EL
VOLUNTARIADO COMO ACTOR CLAVE PARA LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA. DESAFÍOS PARA
EL CONTEXTO ACTUAL
Imanol
Zubero
Webinar: "El voluntariado, un
actor clave en la construcción de una ciudadanía global”
Coordinadora de ONG para el Desarrollo
9/12/2020
En
estos 15 minutos de tiempo que comparto con vosotras y vosotros solo voy a
hacer dos cosas. La primera es agradecer vuestra mera existencia y, más aún,
vuestra persistencia. La segunda, apoyar y justificar la idea de que sois un
actor clave para construir una ciudadanía global comprometida y activa que
afronte con responsabilidad los desafíos a los que se enfrenta la Humanidad.
Ambas cosas están directamente relacionadas.
[1] Empiezo
por el principio: agradecer vuestra continuidad en el tiempo. Sois herederas y
continuadoras de una de las más brillantes trayectorias de la Humanidad.
La
cronología oficial de la cooperación internacional remonta su historia a fechas
tan recientes como la segunda posguerra mundial o, como mucho, a la traumática
experiencia del suizo Henry Dunant como espectador de la batalla de Solferino, en
1859, cuando, conmovido por los miles de personas heridas abandonados a su
suerte, se dedicó a socorrerlas ayudado por gente de los pueblos cercanos, sin
diferenciar el bando en el que habían combatido, impulsadas e impulsados por el
lema Tutti fratelli (Todos hermanos),
que las mujeres de la cercana ciudad de Castiglione dello Stiviere repetían como
un mantra mientras atendían a los soldados heridos.
También
podríamos remontarnos un poco más en el tiempo, hasta aquel 22 de mayo de 1787
en que doce hombres se reunieron en una imprenta de Londres para dar comienzo
al movimiento abolicionista. Algo tendría que ver esta reunión con el clima
intelectual y moral de una época en la que, tres años antes, en 1784, Immanuel
Kant publicó sus famosos ensayos ¿Qué es
la Ilustración? e Ideas para una
historia universal en clave cosmopolita, en la que defiende “la
instauración de una sociedad civil que administre universalmente el derecho”.
El
escritor Adam Hochschild firma un libro maravilloso titulado Enterrad las cadenas, en el que
reconstruye aquel movimiento ciudadano contra la esclavitud. En este libro
podemos encontrar unos párrafos que no me resisto a compartir hoy:
ü “Los abolicionistas
británicos se sintieron conmocionados por los datos que llegaron a conocer
sobre la esclavitud y la trata de esclavos. […] Los esclavos y otras gentes
sometidas se habían rebelado a lo largo de la historia, pero la campaña de
Inglaterra fue algo nunca visto: era la primera vez en que un gran número de
personas se sentía indignada por la falta de derechos ajenos, y siguió
sintiéndose así durante muchos años. Pero lo más llamativo del asunto es que se
trataba de los derechos de gente de distinto color y de otro continente”.
ü “Los abolicionistas
triunfaron porque superaron un reto al que se siguen enfrentando en la
actualidad cuantos se preocupan por la justicia social y económica: el reto de
relacionar situaciones próximas y distantes. Hace tiempo que vivimos en un
mundo en el que los objetos cotidianos son la plasmación de un trabajo
realizado en otros rincones de la Tierra. A menudo desconocemos la procedencia
de las cosas que utilizamos o las condiciones laborales de quienes las
produjeron. Los zapatos o la camisa que llevamos, ¿han sido manufacturados en
algún taller de trabajo explotador de Indonesia? […] El siglo XVIII tenía su
propia y floreciente versión de la globalización, en cuyo núcleo se hallaba la
trata de esclavos y sus productos. Sin embargo, en Inglaterra misma no había
caravanas de cautivos encadenados ni capataces con látigo que recorrían
montados a caballo los surcos plantados de caña de azúcar. La primera tarea de
los abolicionistas consistió en hacer comprender a los británicos qué se
escondía tras el azúcar que consumían, el tabaco que fumaban y el café que
bebían”.
ü “A veces parecía,
incluso, que los británicos se organizaban para ir en contra de sus propios
intereses”.
