miércoles, 9 de diciembre de 2020

El voluntariado como actor clave para la construcción de ciudadanía. Desafíos para el contexto actual



EL VOLUNTARIADO COMO ACTOR CLAVE PARA LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA. DESAFÍOS PARA EL CONTEXTO ACTUAL

Imanol Zubero

Webinar: "El voluntariado, un actor clave en la construcción de una ciudadanía global”

Coordinadora de ONG para el Desarrollo

9/12/2020

 

En estos 15 minutos de tiempo que comparto con vosotras y vosotros solo voy a hacer dos cosas. La primera es agradecer vuestra mera existencia y, más aún, vuestra persistencia. La segunda, apoyar y justificar la idea de que sois un actor clave para construir una ciudadanía global comprometida y activa que afronte con responsabilidad los desafíos a los que se enfrenta la Humanidad. Ambas cosas están directamente relacionadas.

 

[1] Empiezo por el principio: agradecer vuestra continuidad en el tiempo. Sois herederas y continuadoras de una de las más brillantes trayectorias de la Humanidad.

La cronología oficial de la cooperación internacional remonta su historia a fechas tan recientes como la segunda posguerra mundial o, como mucho, a la traumática experiencia del suizo Henry Dunant como espectador de la batalla de Solferino, en 1859, cuando, conmovido por los miles de personas heridas abandonados a su suerte, se dedicó a socorrerlas ayudado por gente de los pueblos cercanos, sin diferenciar el bando en el que habían combatido, impulsadas e impulsados por el lema Tutti fratelli (Todos hermanos), que las mujeres de la cercana ciudad de Castiglione dello Stiviere repetían como un mantra mientras atendían a los soldados heridos.

También podríamos remontarnos un poco más en el tiempo, hasta aquel 22 de mayo de 1787 en que doce hombres se reunieron en una imprenta de Londres para dar comienzo al movimiento abolicionista. Algo tendría que ver esta reunión con el clima intelectual y moral de una época en la que, tres años antes, en 1784, Immanuel Kant publicó sus famosos ensayos ¿Qué es la Ilustración? e Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, en la que defiende “la instauración de una sociedad civil que administre universalmente el derecho”.

El escritor Adam Hochschild firma un libro maravilloso titulado Enterrad las cadenas, en el que reconstruye aquel movimiento ciudadano contra la esclavitud. En este libro podemos encontrar unos párrafos que no me resisto a compartir hoy:

ü  “Los abolicionistas británicos se sintieron conmocionados por los datos que llegaron a conocer sobre la esclavitud y la trata de esclavos. […] Los esclavos y otras gentes sometidas se habían rebelado a lo largo de la historia, pero la campaña de Inglaterra fue algo nunca visto: era la primera vez en que un gran número de personas se sentía indignada por la falta de derechos ajenos, y siguió sintiéndose así durante muchos años. Pero lo más llamativo del asunto es que se trataba de los derechos de gente de distinto color y de otro continente”.

ü  “Los abolicionistas triunfaron porque superaron un reto al que se siguen enfrentando en la actualidad cuantos se preocupan por la justicia social y económica: el reto de relacionar situaciones próximas y distantes. Hace tiempo que vivimos en un mundo en el que los objetos cotidianos son la plasmación de un trabajo realizado en otros rincones de la Tierra. A menudo desconocemos la procedencia de las cosas que utilizamos o las condiciones laborales de quienes las produjeron. Los zapatos o la camisa que llevamos, ¿han sido manufacturados en algún taller de trabajo explotador de Indonesia? […] El siglo XVIII tenía su propia y floreciente versión de la globalización, en cuyo núcleo se hallaba la trata de esclavos y sus productos. Sin embargo, en Inglaterra misma no había caravanas de cautivos encadenados ni capataces con látigo que recorrían montados a caballo los surcos plantados de caña de azúcar. La primera tarea de los abolicionistas consistió en hacer comprender a los británicos qué se escondía tras el azúcar que consumían, el tabaco que fumaban y el café que bebían”.

ü  “A veces parecía, incluso, que los británicos se organizaban para ir en contra de sus propios intereses”.[1]

Así pues, gracias por ser las continuadoras y continuadores de un movimiento social histórico constituido a partir de tres valores esenciales: la fraternidad universal, el compromiso sin fronteras y la capacidad de poner el interés propio en un segundo plano.

Un movimiento que, en muchos momentos, como ocurre ahora, se ha desarrollado de manera explícita y ha dado lugar a instituciones de solidaridad. Pero que se ha expresado de innumerables maneras a lo largo de nuestra historia humana cada vez que una persona ha sido capaz de actuar éticamente, ampliando el círculo del reconocimiento y la responsabilidad, confrontándose incluso con las reglas de su particular tribu.

