sábado, 3 de julio de 2021

Lecturas de la violencia vasca: algunas reflexiones abusando de una metáfora

 Lecturas de la violencia vasca:

algunas reflexiones abusando de una metáfora

Imanol Zubero

 

 “Violencia política, nacionalización y Estado: teoría social e historia”

XXVII Simposio del Instituto Universitario de Historia Social Valentín de Foronda

Curso de Verano de la UPV/EHU

Vitoria-Gasteiz, 1-2 julio 2021

https://www.uik.eus/es/violencia-politica-nacionalizacion-y-estado-teoria-social-e-historia

 

 

“La violencia nos ha robado la energía para decir que lo que no es justo no es justo. La sociedad vasca, sin embargo, no ha aceptado que el mal es de naturaleza moral, porque tiene miedo a mirarse en el espejo y decir: estoy enferma. No hemos aprendido a poner la política bajo la lámpara de la moral por eso, nuestro conflicto actual es moral, no político” (Anjel Lertxundi en Hasier Etxeberria, Cinco escritores vascos, Alberdania, 2002).

 

[1] Si, como escribe Franco Ferrarotti, “leer quiere decir salir de sí solo para volver; volver enriquecido, sacudido, tal vez arrancado para siempre al torpor inmóvil y estancado, despierto del sonambulismo de lo cotidiano”[1], cabe dudar de que haya existido, siquiera, algo parecido a una lectura de la violencia vasca. Al menos desde luego, no una lectura compartida, mayoritaria, generalizada.

Si leer es salir del ensimismamiento cotidiano, si leer es provocar un pensamiento atento que nos despierte del sonambulismo, cabría proponer, como hipótesis, que en Euskadi hemos padecido una suerte de analfabetismo funcional colectivo en referencia a la violencia ejercida por ETA. El mismo que ha padecido, por cierto, el conjunto de la sociedad española.

 

[2] Padecido o disfrutado… Porque el sonambulismo (me limito a continuar con la metáfora de Ferrarotti, soy consciente de los problemas que acarrea a muchas personas este trastorno del sueño) tiene algo de bendición. Es lo que nos ha permitido a la inmensa mayoría de la sociedad pasear o ir de compras por las calles de una ciudad donde unas ciudadanas y ciudadanos se concentraban en silencio reclamando “la paz” sin dedicarles más que una breve mirada. Reivindicar la paz, aquí… ¿a quién se le ocurre?

 

https://www.deia.eus/actualidad/politica/2017/04/16/genuinos-artesanos-paz/569435.html

 

[3] También nos ha permitido transitar durante años por los lugares “allí donde ETA asesinó” -como recuerda el valioso pero demasiado poco valorado proyecto memorialístico de Willy Uribe[2]- sin recordar lo que ocurrió, haciendo del sonambulismo condición necesaria para la práctica del funambulismo. La mayoría de la sociedad vasca y española hemos caminando sobre el alambre de la indiferencia moral, evitando el vértigo que produce mirar a las víctimas de la violencia y el terrorismo.

Por cierto, como ocurre con el sonambulismo, tampoco cabe abusar de la metáfora en el caso del funambulismo.

Resulta que el 16 de septiembre de 1991 ETA asesinó en Mutxamel (Alicante) a Francisco Cebrián, propietario de la grúa municipal, y a los policías locales José Luis Jiménez Vargas y Víctor Puerta, al estallar un coche bomba que trasladaban a un depósito de vehículos y con el que ETA había querido atentar contra el cuartel de la Guardia Civil. Para hacer memoria del hecho, en 2017 el Ayuntamiento de la localidad convocó un concurso de murales urbanos, resultando premiado el titulado “La paz funambulista”, inspirado en Banksy, con el mensaje de que “la paz hace equilibrios y todos tenemos que hacer que no caiga”[3].

 

https://www.informacion.es/alacanti/2017/01/05/pintura-paz-mercado-mutxamel-6005731.html

 

Valoro la intención de las y los promotores del homenaje. Pero mi experiencia y mi reflexión me advierten de que en contextos de violencia el compromiso con la paz exige pasar de las musas al teatro, bajar a tierra, pisar suelo y, por ello, arriesgarse a tropezar, a caer, a darse de bruces con la realidad. Nuestro equilibrismo ha tenido como objetivo no la paz, sino la tranquilidad

Así que mantengo mi primera impresión: la sociedad vasca, como cuerpo colectivo, ha sido sonámbula y funámbula.

