viernes, 2 de marzo de 2012

¿Qué es ser heterodoxo?




La veterana revista EL CIERVO dedica su número de marzo a la cuestión de "¿Qué es ser heterodoxo hoy?". A continuación reproduzco mi reflexión al respecto, que también puede leerse en la edición digital de la revista.


Convicción no significa verdad


Hubo un tiempo en que bastaba con ser una minoría cognitiva, con discrepar de la cultura o las ideas dominantes, para que una persona o un grupo fueran catalogados como heterodoxos. No compartir la doxa hegemónica –no ser, por tanto “ortodoxo”– parecía suficiente. En realidad, nunca lo fue. “El revolucionario es al mismo tiempo rebelde o ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión (…). Todo revolucionario termina siendo opresor o hereje.” Esta sentencia de Albert Camus en El hombre rebelde, inmisericorde pero históricamente inapelable, disuelve cualquier pretensión de dotar de contenido positivo a la heterodoxia exclusivamente en razón de su naturaleza de pensamiento minoritario, contracultural o antisistémico. Ideologías y movimientos originariamente heterodoxos no han violentado menos, no han esclavizado menos, no han aterrorizado menos, no han asesinado menos, que las ortodoxias contra las que se alzaban.

¿En qué consiste, entonces, la heterodoxia? En tener siempre presente que la certidumbre subjetiva y la convicción personal nunca son suficientes para afirmar la verdad objetiva. El gran problema del mundo, hoy como siempre, estriba en el dogmatismo, ya sea enarbolado por mayorías o por minorías. También hay heterodoxos dogmáticos. “Somos una legión, no perdonamos, no olvidamos, espéranos.” Esta es la firma franquicial del movimiento Anonymous, que en su encarnación española justificaba así su decisión de hacer públicos datos personales de personas del mundo de la cultura y de la política partidarias de legislar para proteger la propiedad intelectual en la red: “Hemos creído correcto no publicar datos de personas no relacionadas con la ley Sinde/Wert, pero si, en un futuro, dichas personas cambian de posición o hacen algo que creemos merecedor de castigo, toda nuestra ira caerá sobre ellos”. ¿Heterodoxia? Tal vez, pero acusadamente dogmática.

El sociólogo holandés Gerd Baumann propone como herramienta esencial para vivir en un mundo crecientemente plural el “pensamiento multirrelacional” y “multicultural”, caracterizado por desconfiar de cualquier intento de reificación de la realidad: “Cuando el discurso reificador habla de ciudadanos o de extraños, de etnias púrpuras o verdes, de creyentes o ateos, debemos preguntarnos por ciudadanos ricos o pobres, por etnias poderosas o manipuladas, por creyentes casados o pertenecientes a una minoría sexual. ¿Quiénes son las minorías dentro de las mayorías, quiénes son las invisibles mayorías en relación con las minorías? Mezclemos todas las formas de plantearnos cada posible categoría que veamos, ya que las permutaciones son infinitas cuando se cuestionan las reificaciones (…). El principio es siempre el mismo: plantear una pregunta que interrelacione una división considerada absoluta en cualquier contexto. Nada de lo que hay en la vida social está basado en un absoluto, ni siquiera la idea de lo que es una mayoría o un grupo cultural”.

Ser heterodoxo es ser antidogmático, sí, pero sobre todo respecto de los dogmas propios. El filósofo estadounidense Richard J. Berstein lo llama “falibilismo pragmático”: una forma de pensamiento flexible, abierto, que evita cualquier división simplista de la realidad en oposiciones binarias, disyuntivas y absolutas. De esto trata, en mi opinión, la heterodoxia: de ejercitar el distanciamiento irónico tanto de la doxa ajena como de la propia, y no de ser heterodoxo respecto a lo ajeno y ortodoxo para con lo propio.

En julio de 1949, Camus escribía: “Estoy a favor de la pluralidad de posiciones. ¿Es que se puede crear el partido de quienes no están seguros de tener razón? Ése sería el mío”. El partido de las y los heterodoxos. Tan necesario.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Twitter, ¿sólo para las cagadas?

Con perdón. Pero es lo que he pensado al leer esta mañana la página 2 de EL PAÍS.
Asunto: El caso de los periodistas bloqueados en la ciudad siria de Homs, sometida a asedio y bombardeos por las tropas de el Aasad y su intento de rescate (fallido).
Protagonista: El presidente-candidato Sarkozy, en plan preelectoralero.
La sucesión de acontecimientos:

1º Buena (aunque falsa) noticia, a bombo y platillo ante periodistas de cuerpo presente: “Estoy feliz de anunciaros que la pesadilla ha terminado. Bouvier tiene fracturas múltiples y ahora podrá recuperarse bien”, afirmó el presidente al nutrido grupo de periodistas que sigue su campaña. Con las horas, se supo que el anuncio de Sarkzoy no se correspondía con la verdad. En realidad, la operación de rescate de Bouvier no había salido bien.

2º Tenue gorgeo disculpatorio: Poco después, Sarkozy admitió su error a través de su cuenta de Twitter oficial: “He sido impreciso y me excuso. No está confirmado que [Bouvier] esté a salvo en Líbano. La situación es extremadamente compleja de analizar”.

domingo, 26 de febrero de 2012

Dolor a cambio de... ¿nada?

Paul Krugman publica hoy en EL PAÍS un artículo titulado "Dolor sin nada a cambio", en el que somete a severa crítica la obsesión por los recortes de quienes denomina la camarilla del dolor, todos esos economistas, financieros, empresarios y políticos que predican la austeridad en estos tiempos de depresión económica, a pesar de sus graves consecuencias sociales.

Al leerlo he recordado ese soniquete que el presidente Rajoy no cesa de repetir: "No hacemos reformas para fastidiar, sino para crear empleo. Y vamos a seguir haciéndolas". Volvía a decirlo hoy en Oviedo. No se trata de juzgar intenciones: el caso es que las reformas en marcha fastidian, y mucho.


Krugman habla de generar dolor sin nada a cambio. Alfredo Pérez Rubalcaba sostiene que “detrás de un Rajoy comentarista apesadumbrado se esconde un Rajoy decidido a hacer una auténtica revolución conservadora”. Creo que está en lo cierto: estas reformas dolorosas no se hacen sin nada a cambio. Son una inversión. Una inversión política.