jueves, 16 de junio de 2011

Real o realista: ¡más y mejor democracia!

"Asediados", "Ataque a la democracia", "Democracia secuestrada"...
No. No se refieren al ataque que los mercados llevan ejecutando contra los gobiernos y las sociedades desde hace tres décadas, ataques que en los últimos tiempos se han convertido en guerra sin cuartel, toque a degüello mediante, contra todo lo que signifique redistribución social o solidaridad pública. Tampoco se refieren al prolongado secuestro por esos mismos mercados de todas las herramientas democráticas para la organización colectiva de la vida social, secuestro que no termina por más que se pague rescate una y otra vez.

"La tutela de los mercados, el endurecimiento de la coerción que se impone a los gobiernos nacionales, la reducción de sus pretensiones redistributivas, son otros tantos elementos que vienen a modificar el sistema equitativo de nuestras sociedades, por un retorno a los principios teóricos y por una desaparición progresiva del terreno democrático. La globalización no sólo incrementa en el sistema equitativo la parte correspondiente al mercado y reduce la de la democracia, sino que lo hace en nombre de la eficacia del mercado, de un orden superior al de la democracia. Eso es lo que se ha dado en llamar impotencia de la política. El cambio del sistema equitativo no procede, en efecto, de una decisión política -en cuyo caso correspondería al deseo de los pueblos-, sino de la coerción exógena que se impone a la democracia. La legitimación de esa coerción sería la eficacia -muy discutible, como ya he mostrado-, pero entonces eso contribuiría a invertir la jerarquía normal de los valores: primero, la eficacia; y después, a título testimonial, la democracia.
Este sentimiento de tener que ratificar una decisión que no han querido, que no les conviene, es lo que ha provocado tanta acritud contra la globalización".

[Jean-Paul Fitoussi, La democracia y el mercado, Paidós, Barcelona 2004, pp. 91-92; las cursivas son mías]

No se refieren a esto. ¿Por qué no han sonado antes estas alarmas? Cuando las agencias de calificación descalifican, cuando los secuestradores exigen rescate, cuando los capitales actuan contra la polis, cuando los mercados compran democracias a la baja...

"La 'gran conspiración de la derecha' no es una metáfora producto de una mente calenturienta, sino la realidad pura y dura, y funciona de un modo muy semejante al de cualquier grupo de presión con intereses específicos. [...] ¿Llegarán los intereses económicos de los medios de comunicación a socavar el tratamiento objetivo de las informaciones?".


[Paul Krugman, El gran engaño, Crítica, Barcelona 2004, pp. 241 y 251]




















Por supuesto: la violencia ejercida contra el Parlament es injustificable. O mejor no darlo por supuesto, y afirmarlo tantas veces como sea necesario, y una más.
Cuando no se sosiega, la apoteosis participativa encierra, entre tantos valores democráticos (que son mayoría) un riesgo de camisapardización. Tanto en la esfera física como en la blogosfera: imposible plantear un debate razonable, sin que el anonimato mate la discusión.

Y ahora dejamos un tiempo antes de continuar con este comentario. Para que no parezca que establecemos odiosas comparaciones. La condena de esa violencia, que inmediatamente evoca imágenes igualmente condenables de la constitución del consistorio en Elorrio -esa anormal normalidad vasca de la que ninguna normalización nos va a salvar-, debe hacerse sin ninguna otra consideración.

Y ahora, pasemos a otra cosa distinta, aunque sea una faceta más de la misma realidad poliédrica que desde hace un mes conforma la sociopolítica española.

El Parlament era antesdeayer el palacio de Versalles asediado por los sans-culottes.
Tampoco es normal seguir haciendo política institucional como si nada ocurriera en la calle (en las calles) desde hace un mes (desde hace años).
¿No estamos cayendo en el mariantonietismo de ofrecer retóricamente comer brioches -Qu’ils mangent de la brioche- a quienes protestan indignados por la falta de pan?

"La revuelta contra las desigualdades realmente existentes se alimenta así de estas tres fuentes: del desacoplamiento entre rendimiento y ganancia, de la contradicción entre legalidad y legitimidad, así como de las expectativas mundiales de igualdad. ¿Es ésta una situación (pre)revolucionaria? Absolutamente. Carece, sin embargo, de sujeto revolucionario, por lo menos hasta ahora. Porque las protestas proceden de los lugares más distintos. La izquierda radical acusa a los directivos de los bancos y al capitalismo. La derecha radical acusa una vez más a los inmigrantes. Ambas partes se corroboran mutuamente en que el sistema capitalista imperante ha perdido su legitimidad. En cierto sentido, son los Estados nación los que se han deslizado involuntariamente hacia el rol de sujeto revolucionario. Ahora, de repente, éstos ponen en práctica un socialismo de Estado sólo para ricos: apoyan a la gran banca con cantidades inconcebibles de millones, que desaparecen como si fueran absorbidas por un agujero negro. Al mismo tiempo, aumentan la presión sobre los pobres. Semejante estrategia es como querer apagar el fuego con fuego".