 

[4] Hablando de lecturas, la literatura universal ha recurrido muchas veces a la figura del sonambulismo. Está, por supuesto, el conocidísimo poema de Federico García Lorca titulado “Romance del sonámbulo”, aunque es probable que todas lo conozcamos por su primer verso: “Verde que te quiero verde”. Pero, más que sonámbulo, humildemente creo que debería titularse “Romance noctámbulo”. Su contenido no encaja en la reflexión que propongo.

Sí lo hace la denominada Trilogía de los sonámbulos, de Hermann Broch (conformada por las novelas Pasenow o el romanticismo, Esch o la anarquía y Huguenau o el realismo), un recorrido por treinta años de la historia de Europa, desde 1888 hasta 1918, los años en los que Alemania fue gobernada por el káiser Guillermo II; la misma época analizada por el historiador Christopher Clark en su obra Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914.[4]

Leemos en Pasenow: “Mientras ruedan los trenes y trabajan las máquinas, dos personas se enfrentan y se disparan”. Sonambulismo de lo cotidiano. Mientras los trenes rodaban, las máquinas trabajaban, los comercios anunciaban rebajas, los restaurantes se llenaban, en las aulas se enseñaba… una persona asesinaba a otra.

 

[5] Cierto es que no hay sonambulismo más difícil de combatir que el “sonambulismo de lo cotidiano”. Es mucho más fácil reaccionar ante acontecimientos extraordinarios que ante hechos repetidos, ordinarios. También cuando hablamos de violencia. Por cada acontecimiento relacionado con la violencia vasca que podemos recordar hay decenas de hechos que han pasado desapercibidos. Por cada asesinato que recordamos hay muchos que hemos olvidado.

El politólogo Norbert Lechner escribe: “[..] el poder se instala y se desarrolla de manera subcutánea. Trabaja sobre el comportamiento cotidiano (en caso extremo sobre el cuerpo). La fuerza normativa de lo fáctico radica en eso: un ordenamiento de la realidad sin interpelación de la conciencia”[5].

La violencia repetida, rutinizada, tiene el efecto de convertirse en un hecho fáctico ante el que nos adaptamos. ¡Qué remedio!

 

https://www.msn.com/es-mx/noticias/photos/siria-la-vida-cotidiana-en-un-pa%c3%ads-azotado-por-la-guerra/ss-BBDTUPS?li=AAggxAT&ocid=UP97DHP#image=9

 

[6] Es cierto: hay una diferencia importante. Cuando las víctimas continúan con la cotidianidad es un acto que podemos calificar hasta como de resistencia: no vas a conseguir que me vaya de aquí, no me vas a callar, no me voy a ocultar… Seguir haciendo “vida normal” tras la amenaza ha sido el objetivo de muchas víctimas de ETA. Para muchas de ellas, esta ha sido, precisamente, la causa última de su muerte. Fue el caso del concejal socialista de Orio Juan Priede, asesinado mientras tomaba café en la barra de un bar próximo a su casa. “El concejal había bajado al bar sin esperar a los dos escoltas que tenía asignado desde que la Ertzaintza tuvo constancia de que era un objetivo inminente del comando Buruntza, el grupo más sanguinario del llamado complejo Donosti, cuando lo desarticuló en agosto pasado”[6].

Pero, ¿qué decir de la normalidad con la que el conjunto de la sociedad vuelve a la cotidianidad pocas horas después de un asesinato, o cuando ni siquiera se ve afectada?

Cuando el 11 de febrero de 1997 ETA asesinó a Patxi Arratibel en plenos carnavales de Tolosa, José Luis Barbería y Aurora Intxausti narraban así la reacción de la sociedad tolosarra:

Al conocer la noticia del asesinato, las compañías festeras enmudecieron inicialmente, pero luego decidieron seguir, pese a que la corporación municipal llegó a proponerles la suspensión de los carnavales, algo sin precedentes en la historia de la ciudad. Tolosa tiene a gala no haber interrumpido estas fiestas ni siquiera durante los años de la prohibición franquista, una etapa en que la ciudad se inventó las Fiestas de Primavera para continuar celebrando los festejos. "Estos cobardes de ETA quieren cargarse nuestro carnaval, pero no van a conseguir lo que tampoco logró el franquismo", explicó un veterano representante de las compañías.