Así
pues, gracias por ser las continuadoras y continuadores de un movimiento social
histórico constituido a partir de tres valores esenciales: la fraternidad
universal, el compromiso sin fronteras y la capacidad de poner el interés
propio en un segundo plano.
Un
movimiento que, en muchos momentos, como ocurre ahora, se ha desarrollado de
manera explícita y ha dado lugar a instituciones de solidaridad. Pero que se ha
expresado de innumerables maneras a lo largo de nuestra historia humana cada
vez que una persona ha sido capaz de actuar éticamente, ampliando el círculo
del reconocimiento y la responsabilidad, confrontándose incluso con las reglas
de su particular tribu.
"Quería
-hace decir Marguerite Yourcenar al emperador Adriano- que el viajero más
humilde pudiera errar de un país, de un continente al otro, sin formalidades
vejatorias, sin peligros, por doquiera seguro de un mínimo de legalidad y de
cultura". Es este un viejo sueño: el sueño de un mundo donde nada humano
nos sea ajeno, en el que ningún ser humano sea privado de sus derechos como
persona y que este reconocimiento incondicional de sus derechos fundamentales
no pueda hacerse depender de su consideración como nacional o como extranjero.
El sueño de una humanitas sin
fronteras éticas. Vuestro sueño.
[2] Conecto
así con mi segunda reflexión de esta tarde: vuestro papel esencial para la construcción
de una ciudadanía global, única esperanza de poder responder positivamente a
los retos que afrontamos.
Asumiendo
el riesgo de simplificar, yo diría que tenemos un reto insoslayable, ya que de
la respuesta que demos al mismo depende nuestra propia supervivencia en el
futuro, pero también la vida de millones de personas en el presente.
Ese
reto es el de dotarnos de una narrativa, que sea, a la vez, 1) lo
suficientemente abierta como para que el máximo de movimientos transformadores
se encuentren cómodos en su seno; 2) lo suficientemente concreta como para orientar,
fortalecer y multiplicar las luchas; y 3) lo suficientemente compartida como
para permitir traducir y relacionar todas esas luchas. Con otras palabras,
necesitamos con urgencia un diagnóstico, un proyecto y un lenguaje compartidos.
Leía
ayer un interesante artículo de la profesora de la Universidad de Dublín Kathleen
Lynch titulado “Los cuidados, el capitalismo y la política”,
en el que sostenía que “desde el punto de vista sociológico, las homines curans (personas que cuidan) son
tan reales como el homo economicus”
entronizado por el capitalismo como paradigma del ser humano.
Una de las cosas que hemos aprendido durante
la pandemia es que la raza humana es sumamente interdependiente. Esta ligazón
alimenta la moralidad: nuestra necesidad de los demás nos permite pensar en los
demás. [...] La pandemia nos ha enseñado que, en tiempos de enfermedad, los
cuidados no son un extra opcional: marcan la diferencia entre la vida y la
muerte. Sin embargo, para que las homines
curans cobren vida política, el concepto debe primero cobrar vida
intelectual. Esto requiere un nuevo discurso sobre el cambio social que se
enmarque “fuera de la casa del amo” del pensamiento predominante, dominado por
los hombres. Hay “valores residuales culturales” de esperanza, que pueden
recuperarse intelectualmente para la política. Uno de los lugares donde se
hayan estos valores residuales culturales es el dominio afectivo del amor, los
cuidados y la solidaridad”.
