"Me convertí en una experta en evaporarme, deslizarme y escabullirme, en retroceder y zafarme de situaciones difíciles, en esquivar abrazos, besos y manos indeseados, en ocupar cada vez menos espacio en el autobús cuando un hombre se despatarraba e invadía mi asiento, en desligarme poco a poco en desaparecer de golpe: en el arte de la inexistencia, ya que la existencia era muy peligrosa".
Rebecca Solnit es una de las pensadoras más interesantes del momento. Gracias a Capitán Swing, que en los últimos años ha publicado algunos de sus libros más importantes, podemos aproximarnos a su obra. Una pensadora y escritora que es tan capaz de introducirnos en la majestuosa belleza natural de Yosemite (como hace en Savage Dreams o en Yosemite in Time, aún no traducidos al español) como en las muchas capas de significado que constituyen el Área de la Bahía de San Francisco en un atlas urbano repleto de historias y experiencias (en Infinite City, tampoco traducida); una activista capaz de descubrir "paraísos" de cooperación comunitaria en medio de desastres como terremotos o inundaciones; una pensadora sumamente crítica que reivindica la necesidad de "celebrar o, como mínimo, de reconocer hitos y victorias y seguir trabajando".
Publicado originalmente en 2020, Recuerdos de mi inexistencia es un libro extraordinario en el que la aguda develadora del mansplaining retrocede hasta 1981, cuando, a los diecinueve años, se instaló en un apartamento en un barrio marginal de San Francisco, en el que viviría durante los siguientes veinticinco años. Es el relato de su proceso de formación como escritora y de su progresiva toma de conciencia de su posición de mujer sometida a la invisibilización, el descrédito y la afonía por un atroz sistema patriarcal:
"Entonces parecía generalizado. Todavía lo parece. Podían hacerte un poco
de daño –con insultos y amenazas que te recordaban que no estabas a
salvo ni eras libre ni poseías ciertos derechos inalienables-, o más
daño con una violación, o más con una violación acompañada de secuestro,
tortura, cautiverio y mutilación, y más aún con el asesinato, y la
posibilidad de la muerte planeaba siempre sobre las otras agresiones.
Podían borrarte un poco para que hubiera menos de ti, para que tuvieras
menos seguridad, menos libertad, o podían socavar tus derechos e invadir
tu cuerpo para que fuera cada vez menos tuyo; podían suprimirte del
todo, y ninguna de esas posibilidades parecía especialmente remota.
Todas las cosas malas que les pasaban a las otras mujeres porque eran
mujeres podían ocurrirte a ti por ser mujer. Aunque no te mataran,
mataban algo de ti: tu sensación de libertad, de igualdad, de confianza
en ti misma".
Sus reflexiones sobre lo que significa para las mujeres (por el hecho de ser mujeres) vivir sin parar de "imaginar su asesinato" (no vayas ahí, no vistas así, aprende artes marciales, no te diviertas de esa manera, no viajes sola...) como medida de protección, sobre el miedo y el dolor de las mujeres que pavimenta la mitad de la tierra, sobre su cuerpo como territorio propio o como jurisdicción ajena son tan desgarradoras como imprescindibles.
Afortunadamente, los recuerdos de su inexistencia acaban por componer una existencia poderosa y libre de una pensadora y activista que nos cuenta la historia de "lo
que significó para mí crecer en una sociedad en la que mucha gente
prefería que personas como yo estuvieran muertas o calladas, y de qué
forma conseguí una voz y cómo al final llegó el momento de utilizarla [...] para tratar de contar las
historias que habían quedado sin contar".
Gracias por tu existencia, Rebecca Solnit.
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