La veterana revista EL CIERVO dedica su número de marzo a la cuestión de "¿Qué es ser heterodoxo hoy?". A continuación reproduzco mi reflexión al respecto, que también puede leerse en la edición digital de la revista.
Convicción no significa verdad
Hubo un tiempo en que bastaba con ser una minoría cognitiva, con discrepar de la cultura o las ideas dominantes, para que una persona o un grupo fueran catalogados como heterodoxos. No compartir la doxa hegemónica –no ser, por tanto “ortodoxo”– parecía suficiente. En realidad, nunca lo fue. “El revolucionario es al mismo tiempo rebelde o ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión (…). Todo revolucionario termina siendo opresor o hereje.” Esta sentencia de Albert Camus en El hombre rebelde, inmisericorde pero históricamente inapelable, disuelve cualquier pretensión de dotar de contenido positivo a la heterodoxia exclusivamente en razón de su naturaleza de pensamiento minoritario, contracultural o antisistémico. Ideologías y movimientos originariamente heterodoxos no han violentado menos, no han esclavizado menos, no han aterrorizado menos, no han asesinado menos, que las ortodoxias contra las que se alzaban.
¿En qué consiste, entonces, la heterodoxia? En tener siempre presente que la certidumbre subjetiva y la convicción personal nunca son suficientes para afirmar la verdad objetiva. El gran problema del mundo, hoy como siempre, estriba en el dogmatismo, ya sea enarbolado por mayorías o por minorías. También hay heterodoxos dogmáticos. “Somos una legión, no perdonamos, no olvidamos, espéranos.” Esta es la firma franquicial del movimiento Anonymous, que en su encarnación española justificaba así su decisión de hacer públicos datos personales de personas del mundo de la cultura y de la política partidarias de legislar para proteger la propiedad intelectual en la red: “Hemos creído correcto no publicar datos de personas no relacionadas con la ley Sinde/Wert, pero si, en un futuro, dichas personas cambian de posición o hacen algo que creemos merecedor de castigo, toda nuestra ira caerá sobre ellos”. ¿Heterodoxia? Tal vez, pero acusadamente dogmática.
El sociólogo holandés Gerd Baumann propone como herramienta esencial para vivir en un mundo crecientemente plural el “pensamiento multirrelacional” y “multicultural”, caracterizado por desconfiar de cualquier intento de reificación de la realidad: “Cuando el discurso reificador habla de ciudadanos o de extraños, de etnias púrpuras o verdes, de creyentes o ateos, debemos preguntarnos por ciudadanos ricos o pobres, por etnias poderosas o manipuladas, por creyentes casados o pertenecientes a una minoría sexual. ¿Quiénes son las minorías dentro de las mayorías, quiénes son las invisibles mayorías en relación con las minorías? Mezclemos todas las formas de plantearnos cada posible categoría que veamos, ya que las permutaciones son infinitas cuando se cuestionan las reificaciones (…). El principio es siempre el mismo: plantear una pregunta que interrelacione una división considerada absoluta en cualquier contexto. Nada de lo que hay en la vida social está basado en un absoluto, ni siquiera la idea de lo que es una mayoría o un grupo cultural”.
Ser heterodoxo es ser antidogmático, sí, pero sobre todo respecto de los dogmas propios. El filósofo estadounidense Richard J. Berstein lo llama “falibilismo pragmático”: una forma de pensamiento flexible, abierto, que evita cualquier división simplista de la realidad en oposiciones binarias, disyuntivas y absolutas. De esto trata, en mi opinión, la heterodoxia: de ejercitar el distanciamiento irónico tanto de la doxa ajena como de la propia, y no de ser heterodoxo respecto a lo ajeno y ortodoxo para con lo propio.
En julio de 1949, Camus escribía: “Estoy a favor de la pluralidad de posiciones. ¿Es que se puede crear el partido de quienes no están seguros de tener razón? Ése sería el mío”. El partido de las y los heterodoxos. Tan necesario.