[Ulrich Beck, "La revuelta de la desigualdad", El País 04/05/2009]

Real o realista, el caso es que la democracia, más y mejor democracia, es la única solución. Es decir, más y mejor política. En la calle y en los parlamentos. De ida y vuelta.
Lo que no puede ser es que la una y la otra, la callejera real y la parlamentaria realista, sólo se encuentren para encontronarse.

lunes, 13 de junio de 2011

Corleone en Alicante

P. Y lo de escarbar en el pasado del socialista Ángel Luna para denunciarle...
R. Puede parecer poco ético, pero lo es bastante menos de lo que él le estaba haciendo al presidente de la Generalitat. Y Ángel Luna sabe que, de lo que sabemos, solamente ha salido una tercera parte. Lo sabe perfectamente. Si hubiera estado tranquilo, si no hubiera intentado hacer daño, posiblemente nadie se habría movido.


Sonia Castedo, alcaldesa de Alicante

De lo que sabemos, solamente ha salido una tercera parte... Si hubiera estado tranquilo nadie se hubiera movido...

domingo, 12 de junio de 2011

Semprún, hace veinte años

Estos días he vuelto a releer Federico Sánchez se despide de ustedes (Tusquets, 1993), libro en el que Jorge Semprún reflexiona sobre su paso por la política institucional entre 1988 y 1991, como ministro de Cultura con Felipe González.
Semprún accede al ministerio en un momento de "creciente tensión en la sociedad española. Mejor dicho: entre esta última y el PSOE", en una coyuntura política particularmente delicada (recordemos la huelga general del 14D). Retrospectivamente, Semprún hace un juicio extremadamente duro de la situación interna del PSOE en aquellos momentos, sumido en derivas que no hacía sino alejarle cada vez más de la sociedad... ¡a pesar de haber ganado las elecciones casi por mayoría absoluta! Tan duro es su juicio que llega a lamentar, desde la perspectiva de la renovación interna, ese triunfo electoral:

El PSOE, en todo caso, mientras caía el Muro de Berlín, había vuelto a ganar en 1989 las elecciones generales. Tras recuentos e impugnaciones diversos, sólo le faltó un escaño para una tercera mayoría absoluta. Podía seguir gobernando sin problemas, al menos desde un punto de vista aritmético. Desgraciadamente, en mi opinión: mejor hubiera sido tener que plantearse ya desde entonces una estrategia de pactos, romper con la mitología y la práctica de un hegemonismo cada vez más despolitizado, más burocrático. O sea, más alejado de la sociedad. Ya que la reforma o renovación [...] no podía surgir dentro del propio PSOE, cerrado a cal y canto por el aparato, sólo la pérdida de la mayoría absoluta hubiera forzado una reflexión, un cambio de estrategia. En el otoño de 1990, en cualquier caso, y a pesar de la apretada victoria electoral del año anterior, seguía desarrollándose la crisis de la hegemonía.

El detonante de la salida de Semprún de aquel Gobierno fue una larga entrevista para El País, publicada el 29 de julio de 1990 con el título: "Este gobierno discute poco de política".
Apoyado por Félix Pons, por aquel entonces presidente del Congreso de los Diputados, y por Fernando Morán, ex ministro de Asuntos Exteriores y eurodiputado; criticado por el denominado "sector guerrista" o por el secretario general del SOMA-UGT y miembro de la ejecutiva del PSOE, José Ángel Fernández Villa, quien acusó a Semprún de que, aprovechando la "generosidad del partido" y sin estar afiliado, había opinado sobre la vida interna del mismo

No afirmo que Jorge Semprún tuviera razón en lo que decía. Sólo digo que lo decía. Hace veinte años.




Pimpinela escarlata del franquismo,
limón que no estrujó la policía,
lo tildaron de agente de la CIA
cuando descarriló su carrillismo.

Montmatre, Dolores, Buchenwald, abismo
del Kremlin en obscena epifanía,
tan Federico Sánchez que sufría
por intentar ser otro siendo el mismo.

Un mal día, por ignorar la gloria
de Di Stéfano, al borde del talego,
lo puso el crucigrama del destino.

La liga que jugaba a sangre y fuego
se ganaba en la cancha de otra historia
más innoble que el gol de Marcelino.

En la semana negra del buenismo,
burla burlando el don de la utopía,
lo conocí en Gijón con Luis García
Montero, qué cartel para el turismo.

Con devoción ayuna de cainismo
blasfemaba contra la idolatría,
le embestían los toros y sabía
torear, sin hacer dontancredismo.

Cómplice de Montand y de Pradera,
de Costa-Gavras, de la primavera
que enfangaba el villano de Verdún.

El siglo veinte cabe en su estatura,
nunca habrá otro ministro de cultura
más culto y sin cartera que Semprún.