En protesta por el atentado, sin dejar de tocar varias compañías se concentraron a mediodía de ayer ante la sede de Herri Batasuna. Por la tarde, la práctica totalidad de ellas homenajeó a la víctima en el lugar del atentado y a continuación con un acto en la plaza de toros en el que guardaron un minuto de silencio. Concluido el homenaje, el grupo de Patxi Arratibel abandonó definitivamente la fiesta.[7]

¿Es esta una reacción resiliente (que la vida siga su curso, que no nos quiten la alegría de vivir) o es un ejemplo de esa fuerza normativa de lo fáctico que ordena la realidad sin interpelación de la conciencia?

 

[7] La UNESCO considera analfabeto funcional a la “persona que no puede emprender aquellas actividades en que la alfabetización es necesaria para la actuación eficaz en su grupo o comunidad y que le permitan, asimismo, seguir valiéndose de la lectura, la escritura y la aritmética al servicio de su propio desarrollo y del desarrollo de la comunidad”.[8]

En general no hemos sabido leer la violencia vasca de manera que ayudara a construir la comunidad (me da lo mismo hablar de sociedad) vasca necesaria y posible. En este sentido, hemos sido una sociedad funcionalmente analfabeta. No hemos sabido, querido o podido valernos de la lectura de la realidad de la violencia para ponerla al servicio del desarrollo de nuestra comunidad.

Hemos confundido los géneros literarios. Hemos hecho lecturas exclusivamente políticas de una obra esencialmente moral.

En junio de 1998 escribí:

En menos de un año han sido asesinados seis concejales. Calificar sus muertes de asesinatos políticos produce el efecto de desviar nuestra atención del asesinato a la política, del sustantivo al adjetivo, de lo sustancial a lo accidental. Bueno, podemos pensar, hay muertos por medio, es verdad, pero en realidad se trata de política. Si los asesinados hubiesen sido seis libreros, seis prostitutas, seis fruteros, seis profesoras, seis sacerdotes, seis torneros, hablaríamos de asesinatos en serie. Si hubiesen sido seis magrebíes hablaríamos de crímenes racistas. Si seis vecinos de un pequeño núcleo rural hablaríamos de la horrorosa acción de un desequilibrado[9]. 

La consecuencia de esta lectura exclusivamente política es que hemos hecho lecturas de parte: no solo parciales sino partidarias (y, por ello, necesariamente adversarias). Perspectivas que no dejaban espacio para intentar hacer lecturas compartidas. Cada lectura particular se convirtió en una especie de “religión del libro”,[10] exigiendo disciplina(s) monoteísta(s) a una sociedad estructuralmente plural, aunque no siempre pluralista.[11] Una sociedad de afiliaciones múltiples, de identidades compuestas, con muy escasas barreras del precepto, que mayoritariamente vivía en común, hablaba en común, pero a la que la lectura exclusivamente política de la realidad le impedía leer la violencia en común.

 

[8] Características del analfabetismo funcional según la Wikipedia: “Una persona analfabeta no sabe leer ni escribir. Un analfabeto funcional, en cambio, lo puede hacer hasta un cierto punto (leer y escribir textos en su lenguaje nativo), con un grado variable de corrección y estilo”. La cursiva es mía.

La mayoría de las lecturas de la violencia realizadas en Euskadi han sido propias de analfabetas y analfabetos funcionales. Lecturas nativas, tribales. Lecturas de parte. Lecturas imposibles de compartir

La más evidente es la que ha hecho (y continúa haciendo) la izquierda abertzale. No insistiré en ello.[12]

Pero junto al analfabetismo funcional nativo-abertzale ha existido también (no los comparo ni, mucho menos, los igualo) un analfabetismo funcional nativo-constitucionalista que ha querido imponer una lectura de parte a una sociedad compleja y plural. El storytelling[13] y el poder concebido en forma discursiva[14] como objetivo, en lugar de procurar lecturas compartidas que faciliten la construcción de realidades conversacionales[15], fundamento de las transacciones humanas.

