Digamos que ya hay programa. O al menos un conjunto suficiente de propuestas como para conformar una plataforma de reivindicaciones que van de lo mínimo a lo máximo. Que habrá que dialogar, conciliar, acordar, jerarquizar..., claro, pero que ya están ahí. Hay, pues, motivos, pero hay también razones. Protesta, pero también propuesta. Sueños, pero también realidades por construir. Patios rechazados (oscuros, húmedos, traseros) pero también vegas feraces y abiertas con las que reemplazarlos.
Hay, también, un escenario social nuevo. "En cada oportunidad -escribe Francesco Alberoni en Las razones del bien y del mal-, el mundo ha sido repensado en términos de solidaridad por aquellos cuyo poder aumentaba o aquellos cuyo poder disminuía, aquellos que pasaban a encontrarse en una nueva encrucijada de relaciones no dichas, no pensadas, no conocidas debido a su condición de nuevas". Una encrucijada nueva, aunque no totalmente.
"No hay más razones que las relativas al ejercicio del poder político para sostener que un estado de cosas debe permanecer inmutable. La razón principal que impide que los problemas económicos se resuelvan en la actualidad en una dinámica de mayor igualdad y más satisfactoria para todos es la gran influencia social acumulada por la minoría satisfecha. Gracias a su inmenso poder de manipulación sobre las conciencias y la formación de las preferencias colectivas, puede conseguir que sus inteerses particulares se confundan con los de toda la población. Por eso, la condición precisa para que se sustituya la lógica de la frustración a que da lugar el proceso económico que he tratado de analizar en este libro por la de la satisfacción colectiva radica en conseguir que se haga realidad el vaticinio de Alfred Sauvy: 'Tarde o temprano, los débiles tendrán su oportunidad'".
No es un texto redactado en estas últimas horas, al calor de la indignación. Son las líneas casi finales del libro Desigualdad y crisis económica: El reparto de la tarta, escrito por Juan Torres López y publicado en 1995 por la editorial Sistema. Un libro excelente, que he leído y releído, subrayado y anotado, citado y recitado; un libro que habría que volver a leer hoy.
Podríamos amontonar las referencias a otras obras publicadas hace 15, 20, 50 o 100 años (de Anisi, Naredo, Palazuelos, Etxezarreta, Fernández Durán, Polanyi, Luxenburg...). Textos que parecen escritos hace un minuto.
Del mismo modo que una determinada manera de hacer (y de no hacer) política democrática acaba en Berlusconi, una manera de hacer (o de no hacer) política económica acaba en la vergüenza de esta crisis y en la mayor vergüenza de su abordaje por parte de los gobiernos.
Lo que ahora nos está pasando no es realmente nuevo; lo nuevo es cómo está pasando. Sin dejarlo pasar, sin pasar de lo que pasa.
La política progresista institucionalizada debe ser capaz de leer correctamente eso que está pasando, conectando con una realidad en status nascendi y aprendiendo, en primer lugar, a escuchar y a dejarse decir. A dejarse decir de todo y durante bastante tiempo. A no responder de inmediato, ni siquiera aunque esa respuesta sea de comprensión o de autocrítica (más o menos).
En estos momentos la gente tiene ganas de decir, no de ser dicha ni de que se le diga.
Pero tendrá que llegar el momento, también, del codecirse. Y la indignación tendrá que convertirse en interlocución. Y para que la interlocución sea posible habrá que visibilizar interlocutores.
Lo que no será posible si ya se ha decidido que "la inmensa mayoría de los políticos, periodistas y tertulianos ... quieren ser los grandes intérpretes de lo que está pasando ... pero se van a equivocar de nuevo" (15-M: Hartos de estafas y de impunidad).
¿Quién puede arrogarse el papel de metainterpretador, repartidor de títulos de corrección e incorrección en la lectura de los acontecimientos?
Tampoco será posible si la protesta se encarna en "la hora del amanecer del Pueblo Verdadero" (así, con dos mayúsculas, en un correo que me llega desde el Colectivo Queda la Palabra) y los adversarios son definidos como los "políticos corruptos y sinvergüenzas".
En los Sesenta el activista comunitario Saul Alinsky decía que es poco inteligente proclamar que el poder está en la boca del fusil cuando es el enemigo el que tiene la mayoría de los fusiles.
Hay programa. Y de medios, ¿cómo andamos?