"Quería -hace decir Marguerite Yourcenar al emperador Adriano- que el viajero más humilde pudiera errar de un país, de un continente al otro, sin formalidades vejatorias, sin peligros, por doquiera seguro de un mínimo de legalidad y de cultura". Es este un viejo sueño: el sueño de un mundo donde nada humano nos sea ajeno, en el que ningún ser humano sea privado de sus derechos como persona y que este reconocimiento incondicional de sus derechos fundamentales no pueda hacerse depender de su consideración como nacional o como extranjero. El sueño de una humanitas sin fronteras éticas. Vuestro sueño.

 

[2] Conecto así con mi segunda reflexión de esta tarde: vuestro papel esencial para la construcción de una ciudadanía global, única esperanza de poder responder positivamente a los retos que afrontamos.

Asumiendo el riesgo de simplificar, yo diría que tenemos un reto insoslayable, ya que de la respuesta que demos al mismo depende nuestra propia supervivencia en el futuro, pero también la vida de millones de personas en el presente.

Ese reto es el de dotarnos de una narrativa, que sea, a la vez, 1) lo suficientemente abierta como para que el máximo de movimientos transformadores se encuentren cómodos en su seno; 2) lo suficientemente concreta como para orientar, fortalecer y multiplicar las luchas; y 3) lo suficientemente compartida como para permitir traducir y relacionar todas esas luchas. Con otras palabras, necesitamos con urgencia un diagnóstico, un proyecto y un lenguaje compartidos.

Leía ayer un interesante artículo de la profesora de la Universidad de Dublín Kathleen Lynch titulado “Los cuidados, el capitalismo y la política”,[2] en el que sostenía que “desde el punto de vista sociológico, las homines curans (personas que cuidan) son tan reales como el homo economicus” entronizado por el capitalismo como paradigma del ser humano.

Una de las cosas que hemos aprendido durante la pandemia es que la raza humana es sumamente interdependiente. Esta ligazón alimenta la moralidad: nuestra necesidad de los demás nos permite pensar en los demás. [...] La pandemia nos ha enseñado que, en tiempos de enfermedad, los cuidados no son un extra opcional: marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, para que las homines curans cobren vida política, el concepto debe primero cobrar vida intelectual. Esto requiere un nuevo discurso sobre el cambio social que se enmarque “fuera de la casa del amo” del pensamiento predominante, dominado por los hombres. Hay “valores residuales culturales” de esperanza, que pueden recuperarse intelectualmente para la política. Uno de los lugares donde se hayan estos valores residuales culturales es el dominio afectivo del amor, los cuidados y la solidaridad”.

El filósofo Cornelius Castoriadis denunciaba en 1998 que el desarrollo del capitalismo estaba poniendo en riesgo las bases culturales y éticas que permitían su funcionamiento, bases que el capitalismo no había generado sino parasitado, pero que al fin y a la postre ofrecían al sistema una fisonomía societal tras la que actuaba su nervadura económica. ¿Cuál es el modelo general de identificación que el sistema de mercado propone e impone a los individuos?, se preguntaba el filósofo: “El del individuo que gana lo más posible y que disfruta al máximo; algo tan simple y banal como esto”, se respondía él mismo; ese homo economicus al que se refería Kathleen Lynch. A partir de lo cual, Castoriadis nos hacía una clara advertencia:

¿Cómo puede seguir funcionando el sistema en estas condiciones? Lo hace porque se beneficia todavía de modelos de identificación producidos anteriormente: […] el juez «íntegro», el burócrata legalista, el obrero concienzudo, el padre responsable de sus hijos o el maestro que, a placer, todavía se interesa por su trabajo. Pero nada en este sistema tal como es justifica los «valores» que estos personajes encarnan, catectizan y supuestamente persiguen en su actividad. ¿Por qué habría de ser íntegro un juez? ¿Por qué un maestro habría de sudar con los críos, en vez de dejar pasar el tiempo en su clase, salvo el día en que haya de visitarle el inspector? ¿Por qué ha de agotarse un obrero hasta enroscar la tuerca ciento cincuenta, pudiendo hacer trampas con el control de calidad? Nada, en las significaciones capitalistas, desde un comienzo, pero sobre todo en lo que hoy se han convertido, puede dar respuesta a esta pregunta.[3]

“El capitalismo vive agotando las reservas antropológicas constituidas durante los milenios precedentes”, sentenciaba Castoriadis en un trabajo posterior.[4] En su lógica depredadora, el capitalismo solo es capaz de acumular desposeyendo, expoliando, ya sean bienes comunes (acabamos de saber que el agua, la base de la vida en la Tierra, comenzó este lunes a cotizar en el mercado de futuros de materias primas de Wall Street), servicios públicos, salarios, y también formas de vida. Pero en este ejercicio de acumulación por desposesión, suicida en el largo plazo y homicida en el corto plazo, el capitalismo consume y esquilma tanto recursos naturales no renovables como como depósitos de valores y moralidad imprescindibles para vivir una vida realmente humana.  