Lo digo en minúsculas y me someto a cuanta crítica fundada pueda recibir por decirlo (puede que me ciegue mi pasado), pero yo diría que la única lectura vocacionalmente no nativa, no tribal, de la violencia vasca que se propuso en aquellos años en Euskadi fue la que hizo Gesto por la Paz. Aquí lo dejo.[16]

 

[9] Apenas hemos hojeado el libro de la violencia porque, en general, hemos ojeado (hemos mirado rápida y superficialmente) la violencia y sus consecuencias.

Pero bueno, afortunadamente ha habido lecturas que encajarían en la definición de Ferrarotti, como la que hizo Batzarre en mayo 2006: “Las gentes de la izquierda vasquista no podemos pasar página sin someter a revisión crítica nuestras posiciones del pasado sobre ETA”, ya que, en primer lugar, esa actitud “ha descansado de forma unilateral en la razón política y ha sido pobre en criterios morales o en valores como los derechos humanos fundamentales”[17]. O la que se recoge en el libro editado por Antonio Duplá y Javier Villanueva Con las víctimas del terrorismo (Donostia, Gakoa, 2009)[18].

Cito estas dos porque me resultan particularmente cercanas, pero sin duda ha habido otras.

Siempre estamos a tiempo de volver a las lecturas que no hicimos en su momento. Todas tenemos nuestros Quijotes, nuestras Ilíadas, libros que no leímos cuando, tal vez, nos tocaba hacerlo, a los que hemos vuelto al cabo de los años, descubriendo su valor. Estamos a tiempo de aprender a leer nuestra violencia vasca.

Pero no es fácil recuperar lecturas en estos tiempos de continua explosión editorial, donde se suceden los best sellers. La lectura ferrarottiana de la violencia vasca no es una actividad agradable, no es una lectura de verano. Al contrario, es una lectura desgarradora que nos despertará del sonambulismo.

“He tratado de prestar atención –escribe Clark en Sonámbulos- al hecho de que las personas, los acontecimientos y las fuerzas descritas en este libro llevaran en ellos las semillas de otros futuros tal vez menos terribles”. Yo también creo que la realidad levemente descrita en estas páginas contiene las semillas de un futuro menos terrible, más luminoso, que nuestro pasado reciente.



[1] Franco Ferrarotti, Leer, leerse, Península, Barcelona, 2002, p. 8.

[2] Willy Uribe, “Allí donde ETA asesinó”, 2010. https://allidonde.wordpress.com/

[4] Christopher Clark, Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2014.

[5] Norbert Lechner, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, CIS/Siglo XXI, Madrid, 1986.

[6] Genoveva Gastaminza, “ETA mata al edil socialista de Orio en vísperas del congreso del PSE”, El País, 22/03/2002. https://elpais.com/diario/2002/03/22/espana/1016751601_850215.html

[7] José Luis Barbería y Aurora Intxausti, “ETA asesina a un mediador en el rescate de Revilla”, El País, 12/02/1997. https://elpais.com/diario/1997/02/12/espana/855702001_850215.html

[8] Juan Jiménez del Castillo, “Redefinición del analfabetismo: el alfabetismo funcional”, Revista de educación, n. 338, 2005, p. 273-294.

[9] Imanol Zubero, “Hablamos de asesinato”, El País, 30/06/1998. https://elpais.com/diario/1998/06/30/paisvasco/899235602_850215.html

[10] Jan Assman, La distinción mosaica o el precio del monoteísmo, Akal, Madrid, 2006.

[11] Imanol Zubero, “Pluralismo en Euskadi”, El País, 10/05/2001. https://elpais.com/diario/2001/05/10/paisvasco/989523616_850215.html

[12] Imanol Zubero, “Infección moral”, 20/06/2009. https://imanol-zubero.blogspot.com/2009/06/infeccion-moral.html

[13] Christian Salmon, Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes, Península, Barcelona, 2008.

[14] Stewart R. Clegg, “Narrativa, poder y teoría social”, en D. Mumby (comp.), Narrativa y control social. Perspectivas críticas, Amorrortu, Buenos Aires, 1997, pp. 29-67.

[15] John Shotter, Realidades conversacionales. La construcción de la vida a través del lenguaje, Amorrortu, Buenos Aires, 2001.

