No. No se refieren al ataque que los mercados llevan ejecutando contra los gobiernos y las sociedades desde hace tres décadas, ataques que en los últimos tiempos se han convertido en guerra sin cuartel, toque a degüello mediante, contra todo lo que signifique redistribución social o solidaridad pública. Tampoco se refieren al prolongado secuestro por esos mismos mercados de todas las herramientas democráticas para la organización colectiva de la vida social, secuestro que no termina por más que se pague rescate una y otra vez.
"La tutela de los mercados, el endurecimiento de la coerción que se impone a los gobiernos nacionales, la reducción de sus pretensiones redistributivas, son otros tantos elementos que vienen a modificar el sistema equitativo de nuestras sociedades, por un retorno a los principios teóricos y por una desaparición progresiva del terreno democrático. La globalización no sólo incrementa en el sistema equitativo la parte correspondiente al mercado y reduce la de la democracia, sino que lo hace en nombre de la eficacia del mercado, de un orden superior al de la democracia. Eso es lo que se ha dado en llamar impotencia de la política. El cambio del sistema equitativo no procede, en efecto, de una decisión política -en cuyo caso correspondería al deseo de los pueblos-, sino de la coerción exógena que se impone a la democracia. La legitimación de esa coerción sería la eficacia -muy discutible, como ya he mostrado-, pero entonces eso contribuiría a invertir la jerarquía normal de los valores: primero, la eficacia; y después, a título testimonial, la democracia.
Este sentimiento de tener que ratificar una decisión que no han querido, que no les conviene, es lo que ha provocado tanta acritud contra la globalización".
No se refieren a esto. ¿Por qué no han sonado antes estas alarmas? Cuando las agencias de calificación descalifican, cuando los secuestradores exigen rescate, cuando los capitales actuan contra la polis, cuando los mercados compran democracias a la baja...
"La 'gran conspiración de la derecha' no es una metáfora producto de una mente calenturienta, sino la realidad pura y dura, y funciona de un modo muy semejante al de cualquier grupo de presión con intereses específicos. [...] ¿Llegarán los intereses económicos de los medios de comunicación a socavar el tratamiento objetivo de las informaciones?".
[Paul Krugman, El gran engaño, Crítica, Barcelona 2004, pp. 241 y 251]
Y ahora dejamos un tiempo antes de continuar con este comentario. Para que no parezca que establecemos odiosas comparaciones. La condena de esa violencia, que inmediatamente evoca imágenes igualmente condenables de la constitución del consistorio en Elorrio -esa anormal normalidad vasca de la que ninguna normalización nos va a salvar-, debe hacerse sin ninguna otra consideración.
Y ahora, pasemos a otra cosa distinta, aunque sea una faceta más de la misma realidad poliédrica que desde hace un mes conforma la sociopolítica española.
El Parlament era antesdeayer el palacio de Versalles asediado por los sans-culottes.
Tampoco es normal seguir haciendo política institucional como si nada ocurriera en la calle (en las calles) desde hace un mes (desde hace años).
¿No estamos cayendo en el mariantonietismo de ofrecer retóricamente comer brioches -Qu’ils mangent de la brioche- a quienes protestan indignados por la falta de pan?
"La revuelta contra las desigualdades realmente existentes se alimenta así de estas tres fuentes: del desacoplamiento entre rendimiento y ganancia, de la contradicción entre legalidad y legitimidad, así como de las expectativas mundiales de igualdad. ¿Es ésta una situación (pre)revolucionaria? Absolutamente. Carece, sin embargo, de sujeto revolucionario, por lo menos hasta ahora. Porque las protestas proceden de los lugares más distintos. La izquierda radical acusa a los directivos de los bancos y al capitalismo. La derecha radical acusa una vez más a los inmigrantes. Ambas partes se corroboran mutuamente en que el sistema capitalista imperante ha perdido su legitimidad. En cierto sentido, son los Estados nación los que se han deslizado involuntariamente hacia el rol de sujeto revolucionario. Ahora, de repente, éstos ponen en práctica un socialismo de Estado sólo para ricos: apoyan a la gran banca con cantidades inconcebibles de millones, que desaparecen como si fueran absorbidas por un agujero negro. Al mismo tiempo, aumentan la presión sobre los pobres. Semejante estrategia es como querer apagar el fuego con fuego".
Real o realista, el caso es que la democracia, más y mejor democracia, es la única solución. Es decir, más y mejor política. En la calle y en los parlamentos. De ida y vuelta.
Lo que no puede ser es que la una y la otra, la callejera real y la parlamentaria realista, sólo se encuentren para encontronarse.