra corresponde a una media del 9% de los asalariados en los países consultados y supone un millón más que en la misma encuesta de 1995. En España, el mobbing afecta a 750.000 trabajadores (un 5% de los asalariados), según una encuesta de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, basada en 21.500 entrevistas. Si esto es así, seguir considerando que nos encontramos ante un problema reducible a sus dimensiones más personales o interpersonales (acosado-acosador) resulta un error. Llamamos mobbing o burn out a lo que siempre se ha denominado -y así debería volver a hacerse- explotación.
Siendo cierto, como advierte Ulrich Beck en varios de sus escritos, que en el sistema actual cada vez mas se nos anima a buscar soluciones biográficas a problemas que en realidad son estructurales, esto es así sólo porque previamente se han definido tales problemas como biográficos, despojándolos de su naturaleza sistémica. El mobbing, como el burn out, son expresiones dramáticas de un determinado sistema de relaciones laborales.
En fin, como cantaba Daniel Viglietti: "Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan. Siempre me matan, me matan, ay, siempre me matan".

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