[16] Imanol Zubero, “Transformaciones en la movilización social en Euskadi. De los movimientos por la paz a los movimientos por la libertad”, Bake Hitzak, n. 45, 2002, pp. 33-49. http://www.gesto.org/archivos/201401/BH45.pdf?1

[17] Batzarre hace un documento de autocrítica de sus actitudes políticas con relación a ETA.  https://www.diariovasco.com/pg060526/prensa/noticias/Politica/200605/26/DVA-POL-310.html

[18] Antonio Duplá, “El descubrimiento de las víctimas. Razones de un cambio personal y político”. http://www.pensamientocritico.org/antdup0311.htm

jueves, 1 de julio de 2021

La ballena y el zulo

Publicado el 8 de julio de 1997 en la edición de El País para el País Vasco. El lunes 1 de julio José Antonio Ortega Lara había sido liberado tras permanecer 532 días secuestrado por ETA en un zulo cuyas condiciones nos impresionaron a todos. Dos días después una gran ballena apareció varada en la playa de La Arena, muy cerca de Bilbao. El contraste entre la frialdad de los secuestradores ante la suerte de su víctima y el entusiasmo de las personas que se volcaron en devolver al cetáceo al mar (similar al que mostraron miles y miles de personas movilizadas todos y cada uno de los días que duro el calvario de Ortega Lara) es lo que motivó este artículo.
 
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El pasado miércoles, una ballena quedó varada en la playa de La Arena. Podemos imaginarnos al asustado animal en su agonía solitaria, incapaz de comprender su situación, muriendo no por asfixia, sino aplastado por el peso de su propio corpachón. Fue descubierta en la madrugada y durante varias horas decenas de voluntarios trabajaron hasta devolverla finalmente al mar (a pesar de la sugerencia de dos biólogos, que se inclinaban por dejarla morir ante la innegable dificultad de la operación de rescate). Dicen que las ballenas no pueden gritar fuera del agua, pero su sola presencia sufriente, su ir acabándose lentamente, su agonizar a la vista de todos, fue más que suficiente para mover los corazones de quienes se empeñaron, tozudamente, en volverla al mar.

“Ojos que no ven, corazón que no siente”. Lo dice la sabiduría popular y es cierto. De ahí que tantas veces nos resistamos a mirar, para así no tener que ver. Una vez visto el sufrimiento, resulta sumamente difícil acallar las demandas del corazón. Cabe mirar hacia otro lado para no ver, cabe tomar distancia, pero resulta físicamente insoportable la presencia como espectador pasivo. Despertarse, comer, leer, besar a una hija, abrazar a un amigo, acudir al dentista, preparar las vacaciones, dormir, tal vez soñar, y hacerlo mientras la ballena agoniza, día tras día, junto a nuestra ventana, mientras el sol reseca su piel y sus pulmones se van aplastando poco a poco... ¿Quién podría soportarlo?

Pero, ¿y cuando los ojos ven, el cerebro maquina, las manos ejecutan y, sin embargo, el corazón no siente? Despertarse, comer, leer, besar a una hija, abrazar a un amigo..., todo ello después de arponear personalmente a la ballena, de arrastrarla malherida hasta la playa, de abandonarla a su solitaria agonía; ¿es tal cosa posible? Parece que sí lo es: es el caso de quien tortura, de quien viola, de quien ha exportado fraudulentamente carne afectada por el mal de las vacas locas a Rusia y Egipto. En tal caso es preciso un esfuerzo sobrehumano por lo que tiene de inhumano. Un esfuerzo consciente.

¿Por qué se suicidan las ballenas? En 1979 Ramón J. Sender se hacía esta pregunta, a cuya respuesta dedicaba un libro con el mismo título. Su conclusión era que los ocasionales suicidios colectivos de estos cetáceos tenían que ver con su capacidad de percibir intuitivamente los peligros a los que la actividad humana está empujando al planeta y con el sufrimiento que tal cosa provoca. En opinión de Sender, los suicidios de esos animales serían una desesperada llamada de atención, un gesto de vida ante tanta muerte y destrucción causadas por los hombres.

La física moderna nos habla de un universo continuo, configurado como un vasto conglomerado de correspondencias, donde todo está relacionado con todo. Descendemos tanto de los monos y las bacterias como de las estrellas y las galaxias. Los elementos que componen nuestros cuerpos son los que antaño fundaron el universo. Como las ballenas, llevamos el universo entero en nuestro sistema nervioso.

Tal vez la ballena varada en la playa de La Arena, apenas un día después de los 532 días de tortura en un zulo, quiso advertirnos de un peligro: el peligro de la indiferencia ante el sufrimiento, el riesgo del distanciamiento deshumanizador. Tal vez fuera una prueba. Tal vez ayudarla a volver al mar haya sido el día 533 de la solidaridad y el Uno de la esperanza.

Libros recomendados en junio

Muchos, muchísimos buenos libros y demasiado poco tiempo para poder reseñarlos. 
Se acumulan sin cesar, algunos más cada mes.
A ver si en julio es posible sacar algo más de tiempo para compartir lecturas. A ver...
Aquí, los pocos libros reseñados en junio.
 
 


miércoles, 30 de junio de 2021

Recuerdos de mi inexistencia

Rebecca Solnit
Recuerdos de mi inexistencia
Traducción de Antonia Martín
Lumen, 2021 
 
"Me convertí en una experta en evaporarme, deslizarme y escabullirme, en retroceder y zafarme de situaciones difíciles, en esquivar abrazos, besos y manos indeseados, en ocupar cada vez menos espacio en el autobús cuando un hombre se despatarraba e invadía mi asiento, en desligarme poco a poco en desaparecer de golpe: en el arte de la inexistencia, ya que la existencia era muy peligrosa"
 
 
Rebecca Solnit es una de las pensadoras más interesantes del momento. Gracias a Capitán Swing, que en los últimos años ha publicado algunos de sus libros más importantes, podemos aproximarnos a su obra. Una pensadora y escritora que es tan capaz de introducirnos en la majestuosa belleza natural de Yosemite (como hace en Savage Dreams o en Yosemite in Time, aún no traducidos al español) como en las muchas capas de significado que constituyen el Área de la Bahía de San Francisco en un atlas urbano repleto de historias y experiencias (en Infinite City, tampoco traducida); una activista capaz de descubrir "paraísos" de cooperación comunitaria en medio de desastres como terremotos o inundaciones; una pensadora sumamente crítica que reivindica la necesidad de "celebrar o, como mínimo, de reconocer hitos y victorias y seguir trabajando"
 
Publicado originalmente en 2020, Recuerdos de mi inexistencia es un libro extraordinario en el que la aguda develadora del mansplaining retrocede hasta 1981, cuando, a los diecinueve años, se instaló en un apartamento en un barrio marginal de San Francisco, en el que viviría durante los siguientes veinticinco años. Es el relato de su proceso de formación como escritora y de su progresiva toma de conciencia de su posición de mujer sometida a la invisibilización, el descrédito y la afonía por un atroz sistema patriarcal:

"Entonces parecía generalizado. Todavía lo parece. Podían hacerte un poco de daño –con insultos y amenazas que te recordaban que no estabas a salvo ni eras libre ni poseías ciertos derechos inalienables-, o más daño con una violación, o más con una violación acompañada de secuestro, tortura, cautiverio y mutilación, y más aún con el asesinato, y la posibilidad de la muerte planeaba siempre sobre las otras agresiones. Podían borrarte un poco para que hubiera menos de ti, para que tuvieras menos seguridad, menos libertad, o podían socavar tus derechos e invadir tu cuerpo para que fuera cada vez menos tuyo; podían suprimirte del todo, y ninguna de esas posibilidades parecía especialmente remota. Todas las cosas malas que les pasaban a las otras mujeres porque eran mujeres podían ocurrirte a ti por ser mujer. Aunque no te mataran, mataban algo de ti: tu sensación de libertad, de igualdad, de confianza en ti misma".  
 
Sus reflexiones sobre lo que significa para las mujeres (por el hecho de ser mujeres) vivir sin parar de "imaginar su asesinato" (no vayas ahí, no vistas así, aprende artes marciales, no te diviertas de esa manera, no viajes sola...) como medida de protección, sobre el miedo y el dolor de las mujeres que pavimenta la mitad de la tierra, sobre su cuerpo como territorio propio o como jurisdicción ajena son tan desgarradoras como imprescindibles.

Afortunadamente, los recuerdos de su inexistencia acaban por componer una existencia poderosa y libre de una pensadora y activista que nos cuenta la historia de "lo que significó para mí crecer en una sociedad en la que mucha gente prefería que personas como yo estuvieran muertas o calladas, y de qué forma conseguí una voz y cómo al final llegó el momento de utilizarla [...] para tratar de contar las historias que habían quedado sin contar"

Gracias por tu existencia, Rebecca Solnit.