El
filósofo Cornelius Castoriadis denunciaba en 1998 que el desarrollo del
capitalismo estaba poniendo en riesgo las bases culturales y éticas que
permitían su funcionamiento, bases que el capitalismo no había generado sino
parasitado, pero que al fin y a la postre ofrecían al sistema una fisonomía
societal tras la que actuaba su nervadura económica. ¿Cuál es el modelo general
de identificación que el sistema de mercado propone e impone a los individuos?,
se preguntaba el filósofo: “El del individuo que gana lo más posible y que
disfruta al máximo; algo tan simple y banal como esto”, se respondía él mismo;
ese homo economicus al que se refería
Kathleen Lynch. A partir de lo cual, Castoriadis nos hacía una clara
advertencia:
¿Cómo puede seguir funcionando el sistema en estas
condiciones? Lo hace porque se beneficia todavía de modelos de identificación
producidos anteriormente: […] el juez «íntegro», el burócrata legalista, el
obrero concienzudo, el padre responsable de sus hijos o el maestro que, a
placer, todavía se interesa por su trabajo. Pero nada en este sistema tal como
es justifica los «valores» que estos personajes encarnan, catectizan y
supuestamente persiguen en su actividad. ¿Por qué habría de ser íntegro un
juez? ¿Por qué un maestro habría de sudar con los críos, en vez de dejar pasar
el tiempo en su clase, salvo el día en que haya de visitarle el inspector? ¿Por
qué ha de agotarse un obrero hasta enroscar la tuerca ciento cincuenta,
pudiendo hacer trampas con el control de calidad? Nada, en las significaciones
capitalistas, desde un comienzo, pero sobre todo en lo que hoy se han
convertido, puede dar respuesta a esta pregunta.
“El
capitalismo vive agotando las reservas antropológicas constituidas durante los
milenios precedentes”, sentenciaba Castoriadis en un trabajo posterior.[4] En su lógica
depredadora, el capitalismo solo es capaz de acumular desposeyendo, expoliando,
ya sean bienes comunes (acabamos de saber que el agua, la base de la vida en la
Tierra, comenzó este lunes a cotizar en el mercado de futuros de materias
primas de Wall Street), servicios públicos, salarios, y también formas de vida.
Pero en este ejercicio de acumulación por desposesión, suicida en el largo
plazo y homicida en el corto plazo, el capitalismo consume y esquilma tanto
recursos naturales no renovables como como depósitos de valores y moralidad
imprescindibles para vivir una vida realmente humana.
“Hoy
en día –escribía John Berger- no sólo están desapareciendo y extinguiéndose
especies animales y vegetales, sino prioridades humanas que, una tras otra,
están siendo sistemáticamente rociadas, no de pesticidas, sino de eticidas: agentes que matan la ética y,
por consiguiente, cualquier idea de historia y de justicia. Especialmente
atacadas se ven aquellas de nuestras prioridades que proceden de la necesidad
humana de compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza. Y los
medios informativos de masas nos rocían día y noche con eticidas”.
El
mundo en el que desarrollamos nuestras vidas es un mundo negador de la vida, un
mundo invivible dada la violencia estructural de su organización y el continuo
trastorno que provoca en nuestros sentidos, en nuestros cuerpos y en la
biosfera de la que somos parte. Desde esta realidad es desde donde se alza,
recuperando una hermosa expresión de Herbert Marcuse (1979), la “rebelión del
instinto de vida contra el instinto de muerte socialmente organizado” que
caracteriza a los movimientos sociales de hoy. Recuperar las
condiciones para una vida realmente humana, tal es el desafío; la defensa
innegociable del derecho a la vida: de la vida de todas y todos y de toda la
vida.
Y
en efecto, como dice Kathleen Lynch es en el dominio afectivo del amor, los
cuidados y la solidaridad donde podemos encontrar y reforzar esos valores residuales culturales de esperanza
que nos permitan seguir combatiendo la práctica organizada de una cultura de la muerte que sirve de base a la acumulación de capital, como
denuncia Vandana Shiva.
En
1990 Berenice Fisher y Joan Tronto publicaron una definición de cuidado que merece la pena recordar, ya
que sirve perfectamente para perimetrar ese espacio contracultural de esperanza:
Una actividad de especie que incluye todo
aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro «mundo» de tal
forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros
cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual buscamos para
entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida.
Cada
vez estoy más convencido de que el paradigma del cuidado puede ser esa
narrativa que nos sirva para compartir diagnósticos sobre el estado del mundo,
proyectos para su transformación y lenguaje que nos permita conversar y
entendernos: el cuidado como esperanto que permite traducir, interseccionar,
luchas diversas.
Y
desde ese paradigma el voluntariado que actúa en el marco de las ONG para el
Desarrollo tiene, tenéis, mucho que decir. No sois ajenas al mismo, sino parte
esencial. Al fin y al cabo, vuestro lema podría ser eso tan hermoso que Pablo
Neruda proclamaba en sus Versos del
capitán: “¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos”. Se encuentren
donde se encuentren.