“Hoy en día –escribía John Berger- no sólo están desapareciendo y extinguiéndose especies animales y vegetales, sino prioridades humanas que, una tras otra, están siendo sistemáticamente rociadas, no de pesticidas, sino de eticidas: agentes que matan la ética y, por consiguiente, cualquier idea de historia y de justicia. Especialmente atacadas se ven aquellas de nuestras prioridades que proceden de la necesidad humana de compartir, legar, consolar, condolerse y tener esperanza. Y los medios informativos de masas nos rocían día y noche con eticidas”.[5]

El mundo en el que desarrollamos nuestras vidas es un mundo negador de la vida, un mundo invivible dada la violencia estructural de su organización y el continuo trastorno que provoca en nuestros sentidos, en nuestros cuerpos y en la biosfera de la que somos parte. Desde esta realidad es desde donde se alza, recuperando una hermosa expresión de Herbert Marcuse (1979), la “rebelión del instinto de vida contra el instinto de muerte socialmente organizado” que caracteriza a los movimientos sociales de hoy.[6] Recuperar las condiciones para una vida realmente humana, tal es el desafío; la defensa innegociable del derecho a la vida: de la vida de todas y todos y de toda la vida.

Y en efecto, como dice Kathleen Lynch es en el dominio afectivo del amor, los cuidados y la solidaridad donde podemos encontrar y reforzar esos valores residuales culturales de esperanza que nos permitan seguir combatiendo la práctica organizada de una cultura de la muerte que sirve de base a la acumulación de capital, como denuncia Vandana Shiva.[7]

En 1990 Berenice Fisher y Joan Tronto publicaron una definición de cuidado que merece la pena recordar, ya que sirve perfectamente para perimetrar ese espacio contracultural de esperanza:

Una actividad de especie que incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro «mundo» de tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual buscamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida.[8]

Cada vez estoy más convencido de que el paradigma del cuidado puede ser esa narrativa que nos sirva para compartir diagnósticos sobre el estado del mundo, proyectos para su transformación y lenguaje que nos permita conversar y entendernos: el cuidado como esperanto que permite traducir, interseccionar, luchas diversas.[9]

Y desde ese paradigma el voluntariado que actúa en el marco de las ONG para el Desarrollo tiene, tenéis, mucho que decir. No sois ajenas al mismo, sino parte esencial. Al fin y al cabo, vuestro lema podría ser eso tan hermoso que Pablo Neruda proclamaba en sus Versos del capitán: “¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos”. Se encuentren donde se encuentren.



[1] Adam Hochschild, Enterrad las cadenas, Península, Barcelona 2006.

[2] Kathleen Lynch, “Los cuidados, el capitalismo y la política”, CTXT  4/12/2020. https://ctxt.es/es/20201201/Firmas/34262/#.X89DF85bWGY.twitter

[3] Cornelius Castoriadis, El ascenso de la insignificancia, Cátedra, Madrid 1998, pp. 130-132

[4] Cornelius Castoriadis, Una sociedad a la deriva. Entrevistas y debates (1974-1997), Katz, Buenos Aires 2006, p. 116.

[5] John Berger, "El coro que llevamos en la cabeza", El País 26/08/2006. https://elpais.com/diario/2006/08/26/babelia/1156549152_850215.html

[6] Herbert Marcuse, “La angustia de Prometeo”, El Viejo Topo, n.º 37, 1979.

[7] Vandana Shiva, “La mirada ecofeminista. Tres textos”, Sin permiso 29/08/2005.  https://www.sinpermiso.info/textos/la-mirada-ecofeminista-tres-textos

[8] Joan Tronto, “Cuando la ciudadanía se cuida: una paradoja neoliberal del bienestar y la desigualdad”, Congreso Internacional Sare 2004: ¿Hacia qué modelo de ciudadanía?, Emakunde, Vitoria-Gasteiz 2005, pp. 231-253.  https://www.emakunde.euskadi.eus/contenidos/informacion/publicaciones_jornadas/es_emakunde/adjuntos/sare2004_es.pdf

[9] Marta Pascual y Yayo Herrero, “Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir el futuro”, CIP-Ecosocial – Boletín ECOS nº 10, enero-marzo 2010. https://www.fuhem.es/media/ecosocial/file/Boletin%20ECOS/ECOS%20CDV/Boletin_10/ecofeminismo_construir_futuro.pdf


No hay comentarios: