jueves, 17 de septiembre de 2009

El número de hambrientos supera por primera vez los mil millones (EL PAÍS)

“Los seres humanos nos dividimos, ante todo, según demos o no la vida por supuesto” (Jon Sobrino). Así es. La inmensa distancia existente entre las condiciones de vida del Norte y las condiciones de muerte del Sur es, sin duda, el más grave de los problemas que afecta a la humanidad. Tanto, que no sería en absoluto demagógico recurrir, para calificarlo, a las palabras con las que Gandhi caracterizó el régimen colonial impuesto por Inglaterra en la India y su principal consecuencia, la miseria de su campesinado:

"Los habitantes de la ciudad saben muy poco de esas numerosas masas que, en la India, mueren de hambre o se van hundiendo poco a poco en la inercia más completa. ¿Saben de verdad que su miserable confort no es más que la gratificación que obtienen a cambio de su trabajo por el explotador extranjero? ¿saben que esas ventajas y esas propinas se sacan de esas muchedumbres de gentes continuamente explotadas? No acaban de darse cuenta de que el gobierno establecido por la ley en la India británica no tiene más razón de ser que esa explotación de las masas. Aunque se manejen los sofismas y se hagan juegos malabares con las estadísticas, ninguna explicación engañosa podrá invalidar esa prueba que salta a la vista, o sea, la delgadez esquelética de nuestros campesinos. No me cabe la menor duda de que, si hay un Dios en el cielo, Inglaterra y los ciudadanos de la India tendrán que responder de ese crimen contra la humanidad, que quizás no haya tenido ninguno semejante en la historia".


Cierto. La miseria del Sur –esa dramática realidad que alguien, tras las dos guerras calientes y la posterior guerra fría, ha llamado la IV Guerra Mundial- puede y debe ser calificada como un auténtico crimen contra la humanidad. Pues es de la humanidad de la que estamos hablando. Mejor aún, de la humanidad y de la Humanidad. Una Humanidad convertida, por primera vez en nuestra historia, en un solo organismo. Un organismo desgarrado, sufriente, cuyo dolor a lo largo del tiempo es la más absoluta revocación de todos nuestros ideales. Una humanidad (especie humana) ante cuyo dolor nuestra humanidad (ética universalista) se resquebraja y se queda en papel mojado.

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